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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Adicción (18 page)

En un momento dado, Balthazar rozó el vestido de otra chica con la mano e hizo una mueca de dolor.

—¿Qué…?

Dejamos de bailar y nos dirigimos a un lado de la pista. Le cogí la mano y vi una gotita de sangre en su dedo índice.

—Debía de tener el vestido prendido con alfileres.

Balthazar empezó a agitar la mano, pero paró. Despacio me acercó el dedo a los labios, ofreciéndome su sangre.

Los vampiros que nos rodeaban lo interpretarían como un coqueteo. Beber uno la sangre de otro era un acto muy íntimo para los vampiros. El que la bebía podía sentir los deseos y emociones más secretos del otro. ¿Me había ofrecido Balthazar su sangre solo para seguir con la ilusión de que estábamos juntos, o lo hacía en serio?

En ambos casos, no podía negarme.

Me metí la punta del dedo en la boca y le rocé la yema con la lengua. Me supo a sal. Aunque solo era una gota de sangre, me bastó para percibir un destello de lo que sentía, una imagen congelada de lo que ocurría: yo bailando con el vestido verde, más morena y mayor y un millar de veces más hermosa de lo que era en realidad.

Tragué, y fue como si el mundo regresara de golpe.

—Mucho mejor —dijo Balthazar en voz baja, mientras retiraba lentamente el dedo. Advertí que yo había cerrado los ojos.

Aturdida, intenté recomponerme.

—Bien… bueno… o sea, bien. —Él me sonrió y casi pareció orgulloso de sí mismo. Volviéndome hacia la pista de baile, dije demasiado alegremente—: Bailemos, ¿vale?

—Vale. —Balthazar me cogió de la mano y, en el momento perfecto, justo al compás, se incorporó a la pista de baile. El remolino de gente girando a nuestro alrededor me atrapó, como si pudiera sentir el ritmo de la música en mi propio pulso. El embriagante sabor de la sangre me había mareado. «Nunca más —pensé—. A Lucas no le gustaría nada».

Di un resbalón y fui a disculparme, pero volví a resbalar. Cuando me agarré al hombro de Balthazar para afianzarme, él frunció el entrecejo y advertí que también estaba teniendo dificultades para no caerse. Al mirar al suelo, vimos que estábamos pisando hielo.

En todo el vestíbulo, la gente comenzó a murmurar y a dar gritos de horror cuando la fina capa de hielo se convirtió en una gruesa superficie irregular de color blanco azulado. Una o dos personas se cayeron al suelo y una chica gritó. Me fijé en un ramo de flores blancas colgado de la pared: todos los pétalos estaban cubiertos de escarcha, relucientes y totalmente congelados.

—¿Es este…? —musitó Balthazar.

—Ajá.

El mismo viento frío que yo recordaba barrió el gran vestíbulo y varias velas se apagaron. La orquesta dejó de tocar, instrumento a instrumento, pasando de la melodía a un estruendo que dio paso al silencio. Algunos de los profesores acompañantes habían empezado a guiar a los alumnos hacia las puertas, pero, por muy asustados que estuviéramos todos, ninguno quería dejar de mirar. Un hielo azulado cubrió paredes y ventanas. En las vigas del techo se formaron carámbanos tan gruesos como estalactitas, cada vez más largos. En cuestión de segundos pasaron de tener medio metro a alcanzar los tres metros de longitud, haciéndose más gruesos que yo. Noté el frío en la piel, pero no en forma de copos blandos y esponjosos como la otra vez, sino como un aguanieve que pinchaba.

—¿Qué hemos hecho? —Me aferré a la chaqueta de Balthazar—. ¿Hemos despertado a un fantasma?

—¿Un fantasma? —Al parecer, Courtney había oído la última palabra que no queríamos que nadie oyera—. ¿Es esto un fantasma?

Comenzó a cundir el pánico. Todo el mundo echó a correr en tropel hacia las salidas, pero la gente resbalaba en el hielo y chillaba, arrastrando a otros en su caída y creando un tumulto. Balthazar me agarró por la cintura y me tapó la cabeza con el otro brazo para protegerme. El viento frío volvió a azotar el vestíbulo, apagando las velas que quedaban. A cada segundo, había más oscuridad; a cada segundo, yo tenía más miedo.

«Ellos sabrán qué hacer —pensé, aunque ahora estaba temblando de la cabeza a los pies—. Seguro que la señora Bethany, mis padres o alguien sabe cómo parar esto, porque, oh, Dios mío, alguien tiene que pararlo…».

La escarcha que cubría la única ventana del vestíbulo que no tenía vidrieras comenzó a derretirse en algunos puntos, trazando unas letras que formaron una palabra:
NUESTRA
.

Luego el hielo comenzó a resquebrajarse por todas partes: paredes, techo, suelo. Mientras nos desplazábamos hacia un lado, desequilibrados por el hielo que se estaba agrietando bajo nuestros pies, oí un fuerte crujido. Al alzar la vista, vi que las estalactitas temblaban y se desprendían, cayendo sobre nosotros como afilados cuchillos de hielo de tres metros de longitud.

Todo el mundo gritó. Balthazar me arrojó al suelo y cubrió mi cuerpo con el suyo. Mientras contenía el aliento por la impresión del frío en la piel y el peso de Balthazar sobre mí, vi una estalactita estrellándose contra el suelo a poco más de un palmo de nosotros. Fragmentos de hielo salieron despedidos en todas direcciones, clavándoseme en los brazos; oí que Balthazar maldecía y supe que había sufrido mayor impacto que yo. El pesado bloque de hielo se volcó junto a nosotros; por unos pocos milímetros no aplasta a Balthazar.

Entonces el cristal de la ventana se hizo añicos cayendo estrepitosamente al suelo.

Todo terminó tan deprisa como había empezado. A nuestro alrededor, oí llantos y gritos aislados. Balthazar se puso boca arriba, cogiéndose la espalda y haciendo una mueca de dolor, y yo miré los destrozos. Todo estaba empapado de agua y el suelo estaba sembrado de adornos caídos, zapatos de satén y enormes pedazos de hielo derritiéndose.

—Balthazar, ¿estás bien?

—Sí. —Habría sido más convincente si no hubiera seguido tendido en el suelo—. ¿Y tú?

—Sí. —Por primera vez, caí en la cuenta de que podría haber muerto; era posible que Balthazar me hubiera salvado la vida—. Gracias por…

—Tranquila.

Miré la ventana, donde la espectral palabra ya casi había desaparecido. ¿Qué estaban reclamando los fantasmas? ¿La estancia de los archivos? ¿La torre norte?

¿O la mismísima Academia Medianoche?

Capítulo trece

—¿D
iría usted que los acontecimientos de anoche guardan alguna semejanza con los que ya experimentó anteriormente?

Sentada a su mesa, la señora Bethany tomaba notas sin lanzar una sola mirada a lo que estaba escribiendo. En vez de eso, no despegaba sus oscuros ojos de mí.

—Lo que vi en los archivos me dio menos miedo. —Comprendí la futilidad de mi comentario cuando ella frunció el entrecejo—. Hacía frío, y hubo una imagen en la escarcha, la cara de un hombre, pero ninguna palabra. Y él me habló. Dijo: «Basta».

—¿«Basta»? —Mi padre estaba de pie a un lado de mi silla; al otro lado, tenía sentada a mi madre. Me habían acompañado a la reunión y parecían más asustados por la aparición del gran vestíbulo que yo, lo cual era muy revelador. Mi padre se agarraba tan fuerte al brazo de mi silla que se le marcaban todas las venas de la mano—. ¿Qué significa «basta»?

—No lo sé —dije—. Sinceramente, no tengo ni idea.

La señora Bethany se llevó el bolígrafo a los labios en una actitud pensativa.

—Usted no estaba haciendo nada raro ahí arriba. Solo esperaba al señor Moore, ¿no?

Iba a tener que decir parte de la verdad, de ello dependía la seguridad de otras personas.

—Estuve leyendo algunas cartas mientras esperaba.

—¿Cartas? —La señora Bethany entornó los ojos.

—Solo para pasar el rato. —¿Sonaba convincente? Iba a tener que confiar en que lo fuera—. Y… Balthazar y yo hemos vuelto a subir esta noche.

Por suerte, nadie me preguntó por qué lo habíamos hecho. Supongo que les pareció evidente; o eso, o no estaban pensando con claridad. Mis padres estaban más nerviosos de lo que yo habría imaginado.

—¿Qué cartas, cariño? —Mi madre me puso una mano en el hombro—. Cuéntanos todos los detalles. Todo lo que recuerdes. Podría ser importante.

—¡No hay mucho que recordar! Solo, miré unas cartas. Ninguna me llamó la atención. No sé por qué iban a enfadarse los fantasmas.

—La cuestión es qué los ha provocado —comentó mi padre apretando los dientes. Tenemos que averiguarlo, y cuanto antes mejor.

—Disculpa, Adrian, pero esa no es la cuestión. —La señora Bethany dejó el bolígrafo sobre la mesa—. La cuestión es cómo deshacernos de este fantasma. Hay, como tú sabes, formas constructivas de abordar este problema.

Mi madre me apretó el hombro, la mano temblándole. La miré con curiosidad, pero su expresión era impenetrable.

Mi padre no pareció haber oído lo que la señora Bethany acababa de decir.

—Los fantasmas odian a los vampiros. Son hostiles y peligrosos. Los hechos de ayer por la noche lo demuestran más allá de toda duda.

—No te he discutido eso —dijo la señora Bethany—. Solo me refería a que debemos seguir centrados en nuestros objetivos en vez de preocuparnos excesivamente por los fantasmas.

Las palabras de mi padre me recordaron una pregunta que me hacía desde que hablé por primera vez de fantasmas con Balthazar.

—¿Por qué odian los fantasmas a los vampiros?

Mis padres se miraron, preguntándose claramente qué decir. La señora Bethany se cruzó de brazos y fue ella quien respondió.

—Ninguno de nosotros sabe exactamente de dónde proviene, sea vampiro, humano o fantasma. Las versiones varían, y la ciencia tiene muy poco que decir a los que hemos sobrevivido a nuestra vida mortal. Pero hay leyendas que llevan el sello de autenticidad.

—¿Leyendas?

—Hubo una época en que solo existieron los humanos —dijo la señora Bethany—. Eso ocurrió hace muchísimo tiempo. Antes de que existiera la historia, antes incluso de que el hombre desarrollara la conciencia. Por consiguiente, también fue una época anterior a… la moralidad. Los propósitos. Las emociones. El hombre vivía como un animal, tan unido a los placeres de la carne como alejado estaba del conocimiento del alma. Lo que la humanidad atribuye hoy a lo sobrenatural (la precognición, la telepatía y la interpretación de los sueños, facultades que trascienden las de la carne), todo eso formaba parte del mundo natural, tan simple y evidente como la gravedad. Pero el hombre evolucionó. Desarrolló la conciencia. Y la conciencia trajo consigo la facultad de pecar.

No podía despegar los ojos de la señora Bethany. Jamás había oído hablar de nada de aquello hasta ese momento y, a juzgar por el mudo interés de mis padres, quizá tampoco ellos.

La señora Bethany continuó, por una vez su voz desprovista de frialdad o desdén.

—Llegó el día en que el ser humano asesinó por primera vez con premeditación, a propósito, sabiendo el significado de quitarle la vida a un semejante. Cuando se asestó ese golpe, los lazos entre los mundos natural y sobrenatural se rompieron. Aunque la vida de esa primera víctima se segó, su existencia no lo hizo. La parte sobrenatural del primer hombre asesinado se dividió en dos: cuerpo y espíritu. Los vampiros somos el cuerpo no muerto. Los fantasmas son el espíritu no muerto. Nuestros poderes no son los mismos. Nuestras conciencias son distintas. Y los vampiros estamos separados de ellos y de la humanidad desde entonces.

La cabeza me daba vueltas con tanta información nueva.

—No puedo demostrarlo, pero muchos de nosotros lo creemos desde hace mucho tiempo —dijo la señora Bethany—. Yo misma me inclino a creerlo.

—¿Se refiere a que, cada vez que se crea un vampiro, también se crea un fantasma?

—No. Nuestro árbol genealógico se dividió con aquel primer asesinato. Los vampiros somos capaces de crear más de los de nuestra especie. Los fantasmas tienen que ser más creativos. —Una extraña sonrisa le asomó a los labios—. Pero también pueden crearse fantasmas de forma espontánea. Determinadas clases de asesinatos, sobre todo los que entrañan una traición o promesas rotas, tienden a crear fantasmas. Es poco frecuente, pero puede suceder.

—Si los vampiros y los fantasmas ya no tenemos ningún tipo de relación, ¿por qué nos odian?

La señora Bethany me escrutó atentamente antes de decir:

—La mayoría de los fantasmas ya no pueden mantener ninguna forma física. Debe de irritarles muchísimo ser testigos del mundo sin poder participar en él. Así es como reaccionaría usted, señorita Olivier, si se sintiera así de atrapada e impotente y viera a otra criatura no muerta que aún puede sentir, actuar y disfrutar de su tiempo en la tierra. Piense en cuánto más cerca estamos de experimentar la vida. ¿Lo ve más claro ahora?

—Sí, supongo que sí.

—Si presencia alguna otra cosa, naturalmente, infórmeme de inmediato. Adrian, Celia, gracias por traérmela con tanta rapidez.

—¿Ya está? —Mi madre negó con la cabeza—. ¿No podemos hacer nada más para proteger… para que los alumnos estén seguros?

—Los alumnos deberían simplemente asegurarse de no pasar demasiado tiempo solos. —La señora Bethany enarcó una ceja—. Sobre todo en habitaciones aisladas lejos de los profesores con la esperanza de que sus amantes lleguen enseguida.

—La próxima vez iré con Balthazar —prometí. La señora Bethany frunció el ceño, pero vi que a mis padres les hacía gracia.

Salimos de la cochera y nos pusimos a caminar hacia el internado. Era un día nublado, exageradamente frío para ser otoño, y deseé haber traído un abrigo más grueso. Mi padre me rodeó con el brazo.

—¿No estás preocupada?

—No. ¿Y vosotros?

—No —dijo mi madre. Cuando vio mi expresión, suspiró—. Está bien, sí, pero sin motivo. Solo porque somos tus padres y te queremos.

—¿A qué se refería la señora Bethany con «formas constructivas» de deshacerse de los fantasmas? —pregunté.

—Esperemos que ese dichoso fantasma se haya ido ya —dijo mi padre, lo cual no fue exactamente una respuesta. Antes de que pudiera preguntarles nada más, mi padre sonrió y saludó—. Mira a quién tenemos aquí.

Balthazar venía hacia nosotros por el jardín, con un abrigo largo y una bufanda de color azul oscuro enrollada alrededor del cuello.

—¿Cómo ha ido la inquisición?

—Tan divertida como te puedes imaginar —dije.

—Bueno, mientras este sitio siga embrujado, creo que podríamos probar a hacer algo un poco distinto. —Balthazar hizo uso de su sonrisa más encantadora, que era para morirse, la verdad—. Con su permiso, claro, señores Olivier.

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