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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

El Gran Sol de Mercurio (4 page)

—Es usted muy amable. Quizá también tenga la oportunidad de inspeccionar el Observatorio.

Peverale pareció encantado.

—Estaré a su disposición, y estoy seguro de que no lamentará hacer tal inspección. Nuestros aparatos principales están montados sobre una plataforma movible diseñada para ponerse en movimiento con el avance o retroceso del terminator. De esta manera, una porción particular del Sol está siempre enfocada a pesar de los movimientos de Mercurio.

—¡Magnífico! Pero ahora, doctor Peverale, voy a hacerle una pregunta. ¿Qué opina del doctor Mindes? Le agradecería que me diera una respuesta sincera, sin consideraciones por cosas tales como la diplomacia.

Peverale frunció el ceño.

—¿Acaso es usted también un ingeniero subtemporal?

—No exactamente —repuso Lucky—, pero estábamos hablando del doctor Mindes.

—Eso es. Bueno... —y el astrónomo pareció pensativo—, es un joven agradable, muy competente creo, pero nervioso, muy nervioso. Se ofende con facilidad, con demasiada facilidad. Es algo que he ido observando a medida que pasaba el tiempo y las cosas no salían tal como él deseaba, pues no me parece capaz de llevar el proyecto adelante. Una lástima, pues como le digo, es un joven agradable, si no fuera por eso. Naturalmente, yo soy su superior mientras está en el Observatorio, pero no interfiero su trabajo. Su proyecto no tiene conexión con las investigaciones del Observatorio.

—¿Y su opinión sobre Jonathan Urteil?

El anciano astrónomo se detuvo en seco.

—¿Qué pasa con él?

—¿Cuál es su comportamiento aquí?

—No estoy interesado en hablar de ese hombre —dijo Peverale.

Siguieron andando unos momentos en silencio.

Lucky preguntó:

—¿Hay algún otro extraño en el Centro? Están usted y sus hombres, Mindes y los suyos, y Urteil. ¿Alguien más?

—El doctor, naturalmente. El doctor Gardoma.

—¿No le considera uno de sus propios hombres?

—Bueno, él es médico, no astrónomo. Hace el único servicio que el Centro debe tener y para el que no puede utilizar sus instrumentos. Cuida de nuestra salud. Es nuevo aquí.

—¿Cómo nuevo?

—Reemplazó a nuestro antiguo médico después del turno anual de éste. En realidad, el doctor Gardoma llegó en la misma nave que trajo al grupo de Mindes.

—¿Un turno anual? ¿Es así como funcionan los médicos aquí?

—Y la mayoría de los hombres. Eso hace difícil mantener una continuidad, es difícil adiestrar a un hombre y tener que dejarlo partir; pero claro, Mercurio no es el lugar idóneo para establecerse, y nuestros hombres deben ser reemplazados con frecuencia.

—Entonces, ¿cuántos hombres han pasado por aquí en los últimos seis meses?

—Quizá veinte. Tenemos las cifras exactas en los archivos, pero son alrededor de veinte.

—Sin embargo, usted debe hacer mucho tiempo que está aquí.

El astrónomo se echó a reír.

—Muchos años. Prefiero no acordarme de cuántos. Y el doctor Cook, mi subdirector, lleva seis años aquí. Claro que hacemos vacaciones frecuentemente... Bueno, aquí están sus habitaciones, caballeros. Si desean alguna cosa, no tienen más que decírmelo.

Bigman miró en torno a él. La habitación era pequeña, pero tenía dos camas que podían meterse en un receptáculo de la pared cuando no se usaban; dos sillas con las cuales podía hacerse lo mismo; un mueble de una sola pieza que servía de silla y mesa; un pequeño armario empotrado; y un lavabo contiguo.

—Bueno —comentó—, de todos modos, está mucho mejor que la nave, ¿eh?

—No está mal —repuso Lucky—. Probablemente ésta es una de sus mejores habitaciones.

—¿Por qué no? —dijo Bigman—. Me imagino que sabe quién eres.

—Yo creo que no, Bigman —contestó Lucky—. Pensó que era un ingeniero subtemporal. Todo lo que sabe es que el Consejo me ha enviado.

—Todos los demás saben quién eres —dijo Bigman.

—No todos. Mindes, Gardoma, y Urteil... Mira, Bigman, ¿por qué no entras en el lavabo? Pediré algo de comida y haré que nos traigan la caja de herramientas del Shooting Starr.

—Me parece muy bien —repuso alegremente Bigman.

Bigman se duchó sin dejar de cantar atronadoramente. Como era habitual en un mundo sin agua, el agua del baño estaba estrictamente racionada, con severos letreros en la pared acerca de la cantidad que se podía usar. Pero Bigman había nacido y crecido en Marte. Tenía un gran respeto por el agua y para él hubiera sido tan absurdo malgastarla como bañarse en caldo. De modo que empleó abundante detergente, poca agua, y cantó atronadoramente.

Se colocó frente al secador de aire caliente que le causó un hormigueo en la piel con sus chorros de aire completamente seco y se friccionó el cuerpo con las manos para intensificar el efecto.

—Oye, Lucky —gritó—, ¿está ya la comida en la mesa? Tengo hambre.

Oyó la voz de Lucky hablando en voz baja, pero no pudo descifrar las palabras.

—Oye, Lucky —repitió, saliendo del lavabo. Encima de la mesa había dos humeantes platos de ternera asada y patatas. (Un olor ligeramente acre indicaba que, por lo menos, la carne era realmente una imitación fermentada de los jardines submarinos de Venus.) Sin embargo, Lucky no estaba comiendo, sino que, sentado en la cama, hablaba por el interfono de la habitación.

El rostro del doctor Peverale le contemplaba desde la pantalla receptora.

Lucky dijo:

—Bueno, pues, ¿era del dominio público que ésta iba a ser nuestra habitación?

—No del dominio público, pero di la orden de que prepararan su habitación por una red abierta de circuitos. Que yo sepa, no había ninguna razón para mantenerlo en secreto. Supongo que cualquiera pudo haberlo oído. Además, su habitación es una de las pocas que están reservadas para huéspedes distinguidos.

—Comprendo. Gracias, señor.

—¿Ocurre algo malo?

—Nada en absoluto —dijo Lucky, sonriendo, y cerró la conexión. Su sonrisa desapareció y su expresión se hizo pensativa.

—Nada malo, ¡qué barbaridad! —explotó Bigman—. ¿Qué pasa, Lucky? No me digas que no ocurre nada malo.

—No te lo diré porque no sería verdad. He estado inspeccionando el equipo. Hay trajes aislantes especiales para usar en el lado iluminado, me imagino.

Bigman descolgó uno de los trajes que estaban en un pequeño receptáculo enclavado en la pared. Era asombrosamente ligero para su tamaño, y eso no podía atribuirse a la gravedad de Mercurio, puesto que la gravedad del Centro se mantenía igual a la de la Tierra.

Meneó la cabeza. Como de costumbre, si tenía que utilizar un traje de serie, que no hubiera sido hecho a su medida, debería acortarlo al mínimo e incluso así no se encontraría cómodo dentro de él. Suspiró con resignación. Eran los inconvenientes de no ser exactamente alto. Siempre lo miraba desde este punto de vista: «no exactamente alto» No pensaba que medir un metro cincuenta y siete fuera ser «bajo»

Dijo:

—Arenas de Marte, nos lo tenían todo preparado y esperando nuestra llegada. Cama. Baño. Comida. Trajes.

—Y también algo más —dijo gravemente Lucky—. La muerte está esperando en esta habitación. Mira esto.

Lucky levantó un brazo del traje más grande. La articulación del hombro se movía fácilmente, pero en el lugar donde se unía con el tronco había un diminuto y casi imperceptible agujero. Hubiera pasado completamente desapercibido si los dedos de Lucky no lo hubieran desgarrado.

¡Era un roto! ¡Evidentemente, hecho a propósito! Podía verse el tejido aislante.

Dijo Lucky:

—En la superficie interna hay un corte similar. Este traje habría durado el tiempo suficiente para dejarme llegar al lado iluminado, y después me hubiera matado limpiamente.

4. EN TORNO A LA MESA DE BANQUETES

—¡Urteil! —gritó inmediatamente Bigman con una ferocidad que puso rígidos todos los músculos de su pequeño cuerpo—. Esa alimaña...

—¿Por qué Urteil? —preguntó Lucky con calma.

—Nos advirtió que miremos nuestros trajes, Lucky. ¿No te acuerdas?

—Claro que sí. Y es exactamente lo que he hecho.

—Naturalmente. Él preparó la jugada. Encontramos un traje roto y creemos que es un gran tipo. Así, la próxima vez nos desharemos en amabilidades para agradecérselo. No caigas en la trampa, Lucky. Es un...

—¡Espera, Bigman, espera! No vayas tan deprisa. Considéralo de esta forma. Urteil dijo que Mindes también había intentado matarle. Supongamos que le creemos. Supongamos que Mindes intentara sabotear el traje y que Urteil se diera cuenta a tiempo. Urteil nos advertiría que tuviéramos cuidado con el mismo truco. Quizá el culpable sea Mindes.

—Arenas de Marte, Lucky, no puede ser. Ese tipo, Mindes, está atiborrado de píldoras somníferas, y antes de estarlo no le perdimos de vista ni un minuto desde que pusimos los pies en esta repugnante roca.

—De acuerdo. ¿Cómo sabemos que está dormido y bajo medicación? —preguntó Lucky.

—Gardoma dice... —empezó Bigman, y se calló.

—Exactamente. ¡Gardoma dice! Sin embargo, no hemos visto a Mindes. Sólo sabemos lo que nos dijo el doctor Gardoma, y el doctor Gardoma es muy amigo de Mindes.

—Están los dos metidos en esto —dijo Bigman, con instantánea convicción—. Cometas saltadores...

—Espera, espera, no saltes tú también. Gran Galaxia, Bigman, estoy tratando de poner en orden mis pensamientos, y tú no dejas de interrumpirme. —Su tono era todo lo desaprobador que podía ser con respecto a su pequeño amigo. Prosiguió—: Te has quejado una docena de veces de que no te explico todo lo que me pasa por la imaginación hasta que las cosas están solucionadas. Es por eso, bobalicón. En cuanto expongo una teoría, tú vas a la carga, con todas tus armas amartilladas y dispuestas.

—Lo siento, Lucky —dijo Bigman—. Continúa.

—Muy bien. Resulta fácil sospechar de Urteil. No gusta a nadie. Ni siquiera al doctor Peverale. Ya viste cómo reaccionó al mencionar su nombre. Sólo le hemos encontrado una vez y tú ya le tienes antipatía...

—Digamos que sí —murmuró Bigman.

—... mientras que a mí tampoco me resulta precisamente simpático. Cualquiera pudo romper este traje y esperar que las sospechas recayeran en Urteil si es que la cosa llegaba a descubrirse, y se hubiera descubierto después de matar a alguien, si no antes.

—Te sigo, Lucky.

—Por otra parte —continuó Lucky en tono conciliador—, Mindes ya ha tratado de librarse de mí con una pistola. Si la tentativa fue seria, no parece un tipo capaz de hacer algo tan indirecto como rasgar un traje. En cuanto al doctor Gardoma, no creo que llegue a matar a un consejero sólo por amistad hacia Mindes.

—Así pues, ¿qué decides? —exclamó Bigman con impaciencia.

—Por ahora nada —dijo Lucky—, a excepción de que hemos de dormir un poco.

Abrió la cama y fue al lavabo.

Bigman le siguió con la mirada y se encogió de hombros.

Scott Mindes estaba sentado en la cama cuando Lucky y Bigman entraron en su cuarto a la mañana siguiente. Parecía cansado y estaba pálido.

—Hola —dijo—. Karl Gardoma me contó lo ocurrido. No saben cuánto lo lamento.

Lucky dejó pasar el tema con un encogimiento de hombros.

—¿Cómo se encuentra?

—Estrujado, pero bien, si es que sabe a lo que me refiero. Asistiré a la cena de gala que el viejo Peverale ofrece esta noche.

—¿Cree que es razonable?

—No dejaré que Urteil lleve la voz cantante —dijo Mindes, con la cara momentáneamente arrebolada, por el odio— y diga a todo el mundo que estoy loco. O bien al doctor Peverale, que para el caso es lo mismo.

—¿El doctor Peverale duda de su cordura? —preguntó Lucky en voz baja.

—Bueno. Mire, Starr, he estado explorando el lado expuesto al Sol en una pequeña motocicleta a propulsión desde que los accidentes se agravaron. Tenía que hacerlo. Es mi proyecto. Por dos veces he... he visto algo.

Mindes hizo una pausa y Lucky le apremió.

—¿Qué ha visto, doctor Mindes?

—Ojalá pudiera decírselo con exactitud. Las dos veces, lo he visto desde cierta distancia. Algo que se movía. Algo que tenia apariencia humana. Algo enfundado en un traje espacial. No uno de nuestros trajes aislantes, ya sabe cuáles. Se parecía más a un traje espacial ordinario. De metal ordinario, ¿comprende?

—¿Intentó acercarse a él?

—Sí, y lo perdí. Las fotografías tampoco muestran nada. Sólo manchas de luz y sombras que tanto pueden ser algo como nada. Pero era algo, estoy seguro. Algo que se movía bajo el Sol como si no le afectara ni el calor ni la radiación. Incluso permaneció inmóvil bajo el Sol durante unos minutos una de las veces. Esto fue lo que me llamó la atención.

—¿Verdad que es raro? ¿Que permaneciera inmóvil, quiero decir?

Mindes soltó una carcajada.

—¿En la cara de Mercurio expuesta al Sol? Claro que lo es. Nadie permanece inmóvil. Con traje aislante y todo, haces tu trabajo con la mayor rapidez posible y cuanto antes te largues, mejor. Tan cerca del terminator el calor no es lo peor. Sin embargo, está la radiación. Lo mejor es exponerte a ella lo menos posible. Los trajes aislantes no te protegen completamente de los rayos gamma. Si tienes que estar quieto, te pones a la sombra de una roca.

—¿Cómo se explica todo esto?

La voz de Mindes se convirtió en un avergonzado susurro.

—No creo que sea un hombre.

—No irá a decirnos que es un fantasma de dos piernas, ¿verdad? —dijo súbitamente Bigman, antes de que Lucky pudiera imponerle silencio.

Pero Mindes se limitó a menear la cabeza. —¿Dije esta frase en la superficie? Me parece recordarlo... No, creo que es un mercuriano.

—¿Qué? —exclamó Bigman, como si considerara esta posibilidad mucho peor que cualquier otra.

—¿De qué otra forma podría soportar la radiación solar y el calor?

—Entonces, ¿por qué iba a necesitar, un traje espacial? —preguntó Lucky.

—Pues, no lo sé. —Los ojos de Mindes llamearon, y un salvaje desvarío se adueñó de su mirada—. Pero es algo. Cuando regresé al Centro, pude localizar a todos los hombres y todos los trajes ambas veces. El doctor Peverale no autorizará una expedición para buscarlo. Dice que no estamos equipados para hacerlo.

—¿Le ha dicho a él lo mismo que a mí?

—Cree que estoy loco, estoy seguro. Cree que veo reflejos y que los convierto en hombres con la imaginación. ¡Pero no es así, Starr!

Lucky dijo:

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