Cerró los ojos y respiró profundamente. ¿Se estaba volviendo loco, o acaso empezaba a experimentar un deterioro cerebral?
Entonces era preferible la muerte. Mucho mejor la muerte total, que un cerebro muerto y un cuerpo vivo.
¿Latían las moléculas de agua? ¿Por qué laten?
Piensa, Morrison, piensa. Eres un científico. Encuentra una explicación. ¿Por qué laten?
Sabía por qué el campo podía debilitarse..., su tendencia a miniaturizar los alrededores. ¿Por qué iba a reforzarse?
Para reforzarse tendría que ganar energía. ¿De dónde?
¿Y las moléculas que lo rodeaban? Tenían más energía calórica por volumen que él porque su temperatura era más alta. Ordinariamente, el calor debería fluir del entorno a su traje hasta que éste y él mismo estuvieran a la temperatura de la sangre, y él moriría por su incapacidad de desprenderse del calor que habría acumulado, como casi había ocurrido en su anterior aventura fuera de la nave.
Pero no era solamente la intensidad energética del calor de su cuerpo, estaba también la energía del campo de miniaturización. Y mientras las moléculas de agua lo golpeaban al pasar, ocasionalmente, la energía no fluiría necesariamente a él en forma de calor, sino en forma de activación miniaturizante. El campo aumentaría de intensidad y él encogería.
Esto debía ser siempre cierto cuando un objeto miniaturizado estaba rodeado de objetos normales de temperatura más alta. La energía podía fluir del entorno al objeto miniaturizado ya fuera como calor o como intensidad de campo. Y por ello cuando más pequeño era el objeto, más intensamente se miniaturizaba y más energía ganaba el campo y no el propio objeto.
Probablemente, la nave también latía, creciendo y decreciendo constantemente, pero a un extremo no lo bastante importante para que se notara. En todo caso, era por eso por lo que el movimiento browniano no había aumentado lo que podía; y era por eso por lo que el aire acondicionado podía cumplir su función con menos esfuerzo. El campo de miniaturización los amortiguaba en ambos casos.
Pero él, Morrison, solo en la célula, era más pequeño al poseer menos masa, y la entrada de energía afectaba más la miniaturización que la temperatura.
Apretó los puños desesperadamente. Soltó la computadora, y no le importó. Indudablemente, los otros, Boranova y Konev, ciertamente sabían lo que ocurría y podían habérselo explicado. Una vez más lo dejaban ir al peligro sin advertirle.
Y ahora que él solo lo había descubierto..., ¿de qué le servía?
Abrió de pronto los ojos.
Sí, notaba pulsaciones. Ahora que sabía qué esperar, las veía. Las moléculas de agua se dilataban y se contraían a un ritmo irregular al traspasar energía al campo y extraérsela después.
Morrison miraba, siguiendo un ritmo que lo atontaba y se encontró diciéndose en silencio: «Mayor, menor; menor, mayor; menor»
«No podían crecer más», pensó. La dilatación reflejaba su propia contracción y sólo le entraba la energía suficiente para activar esta última. El contenido celular tenía una temperatura determinada. Por el contrario, dicho contenido podía absorber de él gran cantidad de energía, y, una vez saturado, lo que quedaba pasaría más y más de prisa y entonces explotaría.
Por lo tanto, cuando las moléculas de agua aumentaban de tamaño (y el suyo disminuía) estaba a salvo. Cuando las moléculas de agua se contraían (y él en cambio crecía) no lo estaba. Si las moléculas de agua seguían contrayéndose hasta hacerse tan pequeñas que no podía verlas, quería decir que él se dilataría hasta la explosión instantánea.
–¡Mayor, menor..., menor...,
¡basta de contracción!
Morrison respiró de nuevo porque las moléculas volvían a dilatarse.
¡Una y otra vez! Y cada vez..., ¿se detendría la contracción?
Le parecía que estaban jugando con él, pero tampoco le importaba. No importaba que lo llevaran al borde de la destrucción, que lo dejaran de lado; y si esto se repetía un millón de veces, tampoco importaba. Antes o después, se agotaría el oxígeno, y moriría de una muerte lenta, asfixiante.
Una muerte rápida sería mucho mejor.
Kaliinin gritaba. Fue la primera en darse cuenta de lo que había ocurrido y las palabras se le atragantaban.
–¡Se ha ido! ¡Se ha ido! –chilló.
Boranova fue incapaz de evitar formular la pregunta obvia:
–¿Quién se ha ido?
Kaliinin se volvió a ella con ojos desorbitados:
–¿Quién se ha ido? ¿Cómo puede preguntar quién se ha ido?
Albert
se ha ido.
Boranova se quedó mirando desconcertada el punto donde Morrison había estado y ahora no estaba.
–¿Qué ha ocurrido?
Dezhnev murmuró con voz ronca:
–No estoy seguro. Doblamos una esquina con poco margen. Albert, sujeto al casco de la nave, quizás introdujo una asimetría. Traté de apartar la nave de..., de fuera lo que fuese, pero no respondió debidamente.
–Una organela macromolecular fija –aclaró Konev, que levantó ahora la cara que había tenido entre las manos– lo arrastro. Tenemos que volver a recogerlo. Puede tener la información que necesitamos.
Boranova comprendía ya, claramente, la situación. Se desprendió con un rápido movimiento de su asiento y se levantó. Entre dientes, lo increpó:
–¿Información? ¿Es esto lo único que siente perder, Yuri? ¿Información? ¿Sabe lo que va a ocurrir ahora? El campo de miniaturización de Albert se ha quedado aislado y su tamaño es sólo el de un átomo. Sus probabilidades de sufrir la desminiaturización espontánea es, por lo menos, cincuenta veces la nuestra. Dado el tiempo adecuado, la probabilidad será efectiva. Con o sin información debemos recogerlo. Si se desminiaturiza, matará a Shapirov y nos matará a todos.
–Estamos discutiendo motivaciones –protestó Konev–. Ambos lo queremos de vuelta. El porqué es secundario.
–Nunca debimos dejarlo salir –dijo Kaliinin–. Yo sabía que no estaba bien hacerlo.
–Pero ya está hecho –refunfuñó Boranova– y debemos actuar desde este punto, Arkady.
–Lo estoy intentando –explicó Dezhnev–. No enseñe a hipar a un borracho.
–No trato de enseñarle nada, viejo idiota. Le estoy dando una orden. Dé la vuelta. ¡Vuelva! ¡Vuelva!
–No. Deje que el viejo idiota le diga que es una ridiculez. ¿Quiere que dé una vuelta completa y me atraviese en la corriente? ¿Quiere que intente ir a contracorriente?
–Si se detiene, la corriente lo traerá hasta nosotros –dijo Boranova.
–Está adherido a algo. No podrá hacerlo. Lo que debemos intentar es pasar al otro lado de la dendrita y dejar que la corriente contraria nos empuje hacia atrás.
Boranova se llevó ambas manos a la cabeza, murmurando:
–Le pido perdón por llamarlo viejo idiota, Arkady, pero si regresamos a contracorriente lo perderemos.
–No tenemos elección. Nos falta la energía necesaria para intentar ir contra la corriente desde donde nos encontramos.
Entonces Konev, en tono cansado pero razonable, aconsejó:
–Deje que Arkady haga lo que desea, Natalya. No perderemos a Albert.
–¿Cómo puede saberlo, Yuri?
–Porque puedo oírlo..., mejor dicho, sentirlo..., o quizá mejor, captar los pensamientos de Shapirov por medio de su computadora, descubierta y sin protección, en la célula.
Hubo un silencio momentáneo. Boranova, claramente sorprendida exclamó:
–¿Está recibiendo algo?
–Naturalmente. En aquella dirección –señaló Konev.
–¿Puede indicar la dirección? –preguntó Boranova–. ¿Cómo?
–No sé bien cómo. Sólo siento que..., ¡es en aquella dirección!
–Arkady –ordenó Boranova–, haga lo que pensaba.
–Lo estoy haciendo aun sin que me lo ordenara, Natasha. Puede que sea la capitana, pero yo soy el navegante con la muerte mirándome de frente. ¿Qué puedo perder? Como mi anciano padre decía: «Si estás colgando de una cuerda sobre el abismo, no te preocupes de recoger una moneda que se te cae del bolsillo» Sería mejor si dispusiera de verdaderos mandos en lugar de intentar maniobrar con tres motores descentrados.
Boranova había dejado de escuchar. Miró inútilmente hacia la oscuridad exterior, y preguntó:
–¿Qué es lo que oye, Yuri? ¿Qué nos dicen los pensamientos de Shapirov?
–De momento nada. Sólo ruido, angustia.
Kaliinin murmuró como para sí:
–¿Suponen que parte de la mente de Shapirov sabe que está en coma? ¿Suponen que parte de ella se siente atrapada y grita para liberarse? Como Albert, como nosotros...
–No estamos atrapados, Sofía –aclaró Boranova–. Podemos movernos. Encontraremos a Albert. Saldremos de este cuerpo. ¿Lo comprende, Sofía? –Cogió a la joven por los hombros, hundiéndole los dedos en la carne.
Sofía acusó dolor:
–Por favor. Lo comprendo.
Boranova se volvió a Konev:
–¿Es lo único que percibe? ¿Angustia?
–Pero muy fuerte. –Y curiosamente, mirando a Boranova–: ¿No capta nada?
–Nada de nada.
–Pero si es tan fuerte. Más fuerte que nada de lo que capte cuando Albert se encontraba en la nave. Hizo bien en salir fuera.
–¿Pero no capta verdaderos pensamientos? ¿Palabras?
–Quizás estoy demasiado lejos. Quizás Albert no tiene la máquina debidamente enfocada. ¿Pero de verdad no capta nada?
Boranova movió la cabeza con decisión y echó una mirada rápida a Kaliinin que dijo en voz baja, frotándose el hombro.
–Yo tampoco capto nada.
Y la voz de Dezhnev, desencantada:
–Yo no capto nunca ninguno de esos misteriosos mensajes.
–Consiguió «Hawking» Albert sugirió que puede haber diferentes tipos de cerebros como hay diferentes tipos de sangre y que él y yo podríamos ser del mismo tipo. A lo mejor tiene razón –concluyó Konev.
–¿De qué dirección viene la sensación ahora?
–De allí. –Esta vez Konev señaló un punto mucho más cercano a la proa de la nave. Dijo–: ¿Está dando la vuelta, Arkady?
–En efecto, y ahora estoy muy cerca de la zona de calma entre las dos corrientes. Me propongo acercarme un poco a la contracorriente de modo que nos eche hacia atrás, pero no demasiado de prisa...
–Bien –asintió Boranova–. No queremos que se nos escape... Yuri, ¿puede juzgar la intensidad? ¿Se hace más fuerte?
–Sí. –Konev parecía algo sorprendido, como si no se hubiera dado cuenta del aumento de intensidad hasta que se lo mencionó Boranova.
–¿Es imaginación, cree usted?
–Podría ser –contestó Konev–. Todavía no nos hemos acercado lo bastante. Estamos girando. Es casi como si fuera él el que se acercara.
–Quizá se ha desprendido del sitio donde estaba adherido o se ha debatido hasta soltarse. En este caso, la corriente nos lo
traería
si forzamos la maniobra y nos mantenemos esencialmente en el mismo lugar.
–Tal vez.
–Yuri, debe concentrarse en la sensación –insistió Boranova con vehemencia–. Tenga advertido en todo momento a Arkady de la dirección por donde viene; esto quiere decir que tendrá que apuntar a Albert todo el tiempo. Arkady, a medida que se acerque a Albert, tendrá que ir girando hacia la corriente original y meterse en ella aproximándose a su posición cuanto le sea posible. Entonces, cuando nos movamos juntos, será más fácil ponernos a su lado utilizando nuestros motores.
–Es fácil para el que no controla los motores –refunfuñó Dezhnev.
–Fácil o difícil –insistió frunciendo sus pobladas cejas–, hágalo.
Dezhnev movió los labios, pero no salió ningún sonido y el silencio envolvió la nave..., excepto por el callado flujo de sensaciones que entró en la mente de Konev, pero no en la de los demás.
Konev permaneció de pie, mirando en dirección de donde creía que llegaban las sensaciones. Una vez musitó:
–Decididamente más fuerte... –Y pasado un instante–: Me parece como si casi percibiera las palabras. Quizá si se acerca lo bastante...
Su expresión se hizo más tensa, como si intentara forzar la impresión, atiborrar su mente de ella, mientras iba tomando el ruido y distribuyéndolo en palabras. Su dedo seguía señalando, rígido, y finalmente dijo:
–Arkady, empiece a torcer hacia la zona de calma y dispóngase a lanzarse a la corriente principal... Rápido. No deje que nos adelante.
–Tan rápido como los motores me lo permitan. –Y en voz más baja–: Si pudiera manejar esta nave con la misma magia con que los demás oyen voces...
–Vaya directo a la membrana –ordenó Konev ignorando el comentario.
Fue Kaliinin la primera en ver el destello luminoso.
–Está allí –gritó–. Ésa es la luz de su traje.
–No me hace falta verla –dijo Konev a Boranova–. El ruido es
como una
erupción volcánica en Kamchatka.
–¿Sólo ruido, Yuri? ¿Ninguna palabra?
–Pánico –respondió Konev–, pánico incoherente.
–Si me encontrara atrapada de algún modo en un cuerpo en coma, eso es precisamente lo que yo sentiría... Pero, ¿cómo no se ha dado cuenta hasta ahora? Anteriormente, encontramos palabras e incluso imágenes tranquilas, plácidas.
Dezhnev, jadeando por la excitación de la cacería que le había hecho contener el aliento, observó:
–Puede ser debido a algo que hayamos hecho con la nave. Le hemos revuelto el cerebro.
–Somos demasiado pequeños –dijo Konev, despectivo–. Ni siquiera hemos podido agitar claramente esta célula.
–Nos estamos acercando a Albert –anunció Dezhnev.
–Sofía –preguntó Boranova–, ¿puede detectar su patrón eléctrico?
–Muy débilmente, Natalya.
–Bien, ponga todo lo que tenga en algo complementario que lo atraiga con fuerza.
–Parece un poco grande, Natalya.
–Estará oscilando, estoy segura. Una vez lo haya sujetado a la nave volverá a formar parte de nuestro campo de miniaturización general y su tamaño se reajustará. Rápido, Sofía.
Se notó un pequeño golpe, al ser Morrison electrónicamente atraído al costado de la nave.
Tan pronto se pone el sol, oscurece; no deje que esto le coja desprevenido.
DEZHNEV, padre
Morrison, más tarde, no podía recordar nada de lo ocurrido... ni antes, ni después de su regreso a la nave. Por más que se esforzaba, no recordaba ver la nave acercándose para recogerlo en ningún momento; ni recordaba el momento del traslado, cuando le quitaron el traje de plástico.
Recapacitando mucho, recordó la desesperanza y la soledad de la espera de su explosión y muerte. Pensando en lo inmediato, recordaba estar mirando el rostro preocupado de Sofía Kaliinin inclinada sobre él. Entre los dos recuerdos, nada.