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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

El Gran Sol de Mercurio (9 page)

Siguió avanzando con paciencia digna de mejor causa, acortando la distancia que los separaba, siguiendo la luz, y tratando de evaluar la naturaleza del enemigo.

Sin dejar de apuntarle con la pistola, Bigman se dispuso a realizar el primer contacto. ¡Primero, la radio! Ajustó rápidamente los mandos para una transmisión local. Quizá el enemigo no tuviera un aparato para recibir un mensaje en la misma longitud de onda utilizada por Bigman. ¡Improbable, pero posible! ¡Muy improbable y casi imposible!

Sin embargo, no importaba. Siempre quedaba la alternativa de un disparo contra la pared. Esto aclararía sus intenciones. Una pistola implicaba autoridad y tenía una forma de hablar que era entendida en todas partes.

Con toda la potencia de su voz de tenor, dijo:

—¡Deténgase! ¡Deténgase donde está y no dé la vuelta! ¡Le tengo apuntado con una pistola!

Bigman encendió la luz de su traje, y el enemigo se inmovilizó bajo sus rayos. Tampoco hizo ademán de volverse, por lo que Bigman dedujo que había recibido su mensaje.

Bigman dijo:

—Ahora dé la vuelta. ¡Lentamente!

La figura se volvió. Bigman mantuvo la mano derecha en el camino de la luz de su traje. Su cubierta metálica apretaba fuertemente la pistola de gran calibre. A la luz de la lámpara, su contorno resultaba tranquilizadoramente claro.

Bigman dijo:

—La pistola está cargada. He matado a otros hombres con ella antes de ahora, y soy un magnífico tirador.

Era evidente que el enemigo tenía radio. Era evidente que recibía la transmisión, pues lanzó una mirada a la pistola e hizo ademán de alzar una mano para bloquear la fuerza del arma.

Bigman examinó lo que veía del traje de su enemigo. Parecía muy convencional (¿usaban los sirianos modelos tan familiares?). Bigman preguntó fríamente:

—¿Está su radio equipada para transmitir?

Un repentino sonido atacó sus oídos y dio un salto. La voz le resultó conocida, a pesar de las distorsiones a que la radio la sometía, dijo:

—¡Qué casualidad!

Nunca en su vida había necesitado Bigman tanta fuerza de voluntad para no disparar. El arma tembló convulsivamente en su mano, y la figura que había frente a él saltó con rapidez hacia un lado.

—¡Urteil! —exclamó Bigman.

Su sorpresa se convirtió en decepción. ¡Ningún siriano! ¡Sólo Urteil!

Después, se le ocurrió pensar: ¿Qué hacía Urteil allí?

Urteil dijo:

—Sí, soy Urteil, así que deje de apuntarme.

—Dejaré de apuntarle cuando a mí me parezca —repuso Bigman—. ¿Qué está haciendo aquí?

—Las minas de Mercurio no son propiedad suya, creo yo.

—Mientras tenga la pistola lo son, maldita alimaña sin entrañas. —Bigman pensaba con rapidez y, hasta cierto punto, infructuosamente. ¿Qué iba a hacer con aquella serpiente venenosa? Devolverlo al Centro significaría revelar que Lucky ya no se encontraba en las minas. Bigman podía decirles que Lucky se había rezagado, pero ellos sospecharían o se preocuparían al ver que Lucky no se comunicaba. ¿Y de qué crimen acusaría a Urteil? Las minas estaban abiertas a todos.

Por otra parte, no podía apuntarle indefinidamente con una pistola.

Si Lucky estuviera allí, él sabría...

Y como si una chispa de telepatía atravesara el vacío que había entre los dos hombres, Urteil preguntó bruscamente:

—¿Y dónde está Starr, si se puede saber?

—Esto —dijo Bigman— no es de su incumbencia. —Después con súbita convicción—: Estaba siguiéndonos, ¿verdad? —y adelantó ligeramente la pistola como para animarle a hablar.

Urteil bajó ligeramente su rostro, iluminado por la luz del traje de Bigman, como si siguiera la trayectoria de la pistola. Dijo:

—Y en ese caso, ¿qué?

Bigman volvió a encontrarse en un callejón sin salida. Dijo:

—Estaba en un pasadizo lateral. Pensaba sorprendernos por la espalda, ¿verdad?

—Repito... Y en ese caso, ¿qué? —La voz de Urteil tenía un deje de pereza, como si su poseedor se hallara plenamente relajado, como si disfrutara siendo el blanco de una pistola. Urteil prosiguió: —Pero ¿dónde está su amigo? ¿Cerca de aquí?

—Yo sé muy bien dónde está. Usted no se preocupe.

—Insisto en preocuparme. Llámele. Su radio está en una frecuencia de transmisión local o, de lo contrario, no le oiría tan bien... ¿Le importa que conecte el chorro de líquido? Estoy sediento. —Movió lentamente la mano.

—Con cuidado —dijo Bigman.

—Sólo un trago.

Bigman le observó atentamente. No esperaba que activara un arma por los mandos del pecho, pero podía encender repentinamente la luz del traje hasta una intensidad cegadora, o... o... Bueno, cualquier cosa.

Pero los dedos de Urteil dejaron de moverse cuando aún Bigman permanecía irresoluto, y únicamente se oyó el ruido de tragar.

—¿Asustado? —preguntó tranquilamente Urteil.

Bigman no supo qué contestar.

La voz de Urteil se hizo apremiante. —Bueno, llámelo. ¡Llame a Starr!

Bajo el impacto de la orden, la mano de Bigman había iniciado un movimiento que interrumpió enseguida.

Urteil se echó a reír.

—Iba a ajustar los mandos de la radio, ¿verdad? Necesitaba transmisión a distancia. No está cerca de aquí, ¿eh?

—Nada de eso —exclamó acaloradamente Bigman. Ardía de humillación. El venenoso Urteil era listo. Allí estaba, siendo el blanco de una pistola, y ganando la batalla, erigiéndose en dueño de la situación, mientras que a cada segundo que pasaba la posición de Bigman, que no podía disparar ni bajar el arma, irse ni quedarse, se hacía más insostenible.

De repente, se le ocurrió una idea ¿Por qué no disparar?

Pero sabía que no podía. No tendría ninguna razón que aducir. Y aunque la tuviera, la muerte violenta de uno de los hombres del senador Swenson causaría grandes dificultades al Consejo de la Ciencia. ¡Y a Lucky!

Si, por lo menos, Lucky estuviera allí... En parte porque lo deseaba tan ardientemente, su corazón dio un vuelco cuando la luz de Urteil se elevó un poco y enfocó el espacio detrás de él y le oyó decir:

—No, veo que estaba equivocado y usted decía la verdad. Aquí viene.

Bigman dio media vuelta. —Lucky...

En pleno uso de sus facultades, Bigman habría esperado con toda tranquilidad a que Lucky se acercara, a que el brazo de Lucky se posara sobre su hombro, pero Bigman no estaba en pleno uso de sus facultades. Su posición era imposible y deseaba con todas sus fuerzas encontrar una solución a su dilema.

Sólo tuvo tiempo de lanzar este único grito de «Lucky» antes de desplomarse bajo el impacto de un cuerpo dos veces más voluminoso que el suyo.

Siguió apretando la pistola unos momentos, pero otro brazo tiraba de su mano, y otros dedos retorcían los suyos. Bigman estaba sin aliento, su cerebro giraba ante la rapidez del ataque, y su pistola salió volando por los aires. Dejó de sentir aquel peso sobre su cuerpo, y cuando quiso ponerse en pie, Urteil se hallaba frente a él y Bigman estaba ante el cañón de su propia pistola.

—Tengo la mía —dijo sombríamente Urteil—, pero creo que utilizaré la suya. No se mueva. Quédese así. A cuatro patas. Eso es.

Nunca en su vida había experimentado Bigman tal odio hacia sí mismo ¡Dejarse engañar de aquel modo! Casi se merecía la muerte. Casi prefería morir antes que tener que enfrentarse con Lucky y decirle: «Miró a mi espalda y me dijo que venías, así que me volví... »

Con voz sofocada, dijo:

—Dispare, si se atreve. Dispare, y Lucky se encargará de perseguirle y confinarle durante el resto de su vida al asteroide más pequeño y más frío que jamás haya sido usado como prisión.

—¿Lucky hará eso? ¿Dónde está?

—Encuéntrele.

—Lo haré, porque usted me dirá dónde está. Y lo primero que va a decirme es por qué ha bajado a las minas. ¿Qué está haciendo aquí?

—Buscar sirianos. Usted mismo lo oyó.

—¡Qué sirianos ni qué ocho cuartos! —exclamó Urteil—. Ese estúpido viejo de Peverale puede hablar de sirianos, pero su amigo no le ha creído ni un momento. Ni siquiera lo hubiera hecho si tuviese el poco cerebro que tiene usted. Bajó por otra razón. Usted me dirá cuál.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Para salvar su miserable vida.

—Esta no es una razón suficiente para mí —dijo Bigman, levantándose y dando un paso adelante.

Urteil retrocedió hasta apoyarse contra la pared del túnel.

—Un movimiento más y dispararé con el mayor placer. No necesito su información hasta ese punto. Me ahorraría tiempo, pero no mucho. Si paso más de cinco minutos con usted, será un gasto inútil.

»Ahora déjeme decirle exactamente lo que creo. Quizá eso le convenza de que usted y su falso héroe, Starr, no engañan a nadie. Ninguno de los dos es bueno para otra cosa más que para atacar con cuchillos energéticos a hombres desarmados.

Bigman pensó tristemente: «Eso es lo que le molesta. Le hice aparecer como un imbécil delante de los muchachos, y espera que me arrastre»

—Déjese de palabrería inútil —dijo, poniendo en su voz todo el desprecio que pudo—, y dispare de una vez. Prefiero morirme de un tiro que oír sus tonterías.

—No tenga prisa, amiguito, no tenga prisa. En primer lugar, el senador Swenson está eliminando al Consejo de la Ciencia. Usted sólo es una partícula, y muy pequeña por cierto. Su amigo Starr sólo es otra partícula, y no mucho mayor. Yo soy el que va a llevar a cabo la eliminación. Tenemos al Consejo donde queríamos. Los habitantes de la Tierra saben que está corrompido, que sus funcionarios malgastan el dinero de los contribuyentes y se llenan los bolsillos...

—Esto es una sucia mentira —interrumpió Bigman.

—Dejaremos que sean ellos los que decidan. Una vez deshagamos la falsa propaganda del Consejo, veremos lo que cree la gente.

—Inténtelo. ¡Adelante, inténtelo!

—Es lo que vamos a hacer, y tendremos éxito. Y ésta será la prueba número uno: ustedes dos en las minas. Yo sé por qué están aquí. ¡Los sirianos! ¡Ja! O bien Starr animó a Peverale a que hablara de ellos, o se aprovechó de ello. Le diré lo que ustedes dos están haciendo aquí abajo. Tender una trampa. Están levantando un campamento siriano para mostrar a la gente.

—«Los expulsé yo solo», dirá Starr. «Yo, Lucky Starr, el gran héroe» Los subetéreos sacan gran provecho de ello y el Consejo suspende su Proyecto Luz sin que nadie se entere. Han extraído de él todo lo que han podido, y salvan la piel... Pero no lo conseguirán, porque yo sorprenderé a Starr con las manos en la masa y nada logrará salvarle ni a él ni al Consejo.

Bigman estaba furioso. Anhelaba lanzarse sobre el otro con sus manos desnudas, pero consiguió dominarse. Sabía la razón de que Urteil hablara tal como lo estaba haciendo.

Era que no sabía tanto como pretendía. Trataba de obtener más detalles exasperando a Bigman.

En voz baja, Bigman intentó volver la tortilla.

—¿Sabe una cosa, pútrida alimaña? Si alguna vez le pincharan y dejaran que saliera lo que tiene dentro, se vería su alma del tamaño de un cacahuete. Una vez se hubiera podrido, no quedaría nada más que un saco vacío de sucia piel.

Urteil gritó:

—Ya es suficiente...

Pero Bigman gritó más que él y su potente vozarrón tronó:

—Dispara, pirata amarillo. Te pusiste amarillo durante el banquete. Enfréntate conmigo, de hombre a hombre, con los puños desnudos y volverás a ponerte amarillo, porque eres un cobarde.

Bigman estaba ahora en tensión. Que Urteil actuara con precipitación, se dejara llevar por el impulso y Bigman saltaría. Era probable que encontrara la muerte, pero tendría una oportunidad...

Pero Urteil sólo pareció obstinarse y serenarse repentinamente.

—Si no habla, le mataré. Y a mí no me pasará nada. Alegaré legítima defensa y lo mantendré.

—No podrá hacerlo con Lucky.

—Él tendrá sus propios problemas. Cuando haya terminado con él, sus opiniones no significarán nada. —Urteil aguantaba la pistola con firmeza—. ¿No va a tratar de escaparse?

—¿De usted? —repuso Bigman.

—Eso es asunto suyo —dijo fríamente Urteil.

Bigman esperó, esperó sin decir una palabra mientras el brazo de Urteil se ponía rígido y su casco bajaba ligeramente como si estuviera apuntando, aunque a aquella distancia no podía fallar.

Bigman contó los momentos, con la intención de escoger el más apropiado para dar el salto que le salvara la vida, tal como hiciera Lucky cuando Mindes le había apuntado de igual manera. Pero en su caso no había nadie para inmovilizar a Urteil como Bigman había inmovilizado a Mindes en aquella ocasión. Y Urteil no era el asustadizo y desequilibrado Mindes. Se echaría a reír y apuntaría de nuevo.

Los músculos de Bigman se aprestaron para aquel salto decisivo. No esperaba vivir más de cinco segundos, quizá.

9. OSCURIDAD Y LUZ

Pero, mientras tenía el cuerpo en tensión y los músculos de las piernas casi vibrantes en el primer instante de la contracción, un grito ahogado de máxima sorpresa sonó repentinamente en los oídos de Bigman.

Los dos se encontraban allí, en un mundo gris y oscuro en el cual sus respectivas luces hacían resaltar el oponente. Fuera del campo de acción de las luces, nada, así que el súbito movimiento que tuvo lugar más allá de la línea de visión pasó desapercibido al principio.

Su primera reacción, su primer pensamiento fue: ¡Lucky! ¿Había vuelto Lucky? ¿Había logrado adueñarse de algún modo de la situación, cambiar los papeles?

Pero hubo un nuevo movimiento, y el pensamiento de Lucky se desvaneció.

Era como si un fragmento de la rocosa pared del pozo se hubiera desprendido por sí solo y estuviera descendiendo en la lenta caída que era característica de la baja gravedad de Mercurio.

Una cuerda de roca que parecía flexible, que tocó el hombro de Urteil y... se adhirió a él. Otra parecida ya le rodeaba la cintura. Otra se movió lentamente, a su alrededor, como si formara parte de un mundo irreal hecho de movimientos retardados. Pero cuando el borde rodeó el brazo de Urteil y tocó el metal que cubría su pecho, el brazo y el pecho se juntaron. Fue como si la lenta y aparentemente frágil cuerda poseyera la irresistible fuerza de una boa constrictora.

Si la primera reacción de Urteil fue de sorpresa, ahora no había en su voz otra cosa que el terror más absoluto.

—Frías —dijo con voz ronca—. Están frías.

La trastornada mente de Bigman no conseguía hacerse cargo de la nueva situación. Un trozo de aquella roca había rodeado el antebrazo y la muñeca de Urteil. La culata de la pistola se mantuvo en su lugar.

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