—¿Crees que es mentira?
Briar miró fijamente a su hijo, tratando de decidir a quién se parecía cuando ponía esa cara inocente, cuidadosamente inexpresiva. Desde luego, no se parecía a su padre, aunque sí había heredado su mata de pelo. No lo tenía tan oscuro como el de su madre, ni tan claro como el de su padre, y no había manera de peinarlo ni engrasarlo de manera que se estuviera quieto. Era exactamente el tipo de pelo que, de tenerlo un bebé, las señoras lo despeinarían con agrado mientras hacían galletas. Sin embargo, cuanto más crecía Zeke, más ridículo parecía.
—¿Madre? —Zeke lo intentó de nuevo—. ¿Crees que ese hombre mentía?
Ella negó con la cabeza rápidamente, no a modo de respuesta sino para aclarar sus ideas.
—No lo sé… puede que sí, puede que no.
—¿Estás bien?
—Sí —dijo ella—. Solo… te estaba mirando, eso es todo. Últimamente apenas te veo. Deberíamos, no sé… deberíamos hacer cosas juntos, de vez en cuando.
Zeke frunció el ceño.
—¿Cómo qué?
Briar no pasó por alto la reacción de su hijo. Casi se arrepintió de haberlo sugerido.
—Nada en concreto. Quizá no sea buena idea. Puede que… bueno… —Se giró y fue de nuevo a la cocina, para poder hablar con él sin tener que ver sus reacciones mientras le confesaba la verdad—. Probablemente sea lo más cómodo para ti, que haya cierta distancia. Supongo que no habrá sido fácil para ti ser mi hijo. A veces pienso que lo mejor sería dejarte fingir que no existo.
Siguió un silencio, hasta que Zeke dijo:
—No es tan malo ser tu hijo. No me avergüenzo de ti ni de nada, ¿sabes? —Sin embargo, no se acercó a la cocina para decírselo a la cara.
—Gracias —dijo Briar, mientras removía con una cuchara de madera el guiso.
—Es cierto, no me avergüenzo. Y tampoco me avergüenzo de ser nieto de Maynard. En ciertos círculos no está tan mal visto —añadió Zeke, y Briar se fijó en que dejó de hablar algo bruscamente, como si temiera haber dicho demasiado.
Pero ella ya sabía todo eso.
—Ojalá tuvieras otras compañías —dijo Briar, aunque sabía perfectamente, por mucho que no quisiera saberlo, que un hijo suyo no podría encontrar amigos de otra manera. ¿Quién iba a querer tener algo que ver con él, salvo los que consideraban a Maynard Wilkes un héroe del pueblo, y no un granuja con suerte que murió antes de ser llevado a juicio?
—Madre…
—No, escúchame. —Abandonó el cazo y se apoyó de nuevo en el muro del salón, junto a la hoguera—. Si esperas poder llevar una vida normal en el futuro, vas a tener que evitar los problemas, y eso significa mantenerte lejos de esos lugares, lejos de esa gente.
—¿Una vida normal? ¿Y cómo crees que va a ocurrir eso? Podría pasarme toda la vida siendo pobre pero honesto, si eso es lo que quieres, pero…
—Sé que eres joven y no me crees, pero tienes que confiar en mí: es mejor que la alternativa. Mejor ser pobre pero honesto, si eso te proporciona un techo y te mantiene lejos de la cárcel. No hay nada tan estupendo que compense… —No tenía claro cómo seguir, pero creía haber dejado claro lo que opinaba, de modo que dejó de hablar. Se dio media vuelta y volvió a la cocina.
Ezekiel la siguió. Se quedó en el extremo opuesto de la cocina, bloqueando la salida y obligándola a mirarlo directamente.
—¿Que compense qué? ¿Qué puedo perder, madre? ¿Todo esto? —Con un gesto abarcó toda la cocina, y la gris casa que habitaban—. ¿Los amigos, el dinero?
Briar golpeó con la cuchara el borde del cazo y cogió un cuenco para servirse un plato de guiso medio cocinado, y poder de ese modo dejar de mirar al hijo que era carne de su carne. No se parecía a ella en absoluto, pero cada día que pasaba se parecía más a dos hombres. Dependiendo de la luz y dependiendo de su estado de ánimo, se parecía al padre o al marido de Briar.
Briar se sirvió un poco de guiso y trató de no derramarlo cuando pasó junto a él.
—¿Preferirías escapar? Lo entiendo. No hay nada que te retenga aquí, y quizá cuando seas un hombre te marcharás —dijo Briar, dejando reposar el cuenco de piedra en la mesa y sentándose ante él—. Sé que cuando me miras no crees que valga la pena ser honesto y trabajar duro, y también sé que crees que te han arrebatado la posibilidad de una vida mejor, y no te culpo por ello. Pero aquí estamos, y esto es lo que tenemos. Es lo que nos ha tocado, nuestras circunstancias.
—¿Circunstancias?
Briar tragó una cucharada de guiso y trató de no mirar a su hijo.
—De acuerdo —dijo—, las circunstancias y yo. Puedes culparme si quieres, igual que yo puedo culpar a tu padre, o a mi padre, si me apetece. Eso no tiene importancia. No cambia las cosas. Tu futuro estaba arruinado antes de que nacieras, y no queda nadie vivo a quien puedas culpar más que a mí.
Con el rabillo del ojo, vio a Ezekiel cerrar y abrir los puños. Aguardó. En cualquier momento perdería el control, y entonces el fantasma de su padre ocuparía su cuerpo, y ella tendría que cerrar los ojos para apartarlo de sí.
Pero no llegó a ocurrir, y la locura no lo invadió. En lugar de eso, dijo, con voz impasible, un calco del gesto inexpresivo con el que la había mirado antes:
—Pero eso es lo más injusto de todo: tú no hiciste nada.
Esas palabras la sorprendieron.
—¿Eso es lo que crees?
—Es lo que he podido sacar en claro.
Briar resopló amargamente.
—Así que ya lo has averiguado todo, ¿no?
—Apuesto a que más de lo que crees. Y deberías haberle dicho a ese escritor lo que Maynard hizo, porque si lo supiera más gente, y lo comprendiera, quizá entonces la gente respetable sabría que no fue un criminal, y no tendrías que vivir como si fueras una leprosa.
Briar tomó un par de cucharadas más de guiso y aprovechó el respiro para pensar qué iba a decir a continuación. Era evidente que Zeke había hablado con Hale, pero prefirió no sacar ese tema.
—No le conté al biógrafo nada sobre Maynard porque ya sabía muchas cosas, y ya tenía una opinión formada. Si te hace sentir mejor, está de acuerdo contigo. Él también cree que Maynard fue un héroe.
Zeke alzó las manos y dijo:
—¿Lo ves? No soy el único. Y en cuanto a mis compañías, puede que mis amigos no sean aristócratas, pero saben reconocer a los buenos cuando los ven.
—Tus amigos son delincuentes —dijo Briar.
—No puedes saberlo. Ni siquiera los conoces, nunca has conocido a ninguno, salvo a Rector, y es un buen amigo, incluso tú lo dijiste. Y deberías saber una cosa: el nombre de Maynard es como un saludo secreto. Lo pronuncian como cuando se escupe uno en la mano para jurar por algo. Es como jurar por la Biblia, salvo que todo el mundo sabe que Maynard sí que hizo algo.
—No hables así —lo interrumpió Briar—. Te estás buscando problemas, intentando reescribir la historia, intentando cambiar de sitio todas las piezas para que signifiquen otra cosa.
—¡No estoy intentando reescribir nada! —Esta vez lo oyó, el matiz aterrador en su voz recién rota, casi de hombre—. ¡Solo estoy intentando hacer lo correcto!
Briar tragó la última cucharada del guiso demasiado rápido, y casi se abrasó la garganta al hacerlo. Quería terminar de comer enseguida, para poder concentrarse en la pelea… que era, al fin y al cabo, en lo que se estaba convirtiendo esta discusión.
—No lo entiendes —dijo, y las palabras le quemaron la garganta—. Te voy a decir cuál es la terrible verdad, Zeke, y si decides que a partir de ahora no vas a escuchar una sola palabra más que te diga, escucha esto al menos: no importa que Maynard fuera un héroe. No importa que tu padre fuera un hombre honesto con buenas intenciones. No importa que yo nunca hiciera nada para merecer lo que ocurrió, y no importa que tu vida fuera arruinada antes incluso de que supiera que existías.
—¿Cómo que no? Si todos lo supieran, si todos comprendieran la verdad sobre mi abuelo y mi padre, entonces… —No terminó la frase, quizá porque ni él mismo tenía una respuesta.
—¿Entonces qué? ¿De repente serías rico, respetado, y feliz? Eres joven, pero no eres tan estúpido como para creer eso. Quizá dentro de unas cuantas generaciones, cuando haya pasado el suficiente tiempo, y nadie recuerde ya el caos o el miedo, y tu abuelo haya tenido tiempo de convertirse en una leyenda, entonces puede que los historiadores como el señor Quarter tengan la última palabra…
De repente se quedó sin voz, aterrorizada, cuando comprendió que su hijo apenas había estado hablando de Maynard. Respiró profundamente, cogió el cuenco de la mesa, fue hacia el pilón y lo dejó allí. En ese momento no se sentía con fuerzas para bombear más agua para poder fregarlo.
—¿Madre? —Ezekiel supo que había cruzado una línea invisible, pero no sabía exactamente cuál—. ¿Madre, qué pasa?
—Tú no lo entiendes —le dijo Briar, como si tuviera la sensación de haberlo dicho mil veces en la última hora—. Hay muchas cosas que no entiendes. Te conozco mejor que nadie, porque conocí a los hombres a los que quieres parecerte incluso cuando no te das cuenta de ello. Incluso cuando no tienes ni idea de qué has hecho para molestarme.
—Madre, no entiendo nada de lo que dices.
Briar se golpeó el pecho con la mano.
—¿No lo entiendes? Eres tú el que me está hablando de una persona a la que nunca conoció, eres tú el que siente la necesidad de disculpar a un muerto porque crees, porque no sabes la verdad, que si redimes a un muerto, podrás redimir al otro. Te has traicionado a ti mismo, nombrándolos a ambos hace un segundo. —Ahora que contaba con su atención, antes de perder el elemento sorpresa que hacía callar a su hijo, siguió hablando—: De eso se trata, ¿verdad? Si Maynard no fue del todo malo, ¿quizá tu padre tampoco? ¿Si puedes reivindicar a uno, quizá también al otro?
Lentamente, y cada vez con mayor vigor, Zeke asintió.
—Sí, pero no es tan estúpido como haces que suene. No, escúchame. Deja que hable: si, durante todo este tiempo, alguien en las Afueras se ha estado equivocando respecto a ti, entonces…
—¿Se han equivocado en qué sentido? —preguntó Briar.
—¡Creen que todo fue culpa tuya! La fuga, la Plaga, y también la Boneshaker. Pero eso no fue culpa tuya, y la fuga no fue solo un altercado sin ningún sentido. —Hizo una pausa para tomar aire, y su madre se preguntó dónde habría oído una frase como esa—. Así que se equivocaron respecto a ti, y yo creo que se equivocan respecto al abuelo. Son dos de tres. ¿Por qué es tan absurdo pensar que también pueden haberse equivocado respecto a Levi?
Era exactamente lo que Briar temía.
—Tú… —intentó decir, pero la tos la impidió seguir. Trató de tranquilizarse, a pesar de las terribles palabras que había pronunciado su hijo—. Escúchame. Entiendo por qué crees eso, y por qué piensas que debes limpiar el nombre de tu padre. Y… quizá tengas razón respecto a Maynard; es posible que solo estuviera intentando ayudar. Quizá hubo un momento, durante la fuga, cuando comprendió que podía cumplir lo que dice la ley o hacer honrar el espíritu de la ley… y quizá actuaba para defender unos ideales, cuando se metió de lleno en la Plaga, y en su tumba. Puedo creerlo, y puedo aceptarlo, incluso puedo estar un poco enfadada por la manera en la que se le ha recordado.
Zeke extendió las manos en un gesto de incredulidad, como si quisiera zarandear a su madre, o estrangularla.
—Entonces, ¿por qué nunca has dicho nada? ¿Por qué dejas que pisoteen su memoria si crees que estaba intentando ayudar?
—Ya te lo he dicho, no importaría. Y además, aunque la fuga nunca hubiera sucedido, y hubiera muerto de otra manera menos extraña, eso no habría cambiado las cosas para mí. No lo habría recordado de manera diferente por ello, y, además… —añadió otra feroz diatriba—: ¿Quién iba a escucharme? La gente me evita, y la verdad es que no es culpa de Maynard. Nada de lo que yo pueda decir en su defensa cambiaría la opinión de nadie en las Afueras, porque ser su hija ni siquiera es la peor maldición que pesa sobre mi cabeza.
Había alzado la voz de nuevo, a causa del miedo, y eso no la agradaba. Trató de tranquilizarse, contó sus respiraciones, e intentó hablar sin alterarse para vencer a Ezekiel en esta peculiar lucha.
—No elegí a mis padres; nadie lo hace. Se me podrían perdonar los pecados de mi padre. Pero sí elegí a tu padre, y por eso nunca me dejarán descansar.
Sintió algo en su pecho, algo salado y brillante, como si unas garras se estuvieran abriendo paso por su garganta. Tragó saliva, y la contuvo dentro de sí. Cuando su hijo se apartó de ella, de vuelta a su dormitorio, donde podría evitarla, Briar lo siguió.
Zeke cerró la puerta en su cara. La habría cerrado con llave, pero la puerta no tenía cerrojo, de modo que apoyó todo su peso contra ella. Briar podía oír cómo presionaba con su cuerpo, prestando una obstinada resistencia.
Briar no giró el pomo, ni siquiera lo tocó.
Dejó reposar su frente en el lugar donde pensaba que estaría la de Zeke y dijo:
—Intenta salvar a Maynard, si eso te hace feliz. Que esa sea tu misión, si eso te ayuda y sirve para que no sientas tanta rabia. Pero por favor, Zeke, por favor. Olvídate de Leviticus Blue. No hay nada para ti allí. Si vas demasiado lejos, se te romperá el corazón. A veces, todo el mundo tiene razón. No siempre y ni siquiera la mayoría de las veces, pero, de vez en cuando, todo el mundo tiene razón.
Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no decir nada más. En lugar de eso, dio media vuelta y fue a su propio dormitorio, para seguir maldiciendo en paz.
El viernes, Briar se levantó antes de amanecer, como siempre, y encendió una vela.
Su ropa estaba donde la había dejado. Eligió una camisa limpia, pero se puso el mismo par de pantalones, y metió los bajos dentro de las botas. La faja de cuero colgaba del poste de la cama. La cogió y se la abrochó alrededor de la cintura con fuerza. Cuando su cuerpo se acostumbrase a ella, estaría más cómoda.
Después, se abrochó los cordones de las botas y buscó un chaleco de lana gruesa que se puso por encima de la camisa. Por último, cogió el abrigo del otro poste de la cama y se lo puso.
Cuando pasó junto al dormitorio de su hijo, no oyó nada al otro lado de la puerta, ni siquiera un leve ronquido o un movimiento bajo las sábanas. Aunque hoy fuera al colegio, y por lo general no se molestaba en hacerlo, aún estaría durmiendo.
Briar ya se había encargado de enseñarle a leer, y sabía contar y sumar mejor que la mayoría de los chicos de su edad, de modo que el hecho de que no fuera al colegio no la preocupaba demasiado. En el colegio evitaría algunos problemas, pero el mismo colegio podía ser una fuente de conflictos. Antes de la Plaga, cuando la ciudad era lo bastante boyante para permitírselo, había varios colegios. Sin embargo, después del desastre, con una enorme proporción de la población diezmada o exiliada, los profesores preferían marchar, y los alumnos no recibían la disciplina que necesitaban.