—Eso no es posible. En la Academia Medianoche no puede haber espectros.
—¿Por qué no? Es lo bastante tétrica.
—El tipo de construcción del internado los mantiene alejados. Hay metales y minerales que repelen a los fantasmas de forma natural; los que contiene la sangre humana, como el hierro y el cobre, son los más eficaces, y están todas las piedras de los cimientos. —Me pasó la yema del dedo por el nacimiento del pelo, una caricia tan íntima que me ruboricé. Al parecer, Balthazar podía concentrarse en nuestra conversación y fingir romanticismo al mismo tiempo—. Además, los fantasmas nos tienen miedo, al menos tanto como nosotros se lo tenemos a ellos. Sé de algunos que han dado problemas a los vampiros, encantando casas y cosas por el estilo, pero es poco frecuente. Normalmente, los fantasmas huyen de los vampiros.
—¿Por qué nos tienen miedo los fantasmas? Comprendo por qué nos temen los humanos, pero los vampiros no podemos beber la sangre de un fantasma. Los fantasmas ni siquiera tienen sangre, ¿no?
—La tienen cuando se manifiestan físicamente, pero, en su mayoría, existen como vapores, escarcha, puntos de frío, una imagen o sombra, quizá, pero no más.
La palabra «escarcha» me evocó tan vívidamente la aparición de la noche anterior que me estremecí. Balthazar me abrazó más fuerte, como si me estuviera protegiendo de la brisa otoñal.
—Vale, si los fantasmas nos tienen miedo, probablemente no se acercarían al internado. Y dices que las piedras y metales del edificio deberían mantenerlos alejados. Pero, si eso es así, dime entonces qué fue lo que vi anoche.
Se lo conté todo: los crujidos del hielo, el irreal resplandor verde azulado, el rostro del hombre de escarcha y su advertencia final cuando estalló en un sinfín de fragmentos de hielo. Balthazar me estuvo observando con los ojos abiertos de par en par, olvidándose por completo de fingir cualquier gesto romántico. Cuando hube terminado, me miró unos momentos antes de poder decir:
—Eso solo ha podido ser un espectro.
—Ya te lo decía yo.
—Pero es la manifestación más espectacular de la que tengo noticia hasta ahora. ¿Y qué podía significar ese «basta»? ¿Basta de qué?
—Sabes tanto como yo. Oye, ¿hay alguna diferencia entre los espectros y los fantasmas? ¿Son los espectros fantasmas supermalos o algo así?
—No. Son dos nombres distintos para la misma cosa. —Balthazar me puso una mano en el brazo—. Se lo tenemos que contar a la señora Bethany.
—¿Qué? ¡No puedo! —Lo cogí por el jersey, y el blasón de Medianoche, formado por dos cuervos flanqueando una espada, se arrugó bajo mis dedos, antes de darme cuenta de la impresión que se llevaría cualquiera que estuviera mirando. Rápidamente apoyé las palmas en su pecho, como haría cualquiera con su pareja—. Balthazar, si se lo decimos, va a preguntarme qué estaba haciendo yo de noche en los archivos.
—¿Y qué estabas haciendo?
—Intentando averiguar por qué admite Medianoche alumnos humanos.
Balthazar consideró esa cuestión. Luego, volvió a centrarse en nuestro asunto más inmediato.
—Podíamos fingir que habíamos quedado allí. Que lo viste justo antes de que yo llegara.
—Supongo que eso funcionaría —admití—. Lucas y yo solíamos… Bueno, fuimos juntos una vez.
Balthazar entornó ligeramente sus ojos castaños ante la mención del nombre de Lucas y supe que podía percibir mi reacción al recordar de las horas que Lucas y yo habíamos pasado en los archivos. Una ola de calor me recorrió el cuerpo por dentro cuando me recordé besándolo, yaciendo en sus brazos, mordiéndolo y bebiendo la sangre que él se prestó a darme. ¿Se me notaba realmente en la cara? Fuera como fuere, Balthazar tenía la voz ronca cuando dijo:
—Bien. Eso hace más creíble la historia. Se lo contaré yo, no hace falta que estés presente. Le diré que estás demasiado avergonzada para ir tú.
—Esa parte es cierta.
—Después de eso, dará caza al fantasma y probablemente contará lo nuestro a tus padres. Así matamos dos pájaros de un tiro.
—Puede funcionar. —Agotada, volví a apoyarme en el hombro de Balthazar—. No he dormido nada, me estoy cayendo de sueño.
—Yo tampoco habría podido dormir. —Me acarició el brazo—. ¿Por qué no duermes un poco?
—Aún falta una hora para la clase de Cálculo, pero… no quiero volver a mi habitación.
Esperé a que me preguntara por qué, pero, en cambio, se dio una palmada en la pierna, ofreciéndomela como almohada. Al principio, me sentí incómoda mientras me tumbaba en el suelo y apoyaba la cabeza en su muslo, pero notar su mano en mi hombro me tranquilizó, y estaba tan cansada que el sueño no tardó en visitarme. Fue la primera vez en las últimas horas que me sentí segura.
Durante los días siguientes, el rumor de mi nuevo «romance» corrió por todo el internado. Balthazar y yo nos reuníamos después de clase y nos íbamos a estudiar juntos a la biblioteca, todo lo cual ya habíamos hecho antes, pero el hecho de que fuéramos cogidos de la mano parecía haber convertido nuestra relación en un apasionado idilio. Yo era consciente de que casi todo el mundo se preguntaba qué hacía un chico maduro y atractivo como Balthazar con la friqui pelirroja obsesionada por la astronomía, pero nadie parecía poner en duda nuestra relación. Courtney incluso intentó menospreciarme otra vez en clase, lo cual era demasiado ridículo para ser molesto.
No sabía si Raquel estaba enterada, pero no se lo podía preguntar. Aunque nos hablábamos con normalidad, desde la noche que vi el fantasma me evitaba siempre que podía. Cuando estaba en la habitación, se iba con alguna excusa, y cuando intentaba darle conversación, solo decía «sí», «no» o «vale», hasta que yo terminaba desistiendo. Era curioso, pero, hasta aquello, no me había dado cuenta de que Raquel llevaba mucho tiempo con esa actitud de enfurruñamiento. Sabía que no estaba bien, y algo de lo que yo había dicho había empeorado todavía más las cosas, pero no parecía que hubiera ningún modo de comunicarme con ella.
La persona que más me había preocupado resultó no ser ningún problema en absoluto. Una noche, cuando entré en el gran vestíbulo, vi el habitual grupillo de gente charlando y pasando el rato. Entre ellos, sentados en una de las mesas más próximas a la puerta, estaban Vic y Ranulf, concentrados en un tablero de ajedrez. Vic estaba más serio de lo que yo le había visto nunca, aunque llevaba una camisa hawaiana. Movió caballo, colocándolo enérgicamente en una nueva casilla.
—Qué, duele, ¿eh? Oh, sí, ya lo creo que duele.
—Cómo va a dolerme con lo mal que juegas. —Aquello era lo más que Ranulf sabía alardear. Cuando se inclinó sobre el tablero para reflexionar sobre su próximo movimiento, Vic se desperezó con relajada satisfacción y me vio. En ese momento me habría ido, pero él se levantó de la mesa y se acercó a mí.
—Hola —dijo cambiando el peso de una pierna a otra—. ¿Cómo va?
—Bastante bien. Supongo… supongo que tenemos que hablar. —Aquello era incluso más difícil de lo que yo había imaginado—. Sobre Balthazar.
—Solo quiero decirte una cosa, ¿vale? —Vic me puso una mano en el hombro—. Tú también eres mi amiga, y quiero que seas feliz.
—Oh, Vic. —Demasiado conmovida para decir nada más, lo abracé con fuerza.
Con la voz amortiguada por mi hombro, Vic dijo:
—Balthazar me cae bien. Es majo.
—Sí que lo es.
—Se lo has dicho a Lucas, ¿no? ¿O se lo vas a decir pronto? Porque no está bien no decírselo.
—Tenemos que vernos dentro de poco. —No le di más detalles sobre nuestro reencuentro en Riverton; hacerlo solo sería involucrarlo demasiado—. He pensado que sería mejor decírselo directamente, no por carta, correo electrónico ni nada de eso.
—Supongo que es duro estar siempre separados.
—Sí que lo es. Si Lucas siguiera aquí, todo sería distinto.
La sonrisa de Vic se volvió presuntuosa.
—Sí, yo tendría un compañero de habitación que podría ganarme al ajedrez y no al revés.
Ranulf no apartó los ojos del tablero.
—Mi victoria acallará tus insultos.
—¡Sigue soñando! —gritó Vic.
Lo que Vic no sabía era que yo iba a contar a Lucas toda la verdad sobre el juego al que estábamos jugando Balthazar y yo. Todo iría bien. Y ahora solo quedaba un obstáculo que superar, el más importante de todos: mis padres.
E
l temido encuentro que había estado esperando ocurrió al día siguiente, cuando salía de la biblioteca con retraso. Eché a correr por el pasillo cuando su voz me detuvo.
—Qué prisa tiene, señorita Olivier. —La señora Bethany me escrutó de arriba abajo con su penetrante mirada. Llevaba un sobrio vestido de lana marrón oscuro que la hacía parecer como si estuviera cincelada en la mismísima madera de Medianoche—. Actúa como si hubiera visto un fantasma.
¿Tenía que reírme? Me limité a mirarla.
Por suerte, no parecía esperar una respuesta.
—En algún momento deberíamos hablar de lo que vio arriba.
—Se lo he contado todo a Balthazar. Si ha hablado con usted, ya sabe tanto como yo.
—¿Ha mencionado este asunto a sus otros compañeros? ¿A sus padres?
—No. —Aquello no era del todo cierto. Se podía decir que se lo había mencionado a Raquel, o al menos lo había intentado, pero, dado que ella se había negado a escucharme, suponía que había guardado el secreto bastante bien.
—Bien. Asegúrese de no hacerlo. Estoy segura de que ha sido un acontecimiento aislado. La gente se comporta de un modo muy irracional cuando se le menciona lo sobrenatural.
Por una vez, estaba de acuerdo con la señora Bethany. Una simple pregunta sobre un fantasma había puesto de los nervios a Raquel. Lo último que necesitaba era que a mis padres les diera por sobreprotegerme.
—Sí, señora. No diré ni una palabra.
La señora Bethany me sonrió con complicidad.
—En reconocimiento a su discreción, no la castigaremos por haber infringido las reglas del internado colándose en los dormitorios de los chicos durante la noche. Pese a su falta de control, este me parece que va progresando. Al menos, esta vez sus inclinaciones amorosas han recaído en un candidato más merecedor.
Aquello era un ataque a Lucas, pero mantuve la calma.
—Balthazar es genial. De hecho, tengo que reunirme con él en unos minutos para ir a cenar con mis padres.
—No quiero entretenerla más. Y salude a sus padres de mi parte.
Asentí y me alejé a toda prisa. Aunque probablemente solo fueran imaginaciones mías, habría jurado que noté sus ojos clavados en la nuca hasta llegar a mi habitación.
Raquel no dijo nada cuando entré. Se limitó a volverse hacia la pared y siguió leyendo una de sus revistas. No me molesté en intentar darle conversación. Si quería comportarse como una imbécil conmigo por una sola pregunta estúpida, allá ella.
Me puse a rebuscar en el cajón de mi cómoda donde guardaba los jerséis. «El jersey de cuello alto morado. No, lo llevé con Lucas el año pasado y no me parece bien llevarlo con Balthazar. La rebeca verde. Demasiado fina, porque a estas alturas del año allí arriba hace mucho frío. El jersey negro de cuello de pico. Es aburridísimo, y al menos tiene que parecer que me he puesto guapa para Balthazar».
—Normalmente, no te molestas en cambiarte de ropa para cenar con tus padres —dijo Raquel. Por el eco, supe que seguía de cara a la pared.
Dejé de rebuscar en el cajón, no sabiendo cómo reaccionar. Era la primera vez que Raquel me daba conversación desde la mención de los fantasmas. Me sentí aliviada, pero también enfadada conmigo misma por estarlo, porque Raquel era la que se había estado portando mal. ¿Por qué me sentía como si fuera yo la que debía estarle agradecida?
—Hoy voy a ir con Balthazar. —No miré hacia ella mientras cogía el jersey morado de cachemir.
—Os vi juntos el otro día. Pensé que a lo mejor había algo.
—Hay algo —dije parcamente. Al no añadir nada más, Raquel pareció volver a concentrarse en su revista. Me afané en arreglarme, poniéndome el jersey, unos pendientes colgantes e incluso unas gotitas del fragante perfume a gardenias que mis padres me habían regalado para mi cumpleaños.
Al meter el frasco de perfume en el cajón de mi cómoda, rocé con los dedos la bufanda de pana donde estaba envuelto el broche que me había regalado Lucas. No lo recordé comprándomelo; recordé, en cambio, la vez en que nos habíamos visto obligados a empeñarlo, cuando nos habíamos fugado juntos, desesperados por estar unidos y sin un céntimo en el bolsillo. Cuánto peligro me había parecido que corríamos, pero si hubiera podido cambiarme por entonces y regresar a aquel momento, donde solo estábamos Lucas y yo frente al mundo, lo habría hecho. Fue como si no pudiera entender por qué no se partía el universo por la mitad, por qué no reventaba por las costuras, para volver a unirnos.
—Me alegro de que los amores te vayan bien. —Raquel se volvió por fin, e incluso tenía una sonrisa en los labios, tímida y vacilante—. Aunque no era difícil que te fueran mejor que la última vez, ¿no?
Lucas nunca le había caído bien, y oírla menospreciarlo como había hecho la señora Bethany fue la gota que colmó el vaso.
—No es asunto tuyo —espeté—. No puedes pasarte varios días sin dirigirme la palabra y ponerte luego a opinar sobre mis amoríos. Solo actúas como mi amiga cuando te apetece, y ya estoy harta.
—Perdóname por existir. —Raquel arrojó la revista al suelo y salió de la habitación enfurruñada. No pude imaginarme dónde se creía que iba en camiseta y pantalón corto, pero fingí que me daba igual.
Además, no tenía tiempo para preocuparme de eso. Tenía que llevar a mi nuevo «novio» a cenar a casa de mis padres.
—¿Así que vais a ir otra vez juntos al Baile de Otoño de este año? —dijo mi madre mientras me servía un buen cucharón de puré de patata.
Balthazar y yo nos miramos. Ni siquiera habíamos pensado aún en el Baile de Otoño, pero la pregunta de mi madre era lógica.
—Por supuesto —se apresuró a decir él—. No me había dado cuenta de que estaba tan cerca.
—El tiempo vuela. —Mi padre movió melancólicamente la cabeza antes de tomar un sorbo de sangre—. Parece que, cuanto mayor te haces, más rápido pasa.
—Dígamelo a mí —dijo Balthazar. Momentos como aquellos me recordaban que, aunque parecía tener unos dieciocho o diecinueve años, de hecho tenía más de trescientos y era un vampiro tan experimentado y poderoso como mis padres.