—Es el coche de prácticas. —Balthazar tenía la mandíbula tensa, como si se estuviera tragando muchas otras cosas que habría preferido decir.
Lancé a Lucas una mirada de advertencia para que lo dejara, pero él siguió actuando como si tuviera que demostrar algo.
—¿Qué, no has tenido un coche de motor desde que se te estropeó el Studebaker?
Balthazar sonrió satisfecho.
—De hecho, el último coche que tuve fue un Mustang rojo GT Fastback 390 del año 1968.
Yo no tenía ni idea de qué significaba aquello, pero Lucas sí. Su expresión desdeñosa dio paso a la envidia y, luego, muy a su pesar, al respeto.
—Caramba.
—Sí. —Balthazar suspiró, abandonando por un momento su actitud hostil.
«Hombres», pensé.
—Bueno —dije esperando poner fin a aquello antes de que empezaran otra vez a lanzarse pullas—. Volveremos dentro de… ¿qué?, ¿dos horas?
—Todavía no. —Balthazar había vuelto a centrar su atención en Lucas—. Primero, dime lo que sabes de mi hermana y prométeme que la Cruz Negra va a dejar de perseguirla.
—Yo no estoy al mando de la Cruz Negra, ¿vale? Ellos no hacen lo que yo digo. Vamos a seguir persiguiendo a esa banda y, mientras Charity ande con esos vampiros, estará en la línea de fuego, así que tenemos que conseguir separarla de ellos de un modo u otro.
—Solo hay un modo de hacerlo. El mío. —Balthazar se acercó irguiéndose cuanto pudo ante Lucas, que era alto, pero no tanto—. Charity es una persona como tú y como yo.
—Tú y yo no somos iguales.
Balthazar ladeó la cabeza.
—Entonces, digamos que como Bianca. ¿De este modo me escucharás?
—¡Bianca no es una asesina! No ha tenido elección.
—Chicos, no hagáis esto —supliqué, pero no me prestaron atención.
—¿Elección? ¿Crees que la hemos tenido los demás? —Aunque Balthazar no hablaba alto, lo estaba haciendo en un tono ronco que yo desconocía y que me dio escalofríos—. Prueba tú a que te persigan por la noche. Prueba a correr lo más deprisa y lejos posible y a descubrir que ellos son más rápidos. Prueba a recobrar el sentido en un establo, con los cadáveres de tus padres en el suelo delante de ti, con las manos atadas por encima de la cabeza y un montón de vampiros hambrientos peleándose por quién te muerde primero. Ahí tienes la elección.
Lucas solo lo miró. Obviamente, jamás había imaginado nada parecido; ni yo tampoco.
En voz aún más baja, Balthazar continuó:
—Prueba a ver cómo muere tu hermana pequeña y entonces dime que no te pasarías toda la eternidad intentando compensar eso. Cuando hayas hecho todo eso, Lucas, entonces me podrás hablar de elecciones. Hasta entonces, dime lo que necesito saber y cierra el pico.
—Déjame en paz —dijo Lucas más calmado—. Lo entiendo, ¿vale? Todos tenemos que hacer lo que debemos, y lo veo bien. —Se sacó un cuadernito del bolsillo del abrigo y se lo dio—. Hay información sobre Charity. Solo son notas de las batidas que hemos llevado a cabo últimamente. Esos «amigos» con los que va, ¿tienes idea de quiénes pueden ser?
—No. —Balthazar ya estaba hojeando el cuaderno, escrutando sus páginas en busca de pistas.
—Probablemente la mayor parte de los detalles no te sirvan de nada, pero puede que haya algo. Y la próxima vez juntaré todo lo que tenga de ella, intentaré ponértelo de una forma que te haga más fácil encontrar alguna pauta. —Tras unos segundos, añadió—: Espero que te sea útil.
—Gracias. —Balthazar parecía sincero.
En el tenso silencio que siguió, intenté pensar en algo que decir después de lo que acababa de saber sobre el pasado de Balthazar, pero las palabras no me parecieron apropiadas, de manera que le di un rápido abrazo.
—¿Estás bien?
—Sí. Me voy al cine. —El también me abrazó, justo durante el tiempo suficiente para darme perfecta cuenta de que Lucas nos estaba observando—. ¿Nos vemos dentro de dos horas?
Mientras Lucas y yo nos alejábamos en la camioneta de su madre, él me preguntó:
—¿Estás bien?
—Sí, claro, pero estoy preocupada por Balthazar. No sabía que le había pasado eso. No puedo ni imaginarme lo horrible que debió de ser.
—A mí me han perseguido vampiros desde que nací, no necesito imaginármelo.
—Sé que algunos de los nuestros son asesinos —dije en voz baja—. Lo sé desde hace tiempo, pero no todos lo somos.
—Vale, eso lo veo. Lo que ninguno de los dos sabe es qué hay de verdad en las consignas que nos han enseñado nuestros padres, dónde está el equilibrio.
Suspiré.
—No quiero seguir hablando de esto, ¿vale?
—Me parece bien.
—Oye, ¿adónde vamos? —Los faros de la camioneta iluminaban la carretera por delante de nosotros, pero no era ningún lugar de Riverton que yo conociera. Estábamos subiendo por una fuerte pendiente.
—No te preocupes, preciosa. —Lucas sonrió—. Estarás de vuelta antes del toque de queda. Nuestro destino final es una sorpresa.
Pese al clima de tensión que se había creado antes, no pude evitar sonreír.
—¿Una pista?
—Lo sabrás cuando lo veas.
Y así fue.
El observatorio era un silo de madera viejo y pequeño con un tejado verde de cobre por cuyo centro asomaba el objetivo de un telescopio. Cuando empecé a sonreír, Lucas dijo:
—Aquí hubo un pequeño colegio universitario. Lleva cerrado varias décadas, pero la ciudad ha mantenido abierto el observatorio para que los alumnos de secundaria puedan venir de cuando en cuando.
—¿Está abierto esta noche? —pregunté con impaciencia.
—Esta noche será nuestro observatorio privado. Tendremos que abrirlo nosotros mismos.
Lo cual significaba que había que forzar la cerradura, cosa que Lucas hizo que pareciera fácil. Cuando entramos, nos encontramos en un espacio circular, no muy ancho pero de unos nueve metros de altura. Una escalera de caracol metálica conducía al telescopio. Debido al techo abierto, hacía el mismo frío dentro que fuera, pero me daba igual. Lucas me cogió de la mano cuando subimos las escaleras y nuestros pasos resonaron ligeramente en los peldaños.
Visto desde abajo, el telescopio no parecía tan grande, pero, una vez arriba, sus numerosas ruedas y palancas hicieron silbar a Lucas.
—¿Sabes manejar esto?
—Creo que me las arreglaré. —Nunca había manejado un telescopio tan inmenso, no sola al menos, pero había visitado un observatorio cuando iba a sexto y leído suficientes libros para tener una idea. Orientándome (norte, sur, este, oeste), apunté la constelación más próxima con el objetivo. Una nebulosa que habitualmente había visto como una estrella ligeramente menos definida, se veía ahora con toda claridad y detalle, casi como en los libros. Pero aquello era mejor, porque era real.
—Oh, caramba.
—¿Me dejas?
—La nebulosa de Orion. Mira. —Me aparté para que Lucas pudiera mirar por el ocular y lo rodeé con los brazos, conmovida y emocionada por el detalle que había tenido conmigo. Por un momento, me acordé de Balthazar, a quien había enseñado aquella constelación el año pasado, pero sin la ayuda de un telescopio. Esperaba que estuviera bien, solo en el cine.
—Es bastante espectacular.
—Ajá. —Qué calentito estaba, y noté que su atención ya estaba pasando de las estrellas a mí. Quería disfrutar aquella oportunidad de verlo todo en tantísimo detalle, pero me estaba costando pensar en nada que no fuera lo cerca que estábamos. Ojalá pudiéramos haber estado siempre así de cerca. Habría hecho cualquier cosa para que eso fuera posible, seguro que Lucas también.
Se volvió y me besó en los labios. Le cogí la cara entre las manos y volví a besarlo, esta vez en la boca. No tuve suficiente. Seguí besándolo cada vez más apasionadamente, hasta que la respiración empezó a entrecortárseme.
—Te he echado de menos —susurró Lucas enterrando la cara en mi pelo—. Todas las noches me acuesto pensando en ti, menos las noches en que no puedo dormirme de lo mucho que te deseo.
—Lo sé. —Me abrí rápidamente el abrigo, le cogí las manos y se las metí por debajo de mi camisa, estremeciéndome—. Yo también.
Lucas se puso a acariciarme la piel, rozándome la curva de los senos con las yemas de los dedos, y entonces ya no pude esperar más. Me senté en el suelo metálico y lo atraje hacia mí. Mientras él se tumbaba a mi lado, me abrí la chaqueta con tanto ímpetu que casi me arranqué los botones. Él me miró sorprendido un instante, antes de abrirse el abrigo y colocarse sobre mí, protegiéndome, abrigándome.
Nuestros besos se tornaron más enfebrecidos, casi desesperados. Lo que estaba sintiendo no se podía expresar en palabras. Mareada y extasiada, eché la cabeza hacia atrás. Las estrellas parecieron inclinarse y girar por encima del techo abierto. Hundí los dedos en el pelo de Lucas para poder mantenerlo pegado a mí mientras me hiciera sentirme de aquella forma.
«Él desea esto tanto como yo —pensé—. Lucas sabe cómo va a acabar esto, y no quiere parar».
Lucas volvió a besarme en la boca y los dos empezamos a respirar entrecortadamente, enloquecidos. Lucas me metió un muslo entre las piernas. Yo le cogí la cara entre las manos.
—Tú y yo… ¿Quieres que yo…? ¿Va a pasar?
—¿El qué? —Lucas pareció volver a mí desde muy lejos—. Oh. Oh. No creía que… esta noche…
—Ni yo, pero siento que también tú lo deseas. —Lo besé; él estaba temblando, quizá de excitación. Era exactamente igual que el año pasado en la torre norte, igual de irrefrenable y apremiante—. Entonces estaremos juntos de verdad para siempre.
—¿Estás segura?
—Esto lo cambia todo… para los dos… pero sí… lo estoy. ¿Y tú?
Lucas me sonrió de ese modo sensual que siempre lograba ponerme a cien.
—Del todo. —Cuando volvió a besarme, lo hizo con una intensidad distinta. Con resolución. Con apremio. Luego susurró con los labios pegados a mi mejilla—: ¿Has traído… ya sabes, protección?
—¿Protección?
—Ya sabes. —Yo no lo había hecho—. Bueno, yo no he traído condones. Porque soy… eso… idiota. —Lucas se dio un cabezazo contra mi hombro—. No pensé que tú… que llegaríamos a esto. Tendría que haberlo previsto. Cada vez que te toco…
—Un momento, ¿creías que estaba hablando de sexo?
Lucas me miró. De inmediato supe que él sí había estado hablando de sexo; lo tenía encima de mí y estaba medio desnuda. No era que yo no hubiera pensado también en hacerlo —puede que incluso más tarde aquella misma noche—, pero yo hablaba de atarnos para siempre.
—Bianca, ¿estás…? ¿Te referías…? ¿Estabas hablando de beber mi sangre?
—Sí.
—Pero no solo de beberla —se había puesto blanco como el papel—, ¿no?
—Creía que querías que… te transformara en vampiro. —El regalo definitivo. Le puse una mano en la mejilla, deleitándome con el tacto de su piel. Recordé viejos sueños que creía olvidados y, por un instante, me atreví a desear—. Hacer eso también me transformaría en vampiro a mí. Y entonces, Lucas, no tendríamos que volver a separarnos nunca.
Lucas se quedo completamente inmóvil.
—Antes me moriría y me quedaría muerto. Bianca, no vuelvas a pedirme eso nunca más. Porque es la única cosa del mundo que no haré por ti. Jamás seré un vampiro. Jamás.
Cada palabra fue como un golpe. Lucas había progresado tanto en su actitud hacia nosotros que creía que su antigua resistencia a la idea podría haberse disuelto. Pero allí estaba, tan fuerte como siempre. Me sentí confundida; peor, me sentí rechazada. Lucas no quería lo que yo le había ofrecido, ni lo que era.
No parecía haber nada más que decir y la enardecida pasión que antes nos había dominado se había apagado como si jamás hubiera existido. Nos sentamos, apartándonos ligeramente el uno del otro. Mi piel desnuda notó por fin el frío y, un momento después, empecé a abotonarme la chaqueta con los dedos temblándome. Lucas me pasó dulcemente un brazo por la espalda, pero, ahora, el abrazo nos resultó incómodo. Jamás habría imaginado que estar entre sus brazos se me pudiera hacer extraño, pero así fue.
—¿E
stás bien? —dijo Lucas por vigésima vez mientras me llevaba de regreso a Riverton.
—Estoy bien, de veras. —En mi fuero interno, estaba deshecha y confundida, pero no quería admitirlo, ni ante Lucas ni ante mí misma.
Nos habíamos calmado, habíamos observado las estrellas y habíamos hablado, pero ya nada había sido lo mismo. Las únicas palabras que oía eran las de Lucas resonándome en la memoria: «Jamás seré un vampiro».
Ya me lo había dicho antes, y yo le había creído. Pero esta vez comprendí el verdadero significado de aquellas palabras. Sucediera lo que sucediese, por mucho que nos quisiéramos, siempre habría una barrera entre nosotros. Yo había soportado nuestra separación de aquel año porque creía que no sería permanente. ¿Cómo iba a serlo, si nos queríamos tanto?
Pero entonces me descubrí preguntándome si aquello era todo lo que podríamos tener: encuentros furtivos y cartas entregadas a escondidas, unos cuantos momentos robados de pasión entre incontables semanas de soledad.
Y un día Lucas envejecería, incluso moriría, y me dejaría en este mundo, eternamente sola.
Lucas paró delante del cine justo cuando la gente estaba empezando a salir. Entre las parejas mayores y unos cuantos adolescentes que se estaban riendo, una figura destacaba del resto: Balthazar, alto y taciturno, con su largo abrigo negro.
—Debería irme. —Miré a Lucas—. ¿Cuándo y dónde nos vemos la próxima vez?
—En enero, creo. Hay un pueblo, Albion. Charity va mucho allí. Al menos, eso dicen nuestros informadores. Supongo que es donde Balthazar estaría dispuesto a llevarte.
—Lo hará, seguro. ¿El segundo sábado de enero? ¿A las ocho de la tarde? —Él asintió—. ¿Dónde?
—En el centro del pueblo. Créeme, es un pueblo pequeño. Es imposible que no nos veamos. —Me puso una mano en la mejilla—. Te quiero.
Asentí, demasiado compungida para hablar.
Lucas me atrajo hacia sí y me besó en la frente.
—Eh, nada de llantos.
—No voy a llorar. —Inspiré su olor. Ojalá pudiera tenerlo conmigo todo el tiempo, a todas horas así de cerca—. El día de Navidad por la mañana, estés donde estés, piensa en mí. Yo estaré pensando en ti. —Nos besamos tiernamente antes de que yo abriera a regañadientes la puerta de la camioneta y me bajara.
De camino a casa, Balthazar y yo no nos dijimos nada hasta que casi hubimos llegado a la Academia Medianoche. No fue un silencio incómodo, exactamente; yo estaba absorta en mis pensamientos y notaba que él también lo estaba. Por fin aventuré: