Read Adicción Online

Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Adicción (9 page)

Pensé deprisa.

—Llevo más de un año yendo a clase con vampiros. —Era verdad, aunque no del todo. La voz me tembló, pero deseé con todas mis fuerzas que Eduardo lo atribuyera a la emoción, no al miedo. Aquel hombre era un cruel asesino de vampiros; costaba mirarle a la cara—. Necesito saber con exactitud a qué me enfrento realmente.

Jamás había visto sonreír a Eduardo hasta entonces, y no fue lo que se dice una expresión atractiva.

—Supuestamente, en la Academia Medianoche se comportan. Solo eres una cría. Deberías seguir con los que también fingen ser unos críos.

—Yo ya estaba luchando con vampiros con muchos menos años de los que Bianca tiene ahora —replicó Lucas—. Creo que puede aguantarlo. —Tras pasarme el brazo por la espalda, el miedo comenzó a remitir. El apoyo de Lucas pareció poner fin a la discusión; fuera como fuese, Eduardo dejó de protestar y, si alguien más tenía alguna objeción, no la expresó en alto.

Lucas pareció preguntarme con la mirada por qué estaba tan decidida a unirme a ellos, pero los dos sabíamos que íbamos a tener que dejar esa conversación para después.

Al principio, la cacería no me pareció tal cosa. Fue como un viaje cualquiera por carretera: la gente murmurando en voz baja mientras se ponía la chaqueta, mirándose con cara de cansancio y subiéndose a la baqueteada furgoneta y a la camioneta verde turquesa de Kate.

Recordé el primer viaje por carretera que había hecho, cuando mis padres me llevaron a la playa un verano. Odiaban el agua —tanto los ríos que tuvimos que cruzar por el camino como el mar que lamía la playa—, pero me llevaron porque yo me moría de ganas de ir. Se pasaron todo el día debajo de una sombrilla. Aunque habían bebido sangre antes de salir, no querían pasar mucho tiempo al sol. Mientras hacía castillos de arena, me bañaba y jugaba con otros niños, ellos estuvieron observándome y haciéndome señas desde lejos. Fue un sacrificio que habían hecho por mí.

Cuando recordaba cosas como aquella, sabía que los cazadores de la Cruz Negra se equivocaban con los vampiros. Si hubieran visto a mis padres en ese momento, habrían sabido que estaba en lo cierto.

En vez de eso, aquella noche iban a intentar matar a una vampira. Aunque ellos no lo sospechaban, yo pretendía impedírselo si podía.

Me subí a la parte trasera de la camioneta junto con Dana, Eduardo, otros dos hombres y Lucas, cuyo pelo despeinado le caía sobre los ojos. Mientras Kate salía del aparcamiento marcha atrás, susurré a Lucas al oído:

—¿Qué hacemos?

—Empezamos donde la hemos visto por última vez y le seguimos el rastro desde ahí.

La ciudad estaba completamente en silencio. Hasta los universitarios más juerguistas se habían ido a dormir o se habían llevado la fiesta a sus dormitorios. Aunque el barrio ya estaba tranquilo cuando Lucas y yo habíamos huido de la vampira, ahora no se veía ni un alma y todas las casas tenían las luces apagadas.

Cuando los vehículos estuvieron aparcados cerca del lugar donde yo había visto a la vampira rubia por última vez, todo el mundo comenzó a desplegarse a pie. Lucas y yo nos quedamos juntos, naturalmente. Kate nos lanzó una mirada al alejarse, pero no puso ninguna objeción.

Lucas no dijo nada hasta tener la certeza de que estábamos solos, caminando por una callejuela a varias manzanas de los vehículos.

—Bueno, imagino que nuestro plan es encontrar a la vampira y avisarla antes de que la cojan. ¿Me equivoco?

Sentí una ternura tan inmensa hacia él que por un segundo olvidé dónde estábamos, el peligro al que nos enfrentábamos y los motivos que nos habían llevado hasta allí. Le cogí una mano con suavidad y él se volvió, primero sorprendido, pero luego con una sonrisita cómplice. Sentí una descarga eléctrica, la fuerza que me atraía hacia él. Lucas me tapó los labios con la mano.

—No podemos distraernos. Tenemos trabajo que hacer.

—Trabajo… —repetí rozándole los dedos con los labios—. Hagámoslo, pues.

Se apartó de mí y echó a andar con decisión.

—Al principio, ha ido hacia el norte —dijo.

—¿Cómo lo sabes?

—Veo lo que otros no ven. —Vaciló—. Mi visión nocturna está mejorando.

No hizo falta que me explicara el motivo. Yo sabía que era porque lo había mordido y había bebido su sangre dos veces. El primer mordisco no había surtido ningún efecto, pero el segundo le había conferido varios poderes vampíricos. Mientras el resto del grupo vagaba sin rumbo fijo, Lucas apartó la rama de un arbusto y me enseñó varias ramas que alguien había quebrado sin querer al pasar. Además, encontró el rastro de una pisada en el suelo embarrado y vislumbró un cabello rubio y rizado caído entre la maleza.

Aquello se lo debía en parte a sus poderes vampíricos, pero también a su destreza como rastreador. Para mí, fue una verdadera revelación. Durante todo aquel tiempo, había creído que la Cruz Negra solo le había enseñado a pelear, pero ellos lo cierto es que le habían dotado de unos conocimientos que yo ni siquiera había imaginado. Eso, sumado a sus poderes vampíricos, era una combinación formidable.

Tampoco le faltaban armas. Cuando vi algo centelleándole en el cinturón, dije:

—¿Qué llevas ahí?

—Mi mejor puñal —respondió él con cariño. Se levantó el faldón de la chaqueta para enseñarme el puñal que llevaba en un costado. El filo era casi tan ancho como un cuchillo de carnicero—. Lo tengo desde los doce años.

—¿De veras que es necesario?

Sus oscuros ojos verdes se encontraron con los míos.

—Prefiero llevarlo y no necesitarlo que no llevarlo y necesitarlo. Esa chica puede no ser un problema, pero recuerda cómo se ha puesto cuando se ha visto acorralada.

Me acordaba. Quizá los vampiros no éramos los criminales asesinos que la Cruz Negra imaginaba, pero podíamos ser mortíferos si nos acorralaban.

Cuando salimos a una calle más comercial, Lucas comenzó a relajarse.

—Es menos probable que haya venido aquí.

—No estoy segura —dije. Él me miró y yo señalé el cartel iluminado que acababa de ver, una insignia de un escudo y una cruz que obviamente pertenecía a un hospital. La cruz me quemó en los ojos—. Los hospitales tienen bancos de sangre.

—Claro. Es como una barra libre. No puedo creer que no se nos haya ocurrido antes. —Lucas me sonrió como si yo hubiera obrado un milagro—. Vamos.

Cuando llegamos al hospital, las puertas de cristal se abrieron automáticamente para dejarnos pasar. Un vigilante nos escrutó —dos adolescentes entrando tranquilamente antes de que amaneciera— y gritó:

—¿Qué estáis haciendo aquí?

—Es nuestra abuela —dijo Lucas tan sincera y trágicamente que tuve que morderme el labio para contener la risa—. No… no le queda mucho tiempo.

El vigilante nos hizo una seña para que pasáramos y nosotros apretamos el paso. Todo estaba bastante tranquilo; los hospitales no cierran nunca, pero a aquellas horas había poca actividad. Unos cuantos enfermeros y celadores vestidos de azul nos adelantaron y algunos nos miraron con recelo, pero, siempre y cuando Lucas y yo anduviéramos con determinación, nadie parecía cuestionarse nuestra presencia allí.

—Banco de sangre —masculló Lucas—. ¿Dónde tendría un hospital un banco de sangre?

—Vamos a mirar en los ascensores. Normalmente, tienen carteles que indican lo que hay en cada planta. —Efectivamente, el panel colocado junto a los botones del ascensor nos informó de que las donaciones de sangre podían hacerse en la planta inferior, que estaba bajo tierra.

La planta subterránea no era muy distinta a la planta baja, pero en ella se respiraba otro ambiente. La iluminación era ligeramente más mortecina, quizá porque había uno o dos fluorescentes que habían empezado a fallar. El aire estaba impregnado de olor a desinfectante, lo bastante fuerte como para obligarme a arrugar la nariz. Y reinaba una calma incluso mayor. Parecía que no hubiera nadie aparte de nosotros dos.

—¿No es en el sótano donde la mayoría de los hospitales tienen el depósito de cadáveres? —susurré.

—No irás a decirme que tienes miedo a los muertos, ¿no? —Lucas se puso a andar por el pasillo, asomándose a todas las habitaciones—. Vas a clase con ellos todos los días.

—No es eso —repliqué mientras reflexionaba.

La sala donde se hacían las donaciones de sangre estaba cerrada, lo cual no era raro a esas horas de la mañana. Habían forzado la puerta contigua.

—Bingo. —Lucas se llevó la mano instintivamente al puñal de su cinturón.

Entramos en el banco de sangre, que era básicamente una sala grande llena de congeladores. Había unos cuantos microscopios y diversos aparatos médicos en un lado, quizá para realizar análisis clínicos, pero estaba claro que aquel lugar era principalmente un almacén. En un rincón había dos grandes congeladores, la puerta de uno de los cuales estaba abierta; dentro vi un montón de bolsas de sangre, listas probablemente para utilizarse de inmediato en las transfusiones urgentes. Las bolsas estaban desordenadas, algunas tiradas en el suelo y varias abiertas y vacías. En el linóleo, había una brillante estela de gotas y manchas de sangre húmeda.

—Aún no está seca —dije—. Hace poco que ha estado aquí.

—Pues ya se ha ido —dijo Lucas—. Maldita sea.

—Quizá no. A lo mejor ha querido descansar después.

—¿Descansar?

—Hasta los humanos disfrutáis echándoos una siesta después de daros un atracón. Además, cuando la he visto, estaba agotada. Como si llevara días huyendo. Si ha tenido ocasión de comer, estará más calmada y podremos hablar con ella.

—Tenemos que estar completamente seguros de que es inofensiva antes de dejar que se vaya —dijo Lucas—. No es que no me fíe de tu criterio, ¿vale? Solo deberíamos… asegurarnos.

—Por eso hablaremos con ella. —Estaba convencida de que Lucas enseguida vería en ella lo que yo había visto: cuán extraviada y sola estaba—. Venga.

—Lo dices como si supiéramos dónde está.

—Creo que lo sabemos. Está en algún sitio donde pueda descansar sin que la molesten, algún sitio donde a nadie le sorprendería verla, si la encontrara. Piénsalo, Lucas.

—Oh, no.

—Oh, sí.

Vale, puede que lleve casi toda la vida rodeada de muertos, incluyendo a mis padres, pero eso no quita que el depósito de cadáveres me pareciera tétrico. No me entró pánico ni nada por el estilo, pero esos sitios tienen algo tremendamente triste: todas esas vidas, emociones y esperanzas reducidas a etiquetas escritas en portezuelas de acero. Lucas y yo nos quedamos unos segundos en el umbral de la puerta antes de entrar.

En tres mesas alargadas que ocupaban el centro del depósito, había tres bolsas para cadáveres. La primera era demasiado grande: la persona que había dentro debía de ser corpulenta. La última parecía demasiado corta. La del centro parecía la más probable.

Con vacilación, cogí la lengüeta de la cremallera, la cual pesaba más y estaba más fría de lo que esperaba: el hospital mantenía el depósito de cadáveres bien fresquito. Lucas se puso a mi lado, puñal en mano. Bajé la cremallera, notando una especie de corriente eléctrica en la muñeca con cada diente que iba separando.

Su mano salió disparada de la bolsa y agarró la mía con fuerza. No pude evitar chillar. Lucas quiso abalanzarse sobre ella, pero yo lo detuve con el brazo.

La vampira se sentó, mirándonos. Estaba menos pálida que antes y la marca de nacimiento del cuello era menos evidente; alimentarse la había rejuvenecido. Se había soltado el pelo rubio para dormir y sus despeinados rizos le enmarcaban el rostro. Sin quitar el ojo de encima a Lucas, se dirigió a mí:

—¿Por qué lo has traído aquí?

—Está conmigo. Solo queríamos encontrarte.

—Para matarme.

Negué con la cabeza.

—Estamos aquí para asegurarnos de que no representas ningún peligro.

—¿Cómo? —Ladeó la cabeza confundida, como si hubiera hablado en otro idioma—. Corres peligro.

—Lucas jamás me haría daño.

—Más peligro del que imaginas —insistió—, y más del que imaginas tú, chico.

—Acabas de alimentarte de sangre —dije más por Lucas que por mí—. Se nota que has comido. Nos cambia el color, y nos hace más fuertes.

—Ahora soy más fuerte —convino la vampira, que seguía fulminando a Lucas con una mirada cargada de odio. Tenía que reducir la tensión. Y pronto.

—Lucas es un amigo. No está aquí para hacerte daño.

—Ya veo —dijo ella mirando el puñal de Lucas.

Incómodo y a disgusto, Lucas volvió a enfundar el puñal. Cuando habló, lo hizo en tono cortante.

—La familia de Albion, ¿no tuviste nada que ver con eso? Nosotros creíamos que sí.

—La gente comete estupideces —dijo la vampira en un tono extrañamente soñador. Despacio, se deshizo de la bolsa apartándola con los pies, como una niña saliendo de un saco de dormir.

—Necesito saber quién lo hizo —dijo Lucas—. Un ser mortífero anda suelto por ahí, haciendo mucho daño. Si sabes quién ha estado merodeando por Albion, si tienes alguna conexión con esa banda, dímelo. Yo puedo ocuparme, y tú puedes, bueno, tú puedes irte a hacer lo que haces.

En lugar de responder a Lucas, me miró con sus grandes ojos castaños:

—¿Sabe lo que eres?

—Lo sabe todo. Dinos lo que necesitamos saber y nos aseguraremos de que no corras peligro.

Los dedos se le relajaron lentamente y me soltó la mano. La lámpara que colgaba del techo estaba casi directamente detrás de ella, convirtiéndole el sedoso cabello trigueño en una especie de aureola. Pensé en los pocos años que debía de tener cuando murió, quizá solo catorce.

Justo cuando la vampira abría la boca para hablar, la puerta del depósito se abrió de golpe. Todos dimos un respingo y a mí se me encogió el corazón al ver a Dana y a Kate en el umbral. Dana tenía su ballesta preparada y Kate sostenía una estaca.

—¡Apartaos! —gritó Dana—. Han llegado los refuerzos.

La vampira chilló, un sonido de otro mundo, como el grito de un halcón abatiéndose sobre su presa. Corrió a esconderse en un rincón, detrás de la mesa de autopsias.

—Una trampa —susurró—. Como siempre.

Yo quise decirle que no habíamos tenido intención de que ocurriera aquello, pero Lucas me agarró por los brazos para que guardara silencio. Empezó a retroceder, poniéndome fuera del alcance de la ballesta de Dana.

Ni Kate ni Dana hablaron con la vampira. Kate permaneció en el umbral de la puerta mientras Dana avanzaba lentamente, con una expresión que ya no tenía nada de dulce. Yo percibía que era buena persona, pero estaba a punto de hacer algo horrible y tenía que detenerla.

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