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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

El Gran Sol de Mercurio (6 page)

»Los planetas de Sirio están escasamente poblados y extremadamente descentralizados. Viven en unidades aisladas de familias individuales, cada una de ellas con su propia fuente de energía y servicios. Cada una tiene su grupo de esclavos mecánicos -no hay otra palabra posible-, esclavos en forma de robots positrónicos, que hacen el trabajo. Los humanos de Sirio se mantienen como una aristocracia luchadora. Cada uno de ellos tiene un crucero espacial. No descansarán hasta que destruyan la Tierra.

Bigman se removió agitadamente en su asiento.

—Arenas de Marte, que lo intenten. Que lo intenten, es todo lo que tengo que decir.

—Lo harán cuando estén preparados —dijo el doctor Peverale— y, a menos que salgamos al paso del peligro, nos vencerán. ¿Qué tenemos para oponerles? Una población de miles de millones, es cierto, pero ¿cuántos de ellos pueden salir al espacio? Nosotros somos seis mil millones de conejos y ellos, un millón de lobos. La Tierra está indefensa y cada año lo está más. Nos alimentamos con grano de Marte y levadura de Venus. Obtenemos nuestros minerales de los asteroides, y los extraíamos también de Mercurio, cuando las minas trabajaban.

»Pues bien, Starr, si el Proyecto Luz tiene éxito, la Tierra dependerá de las estaciones espaciales por la forma en que reciba cada rayo de sol. ¿No comprende que esto nos haría muy vulnerables? Una incursión por parte de los sirianos, atacando los puestos de avanzada del sistema, podría causar el pánico y la muerte por inanición en la Tierra sin necesidad de luchar directamente con nosotros.

»¿Y podemos desquitarnos de algún modo? No importa cuántos de ellos matemos, los restantes sirianos siempre son autónomos y autosuficientes. Cualquiera de ellos podría continuar la guerra.

El anciano estaba casi sin aliento. Era imposible dudar de su sinceridad. Parecía que estuviera librándose de algo que llevase cavado en su interior.

La mirada de Lucky se desvió nuevamente hacia el segundo del doctor Peverale, Hanley Cook. El hombre tenía la frente apoyada en los prominentes nudillos de una de sus grandes manos. Su rostro estaba congestionado, pero a Lucky no le pareció que se debiera a la ira o a la indignación. Más bien parecía desconcierto.

Scott Mindes preguntó escépticamente. —¿Qué interés podrían tener, doctor Peverale? Si están tan bien en Sirio, ¿por qué iban a venir a la Tierra? ¿Qué obtendrían de nosotros? Aun suponiendo que conquistaran la Tierra, sólo lograrían tener que mantenernos...

—¡Tonterías! —exclamó el astrónomo—. ¿Por qué iban a hacerlo? Querrían las riquezas de la Tierra, no la población de la Tierra. Métase esto en la cabeza. Nos dejarían morir de hambre. Sería parte de su política.

—Oh, vamos —dijo Gardoma—. Esto es increíble.

—De la crueldad todo puede esperarse —dijo el doctor Peverale—, igual que de la política. Nos desprecian. Nos consideran como animales. Los sirianos son tremendamente racistas. Desde que los terrícolas colonizaron Sirio, han estado apareándose cuidadosamente hasta estar libres de enfermedades y diversas características que consideran indeseables.

»Tienen un aspecto uniforme, mientras que los terrícolas son de todas las formas, tamaños, colores, y variedades. Los sirianos nos consideran inferiores. Esta es la razón de que no nos permitan emigrar a Sirio. No me dejaron asistir a la convención hasta que el gobierno puso en juego todas sus influencias. Los astrónomos de los otros sistemas fueron todos bien recibidos excepto los procedentes de la Tierra.

»Y, de todos modos, la vida humana, cualquier clase de vida humana, no significa demasiado para ellos. Su civilización está centrada en las máquinas. Para ellos tiene más importancia un robot siriano que un hombre siriano. Consideran que un robot vale tanto como cien hombres de la Tierra. Miman a esos robots. Los quieren. Nada es demasiado bueno para ellos.

Lucky murmuró:

—Los robots son caros. Hay que tratarlos con mucho cuidado.

—Quizá sí —dijo el doctor Peverale—, pero los hombres que se acostumbran a preocuparse por las necesidades de unas máquinas, se vuelven insensibles respecto a las necesidades de los hombres.

Lucky Starr se inclinó hacia delante, con los codos en la mesa, una mirada de gravedad en sus ojos oscuros y las suaves líneas verticales de su rostro apuesto y juvenil contraídas en una expresión de seriedad. Dijo:

—Doctor Peverale, si los sirianos son racistas y se están apareando para alcanzar una uniformidad, acabarán por destruirse a sí mismos. Es la variedad de la raza humana lo que conlleva el progreso. Es la Tierra y no Sirio lo que constituye la vanguardia de la investigación científica. Los terrícolas se asentaron en Sirio en primer lugar, y somos nosotros, no nuestros primos sirianos, los que avanzamos todos los años en nuevas direcciones. Incluso los robots positrónicos que usted ha mencionado fueron inventados y desarrollados en la Tierra por terrícolas.

—Sí —repuso el astrónomo—, pero los terrícolas no hacen uso del robot. Trastornaría nuestra economía, y colocamos la comodidad y la seguridad de hoy por encima de la seguridad de mañana. Empleamos nuestros adelantos científicos para hacernos más débiles. Sirio emplea los suyos para hacerse más fuerte. Esta es la diferencia y éste es el peligro.

El doctor Peverale se retrepó en la silla, con aspecto sombrío. El carrito mecánico quitó la mesa.

Lucky lo señaló.

—Si usted quiere, eso es una especie de robot —dijo.

El carrito mecánico siguió haciendo lentamente su tarea. Era una cosa de superficie plana que se movía suavemente sobre un campo diamagnético, de modo que su base ligeramente curvada nunca tocaba el suelo. Sus flexibles tentáculos sacaban los platos con cuidadosa delicadeza, colocando algunos en su superficie superior, y otros dentro de un armario que había en uno de sus costados.

—Esto es un simple autómata —replicó el doctor Peverale—. No tiene un cerebro positrónico. No puede adaptarse a ningún cambio en su labor.

—Bueno —repuso Lucky—, ¿está usted diciendo que los sirianos se proponen sabotear el Proyecto Luz?

—Sí. Exactamente.

—¿Por qué iban a hacerlo?

El doctor Peverale se encogió de hombros. —Quizá esto forme parte de un plan más amplio. No sé qué problemas hay en otros lugares del sistema solar. Estos pueden ser los primeros experimentos que conduzcan a la invasión y conquista definitivas. El Proyecto Luz en sí mismo no significa nada, el peligro siriano lo es todo. Ojalá pudiera convencer de ello al Consejo de la Ciencia, al gobierno, y a la gente.

Hanley Cook tosió, y después habló por vez primera.

—Los sirianos son humanos igual que todos nosotros. Si están en el planeta, ¿dónde se encuentran?

El doctor Peverale repuso fríamente: —Esto debe averiguarlo una expedición exploradora. Una expedición bien preparada y bien equipada.

—Espere un momento —dijo Mindes, con los ojos brillantes de emoción—. Yo he estado en el lado expuesto al Sol, y juraría que...

—Una expedición bien preparada y bien equipada —repitió firmemente el anciano astrónomo—. Su vuelo individual no significa nada, Mindes.

El ingeniero tartamudeó unos instantes y se encerró en un turbado silencio.

Lucky dijo súbitamente:

—Parece muy afectado por todo lo que aquí se ha dicho, Urteil. ¿Cuál es su opinión acerca de la teoría del doctor Peverale?

El investigador alzó los ojos y los clavó en Lucky durante un largo minuto con odio olvidado, desafío. Era evidente que no había olvidado, ni olvidaría, el enfrentamiento ocurrido poco antes en la mesa.

Dijo:

—Me reservo mi opinión. Pero quiero decirles una cosa, no voy a dejarme engañar por nada de lo que suceda aquí esta noche.

Cerró de golpe la boca y Lucky, tras aguardar unos momentos para dar lugar a otros comentarios, se volvió a Peverale y dijo:

—Me pregunto si realmente necesitamos una expedición completa, señor. Si suponemos que los sirianos están en Mercurio, ¿no podemos deducir dónde se hallan?

—Adelante, Lucky —exclamó Bigman inmediatamente, Muéstrales cómo.

El doctor Peverale inquirió: —¿Cómo piensa hacerlo?

—Bueno, ¿qué sería lo mejor para los sirianos? Si han estado saboteando el Proyecto Luz a intervalos frecuentes desde hace meses, lo más conveniente para ellos sería tener una base cerca del proyecto. Pero, al mismo tiempo la base no debería ser fácilmente detectable. Sea como fuere, deben haber tenido éxito en el segundo requerimiento. Ahora bien, ¿dónde podría estar esta base cercana, pero secreta?

»Dividamos a Mercurio en dos partes, parte iluminada y parte oscura. Yo creo que estarían locos si establecieran una base en la parte iluminada. Demasiado calor, demasiada radiación, demasiado inhóspita.

Cook gruñó:

—No más inhóspita que la parte oscura.

—No, no —se apresuró a contestar Lucky—, en esto se equivoca. La parte expuesta al Sol presenta un medio ambiente muy insólito. Los humanos no están acostumbrados a él en absoluto. El lado oscuro constituye algo muy conocido. No es más que un terreno expuesto al espacio, y las condiciones del espacio son muy conocidas. El lado oscuro es frío, pero no más frío que el espacio. Es oscuro y carece de brisa, pero no es más oscuro que cualquier porción del espacio que no reciba directamente la luz del Sol e indudablemente no más falto de aire. Los hombres han aprendido a vivir cómodamente en el espacio, y pueden vivir en el lado oscuro.

—Continúe —dijo el doctor Peverale, cuyos cansados ojos brillaban de interés—. Continúe, señor Starr.

—Pero establecer una base que sirva durante un período de varios meses no es algo fácil. Han de tener una o más naves para regresar algún día a Sirio. O, en el caso de que deba recogerlos alguna nave del exterior, han de tener amplias reservas de comida y agua, así como una fuente de energía. Todo esto requiere espacio y, sin embargo, tienen que asegurarse de que no serán descubiertos. Sólo existe un lugar donde puedan estar.

—¿Dónde, Lucky? —preguntó Bigman, a punto de empezar a saltar de impaciencia. Él, por lo menos, no abrigaba ninguna duda respecto a la veracidad de lo que Lucky dijera—. ¿Dónde?

—Bueno —repuso Lucky—, cuando acababa de llegar, el doctor Mindes eme habló de unas minas que no se explotaban. Hace sólo unos momentos, el doctor Peverale se ha referido a unas minas que en otro tiempo estuvieron en funcionamiento. De todo lo cual deduzco que debe de haber algunos pozos mineros y corredores vacíos en el planeta, y han de estar aquí o en el Polo Sur, ya que las regiones polares son los únicos sitios donde las temperaturas extremas no son demasiado grandes. ¿Me equivoco?

Cook titubeó.

—Sí, es cierto que hay minas. Antes de que se estableciera el Observatorio, este lugar era el centro minero.

—Así que estamos aposentados en la parte superior de un gran agujero vacío de Mercurio. Si los sirianos ocultan una gran base, ¿en qué otro sitio iba a estar? Allí está la dirección del peligro.

Un murmullo de comentarios se elevó alrededor de la mesa, pero fue cortado bruscamente por los tonos guturales de Urteil.

—Todo esto está muy bien —dijo—, pero ¿adónde nos lleva? ¿Qué piensa hacer al respecto?

—Bigman y yo —dijo Lucky— tenemos la intención de entrar en las minas tan pronto como nos hayamos preparado. Si allí hay algo, lo encontraremos.

6. PREPARATIVOS

El doctor Gardoma dijo vivamente: —¿Pretenden ir solos?

—¿Por qué no? —intervino Urteil—. Las heroicidades son baratas. Claro que irán solos. Allí no hay nada ni nadie, y ellos lo saben.

—¿Le gustaría acompañarnos? —preguntó Bigman—. Si deja su lengua larga quizá entre dentro de un traje.

—Usted no llenaría uno ni siquiera con la suya —replicó Urteil.

El doctor Gardoma volvió a decir: —No hay necesidad de ir solos si...

—Una investigación preliminar —dijo Lucky— no estará de más. De hecho, Urteil puede tener razón. Es posible que allí no haya nadie. En el peor de los casos, nos mantendremos en contacto con el Centro, y espero que podamos arreglárnoslas con cualquier siriano que nos encontremos. Bigman y yo estamos acostumbrados a las dificultades.

—Aparte de lo cual —añadió Bigman, contrayendo su rostro gnómico en una sonrisa—, a Lucky y a mí nos gustan las dificultades.

Lucky sonrió y se puso en pie. —Si quieren disculparnos...

Urteil se levantó de un salto, dio media vuelta, y se alejó rápidamente. Lucky le siguió con mirada pensativa.

Lucky detuvo a Hanley Cook cuando éste pasaba junto a él. Le tocó ligeramente el codo. Cook alzó la vista, mostrando su expresión inquieta.

—Sí. ¿Qué desea, señor?

Lucky dijo serenamente:

—¿Puede venir a nuestra habitación, lo antes posible?

—Estaré allí dentro de quince minutos. ¿Le va bien?

—Estupendamente.

Cook no se retrasó demasiado. Entró silenciosamente en la habitación, con la misma cara de preocupación que parecía serle característica. Era un hombre aborde de los cincuenta, con un rostro angular y escaso cabello castaño que empezaba a poblarse de hebras plateadas. Lucky dijo:

—Me he olvidado de decirle dónde estaba nuestra habitación. Lo siento.

Cook pareció sorprendido.

—Ya sabía dónde estaban alojados.

—¡Ah, bueno! Gracias por acceder a nuestra petición.

—Oh. —Cook hizo una pausa. Después, dijo apresuradamente—: Encantado, encantado.

Lucky dijo:

—Se trata de los trajes aislantes que hay en esta habitación; los que se utilizan en el lado iluminado.

—¿Los trajes aislantes? No habremos olvidado la película de instrucciones, ¿verdad?

—No, no. Ya la he proyectado. Es algo muy distinto.

Cook preguntó: —¿Algo malo?

—¿Algo malo? —exclamó Bigman—. Mírelo usted mismo. —Alzó los brazos a fin de mostrar los cortes.

El rostro de Cook permaneció inexpresivo, después se ruborizó lentamente y acabó por adquirir una expresión de horror.

—No comprendo..., es imposible... ¡Aquí en el Centro!.

Lucky dijo:

—Lo que ahora importa es reemplazarlo.

—Pero ¿quién puede haber hecho tal cosa? Tenemos que averiguarlo.

—No vale la pena molestar al doctor Peverale.

Y Cook se apresuró a decir como si no hubiera pensado en ello con anterioridad: —No, no.

—Ya averiguaremos los detalles en el momento oportuno. Mientras tanto querría que lo reemplazaran.

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