Read Adicción Online

Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Adicción (12 page)

—Por favor, concéntrese en la carretera, señorita Briganti. —El señor Yee suspiró ruidosamente mientras anotaba algo en su cuaderno. Conducíamos uno de los coches oficiales del internado, un sedán gris normal y corriente de varios años de antigüedad, por los caminos de grava que había en la parte trasera del campus—. Voy a pedirle que tome la próxima curva un poco más deprisa.

—Correr es peligroso —dijo Courtney sonriendo—. ¿Lo ve? Me he leído el librito.

—Me impresiona, señorita Briganti, pero ahora mismo está circulando a unos treinta kilómetros por hora. Me gustaría ver cómo maneja el coche a una velocidad normal de circulación vial.

Courtney agarró el volante con más fuerza. Había perdido la práctica y su nerviosismo tendía a manifestarse en forma de bruscas curvas que te dejaban las cervicales destrozadas. Palpé el asiento para asegurarme de que tenía el cinturón de seguridad abrochado. Me costó, porque estaba apretujada entre Ranulf y Balthazar. Ranulf observaba el interior del coche como si fuera el primero que veía en su vida y Balthazar miraba tristemente por la ventanilla.

—Estos automóviles se han popularizado en los últimos cien años —dijo Ranulf—. A lo mejor pasan de moda.

—¿Acaso insinúas que volveremos a ir a caballo y en calesa? —se burló Courtney mientras pisaba el acelerador y el coche daba un salto hacia delante. El señor Yee se sujetó al salpicadero—. Sigue soñando, príncipe Valiente.

—Las innovaciones a menudo se olvidan —dijo melancólicamente Ranulf.

—No creo que los coches vayan a desaparecer. —Intenté parecer comprensiva y ocultar mi diversión. El pobre Ranulf siempre parecía perdidísimo.

—Me gustaban los caballos. Un caballo era un compañero fiel. Esto es solo metal, y el campo pasa demasiado deprisa para verlo. —Era el comentario más largo que le había oído hacer desde que lo conocía.

—Me imagino que debía de ser agradable. —Pensé un segundo en ello, en que ya nadie tenía realmente caballos y carruajes, y en que muchos vampiros debieron de sentirse mucho más a gusto en aquellos tiempos, y entonces me erguí—. Oye, ¿por qué no montamos una colonia amish?

Balthazar se volvió hacia mí confundido.

—¿Qué?

—Sí. Tenemos la Academia Medianoche, y estamos construyendo ese centro de rehabilitación en Arizona, dos sitios donde los vampiros estamos seguros, donde nadie más nos molesta y podemos controlar quién entra. Así que también podríamos montar una colonia amish. O una ciudad, o como lo llamen los amish. —Nadie parecía captar la idea. A lo mejor no me estaba explicando bien—. Los vampiros que todavía no se han modernizado del todo se sentirían más a gusto allí. Podrían tener caballos y carruajes, y faroles, y ropa y cosas de otra época, y a nadie le importaría. Venga, ¡es una buena idea!

Al parecer, el señor Yee no pudo resistirse a no hacer ningún comentario.

—Nuestros lugares de reunión están ideados para que la gente se integre en el mundo moderno, no para que se esconda de él. Una señal que indica giro a la izquierda, señorita Briganti.

—Podría ser una etapa intermedia. Después podrían venir a Medianoche o a donde fuera. —Estaba convencida de que era una propuesta genial—. Y cuando se pusieran nostálgicas, podrían irse a pasar unos días allí.

—Oooh, ¿sería como en la película
Único testigo
? —Courtney se rió, pero fue una risa más afable de lo habitual. Tamborileó con los dedos sobre el volante, entusiasmada—. Porque esa película era superbuena.

—A mí también me lo pareció. —La había visto un par de veces en la televisión de cable; eso era prácticamente todo lo que sabía de los amish—. Cuando Harrison Ford aún estaba bueno.

—Buenísimo. Yo iría a esa ciudad de vampiros amish si fuera como en la película… Oh, mierda.

El coche dio un bandazo y se salió del camino. Todos nos agarramos a lo que pudimos y gritamos mientras caíamos a la cuneta. Aquello no tuvo mucho de accidente, así como tampoco la cuneta tenía mucho de cuneta.

—Eso nos lleva de vuelta a la primera clase —dijo el señor Yee—. Prestar atención a la carretera.

—¿Significa eso que estoy suspendida? —Courtney se volvió para fulminarme con la mirada—. ¡Me estabas distrayendo a propósito!

—¡No es verdad!

Courtney no se quedó para oírme negarlo. Abrió la puerta, dejó que se cerrara sola cuando salió y se alejó malhumoradamente del coche. El señor Yee abrió la puerta de su lado para llamarla.

—¡Señorita Briganti! ¡Tenemos que sacar el coche de la cuneta!

—¡Hágalo usted! —gritó ella. Su rubia coleta rebotaba, siguiendo el ritmo de sus pasos—. Ya estoy suspendida, ¿recuerda?

—Ahora sí que lo está —masculló el señor Yee.

—Tiene el orgullo herido —dijo Ranulf—. Por eso se ha ido.

—Guárdese su análisis de la señorita Briganti para la clase de Psicología —dijo el señor Yee con hastío—. Por ahora, tenemos un coche que empujar.

Nos turnamos para ponernos al volante y pisar a fondo el acelerador mientras el resto empujaba para intentar sacar el coche de la cuneta. Cuando por fin lo logramos, todos estábamos llenos de barro hasta las rodillas, nada grave para los chicos, que llevaban pantalón, pero yo tenía las piernas sucias y arañadas bajo la falda. Aún nos quedaba una media hora de clase, pero el señor Yee me dio permiso para volver al internado y limpiarme.

—La acompañaré. Se está haciendo tarde —dijo Balthazar.

Pareció que el señor Yee quería objetar algo, pero no lo hizo. No necesitaba que me protegieran dentro del campus, pero le tocaba conducir a Ranulf, y Balthazar ya era bastante bueno al volante.

—Claro. Vaya.

Mientras el motor rugía a nuestras espaldas, Balthazar y yo echamos a andar. Era la primera vez que estábamos solos desde la noche que me pilló en el lindero del bosque. El silencio pesaba como una losa entre los dos y mi nerviosismo me inducía a querer llenarlo de trivialidades, pero me mordí la lengua.

—Vampiros amish. —La sonrisa torcida de Balthazar solo era una sombra de lo que era—. Solo se te podía haber ocurrido a ti.

—Te estás riendo de mí.

—No de ti. De ti nunca. —Balthazar respiró hondo—. No le has hablado a nadie de Charity.

—No. Te prometo que no lo he hecho.

—No era una pregunta. Si se lo hubieras contado a alguien, la señora Bethany ya me habría hecho un interrogatorio.

—¿Por qué? ¿Y a qué te refieres con un interrogatorio?

—Charity y la señora Bethany nunca se llevaron bien.

—Eso me dijo Charity. —Lo miré con curiosidad—. Si tú y tu hermana estabais tan unidos, ¿por qué perdisteis el contacto?

—Ya nos hemos perdido la pista antes. Es complicado. —Balthazar se detuvo. Me dolió presenciar el profundo dolor de su rostro. Incómoda, miré al suelo. Estábamos pisando hierba otoñal seca, sus pesadas botas casi el doble de grandes que mis mocasines llenos de barro—. Ella nunca me ha perdonado.

—¿Perdonado por qué?

Abrió la boca para responder, pero pareció pensárselo mejor.

—Es algo entre los dos. Lo único que tienes que saber es que me necesita. Eso no cambia nunca; para los vampiros, nada cambia nunca. Siempre es lo mismo… Ella se aleja y todo se va al infierno, pero luego vuelvo a encontrarla, y estamos bien.

Recordé la ropa y el cuerpo sin lavar de Charity, su evidente soledad. Tenía el aspecto de alguien que necesitaba protección desesperadamente.

—¿Cuánto tiempo hace?

—Hace treinta y cinco años que no nos vemos. —«Treinta y cinco años», pensé, recordando la conversación que él y yo habíamos tenido hacía casi un año, justo antes de Navidad, mientras paseábamos por la nieve. «Esa fue la última vez que “perdió el contacto” con la humanidad —advertí—. Perder a Charity es lo que le hizo desistir»—. Pero ella siempre vuelve a Massachusetts. Aquí es donde nos criamos; es nuestro hogar, Bianca. Si ha vuelto, significa que lo echa de menos. Ahora podré comunicarme con ella. Pero, para eso —continuó en un tono de voz más bajo aún—, antes tengo que encontrarla.

Ahora lo comprendía.

—Quieres que te lleve hasta ella. Quieres que utilice a la Cruz Negra para que averigüe dónde está y tú puedas ponerte en contacto con ella.

—Y que sigas alejando a la Cruz Negra de su rastro, si es posible. —Se irguió. El sol comenzó a ponerse, dejando en el cielo una estela anaranjada—. Sé que es mucho pedir, por lo que estoy dispuesto a ofrecerte mucho a cambio.

—Te refieres a que no le contarás a nadie lo de Lucas.

—Guardaré tu secreto pase lo que pase. —Lo decía en serio. Por su tono, parecía una claudicación. Mi alivio se trocó en asombro cuando añadió—: Si me ayudas con esto, yo te ayudaré a salir del internado para que puedas verte con Lucas.

—¿Lo dices en serio? ¿De veras? —La cabeza empezó a darme vueltas—. Pero ¿cómo?

—Fácil. —Su sonrisa era forzada—. Diremos una mentira. Diremos que estamos juntos. —¿Juntos? «Oh». Pero le vi el sentido, incluso antes de que Balthazar terminara de explicarse—. Los vampiros más viejos podemos entrar y salir de Medianoche si nos dan permiso, y la señora Bethany es bastante generosa con los permisos para los vampiros en los que confía, y confía en mí. Tus padres no han disimulado el hecho de que les gustaría que pasáramos más tiempo juntos. Si tú y yo supuestamente somos una pareja…

Miró al suelo, apretando los labios. La palabra «supuestamente» le había costado pronunciarla.

—… Yo podré pedir permiso para sacarte del internado de vez en cuando. Si tus padres no ponen pegas, lo más probable es que tampoco las ponga la señora Bethany. Ellos creerán que estás estrechando lazos con un «verdadero» vampiro. Lo fomentarán. Nos dejarán salir.

Era un buen plan. Sin fisuras.

—Has estado dándole vueltas.

—Desde hace varios días. Si necesitas tiempo para pensártelo, lo entenderé.

—Solo tengo una pregunta: ¿por qué tiene Charity que seguir siendo un secreto? O sea, estuvo aquí hace muchos años, de manera que la señora Bethany lo sabe todo de ella, ¿no?

—Como he dicho, no se llevaban bien, y eso es quedarse corto. Si traigo a Charity al internado, la señora Bethany la acogerá, tiene que acoger a todos los vampiros que lo necesiten. Es la regla más sagrada de Medianoche. Pero la señora Bethany haría todo lo posible para asegurarse de que no la trajera. Intentaría asustarla, quizá incluso volver a separarnos. No puedo perder otros treinta y cinco años más.

—Comprendo. —Habría hecho lo que estuviera en mis manos para evitar aquel sufrimiento a Balthazar. Además, él a cambio haría posible que yo estuviera con Lucas. No había prácticamente nada que yo no hiciera por eso.

—¿Trato hecho? —preguntó.

—Sí. ¿Cuándo empezamos?

—¿Por qué no ahora mismo? —Balthazar me tendió la mano.

Yo se la cogí y juntos nos dirigimos al internado. Seguíamos cogidos de la mano cuando entramos en el gran vestíbulo, donde había unos cuantos alumnos haciendo tiempo entre clases. Noté su mirada clavada en nosotros, hambrienta y ávida; estaban tan sedientos de chismes nuevos como de sangre. Al pie de las escaleras que conducían a los dormitorios de las chicas, Balthazar se inclinó y me besó en la mejilla. Noté sus labios frescos al rozar mi piel.

Mientras subía las escaleras, intenté pensar en cómo iba a explicar aquello a Lucas. «No estoy saliendo con Balthazar. Lo finjo, pero no es verdad. Pero eso significa que a veces tendremos que ir cogidos de la mano de verdad. Y puede que tengamos que darnos algún beso de verdad. Pero, de hecho, nada de eso es de verdad, ¿comprendes?».

Tantas explicaciones me estaban dando dolor de cabeza.

Capítulo nueve

E
sa noche perpetré mi segundo allanamiento de morada.

Tras salir la primera vez de la casa de la señora Bethany con las manos vacías, mi intención había sido seguir fisgando. Pero la directora no había vuelto a pasar ninguna noche fuera del internado, lo cual me había impedido volver a colarme en la cochera. ¿En qué otro lugar podía hallar respuestas?

Solo había un lugar posible: los archivos ubicados en la torre norte, pero, en un primer momento, los había descartado como posibilidad. Si la señora Bethany tenía algo allí que pareciera indicar la verdadera razón de que hubiera admitido alumnos humanos en la Academia Medianoche, seguro que Lucas lo habría encontrado durante el curso pasado. Había tenido mucho tiempo para buscar.

Pero, mientras estaba en la cama esa noche, incapaz de conciliar el sueño y ávida de sangre, no pude dejar de pensar en cómo iba a explicar a Lucas mi acuerdo con Balthazar. Probé con varias versiones —la cómica, la seductora, la breve y la extensa—, pero ninguna me pareció convincente. Sabía que Lucas terminaría entendiéndolo, pero solo al cabo del tiempo.

Suspirando, me puse boca arriba y me tapé los oídos con la almohada, intentando acallar mi confusa voz interior. El estómago me rugía y me dolía la mandíbula. Quería sangre. Había conseguido beberme un vaso a la hora de comer y eso debería haberme bastado para el resto del día; al menos, así ocurría antes. Mi apetito voraz no cesaba de aumentar.

Tenía la cabeza llena de incertidumbres y supe que no iba a poder dormirme. Mientras me ponía las zapatillas y la bata, lancé una mirada a Raquel, que estaba acostada boca abajo. Dormía profundamente. Frunciendo el entrecejo, recordé los somníferos que le había aconsejado que tomara el curso pasado. Confiaba en que no continuara utilizándolos y me dije que luego se lo preguntaría.

La sangre de mi termo estaba tibia, pero me sentó igual de bien. Bebí mientras bajaba las escaleras de la torre sur. Normalmente, llevaba el piloto automático puesto, andando como una autómata, pero, cuando llegué a la zona de las aulas —la planta que comunicaba con los dormitorios de los chicos ubicados en la torre norte—, recordé ver a Lucas en aquellos pasillos. Aquella había sido la única época en que me había sentido como en casa en Medianoche.

Si pudiera obtener respuestas para Lucas, si pudiera contarle lo que me había visto obligada a hacer para que pudiéramos estar juntos —después de decirle que por fin conocía el secreto que la Cruz Negra estaba tan desesperada por saber—, todo sería mucho más fácil. Él podría restregar por la cara a Eduardo nuestro éxito y eso le encantaría. Después, contarle lo de Balthazar sería facilísimo.

Me metí el termo en el bolsillo de la bata y me dirigí sigilosamente a los dormitorios de los chicos. La nueva sangre que fluía por mis venas me aguzó el sentido del oído y me permitió oír los pasos del monitor —uno de los profesores paseándose, asegurándose de que ningún vampiro decidía hincarle el diente a un alumno humano—. Cerré los ojos y me concentré en el sonido, esperando hasta que dejé de oírlo y el camino estuvo despejado.

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