—Así lo espero —dijo fervientemente Cook. Urteil gritó:
—¿Cuándo empezamos? —Después, mirando al pequeño grupo de espectadores, preguntó—: ¿Quién se arriesga a apostar por el mono?
Uno de los técnicos miró a Bigman con una sonrisa de inseguridad. Bigman, ahora desnudo hasta la cintura, parecía sorprendentemente fuerte, pero la diferencia de tamaño confería al encuentro una apariencia grotesca.
—Nada de apuestas —dijo el técnico.
—¿Todos listos? —inquirió Cook.
—Yo, sí —repuso Urteil.
Cook se pasó la lengua por los descoloridos labios y bajó el interruptor principal. Se produjo un cambio en la intensidad de sonido de los generadores.
Bigman se tambaleó con la súbita pérdida de peso. Lo mismo sucedió a todos los demás. Urteil tropezó, pero se recobró rápidamente y avanzó hacia el centro del espacio. No se molestó en levantar los brazos, sino que permaneció en actitud de espera y postura de completo descanso.
—Empieza de una vez, microbio —dijo.
Por su parte, Bigman avanzó con suaves movimientos de sus piernas, que se tradujeron en lentos gráciles pasos, como si estuviera sobre muelles.
En cierto modo, así era. La gravedad de la superficie de Mercurio era casi exactamente igual a la gravedad de la superficie de Marte, a la que estaba muy acostumbrado. Sus fríos ojos grises, de escrutadora mirada, observaron todos los balanceos del cuerpo de Urteil y todos los movimientos de sus músculos al tratar de mantenerse en pie.
Los pequeños errores de juicio, incluso en algo tan simple como mantener el equilibrio, eran inevitables al desenvolverse en una gravedad a la que no estaba acostumbrado.
Bigman se puso rápidamente en movimiento, saltando de un pie a otro y de un lado a otro en algo similar a un baile, que si bien era divertido resultaba altamente desconcertante.
—¿Qué es esto? —gruñó Urteil con exasperación—. ¿Un vals marciano?
—Algo así —repuso Bigman. Disparó un brazo, y sus nudillos desnudos golpearon a Urteil en el costado con un ruido sordo, haciendo tambalear a su contrincante.
Un murmullo recorrió a los espectadores y se oyó un grito de «¡Bien, muchacho!» Bigman permaneció inmóvil, con los brazos en jarras, esperando que Urteil recobrara el equilibrio.
Urteil lo hizo así en cuestión de cinco segundos, pero ahora tenía una contusión en el costado y una mancha roja en las mejillas.
Disparó fuertemente el brazo, con la palma de la mano derecha medio abierta como si una bofetada fuera suficiente para poner fuera de combate a aquel repugnante insecto.
Pero el golpe no dio en el blanco y Urteil se fue detrás del puño. Bigman se había agachado, esquivando el puñetazo por sólo unos centímetros y con la seguridad de un cuerpo perfectamente coordinado. Los esfuerzos de Urteil para detenerse le hicieron tambalear peligrosamente, de espaldas a Bigman.
Bigman apoyó un pie en el trasero de Urteil y le dio un ligero empujón. Esto le hizo retroceder saltando sobre el otro pie, pero Urteil se cayó lentamente de bruces.
Hubo una explosión de risas entre las filas de espectadores.
Uno de los técnicos gritó:
—He cambiado de opinión, Urteil; voy a apostar.
Urteil no dio muestras de haberlo oído. Se hallaba nuevamente frente a Bigman, y de la comisura de sus gruesos labios se escapaba una viscosa gota de saliva:
—¡Aumenten la gravedad! —chilló con voz ronca—. ¡Pongan la gravedad normal!
—¿Qué pasa, gordinflón? —se burló Bigman—. ¿No tiene bastante con veinte kilos a su favor?
—Le mataré; le mataré —gritó Urteil.
—¡Adelante! —Bigman extendió los brazos en burlona invitación.
Pero Urteil no había perdido totalmente la razón. Rodeó a Bigman, saltando con torpeza. Dijo:
—En cuanto me acostumbre a la gravedad, te agarraré por cualquier sitio y te retorceré la parte que sea.
—Retuerce.
Pero un ansioso silencio reinaba ahora entre los hombres que contemplaban la pelea. Urteil era un barril inclinado, con los brazos extendidos y las piernas separadas. Iba recobrando el equilibrio, a medida que se acostumbraba a la gravedad reducida.
En comparación, Bigman era un delgado tallo. Podía ser tan ágil y rápido como un bailarín, pero parecía lastimosamente pequeño.
Bigman no tenía aspecto de estar preocupado. Salió hacia delante con un súbito movimiento de, pies que le hizo volar por los aires, y cuando Urteil se abalanzó hacia la elevada figura, Bigman levantó los pies y se encontró detrás de su adversario antes de que el otro tuviera tiempo de volverse.
Hubo un fuerte aplauso, y Bigman esbozó una sonrisa.
Realizó algo semejante a una pirueta al escurrirse por debajo de uno de los grandes brazos que le amenazaban, alargando un brazo y dejando caer el canto de la mano sobre el bíceps.
Urteil ahogó una exclamación de dolor y giró de nuevo.
Urteil recibía ahora todas estas provocaciones destinadas a impresionar a los asistentes con una calma que no presagiaba nada bueno. Bigman, por su parte, intentaba conseguir por todos los medios que Urteil hiciera un movimiento brusco y perdiese el equilibrio.
Adelante y atrás; golpes rápidos y fuertes, que por todas sus características representaban una provocación.
Pero, en el interior del pequeño marciano, nacía un nuevo respeto hacia Urteil. El hombre le hacía frente. Se mantenía firme como un oso que rechaza el ataque de un perro de presa. Y Bigman era el perro de presa, que sólo podía rondar por los alrededores, gruñir, ladrar y permanecer fuera del alcance de las garras del oso.
Urteil parecía incluso un oso con su cuerpo peludo y voluminoso, sus pequeños ojos inyectados en sangre y su rostro oculto por una incipiente barba.
—Pelea, hombre —incitó Bigman—. Soy el único en proporcionar distracción a los espectadores.
Urteil meneó lentamente la cabeza y dijo: —Acércate.
—Desde luego —repuso jovialmente Bigman, precipitándose sobre él. Con veloces movimientos, pegó a Urteil en el lado de la mandíbula, y pasó por debajo de su brazo y se apartó casi al mismo tiempo.
Urteil movió ligeramente el brazo, pero era demasiado tarde y no completó el movimiento. Se balanceó un poco.
—Vuelve a intentarlo —dijo.
Bigman volvió a intentarlo, retorciéndose y agachándose esta vez por debajo del otro brazo y concluyendo con una pequeña reverencia con la que agradeció las exclamaciones de aprobación.
—Vuelve a intentarlo —dijo pesadamente Urteil..
—Desde luego —repuso Bigman. Y le embistió.
Esta vez Urteil estaba preparado. No movió ni la cabeza ni los brazos, pero lanzó el pie derecho hacia adelante.
Bigman se dobló en dos en el aire, o trató de hacerlo, pero no lo consiguió totalmente. Uno de sus tobillos recibió el brutal puntapié de Urteil. Bigman lanzó un aullido de dolor. El rápido movimiento de Urteil le impulsó hacia adelante, y Bigman, con un rápido y desesperado empujón en la espalda del otro, aceleró dicho movimiento.
Esta vez Urteil, más acostumbrado a la gravedad, no cayó de bruces como antes y se recuperó con mayor rapidez, mientras Bigman, con el tobillo dolorido, se movía a su alrededor con alarmante torpeza.
Con un estridente grito Urteil cargó sobre él y Bigman, que se apoyaba en el pie sano, no fue bastante rápido. Recibió uno de los puñetazos en pleno hombro derecho. El otro le golpeó en el codo derecho. Ambos se desplomaron al mismo tiempo.
Un grito se escapó de las bocas de los espectadores y Cook, que estaba pálido, exclamó: «¡Detengan la pelea!» con una voz ronca que fue completamente desoída.
Urteil se puso en pie, sin soltar a Bigman, levantando al marciano como si fuera una pluma. Bigman, con el rostro contraído por el dolor, se retorció para poner un pie en el suelo.
Urteil susurró al oído de su pequeño compañero:
—Te creíste muy listo al convencerme para luchar en un ambiente de baja gravedad. ¿Sigues pensando lo mismo?
Bigman no perdió el tiempo en reflexionar. Tenía que apoyar, por lo menos, un pie en el suelo. O en la rótula de Urteil, pues su pie derecho se posó momentáneamente en la rodilla de Urteil y tuvo que conformarse con eso. Bigman apretó con todas sus fuerzas y se dio impulso hacia atrás.
Urteil se balanceó hacia adelante. Esto no representaba ningún peligro para Urteil, pero sus músculos en equilibrio se excedieron en la baja gravedad, y al enderezarse se tambaleó hacia atrás. Y al hacerlo, Bigman, que lo esperaba, cambió su peso y empujó con todas sus fuerzas hacia adelante.
Urteil se desplomó tan repentinamente que los espectadores no pudieron ver la causa de su caída. Bigman luchó por desasirse sin conseguirlo del todo.
Se puso de pie como un gato, con el brazo derecho aún apresado. Bigman descargó el brazo izquierdo sobre la muñeca de Urteil y dio un fuerte rodillazo en el codo del otro.
Urteil lanzó un gemido y aflojó la presión sobre el brazo de Bigman al verse obligado a cambiar de posición para evitar la fractura de su propio brazo.
Bigman aprovechó la oportunidad con la rapidez de un motor a reacción. Liberó completamente su mano sin soltar la muñeca de Urteil. Su mano derecha cavó sobre el brazo de Urteil por encima del codo. Con ella logró inmovilizar totalmente el brazo de Urteil.
Urteil estaba poniéndose trabajosamente en pie, y mientras lo hacía, el cuerpo de Bigman se encorvó y los músculos de su espalda se contrajeron con esfuerzo. Se levantó al mismo tiempo que Urteil luchaba por hacerlo.
Los músculos de Bigman, junto con la acción de levantarse de Urteil, alzaron ese enorme cuerpo del suelo en un lento movimiento, impresionante demostración de lo que podía hacerse en un campo de baja gravedad.
Con los músculos a punto de estallar, Bigman levantó aún más el torso de Urteil, y después lo soltó, mirando cómo describía un arco parabólico que parecía grotescamente lento según las normas de la Tierra.
Todos los espectadores fueron sorprendidos por el súbito cambio de gravedad. La plena gravedad de la Tierra se impuso con la fuerza y velocidad de un disparo de lanzarrayos, y Bigman cayó de rodillas con una dolorosa torcedura de su tobillo contusionado. Los que miraban también se desplomaron con un coro de confusas exclamaciones de dolor y asombro.
Bigman no pudo ver claramente lo que le sucedía a Urteil. El cambio de gravedad le sorprendió en el punto más alto de la parábola, haciéndole caer con brusca aceleración. Su cabeza chocó contra el montante de protección de uno de los generadores dándose un fuerte golpe.
Bigman, una vez hubo logrado ponerse en pie, trató de aclarar sus confusos pensamientos. Se tambaleó y vio a Urteil tendido en el suelo, y a Cook arrodillado a su lado.
—¿Qué ha pasado? —exclamó Bigman—. ¿Qué ha pasado con la gravedad?
Los demás repitieron la pregunta. Por lo que Bigman había podido observar, Cook era el único que parecía estar pensando.
Cook decía:
—No se preocupe de la gravedad. Se trata de Urteil.
—¿Está herido? —inquirió alguien.
—Ya no —dijo Cook, levantándose de su posición arrodillada—. Estoy casi seguro de que ha muerto.
Rodearon el cuerpo. Bigman dijo:
—Lo mejor es llamar al doctor Gardoma. —Apenas logró oír sus propias palabras. Se le acababa de ocurrir algo muy importante.
—Habrá problemas —dijo Cook—. Usted le ha matado Bigman.
—Ha sido el cambio de gravedad —replicó Bigman.
—Será difícil de explicar.
Bigman dijo:
—Afrontaré cualquier problema; no se preocupe.
Cook se humedeció los labios y apartó la mirada.
—Llamaré a Gardoma.
Gardoma llegó cinco minutos después; y la brevedad de su examen demostró que Cook estaba en lo cierto.
El médico se levantó, enjugándose las manos en un pañuelo. Dijo gravemente:
—Está muerto. Tiene el cráneo fracturado. ¿Cómo ha sucedido?
Se oyeron varias contestaciones a la vez, pero Cook las acalló con un gesto. Dijo:
—Una pelea entre Bigman y Urteil.
—¡Entre Bigman y Urteil! —explotó el doctor Gardoma—. ¿Quién ha dado su autorización para eso? Usted está loco, si espera que Bigman resista...
—Tranquilo —dijo Bigman—. Yo estoy de una sola pieza.
Cook se defendió diciendo:
—Es cierto, Gardoma, es Urteil el que ha muerto. Y fue Bigman el que insistió para que se celebrara el combate. Lo admite así, ¿verdad?
—Claro que lo admito —contestó Bigman—. También dije que debía tener lugar bajo gravedad mercuriana.
El doctor Gardoma abrió desmesuradamente los ojos.
—¿Gravedad mercuriana? ¿Aquí? —Se miró los pies como preguntándose si sus sentidos le estarían engañando y realmente fuera más ligero de lo que él se sentía.
—Ya no hay gravedad mercuriana —dijo Bigman—, porque el campo de seudo gravedad cambió a gravedad terrestre en un momento crucial. ¡Bam! ¡Exactamente así! Eso es lo que ha matado a Urteil, y no otra cosa.
—¿Por qué causa pasó la seudo gravedad a los niveles terrestres? —preguntó Gardoma. Hubo un silencio.
Cook dijo débilmente:
—Es posible que haya sido un corto...
—Tonterías —dijo Bigman—, la palanca está arriba. No ha podido subir sola.
Hubo un nuevo silenció, bastante incómodo esta vez.
Uno de los técnicos se aclaró la garganta y dijo:
—Quizá, en la excitación de la pelea, alguien estuviera por allí y la subiera con el hombro sin darse cuenta siquiera.
Los otros se apresuraron a asentir. Uno de ellos dijo: .
—¡Espacio! ¡Ha ocurrido y basta!
Cook dijo:
—Tendré que denunciar todo el incidente. Bigman...
—Bueno —dijo el pequeño marciano tranquilamente—, ¿estoy bajo arresto por homicidio impremeditado?
—No —dijo Cook con inseguridad—. No voy a arrestarle, pero tendré que dar parte de lo ocurrido, y es posible que acaben por arrestarle.
—Uh, uh. Bueno, gracias por la advertencia. —Por primera vez, desde que regresara de las minas, Bigman se encontró pensando en Lucky.
«Esto -pensó- sí que es un gran problema para Lucky, cuando vuelva»
Y, sin embargo, el pequeño marciano estaba extrañamente agitado, pues no dudaba que podría salirse del problema... y enseñar a Lucky dos o tres cosas a lo largo del proceso.
Una nueva voz exclamó: —¡Bigman!