Mejor dicho, apareció una línea delgada que era el Sol. Era una irresistible línea de luz que bordeaba una muesca del quebrado horizonte, como si algún pintor celestial hubiera perfilado la piedra gris con blanco brillante. Lucky miró hacia atrás. Sobre el terreno desigual que se extendía tras él había manchas de protuberancias rojas. Pero ahora, justamente a sus pies, se veía una delgada capa de color blanco formada por cristales que despedían refulgentes destellos.
Siguió adelante, y la línea de luz se convirtió en una pequeña mancha que fue aumentando de tamaño.
El contorno del Sol se veía claramente, un poco levantado sobre el horizonte en el centro y describiendo una suave curva hacia abajo en ambos lados. La curva era extrañamente plana para alguien cuyos ojos estaban acostumbrados a la curvatura del Sol desde la Tierra.
Ni siquiera el esplendor del Sol borraba las protuberancias que se arrastraban a lo largo del borde como llameantes serpientes rojas.
Naturalmente, las protuberancias estaban sobre todo el Sol, pero sólo podían verse en el borde. En la cara del Sol, se perdían entre sus rayos.
Y por encima de todo estaba la corona. Mientras contemplaba el panorama, Lucky se maravilló de la forma en que el traje aislante había sido adaptado a su propósito. Una sola mirada al contorno del Sol de Mercurio habría sido cegadora, eternamente cegadora, para ojos sin protección. La luz visible ya era bastante dañina en su intensidad, pero eran los rayos ultravioletas, no filtrados por la atmósfera, los que habrían significado la muerte para la visión... e incluso para la vida, eventualmente.
Sin embargo, el vidrio de la placa visora del traje aislante estaba molecularmente dispuesto para hacerse menos transparente en proporción directa a la brillantez de la luz que caía sobre él. Sólo una pequeña fracción de un porcentaje del reflejo solar atravesaba la placa, y él podía contemplar el Sol sin peligro, e incluso sin molestias. Pero al mismo tiempo, la luz de la corona y las estrellas podía verse en toda su intensidad.
El traje aislante le protegía también de otras formas. Estaba impregnado con plomo y bismuto, no tanto como para incrementar excesivamente su peso, pero sí lo suficiente como para obstruir el paso de los ultravioletas y rayos X procedentes del Sol. El traje llevaba una carga positiva para desviar hacia un lado la mayor parte de los rayos cósmicos. El campo magnético de Mercurio era débil, pero Mercurio estaba cerca del Sol y la densidad de rayos cósmicos resultaba considerable. Sin embargo, los rayos cósmicos están compuestos de protones con carga positiva, y las cargas iguales se repelen.
Y, naturalmente, el traje le protegía contra el calor, no sólo gracias a su composición aislante sino también a su superficie reflectora, una capa molecular seudo líquida que podía ser activada por medio de los controles.
En realidad, pensó Lucky, cuando se consideraban las ventajas del traje aislante, parecía una lástima que no brindara la misma protección en todas las circunstancias. Desgraciadamente, su debilidad estructural, como resultado de la falta de metal en cantidad, lo hacía muy poco práctico excepto cuando la protección contra el calor y la radiación eran consideraciones de suma importancia.
Lucky ya se había adentrado más de un kilómetro en el lado solar y no sentía un calor excesivo.
Esto no le sorprendió. Para las personas hogareñas que limitaban su conocimiento del espacio a los emocionantes programas subetéreos, el lado solar de cualquier planeta sin aire no era más que una masa sólida de calor constante.
Esto resultaba una simplificación exagerada. Dependía de lo alto que estuviera el Sol en el cielo. En este punto de Mercurio, por ejemplo, sólo una porción del Sol encima del horizonte, comparativamente poco calor llegaba a la superficie, y esta pequeña cantidad se diseminaba por una gran extensión de terreno, ya que la radiación caía casi horizontalmente.
El «clima» cambiaba a medida que uno se adentraba en el lado solar, y finalmente, cuando se llegaba a aquella porción donde el Sol estaba a gran altura, era tal como sostenían los subetéreos.
Y, por otra parte, siempre había las sombras. En la ausencia de aire, la luz y el calor viajaban en línea recta. Ni una ni otro podía introducirse en la sombra excepto en pequeñas fracciones que eran reflejadas o radiadas por las porciones cercanas iluminadas por el Sol. Así pues, las sombras eran horriblemente frías y negras como el carbón a pesar del calor y del esplendor del Sol.
Lucky se iba percatando más y más de la existencia de estas sombras. Al principio, cuando la línea superior del Sol hubo aparecido, el terreno no había sido más que una gran sombra con ocasionales manchas de luz. Ahora, a medida que el Sol se elevaba, la luz se esparcía y unía hasta que las sombras se convertían en cosas claramente delimitadas que flotaban por detrás de las rocas y las colinas. En una ocasión, Lucky se internó deliberadamente en la sombra de un promontorio rocoso que debía tener unos cien metros de anchura, y fue como si por un largo minuto hubiera regresado al lado oscuro. El calor del Sol, que apenas había sentido mientras caía sobre él, se hizo evidente por su disminución en la sombra. Alrededor de la sombra, el suelo relucía bajo la luz del sol, pero dentro de la sombra necesitaba la luz del traje para guiar sus pasos.
No pudo dejar de fijarse en la diferencia entre las superficies que estaban en la sombra y las que estaban en la luz, pues en el lado solar, por lo menos, Mercurio tenía cierta clase de atmósfera. No era una atmósfera igual a la de la Tierra, pues carecía de nitrógeno, oxígeno, dióxido de carbono, vapor de agua y otros gases. No obstante, en el lado solar el mercurio hervía en ciertas partes. El azufre se volvía liquido y lo mismo ocurría con numerosos compuestos volátiles. Restos del vapor de tales sustancias se adherían a la superrecalentada superficie de Mercurio. Estos vapores se deshacían en las sombras.
Lucky se acordó forzosamente de ello cuando sus dedos frotaron la oscura superficie de un afloramiento y se mojaron de mercurio. Éste degeneró rápidamente en pegadizas gotitas al salir al Sol, que después, más lentamente, se evaporaron.
Gradualmente, el Sol pareció hacerse más ardiente. Esto no preocupó a Lucky. Aunque llegara a tener demasiado calor siempre podía resguardarse en una sombra para refrescarse cuando fuera necesario.
La radiación de onda corta era una cuestión más importante. Lucky incluso dudaba que eso fuera serio en esta exposición tan corta. Los trabajadores de Mercurio tenían horror a la radiación, porque estaban continuamente expuestos a pequeñas cantidades. Lucky recordó el énfasis de Mindes al recalcar el hecho de que el saboteador que había visto estaba inmóvil al Sol. Era natural que Mindes se mostrara trastornado por ello. Cuando la exposición era crónica, cualquier prolongación del tiempo de exposición era una imprudencia. Sin embargo, en el caso concreto de Lucky, la exposición sería a corto plazo..., al menos él lo esperaba así.
Atravesó espacios de terreno negruzco que se destacaban sombríamente contra el gris rojizo más generalizado en Mercurio. El gris rojizo era bastante familiar. Se parecía al suelo de Marte, una mezcla de silicatos con la adición de óxido de hierro, que le confería aquella tonalidad rojiza.
El negro era más misterioso. Dondequiera que estuviese el suelo se hallaba mucho más caliente, pues el negro absorbía gran parte del calor del Sol.
Se agachó mientras corría y descubrió que las zonas negras estaban cubiertas de minúsculas piedrecillas en lugar de arena. Algunas de ellas se adhirieron a la palma de su guante. Las miró. Podía ser grafito, o bien sulfuro de hierro o de cobre. Podía ser muchísimas cosas, pero él se hubiera atrevido a apostar que era alguna variedad de sulfuro de hierro impuro.
Hizo una pausa en la sombra de una roca y calculó que, en una hora y media, había recorrido unos veinte kilómetros, a juzgar por el hecho de que el Sol estaba ahora completamente encima del horizonte. (Sin embargo, en aquel momento estaba más interesado por sorber parcamente la mezcla de nutritivo líquido contenida en el traje que por calcular la distancia.)
A su izquierda se veían algunos cables del Proyecto Luz de Mindes. A su derecha había otros. Su localización exacta no tenía importancia. Se extendían a lo largo de centenares de kilómetros cuadrados, y pasearse al azar entre ellos para buscar al saboteador habría sido inútil.
Mindes lo había intentado y había fracasado. Si el objeto u objetos que viera eran realmente el saboteador, debía haber recibido aviso desde el Centro. Mindes no había mantenido en secreto el hecho de que se dirigía hacia el lado solar.
Sin embargo, Lucky lo había hecho. Confiaba en que esta vez no hubiera habido aviso. Y poseía una forma de ayuda que Mindes no había tenido. Extrajo el pequeño ergómetro de la bolsa donde lo había guardado. Lo sostuvo frente a él en la palma de la mano, iluminándolo con la luz de su traje.
Una vez activado, el botón cíe señales relució con increíble fuerza al ser expuesto a la luz solar Lucky sonrió ligeramente y lo ajustó. Había radiación de onda corta procedente del Sol.
La llama se extinguió.
Entonces, Lucky salió a la luz del sol y escudriñó pacientemente el horizonte en todas direcciones. ¿Dónde podía haber una fuente de energía atómica que no fuera el Sol? Naturalmente, recibió una indicación del Observatorio, pero la luz correspondiente a esa región aumentó de intensidad al bajar el ergómetro. La planta motriz del Observatorio estaba a casi dos kilómetros bajo tierra, y donde él estaba se requería una inclinación de veinte grados de profundidad para recibir la máxima energía.
Se volvió lentamente, sosteniendo con cuidado el ergómetro entre los dos índices a fin de que el poco material del traje no bloqueara el paso de la radiación delatora. Dio la vuelta una segunda y una tercera vez.
Le pareció que en una dirección particular había habido un brevísimo destello... en realidad, demasiado breve para verlo a contraluz. Quizá no hubiera sido más que el producto de su imaginación.
Volvió a intentarlo.
¡No había equivocación posible!
Lucky miró en la dirección donde había aparecido, el destello y avanzó hacia allí. No se engañó a sí mismo respecto al hecho de que, posiblemente, sólo estaba siguiendo la pista a una mancha de mineral radioactivo.
Dio la primera ojeada a uno de los cables de Mindes cerca de dos kilómetros después. No era en absoluto un solo cable, sino una red de cables, que yacían medio enterrados en el suelo. Los siguió a lo largo de unos cien metros y llegó hasta una placa cuadrada de metal, aproximadamente de un metro veinte de lado y tan limpia que despedía reflejos. Reflejaba las estrellas como si fuera un claro estanque de agua.
Sin duda alguna, pensé Lucky, que si se colocaba en la posición adecuada podría ver el reflejo del Sol. Se dio cuenta de que la placa estaba cambiando su ángulo de elevación, poniéndose menos horizontal, más vertical. Apartó la vista para comprobar si estaba cambiando para reflejar el Sol.
Cuando volvió a mirar se sobresaltó. El claro cuadrado había dejado de ser claro. Al contrario, era de un negro opaco, tan opaco que ni siquiera la luz del Sol de Mercurio parecía capaz de hacerlo brillar.
Entonces, mientras miraba, la opacidad tembló, se resquebrajó, y se fragmentó. Volvía a brillar.
La contempló a lo largo de tres ciclos más y notó que el ángulo de elevación se hacía más y más vertical. Primero, una reflexión increíble; después, opacidad completa. Durante la opacidad, supuso Lucky, la luz debía ser absorbida; durante la brillantez, debía ser reflejada. La alternancia podía ser perfectamente regular, o responder a una pauta deliberadamente irregular. No podía detenerse a averiguarlo y, aunque lo hiciera, dudaba que sus conocimientos de hiperóptica bastaran para hacerle comprender la finalidad de todo aquello.
Probablemente, cientos o incluso miles de tales cuadrados, todos ellos conectados por una red de cables y dotados de energía gracias a la micropila atómica del Centro, absorbían y reflejaban luz de una forma determinada en diferentes ángulos con respecto al Sol. Probablemente, en cierto modo, ésta pudiera enviar energía a través del hiperespacio en forma controlada.
Y, probablemente, los cables rotos y las placas destrozadas evitaban que el conjunto estuviera completo.
Lucky utilizó nuevamente el ergómetro. Ahora brillaba mucho más, y volvió a seguir la dirección indicada.
¡Más brillante, más brillante! Fuera lo que fuese aquello que estaba siguiendo, era algo que cambiaba de posición. La fuente de rayos gamma no era un punto fijo en la superficie de Mercurio.
Y eso significaba que no era un afloramiento de mineral radioactivo. Tenía que ser algo portátil, y Lucky pensó que era un hombre o algo perteneciente al hombre.
Lucky vio primeramente a la figura como una partícula moviente, negra sobre el rojizo terreno. Esto ocurrió al cabo de largo rato de caminata a sol abierto, en un momento en que se disponía a buscar una sombra donde eliminar el calor que había ido acumulando lentamente.
En lugar de eso, aceleró el paso. Estimó que la temperatura externa del traje no debía haber alcanzado todavía el punto de ebullición del agua. Afortunadamente, dentro era mucho menor.
Pensó sombríamente si el Sol estuviera alto y no en el horizonte, incluso aquellos trajes serían inútiles.
La figura no le prestó atención. Continuó su camino, con un paso que no le denunciaba precisamente como a un experto en baja gravedad al igual que Lucky. En realidad, su forma de andar casi podía ser descrita como pesada. Sin embargo, lograba devorar espacio. Avanzaba rápidamente.
No llevaba traje aislante. Incluso a larga distancia, la superficie expuesta a la mirada de Lucky era, sin lugar a dudas, de metal.
Lucky se detuvo un momento a la sombra de una roca, pero salió nuevamente al sol antes de que hubiera tenido tiempo de enfriarse.
La figura parecía ajena al calor. Por lo menos, en el tiempo que Lucky llevaba vigilándole no había hecho ademán de entrar en ninguna sombra, a pesar de haber pasado a pocos metros de algunas.
Lucky asintió pensativamente. Todo encajaba.
Apresuró el paso. El calor estaba empezando a ser agobiante. Pero ahora sólo era cuestión de minutos.
Ya había abandonado sus largas zancadas. Toda su energía muscular estaba empleada en correr a grandes saltos de hasta cinco metros cada uno.