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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

Viaje alucinante (46 page)

BOOK: Viaje alucinante
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Morrison alzó la cabeza. En su mejilla derecha un músculo se contrajo brevemente, pero no sonrió.

–Bien, Natasha, pequeño capitán –empezó Dezhnev con cierta socarronería–. ¿Qué hacemos ahora? ¿Alguna idea?

No obtuvo respuesta. En verdad, nadie parecía haberse dado cuenta de que había hablado.

Konev se estaba secando aún el pecho y la nuca. Su mirada a Morrison no tenía nada de amable, sus ojos llameaban.

–Había muchísima transmisión cuando usted estaba fuera de la nave.

–Si usted lo dice –replicó fríamente Morrison–, pero ya le dije que no me acuerdo de nada.

–Tal vez haya diferencia en quién sostiene la computadora.

–No lo creo.

–La Ciencia no es cuestión de creencia sino de evidencia. ¿Por qué no comprobamos lo que ocurre si vuelve usted a salir con su propia máquina, tal como he hecho yo? Lo sujetaremos con fuerza para que no vuelva a soltarse, y puede quedarse fuera diez minutos como yo. No más.

–No lo haré –dijo Morrison–. Ya lo hemos probado.

–Y yo percibí los pensamientos de Shapirov... aunque usted dijera que no los captó.

–No percibió ningún pensamiento. Sólo emoción. No hubo palabras.

–Porque soltó el aparato. Usted mismo lo confesó. Pruébelo ahora sin soltarlo.

–No. No funcionaría.

–Estaba asustado porque se había desprendido. Esta vez no ocurrirá, como tampoco me he soltado yo. No tendrá miedo.

–Usted desestima mi capacidad de sentir terror, Yuri –protestó Morrison encogiéndose de hombros.

–¿Cree que es momento de bromear? –estalló Konev con expresión asqueada.

–No estoy bromeando. Me aterrorizo con facilidad. Carezco de su... lo que sea.

–¿Valor?

–Como quiera. Si quiere una confesión de que no tengo valor, lo confieso.

Konev se volvió a Boranova.

–Natalya. Usted es el capitán, ordene a Albert que vuelva a intentarlo.

–No creo que pueda
ordenarle
en esas condiciones. Como él mismo ha dicho, ¿de qué serviría unir nuestras fuerzas para meterlo en el traje, y proyectarlo fuera? Si es incapaz de hacer nada, no conseguiremos nada. No obstante, puedo
pedírselo...
Albert.

–Ahórrese el aliento –dijo Morrison cansado.

–Una vez más. Sólo tres minutos, reloj en mano, a menos que consiga una transmisión.

–No conseguiremos nada. Estoy convencido de ello.

–Entonces tres minutos solamente para demostrarlo.

–¿Con qué fin, Natalya? Si no capto nada, Yuri dirá que, deliberadamente, he desajustado mi computadora. Si no existe la confianza entre nosotros, no conseguiremos nada. ¿Qué les parecería, por ejemplo, si yo hiciera como Konev y asegurara que el no estar de acuerdo es mentir? Repito que no percibí nada de Shapirov, ni pensamiento ni emociones, cuando me encontraba solo en el torrente intercelular. Konev asegura que percibió mucho. ¿Y quién más? ¿Usted, Natalya?

–No, no percibí nada.

–¿Sofía?

Kaliinin sacudió la cabeza.

–¿Arkady?

Dezhnev masculló dolido:

–Al parecer yo no puedo sentir gran cosa.

–Bien, entonces queda Yuri. ¿Cómo podemos saber que realmente sintió algo? No seré tan grosero como él. No lo acusaré de mentir... ¿Pero no sería posible que su ansia loca por captar algo, le llevara a imaginar que lo ha hecho?

El rostro de Konev palideció de ira, pero su voz, excepto por un leve temblor, era fría.

–Olvídenlo. Hemos pasado horas en este cuerpo y estoy pidiendo una última observación, un último experimento, que pueda justificar todo lo hecho hasta ahora.

–No –contestó Morrison–. El último paga por todo. Lo he oído antes.

–Albert, esta vez no habrá errores. Un
último
experimento.

–Tendrá que ser en verdad el último experimento. Nuestra energía está más baja de lo que es deseable. Encontrarlo a usted ha salido muy caro, Albert –dijo Dezhnev.

–Pero lo encontramos –dijo Konev– y sin tener en cuenta el precio.
Yo
lo encontré –y sonrió con ferocidad–. Y no lo habría hecho de no ser porque detecté las transmisiones que emanaban de su computadora. Sin ella hubiera sido imposible. Ahí está la prueba de que lo captado no era imaginario. Y como lo encontré, págueme por ello.

–Vino en mi busca porque mi explosión los hubiera matado a todos en cuestión de minutos tal vez. ¿Qué pago espera por su ansiedad de salvar su prop...?

La nave se sacudió violentamente, sin previo aviso. Su movimiento fue tal que Konev que estaba de pie se tambaleó y tuvo que agarrarse al respaldo de su asiento.

–¿Qué ha sido esto? –preguntó Boranova, sujetando con una mano su propia computadora.

Kaliinin se inclinó sobre la suya.

–He captado un destello, pero es difícil decirlo con esta luz. Puede haber sido un ribosoma.

–¿Ribosoma? –repitió Morrison asombrado.

–¿Por qué no? Están repartidos por toda la célula. Son las organelas productoras de proteínas.

–Ya sé lo que son –protestó Morrison indignado.

–Pues nos ha golpeado. O mejor dicho, al pasar le hemos dado un golpe. No importa cómo lo mire, nos hemos metido en una porción gigantesca de movimiento browniano.

–Mucho peor –prosiguió Dezhnev señalando horrorizado hacia fuera–. No tenemos transferencia de calor, sino que estamos en plena oscilación de campo.

Morrison, mirando angustiado, reconoció el fenómeno que había experimentado cuando se encontraba solo en la célula. Las moléculas de agua se dilataban y contraían visiblemente.

–¡Párelo! ¡Párelo! –gritó Konev.

–Lo estoy intentando –respondió Boranova entre dientes–. Arkady, apague los motores y traspáseme toda la energía disponible... Apaguen el aire acondicionado, las luces, ¡todo!

Boranova se inclinó sobre el tenue resplandor que marcaba su computadora de pilas.

Morrison no podía ver nada excepto la luz de la computadora de Boranova y, junto a su asiento, la de Kaliinin. Le era imposible ver, en medio de la total oscuridad de una célula enterrada en el interior de un cerebro, cómo las moléculas de agua se dilataban y se contraían.

Respecto de ello no cabía la menor duda. Sentía los tirones en la boca de su estómago. No eran las moléculas de agua las que oscilaban, a fin de cuentas, era todo el campo de miniaturización, y los objetos metidos en él, y él mismo.

Cada vez que la nave se dilataba (y las moléculas parecían encogerse) el campo convertía parte de su energía en calor y sentía la vaharada que lo envolvía. Después, cuando Boranova forzó la energía dentro del campo, obligándolo a contraerse, el calor desapareció. Por un momento pudo sentir cómo las oscilaciones se hacían más lentas y cesaban.

Pero al momento empezaron a hacerse más violentas y comprendió que Boranova estaba fracasando. No podía detener la desminiaturización espontánea que se acercaba y supo que, en diez minutos, estaría muerto. Él, y todos ellos, y el cuerpo en el que estaban metidos... acabarían en un explosivo chorro de agua y de dióxido de carbono.

Estaba mareado. Iba a perder el sentido y como pusilánime que era, se adelantaría así a la muerte por segundos y su último sentimiento, claro, sería de intensa vergüenza.

Pasaron unos segundos y Morrison no perdió el sentido. Se movió un poco. Ya tenía que estar muerto, ¿no? (Era inevitable que el siguiente pensamiento fuera: ¿«Puede haber otra vida después de todo»?, pero rápidamente descartó la posibilidad.)

Sintió que alguien sollozaba. ¡No! Era una respiración áspera.

Abrió los ojos (no se había dado cuenta de que los había cerrado) y se encontró mirando a Kaliinin en la penumbra. Como toda la energía disponible estaba volcada al esfuerzo de mantener la nave sin desminiaturizar, podía verla solamente a la tenue luz de su computadora. Distinguía su cabeza inclinada sobre el tablero, su cabello en desorden y su aliento sibilante entre sus labios entreabiertos.

Miró a su alrededor en un súbito renacer de esperanza, pensamiento y vida. La oscilación de la nave parecía menos acentuada. Mientras iba observando, notó que iban instalándose en una especie de paz... y, cuidadosamente, Kaliinin dejó de moverse y lo miró de soslayo, con el rostro contraído por una dolorosa sonrisa.

–¡Ya está! –dijo ella con voz baja y enronquecida.

La luz del interior de la nave fue aumentando poco a poco, como si lo hiciera a tientas, y Dezhnev exhaló un inmenso y trémulo suspiro.

–Si ahora no estoy muerto –dijo– espero vivir un poco más. Como dijo mi padre una vez: «La vida sería intolerable, si la muerte no fuera peor..» Gracias, Natasha. ¡Puede ser mi capitán para siempre!

–Yo no –murmuró Boranova. Su rostro parecía envejecido al extremo de que Morrison no se hubiera sorprendido de descubrir mechones de canas en su pelo negro–. Sencillamente, no pude volcar suficiente energía en la nave. ¿Qué fue lo que hizo, Sofía?

Kaliinin tenía los ojos cerrados ahora, pero su pecho aún jadeaba. Se movió un poco, como si no deseara contestar, como si no quisiera otra cosa que saborear la vida por un tiempo. Pero al fin respondió:

–No lo sé. Algo.

–Pero, ¿qué hizo? –insistió Boranova.

–No pude resignarme a esperar la muerte. Hice de la nave un duplicado de una molécula de glucosa-D y esperé que la célula actuara normalmente e interactuara con una molécula de ATP-trifosfato de adenosina. Al hacerlo así, ganaba un grupo de fosfato y energía. La energía, esperaba, iría a reforzar el campo de miniaturización. Entonces neutralicé la nave y el grupo de fosfato se desprendió. Otra vez glucosa-D y otra ganancia de energía; luego neutralicé, y así una y otra vez, y una y más veces... –Calló para respirar un poco–. Y otra y otra. Mis dedos se movían tan de prisa, que ya no sabía si tocaba las teclas apropiadas o no... pero debí hacerlo. Y la nave ganó suficiente energía para estabilizar el campo.

–¿Cómo se le ocurrió? Jamás, que yo sepa, nadie sugirió que esto pudiera...

–Ni yo. Ni yo. Precisamente esta mañana antes de entrar en la nave me pregunté qué haría, qué podía hacer alguien, si se iniciaba una desminiaturización espontánea. Necesitaríamos energía, pero si la nave no disponía de la suficiente., y pensé. ¿Podía la célula de por sí proporcionar esa energía? Si lo hacía, sería solamente a través del ATP, que se encuentra en toda célula. Ni sabía si funcionaría. Tenía que gastar energía, forzando el tipo eléctrico en y fuera de la nave, y sabía también que podía gastar más de la que recibiera del ATP. O que la energía procedente de ATP podía, simplemente, no afectar a la nave al extremo de contrarrestar la desminiaturización. Era muy arriesgado.

Se oyó a Dezhnev decir en voz baja, casi como si hablara consigo mismo:

–Como diría mi anciano padre: «Si no tienes nada que perder, juégalo todo» –Y a continuación añadió vivamente–: Gracias, pequeña Sofía. Mi vida es suya a partir de ahora. Se la entregaré cuando la necesite. Y diré aún más, incluso me casaría con usted si lo considerara conveniente.

–Un ofrecimiento propio de un caballero –respondió Kaliinin con una sonrisa–, pero no aceptaría el matrimonio. Su vida, si fuera necesaria, me bastaría.

Boranova, ya recuperada, declaró:

–Lo citaremos en el informe final. Me refiero a que su rapidez de pensamiento y su inmediata actuación lo han salvado todo.

Morrison no tenía confianza en sí mismo para hacer un discurso (inexplicablemente se sentía próximo a llorar..., ¿de agradecimiento por la vida? ¿De admiración por Kaliinin?). Lo único que pudo hacer fue buscar la mano de ella, llevársela a los labios y besarla. Después, carraspeó vigorosamente y dijo con sorprendente humildad:

–Gracias, Sofía.

Pareció turbada, pero no retiró inmediatamente la mano sino que explicó, como excusándose:

–Podría no haber funcionado. No pensé que funcionara.

–De no haber funcionado, no podríamos estar más muertos –rezongó Dezhnev.

En medio de todo esto, sólo Yuri Konev no había dicho una palabra y Morrison se volvió para mirarlo. Estaba sentado como tenía por costumbre, muy rígido y muy ajeno a todos ellos.

Morrison encontrando por fin su voz, y su enfado, le espetó:

–Bueno, Yuri, ¿y usted qué tiene que decir?

Konev miró brevemente por encima del hombro y contestó:

–Nada.

–¡Nada! Sofía salvó la expedición.

–Hizo su trabajo. –Y se encogió de hombros.

–¿Su trabajo? Hizo mucho más que su trabajo. –E inclinándose hacia delante agarró furiosamente a Konev por los hombros–. Inventó la técnica que nos ha salvado. Y al hacerlo, también salvó su vida, idiota. Ella es la razón de que siga usted con vida. Podría por lo menos agradecérselo.

–Hago lo que me da la gana –respondió Konev, moviendo los hombros para deshacerse de la presión de Morrison.

Pero las manos de éste se cerraron sobre su garganta:

–Miserable, bárbaro, egoísta –gruñó, apretando desesperadamente–. La quiere y en su insensatez ni siquiera es capaz de pronunciar una palabra amable. Ni una sola, pedazo de cerdo.

De nuevo, Konev se soltó y ambos empezaron a pegarse torpemente. Estaban trabados por sus asientos de los que se habían alzado a medias y ni uno ni otro podían maniobrar debidamente dada la falta de gravedad. Kaliinin chilló:

–¡No le hagas daño!

«No va a hacerme daño», se dijo Morrison forcejeando fuertemente. No había participado en este tipo de combate físico desde que tenía dieciséis años, pensó molesto, y tampoco ahora lo hacía mejor. La voz de Boranova se alzó autoritaria:

–¡Basta! ¡Los dos!

Ambos la obedecieron. Boranova prosiguió:

–Albert, no está aquí para enseñar modales a nadie. Y, Yuri, no hace falta que se esfuerce por parecer grosero, lo es naturalmente. Si no desea reconocer lo que Sofía...

Con esfuerzo Sofía consiguió decir:

–No espero que me de las gracias... nadie.

–¿Gracias? –repitió Konev furioso–. Digamos
gracias
todos. Antes de que empezara la desminiaturización, intentaba lograr que ese cobarde americano nos agradeciera que le salváramos. Yo no quería gracias de palabra. Esto no es un salón de baile. No necesitamos inclinarnos, ni hacer reverencias. Yo quería que demostrara su agradecimiento saliendo fuera y tratando de captar alguno de los pensamientos de Shapirov. Se negó. ¿Quién es él para enseñarme cómo y cuándo hay que dar las gracias?

–Antes de la desminiaturización dije que no lo haría, y vuelvo a repetirlo.

BOOK: Viaje alucinante
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