—Gracias. —Balthazar parecía profundamente conmovido, no porque fuera a abrir un montón de regalos el día de Navidad, sino porque mis padres lo hubieran acogido de aquella forma. Viendo lo mucho que significaba para él, quizá yo debería haber sentido lo mismo, pero no lo hice.
En cambio, volví a pensar en que a mis padres Balthazar les gustaba demasiado. Aunque era una bellísima persona, no reaccionaban así por eso. En absoluto. Balthazar les gustaba porque era mi novio vampiro, es decir, la persona que iba a convertir a su hija en el vampiro perfecto que ellos siempre habían querido que fuera.
Yo siempre había querido satisfacerlos. Pero ver cuánto lo deseaban —la desesperación que se atisbaba en sus sonrisas— me hizo preguntarme qué era lo que tanto temían.
Después, cuando empezó a oscurecer, mis padres no solo me permitieron llevarme a Balthazar a mi dormitorio, sino que además mi madre incluso cerró la puerta al salir, algo que ninguno de los dos había hecho en las dos ocasiones en que habían dejado entrar a Lucas.
—Los tienes en el bote —dije—. Tú también lo notas, ¿no?
—No estarían tan entusiasmados si supieran dónde te llevo y por qué. No los desilusionemos todavía. —Balthazar fue hasta la ventana y miró la gárgola. Tenía carámbanos en las alas—. Parece helada de frío.
—Debería tejerle una bufanda o algo así. —Me senté en el banquito que había delante de la ventana y toqué el frío cristal con las yemas de los dedos.
—Hasta las criaturas de piedra te dan lástima. —Balthazar se sentó a mi lado, pasándome un brazo por la espalda y pegando su pierna a la mía.
Lo miré con inseguridad.
—Si tus padres entran… —dijo él.
—Lo sé. Deberíamos parecer… cómodos.
—Exacto. —Balthazar me observó mientras vacilaba con una sonrisa cómplice en los labios—. Te parece que me estoy aprovechando de la situación.
—No es eso. Sé que no lo harías.
—Te equivocas. Lo haría. —Se acercó más a mí hasta que nuestros rostros casi se tocaron—. Estás más enamorada de Lucas Ross que nunca, y yo no puedo hacer nada para cambiarlo. Eso no significa que no disfrute estando tan cerca de ti.
Yo no podía concentrarme. Por alguna razón, no podía despegar los ojos de su boca. Tenía la mandíbula cuadrada y una suave barba incipiente.
—Solo me parece arriesgado, supongo.
—El único que se arriesga aquí soy yo, si me encariño demasiado contigo. Para ti no es arriesgado, siempre y cuando no te confundas.
—No me confundo.
—Por supuesto que no. —Una sonrisita asomó a sus labios.
Me levanté del banquito. Me noté las rodillas flojas. Balthazar se quedó donde estaba, con la sonrisa en los labios.
—Veo que… hum… estás de buen humor últimamente —farfullé—. Haces bromas, no en plan graciosillo ni nada, pero pareces animado.
—Sí, estoy bien.
Me senté en el borde de la cama, a más de un metro de él. Entonces pude concentrarme.
—Lo pasaste mal después de Riverton —dije—. ¿Has hecho más progresos de los que me has contado?
—No. Cuando encuentre a Charity, te lo diré de inmediato. Cuanto antes terminemos con la Cruz Negra, mejor. —Se recostó en el marco de la ventana. La gárgola era visible como una sombra detrás de él, como un diablo posado en su hombro—. Pero estoy aprendiendo a aceptar que no va a pasar de la noche a la mañana. Llevo treinta y cinco años sin ella; podré aguantarlo durante otro par de meses.
—Lo dices como si fueras tú quien la necesitara y no al revés.
Balthazar pensó un momento en aquello. —Supongo que siempre necesito tener alguien a quien cuidar. La conversación estaba tomando un derrotero peligroso. Zanjé rápidamente el tema planteándole algo que llevaba tiempo considerando si comentarle o no.
—Si te cuento una confidencia que me han hecho, algo muy personal, muy íntimo, porque creo sinceramente que puedes saber algo útil, ¿me prometes que guardarás el secreto? ¿Y que nunca dirás que lo sabes?
—Por supuesto. —Suspiró profundamente—. ¿Es sobre Lucas?
—No. Es sobre Raquel. —Allí, en Nochebuena, susurrando para que mis padres no oyeran ni una palabra, le conté lo que Raquel me había explicado sobre el fantasma que llevaba tanto tiempo aterrorizándola.
Él no se asombró tanto como yo.
—¿Cómo creías que eran los fantasmas, Bianca? ¿Dulces y simpáticos, como Casper y sus amigos? —Frunció el entrecejo—. ¿Aún hacen esos dibujos animados?
—Hicieron una película —dije distraídamente—. Pero no es eso… es decir, ese fantasma no se limita a volver las cosas azules o hacer hielo. Es un… bueno, es un violador.
—Hasta la mitología humana está familiarizada con los íncubos, Bianca. Algunas fantasmas atacan sexualmente a hombres mientras duermen; se llaman súcubos. Los fantasmas no tienen cuerpo, de manera que idean mil formas de violar los cuerpos de otros. Posesión, acoso sexual, visitaciones, todo responde a lo mismo.
Me estremecí.
—Es aterrador. Hay tantos fantasmas en el mundo… Tiene que haberlos a millones, Balthazar. Si son capaces de eso…
—Espera un segundo. No hay millones de fantasmas. Son bastante poco frecuentes. Menos frecuentes que los vampiros, eso seguro.
—No es posible. Casi todos los alumnos humanos de Medianoche se han criado en casas embrujadas.
—¿Qué? No lo dices en serio.
—Vic lo ha averiguado. Hay fantasmas en casi todos sus hogares. Para que eso sea cierto, tendría que haber cientos de miles de casas encantadas… —Me interrumpí al darme cuenta de que aquella no era la única posibilidad.
O había montones de casas embrujadas en el mundo, con lo que cualquier grupo de personas de mi edad podría haberse criado en ellas, o solo era una coincidencia que muchas de ellas hubieran terminado en el internado, o esa era la respuesta que Lucas y yo estábamos buscando. Sí, esa era la razón de que la señora Bethany admitiera alumnos humanos en la Academia Medianoche. No podía venir cualquier alumno humano; solo los que estuvieran vinculados a fantasmas franqueaban sus puertas.
—La señora Bethany está buscando fantasmas —susurré.
—¿Qué?
Me expliqué lo mejor que supe, trabándome de la emoción.
—Tiene que ser eso. Una vez que los alumnos vienen al internado, ella mantiene vínculos con las casas y las familias durante años. De ese modo, si necesitara entrar en alguna de esas casas podría hacerlo.
—Estoy de acuerdo en que esto no puede ser casualidad —dijo Balthazar sonriendo despacio—. Esto no es una coincidencia. Pero ¿por qué iba a buscar fantasmas la señora Bethany? Ellos nos odian; nosotros los odiamos a ellos. Normalmente se mantienen a distancia, y nosotros les devolvemos el favor.
—Últimamente, no. Algo ha cambiado. Esa vieja tregua se ha roto. —Me estremecí y pegué las rodillas al pecho, abrazándomelas al pie de la cama—. Vienen a por nosotros. Los fantasmas se han fijado como objetivo este internado o a los vampiros en general. La señora Bethany debía de saber que iba a pasar esto. Por eso ha permitido que vengan humanos, para… para localizar a los fantasmas o acceder a ellos, quizá.
Balthazar repiqueteó con los dedos en el alféizar de la ventana.
—Has dado con algo. Piénsalo, Bianca. Durante siglos, ni un solo fantasma se atreve a entrar en Medianoche y, luego, ¿se aparecen a montones en cuanto empiezan a venir alumnos humanos?
—¿A montones? —Pensé en la chica que había visto hacía unos meses, después en el hombre de escarcha que se me había aparecido en la torre norte y, por último, en lo que fuera que hubiera interrumpido el Baile de Otoño: no parecía tener ninguna forma física—. Sí, han sido más de uno. Pero no ha sido inmediato. Han tardado un año en empezar a aparecerse.
—Dado que los incidentes han comenzado siendo poco llamativos, es posible que estén aquí desde el año pasado sin que nos hayamos enterado.
Por fin había hecho un avance importante. Por fin lo comprendía. Los fantasmas habían venido a Medianoche y lo que habíamos visto hasta ahora solo era el principio.
—Oh, cariño, me encanta. —Mi madre se puso su nueva pulsera y besó a mi padre en la mejilla. Teniendo en cuenta que mi padre llevaba más de trescientos años haciéndole regalos, me pareció todo un mérito que aún fuera capaz de encontrar cosas que le complacieran. O quizá fuera ese el secreto de su larga relación de pareja, el hecho de que siguiera complaciéndoles prácticamente cualquier regalo, detalle o palabra.
Mi padre me despeinó.
—Guardaremos el resto de tus regalos para que los desenvuelvas cuando venga Balthazar, pero abre solo este, ¿vale?
Yo cogí obedientemente una bolsa en la que había un colgante con forma de lágrima unido a una cadena antigua de cobre viejo.
—Es bonito —dije sopesándolo—. ¿Qué es?
—Obsidiana —dijo mi madre—. Póntelo, a ver cómo te queda.
Me sonrieron satisfechos cuando me lo puse en el cuello. Me extrañó que hubieran elegido la obsidiana, pero el brillo de la piedra negra era precioso.
¿Cómo sería para Lucas el día de Navidad? No me podía imaginar ni a Kate ni a Eduardo explicándole cuentos sobre Papá Noel cuando era pequeño, ni que la Cruz Negra se quedara en el mismo sitio durante el tiempo suficiente para que él hubiera tenido alguna vez un árbol de Navidad. Lo imaginé como el niño que debió de ser, rubio y con los ojos grandes, deseando juguetes pero no teniendo nunca ninguno. Y jamás se habría quejado. En aquel momento, quizá estaba durmiendo en un camastro en algún otro sórdido aparcamiento, sin regalos, ni dulces ni villancicos. La imagen me pareció desoladora y volví a recordar lo que él me había dicho en una ocasión sobre carecer de cualquier clase de vida normal.
Pensar en la solitaria mañana de Navidad de Lucas me dejó vacía por dentro.
Hasta nuestro lamentable desacuerdo en el observatorio, no me había dado cuenta de cuánto contaba con poder cambiar algún día el hecho de que Lucas y yo estuviéramos en mundos distintos. Él necesitaba romper sus ataduras con la Cruz Negra en algún momento. Yo abrigaba la esperanza de que se uniera a mí como vampiro, una posibilidad que él acababa de rechazar para siempre.
Si aquello no estaba en nuestro futuro, ¿cómo podría Lucas ser alguna vez libre? ¿Y cómo podíamos nosotros estar alguna vez juntos?
L
a reanudación de las clases fue un alivio para mí. Me había sumido en un estado de ánimo melancólico que solo se agravaba con tiempo y silencio para pensar. Al menos, cuando los pasillos se llenaron de alumnos y los trabajos comenzaron a acumulárseme, tuve bastante que hacer. Pude dejar de pensar en mis problemas por un tiempo.
Al parecer, casi todos los alumnos de Medianoche habían dedicado gran parte de sus vacaciones a pensar en sus problemas, concretamente en el problema de ir a un colegio embrujado. Varios de los vampiros no habían regresado; los que lo habían hecho murmuraban sobre la necesidad de apostar centinelas en los pasillos y dormir únicamente por turnos mientras el otro compañero de habitación permanecía despierto. Incluso oí que alguien especulaba sobre qué haría falta para realizar un exorcismo. «Sí —pensé—, estoy segura de que un sacerdote con un crucifijo y una Biblia sería muy bien recibido aquí».
Los alumnos humanos seguían estando relativamente tranquilos con el asunto del fantasma. Hasta Raquel lo estaba llevando bien.
—No es el mismo fantasma —razonó mientras deshacía su baúl, que contenía sobre todo comida: latas de sopa, paquetes de galletas saladas y tarros de mantequilla—. Si fuera a… bueno, si yo estuviera en peligro, a estas alturas ya lo sabría. Prefiero vérmelas con esto que con lo que sea que hay en casa de mis padres.
—¿Cómo soportas vivir allí?
—Esta Navidad la he pasado con mi hermana mayor y su marido. Su casa está bien. Mis padres piensan que lo hago por llevarles la contraria, pero también opinan que Frida es una «buena influencia».
Pensé en todas las cosas que mis padres me dejarían hacer siempre que estuviera con Balthazar.
—Si vas con una buena influencia, puedes hacer lo que te da la gana, ¿no?
Nos echamos a reír y luego nos partimos una barrita de dulce.
Pronto me quedó claro que al menos un vampiro se había pasado las vacaciones preocupándose por algo más aparte de los fantasmas, y que yo tenía ahora un problema completamente nuevo.
—He conseguido pasarme casi treinta años sin cambiar una rueda pinchada —rezongó Courtney mientras utilizaba el gato—. Si eres joven, sexy y rubia, créeme, puedes librarte. Siempre hay algún imbécil que está encantado de ayudarte. Por supuesto, comprendo que tú sí necesites aprender a hacerlo.
—¿Quieres hacer el favor de pasarme la llave? No vamos a terminar nunca si sigues quejándote.
—Qué genio. —Courtney sonrió furtivamente, curvando sus carnosos labios en las comisuras—. ¿Qué te pasa, Bianca? ¿Estás… oh, no sé, teniendo algún problema en tu relación?
—Las cosas entre Balthazar y yo van tan bien como siempre. —Técnicamente, aquello era cierto. Cuando me arrodillé en el frío asfalto, manchándome los guantes de grasa, intenté prestar atención a la rueda pinchada.
—Creo que piensas que me estás diciendo la verdad —dijo Courtney—. Creo que ni tan siquiera sabes dónde va Balthazar sin ti.
—¿De qué me hablas?
—Resulta que, poco antes de Nochevieja, vi a Balthazar en Amherst. Sin ti.
—¿Qué hacías tú en Amherst?
—Resulta que conozco esa ciudad, ¿vale? Voy de vez en cuando. Balthazar también, pero, por lo visto, para ver a alguien que no es su novia. Yo que tú sospecharía.
Balthazar debía de haber estado buscando a Charity. Se me ensombreció la expresión y Courtney sonrió satisfecha. No podía saber qué me había entristecido, pero eso le daba igual. Ahora que había detectado una debilidad, seguro que la explotaba.
—Balthazar va a un montón de sitios —me apresuré a decir—. Para mí no significa nada. No estamos metidos uno dentro del otro.
—Qué lástima. De hecho, lo de meter es la idea, ¿no? —Courtney me guiñó un ojo mientras me arrojaba la llave por el suelo. Yo la cogí y esperé que hubiera tenido suficiente burlándose de mí por la presunta infidelidad de mi presunto novio. Tanto Balthazar como yo necesitábamos que nuestra farsa continuase en pie y no podíamos permitirnos que nadie nos vigilara demasiado estrechamente.
Estaba decidida a que aquel viaje fuera distinto para mí y Lucas, pero no sabía lo distinto que iba a ser.