Pero aquello sería en un futuro. De momento, lo único que podía hacer era marcharme.
—¿Queréis que me lleve la camioneta al pueblo? —«Al menos», pensé con amargura, «sé conducir»—. O podría esperaros en la carretera.
—El pueblo es el único lugar seguro —dijo Lucas.
Balthazar asintió.
—Lucas debería llevarte y luego volver. Y será mejor que ocultemos nuestra presencia aquí. —Se agachó y apagó la vela. La habitación quedó a oscuras.
Fue entonces cuando advertí que fuera había luz.
—¿Qué…? —Me callé al instante. No hacía falta que también me oyera lo que fuera que llevara la luz (¿otra vela?, ¿una linterna?). Nadie se movió y yo me esforcé tanto por oír algún sonido que noté cómo se me tensaban todos los músculos del cuerpo. Lucas me cogió con más fuerza. Él y Balthazar se miraron. Balthazar puso una mano en el picaporte y se preparó visiblemente; en la penumbra, percibí en su rostro tanto miedo como esperanza.
Abrió la puerta. En vez de veinte asesinos enloquecidos abalanzándose sobre nosotros, solo fuimos recibidos por una ráfaga de aire helado. Forzando la vista, vislumbré a Charity en la oscuridad.
Llevaba una bota de cada y un largo abrigo de lana gris remendado y recosido en decenas de sitios. El pelo rubio, que llevaba suelto, le revoloteaba en la cara. En una mano sostenía una linterna; solo unos finos mitones le protegían las manos del frío.
—¿Balthazar? —dijo con un hilillo de voz en un tono más infantil que nunca.
—Charity. —Pese a llevar tanto tiempo buscándola, Balthazar pareció incapaz de acercarse y decir algo—. ¿Estás bien?
Ella se encogió de hombros. Clavó sus ojos castaños en Lucas.
—Veo que andas con malas compañías.
—No estoy de servicio —dijo Lucas con una sonrisa de satisfacción. No me pareció que bromear fuera muy apropiado y le di un golpe en el brazo. Él me fulminó con la mirada, pero se calló.
—A la chica la entiendo —dijo Charity—. Se parece muchísimo a la pobre Jane.
Balthazar palideció.
—No digas ese nombre.
«¿Quién era Jane?».
—Has estado siguiéndome. —Charity retrocedió un paso y bajó el brazo de la linterna; ahora la luz solo iluminaba sus pies y la nieve del suelo—. Quiero que dejes de hacerlo.
—Dejaré de hacerlo si vienes a casa.
—¿A casa? ¿Qué eso? Vivimos aquí una vez, pero de eso hace mucho tiempo. —Charity se apartó el pelo de la cara, la clase de gesto confundido que hacen las personas cuando están intentando contener las lágrimas—. Ni se te ocurra pedirme que vuelva a Medianoche. Ya sabes lo que pienso de esa mujer.
Lucas y yo nos miramos.
Balthazar bajó a la nieve y Charity retrocedió otros dos pasos. De no haber conocido a Balthazar, habría creído que su hermana le tenía miedo.
—Podríamos encontrar algún otro sitio —dijo Balthazar—. Alguna otra cosa que pudiéramos hacer tú y yo. Lo único que importa es que estemos juntos. Charity, te echo de menos.
Ella se quedó mirando el suelo nevado.
—Yo no.
Aquello fue un golpe tan duro para Balthazar que se estremeció. Le puse una mano en el hombro; era el único consuelo que podía ofrecerle. Lucas me observó, pero no dijo nada.
—Me recuerdas demasiadas cosas —dijo Charity—. Me recuerdas cómo era estar viva. Pensar en la luz del sol como algo que podías disfrutar, no como algo que solo puedes soportar. Respirar y que eso te cambiara, te refrescara, te despertara, en vez de inhalar y exhalar aire de forma mecánica, una vieja costumbre que te recrimina continuamente lo que eres. Suspirar y notar alivio. Llorar y que se te pasara la tristeza, en vez de tenerla reprimida dentro de ti eternamente, confundiéndote cada vez más hasta que ya no sabes quién eres.
—Yo sé quién soy —dijo Balthazar.
Ella negó con la cabeza.
—No, Balthazar. No los sabes.
—Al menos, prométeme que dejarás la tribu. —La desesperación le rompió la voz y a mí se me encogió el corazón—. Mientras andes con ellos, no estarás a salvo de la Cruz Negra.
Charity fulminó a Lucas con la mirada.
—Mientras tú andes con la Cruz Negra, no estarás a salvo de mi tribu. Así que prueba a seguir un consejo antes de darlo, Balthazar. Y vete ahora mismo de aquí, ya.
—Charity, no podemos dejarlo así.
Sentí tanto miedo que casi me tambaleé.
—Ha dicho ya.
Lucas y Balthazar me miraron.
—¿Qué? —preguntó Lucas.
Lo supe antes de saberlo, lo presentí más hondamente que nada de lo que había sentido hasta entonces.
—Están aquí vigilándonos. Creo que será mejor que nos vayamos.
Charity me sonrió.
—Eres demasiado lista para andar con un cazador de vampiros. Probablemente, saldrás con vida.
Lucas entornó los ojos y miró el bosquecillo que había a unos doscientos metros de la casa.
—A la camioneta.
—Aún no. —Balthazar miró a su hermana con consternación cuando ella se puso a andar hacia el bosquecillo—. Dadme una última oportunidad para hacerla entrar en razón.
—A la camioneta —repitió Lucas. Me di cuenta de cuánto deseaba pelear, pero continuó centrado en protegerme—. Ahora.
El instinto me dijo que echara a correr, si bien mis otros instintos de vampiro me dijeron que una presa huyendo resultaba aún más apetecible. Me obligué a caminar despacio hacia la camioneta y cogí a Balthazar por el brazo para tirar de él. Lucas tenía su estaca lista mientras avanzaba lentamente hacia la puerta del conductor.
Se me hizo un nudo en el estómago cuando vislumbré, detrás de Charity, las pisadas de al menos media docena de personas. Supe que estaban cerca, observándonos. Imaginé que notaba sus ojos clavados en mí y, mientras el viento susurraba entre los árboles helados, me pareció oír risas distantes.
Balthazar apretó el paso.
—No va a pasarnos nada —dijo.
—No estoy segura —dije, pero pudimos subirnos a la camioneta. Balthazar y Lucas cerraron las puertas y bajaron los seguros al mismo tiempo—. Démonos prisa, ¿vale?
Lucas encendió el motor y dio rápidamente la vuelta. Al hacerlo, los faros alumbraron a Charity, que estaba parada en el campo de labranza, viendo cómo nos íbamos. La luz le dio de lleno en los ojos, que la reflejaron como los de un gato.
—Cree que me he vuelto contra ella. —Balthazar se estaba agarrando al salpicadero con sus grandes manos.
—Tendrás otra oportunidad de hablar con ella —dije—. Sabes que la tendrás. Cuando lo hagas, ella lo entenderá.
—¿Charity entenderá por qué ando con un cazador de la Cruz Negra? Entonces, entiende más cosas que yo.
—Todo irá bien —volví a prometerle. Lucas nos lanzó una mirada de soslayo y luego miró resueltamente la carretera.
Nevaba más copiosamente. Cuando llegamos al centro de Albion, la nieve había comenzado a amontonarse alrededor de los neumáticos de los coches aparcados.
—Quizá sea mejor que no volváis esta noche —dijo Lucas—. Llama a tus padres. Diles que no podéis circular con las carreteras así.
—Tenemos más o menos para otra hora si sigue nevando así. Eso nos basta para volver. —Balthazar se subió el cuello del abrigo como si ya notara el frío.
Yo sabía que, si le pedía que se quedara, él lo haría, y quería quedarme más tiempo para que Lucas y yo pudiéramos pasar unos minutos a solas. Si conseguíamos convencer a mis padres de que no debíamos circular hasta que limpiaran las carreteras por la mañana, entonces tendríamos horas… mientras el pobre Balthazar esperaba cerca. Eso sería incómodo para mí y peor para él, cuyos ánimos estaban por los suelos. Balthazar necesitaba regresar pronto a la Academia Medianoche.
—Nos iremos ahora —dije a Lucas—. Es mejor así.
Lucas se quedó mirándome; su expresión decepcionada dio paso a otra más difícil de interpretar.
—Tal vez.
Ninguno de los dos supo qué decir después de aquello.
Balthazar, que parecía demasiado aturdido para percibir la tensión entre Lucas y yo, abrió la puerta de la camioneta. Una gélida corriente de aire azotó la cabina, metiéndome el pelo en los ojos. Lucas ya había vuelto a concentrarse en la carretera como un hombre que está urdiendo una fuga. Cuando Balthazar alargó la mano para que no resbalara en la nieve, se la cogí.
—Adiós, Lucas —dije con un hilillo de voz.
Lucas se inclinó para cerrar la puerta de la camioneta.
—Nos vemos dentro de un mes. En Amherst. En la plaza mayor. A la hora de siempre, ¿vale? —Luego suspiró y me sonrió, torciendo la boca—. Te quiero.
—Yo también te quiero. —Pero, por una vez, aquellas palabras no lograron arreglarlo todo.
Balthazar y yo estuvimos de tan mal humor en los días siguientes que le sugerí fingir que habíamos discutido. Andar juntos por ahí haciéndonos pasar por una pareja feliz era algo que ninguno de los dos podía hacer. Pero, después de una semana, podríamos serenarnos y fingir que hacíamos las paces.
No obstante, aquello me dejó sola durante más tiempo y mis preocupaciones ocuparon todos los segundos que pasaba sin compañía. Pensar en cómo nos habíamos despedido Lucas y yo me producía una especie de vértigo interno, como si el suelo que pisaba se moviera bajo mis pies.
Vic advirtió mi desasosiego e intentó tranquilizarme enseñándome a jugar al ajedrez, pero yo estaba demasiado nerviosa y distraída para recordar las reglas, y mucho menos para pensar en una estrategia.
—Últimamente estás fatal —me dijo una tarde mientras los dos rebuscábamos entre el envío semanal de alimentos. Al parecer, los alumnos humanos no habían advertido que muchos de sus compañeros ni tan solo se pasaban a recogerlos. Estaban demasiado ocupados en coger felizmente las cosas que habían pedido: cajas de pasta, paquetes de galletas. Vic se metió dos botellas de naranjada en su bolsa de lona—. Y es imposible no ver que Balthazar también se pasea como un alma en pena.
—Sí, supongo. —Sintiéndome incómoda, me quedé mirando la lista de Raquel. Me había ofrecido a recoger sus cosas junto con las mías.
—Balty vino a nuestro último pase de películas clásicas,
Seven
y
Sospechosos habituales
. El tema era Kevin Spacey:
3 días
. Una doble sesión formidable, ¿no crees? Pero Balthazar no miró la pantalla ni una sola vez.
—Vic, sé que tienes buena intención, pero no quiero hablar de eso.
Él se encogió de hombros mientras seleccionaba unas cuantas latas de sopa.
—Solo me preguntaba si esto tiene algo que ver con Lucas.
—Tal vez. En cierto modo. Es complicado.
—Supongo que Lucas es de esos tíos que dejan huella. Apasionado, temperamental, rebelde y todo eso. Yo no puedo hacer de chico malo —dijo Vic—. Yo tengo un estilo más meloso. Lucas, en cambio…
—Él no está haciendo nada. Él es como es.
—Lo sé —dijo Vic con calma—. Y sé que no habéis terminado. Es duro para Balthazar, pero a mí me gusta llamar a las cosas por su nombre.
Deseé que tuviera razón y esa esperanza me animó.
—Eres un pésimo alcahuete, Vic.
—No tan malo como tú. En serio, ¿Raquel y yo?
—¡De eso ya hace más de un año! —Cuando terminamos de reírnos, volvimos a concentrarnos en la «compra» y cogimos lo que nos faltaba. Cuando regresé a mi habitación con las bolsas, no estaba exactamente de buen humor, pero me sentía mejor que en mucho tiempo.
Raquel resultó estar en mitad de uno de sus proyectos artísticos más grandes y sucios. Aquel collage ocupaba casi la mitad del suelo de nuestra habitación y olía a pegamento y pintura.
—¿Qué es? —dije sorteando periódicos húmedos y pinceles.
—Yo lo llamo
Oda a la anarquía
. ¿Ves que los colores están en un constante estado de colisión?
—Sí, es imposible no verlo.
Mi débil elogio no melló el entusiasmo de Raquel. Tenía pintura en los antebrazos y hasta se había manchado el pelo de naranja, pero no dejaba de sonreír a su obra inconclusa mientras se comía una galleta.
—Puedes moverte por la habitación sin pisarlo, ¿verdad?
—Sí, pero creo que esta noche será mejor que duerma con mis padres.
—¿Te dejan?
—No continuamente, pero no creo que vaya a importarles por una noche.
Resultó que mis padres estuvieron entusiasmados de verme. Anteriormente, habían tenido mucho cuidado con la cantidad de tiempo que me dejaban pasar con ellos, dado lo preocupados que estaban por mi negativa a querer relacionarme con los otros vampiros de la Academia Medianoche. Ahora tenían la certeza de que estaba madurando como ellos querían, y sus puertas estaban abiertas siempre que me apeteciera.
Antes, aquello me había parecido algo natural, pero ahora ya no.
—¿Papá? —pregunté mientras cambiábamos las sábanas de mi cama—. ¿Siempre habéis sabido que yo terminaría siendo un vampiro? Un vampiro completo, quiero decir.
—Por supuesto. —Mi padre siguió concentrado en remeter pulcramente la sábana en una esquina de la cama—. Cuando te hagas adulta y le quites la vida a alguien, y ya sabes que podemos encontrar una forma decente de que lo hagas, habrás completado el cambio.
—Yo no estoy tan segura.
—Cariño, todo va a ir bien. —Me puso una mano en el hombro y ni su nariz torcida y fracturada por tantos sitios distintos pudo disimular la dulzura de su expresión—. Eso te preocupa, lo sé.
Pero si encontramos a alguien que ya se esté muriendo, que ya ni siquiera esté consciente, le estarás haciendo un favor. Su último acto será darte la inmortalidad. ¿No crees que querría hacer eso por ti?
—No lo sabré, porque no lo conoceré, ¿no? —¿Cómo podía haber llegado a reconfortarme aquella idea? Por primera vez, caí en la cuenta de lo presuntuosa que era y de cuán insensible era suponer que yo tenía derecho a poner fin a una vida, incluso a una que estuviera terminando, solo para mi provecho—. Pero no me refiero a eso. Tú siempre dices cuando mate. «Cuando» mate. ¿Qué ocurre si no lo hago?
—Lo harás.
—Pero ¿qué pasará si no lo hago? —Nunca hasta entonces le había insistido para que me respondiera a aquello. Jamás había sentido la necesidad. Ahora, de repente, todas aquellas preguntas inexpresadas me pesaban como una losa cada vez más grande—. Solo quiero saber qué alternativa tengo. ¿No lo sabe nadie? ¿La señora Bethany, quizá?
—La señora Bethany te dirá exactamente lo mismo que voy a decirte yo, que es que no tienes ninguna otra opción. No quiero volver a oírte hablar de esta forma nunca más. Y no le digas nada a tu madre. La disgustarías. —Mi padre respiró hondo, en un intento por tranquilizarse—. Además, Bianca, ¿cuánto puede faltar? Tu sed de sangre ya era bastante fuerte el año pasado.