—¿Has sacado mucha información? De las notas de Lucas, quiero decir.
—Ni de lejos la suficiente. Pero sé que Charity está volviendo a visitar las poblaciones de esta zona, los lugares que recuerda. Lo hace a veces, pero eso nunca la alegra. Es como si odiara esos sitios por haber cambiado mientras ella sigue igual.
—Entonces puedes encontrarla —comenté. Me froté las manos, que todavía tenía frías—. Puedes deducir adónde irá a continuación.
Balthazar no despegó los ojos de la carretera mientras ponía la calefacción del coche.
—Puedo intentarlo, pero no hay ninguna pauta. Con Charity, no la ha habido nunca.
—Aun así, es un punto de partida.
—Tú siempre viendo el lado bueno. —La comisura de la boca se le torció en una sonrisa involuntaria—. Tienes razón. Es un punto de partida.
Cuando hubimos aparcado al final del campus, abrí la puerta para salir, pero Balthazar no se movió al principio. Vacilé.
—Gracias —le dije— por esta noche. Ha significado mucho para mí.
Balthazar alargó la mano hacia mi cara. No me tocó, pero tenía las yemas de los dedos cerca de mis labios.
—Tienes los labios hinchados.
—¿Qué? —Ahora que lo mencionaba, me notaba la boca hinchada y dolorida. Me di cuenta de que era por los enardecidos besos que nos habíamos dado Lucas y yo—. Oh… ¿Está demasiado…?
—Está bien —dijo Balthazar en tono alegre. Tenía la mirada triste—. Cualquiera que se dé cuenta supondrá que me has estado besando a mí.
Afortunadamente, no tuve mucho tiempo para ponerme melancólica por la separación entre Lucas y yo. La semana de los exámenes trimestrales estaba cerca y había que entregar trabajos y estudiar. En cierto modo, enfrascarme en los estudios fue un consuelo.
Mi humor taciturno persistió, por muchas redacciones que escribiera para la señora Bethany o muchas prácticas de exámenes de cálculo que hiciera. No obstante, nadie se dio cuenta, porque todo el internado seguía con los nervios de punta. Aunque habían reparado la ventana del gran vestíbulo, colocando una vez más cristales transparentes en vez de vidrieras, éste seguía desierto, incluso en los días lluviosos, cuando la única alternativa era encerrarse en la habitación. Comenzaron a correr rumores cada día más absurdos.
—He oído que el fantasma del internado forma parte de una maldición vudú —proclamó Courtney un día desde la ducha. Yo me estaba lavando el pelo dos duchas más allá—. El vudú es una práctica totalmente real y algún pringado del año pasado que ya no ha vuelto decidió maldecir este sitio amargándonos la mejor fiesta del año a toda la gente guay.
Me habría gustado decirle lo estúpida que estaba siendo, pero tampoco tenía una explicación mejor.
Cuando empezó la semana de los exámenes trimestrales, advertí un elemento curioso en las reacciones que el fantasma provocaba en el internado, algo que no habría imaginado: los vampiros eran los que más miedo le tenían. Los alumnos humanos también estaban nerviosos, pero, en su mayoría, parecían tomárselo con bastante calma.
Aquello no me pareció lógico. De acuerdo que era más probable que los vampiros supieran que los fantasmas existían y apreciaran el posible peligro. Pero yo no había oído a ningún alumno humano mofándose de la idea de que los fantasmas existían; aunque, después de lo sucedido en el Baile de Otoño, nadie podía dudar de que estuviera ocurriendo algo sobrenatural.
—¿No es un poco raro —aventuré un día mientras Vic y yo estudiábamos juntos en la biblioteca— que no haya más gente muerta de miedo?
—¿Por los exámenes? Créeme, yo lo estoy.
—No, por los exámenes no. Por… esa cosa. Ya sabes.
—¿El fantasma? —Vic ni siquiera alzó la vista del libro de anatomía.
—Sí, el fantasma. Te tomas con mucha tranquilidad esto de vivir en una casa embrujada.
—Yo siempre he vivido en una casa embrujada. —Vic se encogió de hombros—. Superé el canguelo hace mucho tiempo.
—Un momento, ¿qué? —Jamás se me habría ocurrido que precisamente Vic pudiera saber más de fantasmas que cualquier vampiro de Medianoche—. ¿Tu casa está embrujada?
—Sí, en un punto del desván donde te mueres de frío. Actividad espectral clásica: descenso de la temperatura, sonidos raros y la sensación de que alguien te está observando aunque no haya nadie. En mi familia, siempre lo hemos sabido todos. Mis amigos se quedaban a dormir en casa todas las noches de Halloween y esa fiesta era, modestia aparte, la más sonada del año. Todos los años. —Mientras lo miraba boquiabierta, Vic comenzó a reírse—. Aquí hay muchas personas que han visto lo mismo.
—¿El fantasma de tu casa?
—Los fantasmas de sus casas. O de sus escuelas o… ¿sabes esa chica nueva, Clementine? Jura que su abuela tenía un coche embrujado. Como en
Christine
de Stephen King, ¿sabes? Me encantaría probar a conducir esa cosa.
—¿Cómo te has enterado de todo esto?
Vic suspiró.
—¿Sabes?, mientras tú te dedicas a hacértelo con Balthazar, y Raquel se queda encerrada con sus proyectos artísticos, y Ranulf está otra vez estudiando sus viejos mitos nórdicos, yo hago otra cosa. Un disparate. Una excentricidad. Yo lo llamo «hablar con otras personas». Mediante ese milagroso proceso, a veces puedo enterarme de cosas sobre otros dos o tres seres humanos en un solo día. Los científicos se han propuesto estudiar mi método.
—Cállate. —Le di juguetonamente un empujón y él se volvió a reír, pero en mi fuero interno estaba intentando asimilar todo aquello. Claro que Vic sabía más que nadie de los alumnos humanos; era el chico más extravertido de todo el internado. Incluso algunos de los vampiros que lo miraban por encima del hombro terminaban hablando con él alguna que otra vez—. ¿Los fantasmas, han… bueno… hecho alguna vez daño a alguien?
—No, que yo sepa. A mí, nuestro fantasma del desván siempre me ha caído bastante bien. De niño solía subir a leerle cuentos. Le enseñaba mis juguetes nuevos. No es más que un viejo espíritu atrapado entre dos mundos, ¿no? ¿De qué hay que tener miedo?
—¿De que te atraviese un carámbano de hielo?
—Nadie resultó herido en el Baile de Otoño. Imagino que el fantasma solo nos estaba asustando, divirtiéndose viéndonos correr y chillar.
—Tal vez.
Podría haberme quedado más tranquila si no hubiera conocido la historia de Raquel.
Casi todas las noches, antes de acostarme, pensaba en Lucas, algunas veces recordando el tiempo que habíamos pasado juntos, otras fantaseando o simplemente preguntándome dónde estaría y esperando que estuviera bien y feliz. La noche después de nuestro último examen trimestral fue diferente. Estaba agotada y deprimida porque aún faltaba un mes entero para nuestra próxima cita.
No, esa noche no quería pensar en Lucas. No quería pensar. Cerré los ojos con fuerza e intenté quedarme dormida lo antes posible.
La tormenta rugía fuera del internado y el viento azotaba las ramas de los árboles. Yo estaba delante de la ventana rota, procurando no pisar cristales rotos. Gotas de lluvia me salpicaban en la piel
.
—¿No
quieres quedarte? —dijo Charity. Llevaba una vieja tea en la mano sacada de una película de terror. La llama anaranjada vaciló próxima a su rostro, pero Charity no se apartó. Era el único vampiro que yo había visto que no temía el fuego—. Aquí hace calor y no llueve. Puede hacer incluso más calor
.
—No
puedo quedarme
.
—
¿No puedes? A lo mejor es que no quieres
.
No sabía si Charity tenía o no razón. Solo sabía que tenía que alejarme de ella y de Medianoche
.
—
¡Bianca! —Era la voz de Lucas. Me esforcé por determinar de dónde venía y descubrí que Lucas estaba fuera, bajo la lluvia—. ¡Bianca, no te muevas!
—
Lo siento, Bianca. —Los oscuros ojos de muñeca de Charity eran tan candorosos como los de un niño. Me acercó la tea y yo noté el calor quemándome la piel—. Pero tiene que arder
.
Salté por la ventana. Los cristales que aún seguían adheridos al marco me hicieron cortes en las piernas y los brazos antes de que me estampara contra la hierba mojada. Llovía tanto y tan fuerte que tuve la sensación de que me estaban apedreando. Pero eché a correr con todas mis fuerzas, notando la hierba congelada bajo los pies descalzos. ¿Dónde estaba Lucas?
Entonces el seto cambió, espesándose y creciendo de un modo que reconocí, pero ¿cuándo? ¿Cuándo había visto ocurrir aquello? No lo supe hasta ver las extrañas flores rojas comenzando a ennegrecerse
.
Mi sueño… esto es un sueño… no es solo un sueño
…
—
¿Lucas?
Me senté en la cama respirando con dificultad. Raquel estaba apoyada en los codos, mirándome con cara de sueño.
—¿Has dicho algo?
—Estaba soñando. —Me costaba respirar—. Eso es todo.
—¿Estás totalmente segura?
—Sí, te lo prometo. —Tardé otros dos segundos en reponerme lo bastante como para tranquilizarla—. Probablemente solo estoy preocupada por cómo me han ido los exámenes.
Raquel me observó con los ojos abiertos de par en par, recordando viejos terrores nocturnos suyos.
Volví a intentarlo.
—No tiene nada que ver con ningún fantasma. De veras.
—¿Cómo puedes saberlo con absoluta seguridad?
—Tú lo sabías, ¿no?
—Supongo que sí. —Raquel se levantó de la cama y se acercó hasta la mía, sus pies descalzos sin apenas hacer ruido al pisar el rígido suelo de madera. Me apartó de la cara unos cuantos mechones de pelo empapados de sudor—. ¿Quieres que te traiga un poco de agua?
—Eso me vendría bien, la verdad. Gracias.
En cuanto estuve sola, volví a pensar en el sueño y en las flores que ya había visto, las flores con las que había soñado la noche antes de conocer a Lucas. Había pensado que fue una coincidencia cuando encontramos el broche esculpido con la misma forma de aquellas extrañas flores.
O eso había creído siempre. Pero, por primera vez, me pregunté si mis sueños no significarían algo más.
Durante las vacaciones de Navidad, Medianoche estuvo más vacío que el año anterior, cuando se habían quedado algunos vampiros que carecían de hogar al que regresar. Este año casi todos habían huido del internado embrujado y me pregunté cuántos de ellos regresarían.
También fue un invierno desagradable, sin nieve: solo cielos grises, aguanieve y hielo que hizo intransitables las carreteras la mayoría de los días. Las frecuentes salidas de Balthazar para ir en busca de su hermana tuvieron que interrumpirse momentáneamente. Yo me daba cuenta de que lamentaba no haber salido más a menudo de Medianoche mientras aún era posible, de manera que hacía cuanto podía para animarlo. La víspera de Navidad, estuvimos pasando el rato en el aula de Tecnología Moderna mientras intentaba echarle una mano con el trabajo de enero.
—Tienes que hacerlo más deprisa —dije.
—Se tarda tiempo en interpretar el significado de las flechas —protestó Balthazar desde la plataforma de baile, haciendo rígidamente los pasos del nivel para principiantes de un juego de vídeo que enseñaba a bailar.
—Tienes que interiorizarlo para que tu cuerpo sepa qué hacer en cuanto veas la flecha. No tendrías ni que pensarlo. —Yo estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas junto a la plataforma de baile, mirándolo consternada—. Tú bailas bien, Balthazar. ¿Cómo se te puede dar tan mal esto?
—Esto no es bailar. Hoy día… basta con retorcerse espasmódicamente.
—Pues más te vale acostumbrarte, porque este juego no tiene el foxtrot.
Balthazar me fulminó con la mirada, pero había humor en sus ojos. También me dejó jugar, y se tomó con calma mi victoria.
Después subimos al apartamento de mis padres, donde yo estaba pasando aquellos crudos días de invierno. Cuando mi madre abrió la puerta, nos recibió una acogedora fragancia a canela y manzana.
—Ya era hora. —Dio un apretón en el hombro a Balthazar y me besó en la mejilla—. Os estábamos esperando.
—Vaya árbol. —Balthazar sonrió al ver el abeto de más de dos metros que mis padres habían colocado en un rincón. Salpicado de oropeles y decorado con los torpes adornos navideños que había ido confeccionando con el paso de los años, el árbol tenía un aspecto apropiadamente festivo, pero a mí no me pareció distinto al de cualquier otra Navidad. Balthazar estaba más impresionado—. Hace mucho que no abro regalos junto a un árbol.
—¿Desde que estabas vivo? —pregunté.
—En aquella época no teníamos árboles de Navidad —dijo mientras mi madre le ayudaba a quitarse la chaqueta—. Esa fue una tradición alemana que no se difundió por todo el mundo hasta… oh, doscientos años después de que yo muriera. Pero es una buena costumbre. Creo que durará mucho tiempo.
—Yo también. —Mi padre se había asomado a la puerta de la cocina y el delantal que llevaba atado a la cintura estaba prometedoramente manchado de chocolate—. Pero me tranquiliza que la gente ya no lo decore con velas.
—¿Con velas de verdad? ¿Con fuego? —No me lo podía creer.
Mi madre fingió que se estremecía.
—Fuego de verdad, cerca de árboles de verdad que se estaban extinguiendo rápidamente. No te creerías lo peligrosa que era antes la Navidad.
Fue una velada acogedora. El chocolate del delantal de mi padre resultó ser el baño de un pastel que había hecho para mí. Bebimos sidra en jarras y sangre en vasos, un ritual navideño. Por primera vez en mi vida, la yuxtaposición se me antojó extraña, pero, con mis padres y Balthazar pasándoselo tan bien, no le di muchas vueltas. En el tocadiscos de mi padre sonaban villancicos, con ese chasquido peculiarmente agradable que solo hacen los discos de vinilo. Durante un rato me olvidé de mi melancolía.
Más tarde Balthazar se arrodilló para inspeccionar los paquetes que había bajo el árbol. Me había prometido que traería mi regalo al día siguiente. Yo le había comprado un jersey, un regalo no muy inspirado, lo sé, pero él necesitaba modernizar su vestuario y, además, el cálido color marrón de la lana me había recordado a él de un modo que era difícil definir. No obstante, cuando Balthazar cogió el primer regalo que llevaba su nombre, fruncí el entrecejo: no era el mío.
—Un momento —dijo—. Hay unos cuantos para mí. Varios. Bianca, no te habrás gastado todo este dinero, ¿no? —Yo negué con la cabeza.
—Nos confesamos culpables —dijo mi padre, rodeando a mi sonriente madre con el brazo—. Ya eres casi de la familia, Balthazar. Queríamos que te sintieras igual de incluido que el resto de nosotros.