—No sé exactamente dónde tenemos que encontrarnos con él —dije a Balthazar cuando el sedán gris del internado dejó atrás un cartelito blanco que anunciaba el pueblo de Albion—. Dijo que sabríamos dónde cuando lo viéramos, signifique lo que signifique eso.
—No te preocupes. Lucas tiene razón. Créeme, no hay muchos sitios a donde podría ir.
Pronto supe a qué se refería. Albion era incluso más diminuto que el pueblecito donde me había criado yo: solo un puñado de calles apelotonadas, alumbradas por una única farola situada en el centro. Las casas parecían viejas y, salvo por un colmado, una gasolinera y la estafeta de correos, no se veía nada que se asemejara a una tienda.
—Bastante aburrido, ¿no?
—Era más bonito hace ciento cincuenta años, cuando vivimos aquí.
Balthazar se refería a él y a Charity. Le observé atentamente el rostro, pero él no dejó traslucir ninguna emoción.
Balthazar aparcó en una calle próxima a la única farola de Albion. Había nevado ese mismo día, y la fina capa de nieve que cubría el suelo crepitó bajo nuestras botas mientras nos dirigíamos al centro del pueblo. Escruté ávidamente la oscuridad, intentando divisar a Lucas. Necesitaba desesperadamente volver a verlo, abrazarlo, y hablar durante mucho rato con él para poder volver a conectar. La intimidad entre nosotros se resentía mientras estábamos separados, y era eso lo que yo quería reconstruir.
Justo cuando doblamos la esquina oí:
—Aquí estáis.
Me volví sonriendo de oreja a oreja.
—¿Lucas?
Lucas se acercó corriendo hasta nosotros, vestido con un grueso anorak y un gorro de lana que casi lo volvía irreconocible. Abrió los brazos y yo corrí a su encuentro. Noté su nariz fría en mi mejilla.
—Hola, ángel —murmuró.
—Siempre me ves tú primero. Apareces por detrás de mí todas las veces.
—Y a ti te encanta.
—Ajá, me encanta. —Lo besé en la mejilla y luego en la boca—. Pero algún día voy a sorprenderte.
—Te deseo suerte en el intento. —Lucas me abrazó con más fuerza si cabe. Pese a las capas de ropa que había entre nosotros, el abrazo bastó para encenderme por dentro.
—Tengo que contarte un secreto. —El corazón me dio un vuelco al imaginar su reacción; deseaba tanto que aquella noticia lo alegrara—. Sé por qué ha admitido la señora Bethany alumnos humanos en Medianoche.
—¿De veras? ¿Por qué?
Le expliqué la deducción que Balthazar y yo habíamos hecho sobre el intento de la señora Bethany de localizar fantasmas, esperando que compartiera mi satisfacción. En cambio, la sonrisa se le fue borrando poco a poco. Confundida, dije:
—Venga, Lucas. Esto es un auténtico bombazo. ¡Es lo que llevas intentando averiguar desde hace casi dos años! ¿No puedes utilizarlo para poner en evidencia a Eduardo? ¿O crees que me equivoco?
—No, me apostaría un riñón a que aciertas. Cuando hice la solicitud para entrar en la Academia Medianoche, utilizamos la dirección de Providence de la vieja profesora Ravenwood, y ella siempre hablaba del fantasma del sótano. Aunque estaba bastante senil antes de morir, por lo que nunca le dimos mucha importancia. Supongo que le debo una disculpa póstuma.
—Entonces ya está. Puedes volver a la Cruz Negra y decirles lo que has descubierto. Has cumplido tu misión. Eso te quitará a Eduardo de encima, ¿no?
Lucas suspiró.
—El caso es que a Eduardo no va a gustarle. Algunos comandos de la Cruz Negra cazan fantasmas con bastante regularidad, pero nosotros no lo hacemos casi nunca. De manera que lo más probable es que otro comando de cazadores se encargue de nuestra investigación.
—Pero sigues teniendo la respuesta, y ahora sabes que no hay ningún humano en peligro.
—No conoces a Eduardo. A ese tío le da igual lo bien defendido que esté el internado o que sea el único sitio donde los vampiros nunca atacan a los humanos. Lo odia. Quiere borrarlo del mapa. Ésta parecía ser su excusa. Ahora va a tener que ceder la misión a otros.
—Eso significa que tú no tendrás tantos motivos para volver a esta zona. Vernos va a ser incluso más difícil. —Todos mis esfuerzos solo habían hecho que empeorar las cosas.
Lucas me cogió la cara entre las manos. La basta lana de sus guantes me raspó las mejillas.
—Encontraremos la forma. Siempre la encontraremos. Tienes que creer eso.
El nudo que se me había hecho en la garganta solo me permitió responderle asintiendo. Lucas me besó con vehemencia, como si eso bastara para unirnos para siempre.
Balthazar se aclaró la garganta.
Retrocedí un paso, reparando, demasiado tarde, en lo incómodo que debía de resultarle aquello. Lucas lo aprovecharía para ponerse sarcástico, pensé, pero me sorprendió.
—Muy bien, pasando a otro tema. Balthazar, creo que tu hermana está aquí en Albion en este momento.
—Has visto a Charity. —Balthazar alzó el mentón.
—Hoy mismo. En la parte oeste del pueblo. De camino aquí, la he visto andando junto a la carretera, cerca del bosque. He dado inmediatamente la vuelta, pero es como si se hubiera esfumado.
Balthazar asintió.
—Creo que sé dónde buscarla.
Lucas me apretó la mano.
—Lo siento, pero sabes que tenemos que hacer esto.
—Lo sé. —De hecho, estaba entusiasmada. Si por fin podíamos reunir a Balthazar y Charity, cuánto se alegrarían los dos. El tiempo que pasara con Lucas solo podía ser incluso más agradable si cabe si sabía que habíamos logrado nuestro objetivo y ayudado a alguien más.
Terminamos cogiendo la camioneta de Lucas, aunque apenas cabíamos los tres en el asiento delantero. Me sentí un poco incómoda apretujada entre Lucas y Balthazar, en más de un sentido. Balthazar tenía la misma actitud que yo reconocía en Lucas, la clase de determinación que exigía actuar, no reflexionar. Fue extraño ver aquella similitud entre ellos: una resolución inquebrantable que era a la vez fascinante e intimidante.
Pero también vi las diferencias entre ellos.
—No saques un arma a menos que yo lo diga —dijo Balthazar mientras traqueteábamos por una tortuosa carretera secundaria que conducía a un campo de labranza—. Si está en Albion, lo más probable es que esté sola.
Lucas asía el volante como si fuera un escudo con el que se estuviera protegiendo.
—Me llevo una estaca. Lo siento, tío, pero no voy a salir desarmado.
Percibí enfado en los ojos de Balthazar y me apresuré a preguntar:
—¿Debemos siquiera ir Lucas y yo? ¿No te irá mejor si hablas con ella a solas?
—Tal vez. Aun así, quiero que te vea, para que sepa que somos amigos. Puede ser útil más adelante.
Balthazar nos condujo a una vieja casita situada a las afueras del pueblo, por no decir en pleno campo. Apenas parecía lo bastante grande para tener dos habitaciones y a la chimenea que había en el centro de su destartalado tejado le faltaban varios ladrillos en la parte de arriba. Lucas apagó los faros un par de minutos antes de parar la camioneta a unos cien metros de distancia. Fue a la parte de atrás y cogió dos estacas, ofreciéndome una de ellas. Balthazar no dijo nada. Aunque se me hacía extrañísimo tener una de aquellas cosas en la mano, la cogí. Las advertencias de Lucas sobre la banda de Charity me habían calado hondo.
A aquella distancia del pueblo, el silencio era casi total. El fuerte viento levantó pequeños copos de nieve y el hielo se nos clavó en la cara. Las nubes ocultaban la luna y las estrellas, y la noche era tan oscura que pensé que, si el tejado no hubiera estado cubierto de resplandeciente nieve blanca, ni siquiera habría visto la casita.
—No hay huellas —susurró Lucas en una voz tan baja que el viento y los crujidos de nuestros pasos en la nieve casi la ahogaron—. O no ha venido, o lo ha hecho justo después de que yo la viera…
—… y sigue dentro. —Balthazar escrutó las ventanas sin luz, pero dudé de que incluso su visión de vampiro le permitiera ver algo—. Lo averiguaremos.
Nos detuvimos un momento en las escaleras de la entrada. Balthazar las subió solo y puso una mano en el picaporte. Durante varios largos segundos se quedó completamente inmóvil y yo advertí que estaba conteniendo la respiración.
Luego abrió la puerta y, al cabo de un momento, dijo:
—No está.
—Un callejón sin salida.
—Yo no he dicho eso —respondió Balthazar—. Mirad. —Se agachó hacia un lado, haciendo algo que no pude ver, y entonces brilló la luz de una vela.
Cuando Lucas y yo entramos, vimos que alguien había estado en la casa hacía poco, alguien con una noción muy extraña de cómo acondicionar un hogar. Una colcha de encaje antaño bonita, manchada de suciedad y sangre, cubría un colchón colocado en el suelo. Apoyada en la pared, había una cabecera de cama hecha de latón con hermosos adornos de volutas; las arañas habían tejido su tela en los espacios vacíos. La vela que Balthazar había encendido estaba en un candelero en una mesita cubierta de cera de varios colores; enormes cantidades de ella habían goteado por toda su superficie, resbalado por las patas y formado charcos en el suelo. Un óvalo de cera morada rodeaba un zapato de mujer, un delicado zapato de tacón de aguja incrustado de diamantes de imitación con largas tiras que habían quedado atrapadas en la cera al solidificarse. Había botellas de ginebra vacías diseminadas por el suelo y amontonadas en los rincones y la chimenea estaba llena no de madera, sino de cristales rotos, formando un montón tan alto que parecían puestos allí a propósito. El montón brillaba a la luz de la vela, los colores del cristal —marrón, azul, verde— ardiendo con una irreal llama propia.
—No me malinterpretes, Balthazar —dijo Lucas—, pero tu hermana, ¿ha estado siempre chiflada?
—Tan diplomático como siempre. —Balthazar se arrodilló junto al montón de cristales rotos—. Aunque, sinceramente, Charity siempre tuvo algo… distinto. No está loca, ni lo ha estado nunca, pero tampoco se ha sentido nunca satisfecha. Nunca ha estado enraizada a la tierra. Una vez que se disgustaba por algo, o con alguien, no lo olvidaba nunca. Era como si no pudiera pensar en otra cosa, no mientras eso la fastidiara. Yo era el único que podía hablar con ella cuando se ponía así.
—Lo que a tu hermana le pasa ahora, sea lo que sea, no es una simple pataleta —dijo Lucas—. Este sitio me dice que no está en su sano juicio. Además, se ha juntado con la gente equivocada, por no decir algo peor.
Pensé en todos los extraños cambios que ya había notado en mí y en cuán desconcertantes podían ser. ¿Cuánto más atemorizante sería cambiar por completo, ser arrancado de la vida y transformado en un no muerto? Y yo llevaba preparándome para aquello desde que nací y sabía que probablemente podría escoger el momento. Charity había estado atada en un establo, viendo cómo torturaban a su hermano, sabiendo que sus padres habían sido asesinados. Eso sería más que suficiente para enfadar o desequilibrar a cualquiera para siempre.
«¿Es así como ocurre para la mayoría de los vampiros?». Me estremecí.
—No te estoy pidiendo que disculpes a la gente con la que se está relacionando Charity. —Balthazar no despegó los ojos del montón de cristales rotos.
—Pero estoy seguro de que quieres que no los castigue —comentó Lucas.
—No pretendas ser juez y parte. Tú solo eres el verdugo y decides quién es culpable en virtud de lo que somos, no de lo que hacemos.
—¿Por qué razón estamos hablando de mí y no de Charity y sus amigos de mierda?
Al principio, quise interrumpir su discusión, pero luego pensé que quizá fuera mejor que se desahogaran. Cuanto antes terminaran de discutir, mejor. Hice caso omiso de ellos y me arrodillé junto al colchón. Una de las manchas de la sucia colcha tenía forma de mano.
—Tú no tienes hermanos, ¿no, Lucas? Si los tuvieras, a lo mejor no te costaría tanto entenderme.
—Si tuviera un hermano que anduviera con la familia Manson, creo que estaría cabreado con él, no con los polis que están intentando cogerlos.
—¿Aún pretendes que eres un poli?
Puse la mano sobre la mancha de sangre. Cuando Charity y yo habíamos caminado juntas, ella me había entrelazado su brazo con el mío. Pese a su estatura, sus manos eran más pequeñas que las mías. Aquella mancha de sangre era más grande, tanto que mis dedos parecían los de un niño en comparación.
—No está sola. —Cuando dije aquello, Lucas y Balthazar dejaron de discutir y me miraron, como si se hubieran olvidado de que estaba allí con ellos—. Fijaos en esto. Alguien más ha estado aquí recientemente. Alguien mucho más grande. Un hombre, probablemente.
Balthazar no parecía convencido, pero Lucas sonrió.
—Hacías falta tú para verlo.
Orgullosa de mí misma, miré a mi alrededor, buscando ávidamente alguna otra prueba del segundo vampiro, pero no vi nada. No obstante, aquel extraño desorden me resultó entonces más desconcertante aún si cabe. Charity era rara, pero cualquiera pensaría que otra persona, cualquier otra persona, tendría más sentido común. Que impondría un poco de orden. En cambio, vivía allí en aquellas condiciones infrahumanas.
—No está sola —dijo lentamente Balthazar.
—Dime, Balthazar, ¿qué te fastidia más? —Lucas empezó a mirar en los cajones, que parecían estar vacíos—. ¿Que tu hermana pequeña tenga vida sexual o que, al parecer, su amante beba sangre?
—Piensa en lo que acabas de decir. —Balthazar se irguió—. Si Charity ha traído a alguien aquí, los habrá traído a todos. A la banda entera. A su tribu.
—¿La tribu? —Yo había leído referencias indirectas a las tribus de vampiros. No sabía mucho de ellas, pero no tenían buena pinta. Debería haber relacionado antes a la banda con la idea que tenía de lo que era una tribu—. ¿Quiere decir eso que están todos en el pueblo? ¿En este momento? ¿Y… que van a volver aquí?
Lucas y Balthazar se miraron y al cabo de unos instantes Lucas me cogió del brazo.
—Tú vuelve a Albion —dijo—. Balthazar y yo podemos encargarnos de esto.
—¿Qué? No quiero dejaros.
—Lucas tiene razón —dijo Balthazar—. Esto va a ser más peligroso de lo que pensaba. Tú no sabes combatir, Bianca.
—He aprendido mucho. —Me resistí cuando Lucas tiró de mí.
Balthazar negó con la cabeza.
—Las clases de esgrima no cuentan.
—Bianca, piensa —dijo Lucas—. ¿Cuántas veces estamos de acuerdo en algo Balthazar y yo?
No me gustaba admitirlo, pero tenían razón. Mis poderes no podían compararse con los de un vampiro completo. Los de Lucas tampoco, pero a él lo habían entrenado para luchar desde que aprendió a andar. Si aquello se convertía en una batalla en toda regla con un grupo de vampiros, yo no estaría en mi terreno. En ese momento decidí aprender tanto como pudiera, hacerme más fuerte: no quería que nadie volviera a pedirme nunca más que me fuera por mi propia seguridad.