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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

Viaje alucinante (40 page)

BOOK: Viaje alucinante
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Ésta volvió a su computadora, pulsó el procesador de palabras y tecleó rápidamente en ruso:

YURI ES UN FANÁTICO QUE SACRIFICA TODO A SU MANÍA. NO HAY POSIBILIDAD DE LEER PENSAMIENTOS, PERO PERSUADES A TODO EL MUNDO.

Lo borró y tecleó de nuevo: SOMOS SUS VÍCTIMAS, y volvió a borrar al instante.

«Por "somos", hay que leer "yo"», pensó Morrison entristecido. Miró indeciso su propia máquina. Le pareció que las ondas del pensamiento que había encontrado débiles, se estaban intensificando. Miró hacia fuera como si pudiera adivinar lo cerca que se encontraban ahora del axón, pero, naturalmente, no había forma de averiguarlo.

Eliminó la radiación, pulsó el procesador de palabras y escribió en ruso con alfabeto latino: ÉL TAMBIÉN ES SU PROPIA VICTIMA.

Y Kaliinin respondió con rabia: NO. NO CREO QUE UNO MISMO SEA SU PROPIA VICTIMA.

Morrison pensó dolorido en su ex esposa, sus dos hijas, su incapacidad por presentar sus teorías de modo persuasivo, y escribió:

CREO QUE CADA UNO DE NOSOTROS ES MÁS VÍCTIMA DE NOSOTROS MISMOS QUE DE NADIE MÁS, y volvió inmediatamente a la recepción de ondas de pensamiento.

Inhaló profundamente. Las ondas de su pantalla habían aumentado de intensidad pese a que el dispositivo estaba aún en bajo volumen.

Morrison abrió la boca para comentarlo, pero Dezhnev lo hizo innecesario, al decir:

–Yuri, la membrana de la célula está curvándose hacia dentro y nosotros estamos haciendo lo mismo.

«Esto podría explicarlo», pensó Morrison. La célula se estrechaba al acercarse al axón y las ondas sképticas se estaban concentrando enormemente. Su dispositivo, al haber futrado todo lo demás radiaba la función de las ondas sképticas por todo el interior de la nave. ¿Y con qué resultado?

–Veremos lo que pasa ahora. Albert, mantenga la máquina trabajando a máxima intensidad –añadió Konev.

–Confío en que ocurra lo que ocurra, nos dé la respuesta que esperamos, o por lo menos un principio de respuesta. Me he cansado de esperar –dijo Boranova.

–No puedo censurarla. Como mi padre solía decir: «Cuanto más se tarda en llegar a un punto, más embotado resulta ser »

A Morrison le pareció que cada sinuosidad del cuerpo rígido de Konev rezumaba excitación y triunfo expectante..., pero Morrison no participaba de esa expectación.

Morrison miraba fijamente hacia fuera. Ahora se encontraban metidos del todo en el axón y arrastrados a lo largo por la corriente del fluido interior de la célula.

En el mundo real, el axón era una fibra delgadísima, pero en el mundo miniaturizado de la nave parecía tener la anchura equivalente a unos cien kilómetros. En cuanto a su longitud, era mucho, mucho más largo que la propia célula. Ir de un extremo al otro del axón podía equivaler a un viaje de la Tierra a la Luna, y regreso, un par de docenas de veces. Por otra parte, su aparente velocidad, a escala de la miniaturización, tenía que parecerles una fracción respetable de la velocidad de la luz.

Sin embargo, no había indicación de aquella velocidad increíblemente rápida. La nave se movía con la corriente y había muchísima menos abundancia de macromoléculas u organelas en el axón, de lo que había habido en el cuerpo de la célula. Si había fibras estructurales soportando la corriente y manteniéndose inmóviles respecto de la membrana de la célula, la corriente pasaba junto a ellas tan rápidamente que las hacía invisibles, incluso si un gran número de fotones se reflejara en ellas..., y, naturalmente, no era así.

Dejó de mirar. No había nada que ver allá afuera.

Lo que sí debía hacer era mirar su pantalla. Las ondas sképticas se volvían mucho más intensas, lo veía claramente. Había resultado difícil eliminar la materia no sképtica; era tan fuerte que inundaba la capacidad receptiva de la computadora.

Y había algo más, la vibración firme y elaborada de las ondas sképticas se había transformado en una serie de picos irregulares. Incluso en plena expansión era obvio que no recibía todos los detalles existentes. Morrison tenía la clara visión de la necesidad de una impresión de láser lo bastante clara para poder ponerla bajo el microscopio.

Konev se había desabrochado el cinturón, y medio alzado sobre el respaldo, a fin de poder fijarse en la pantalla, comentó:

–No la he visto así hasta ahora.

–Ni yo, y llevo estudiando las ondas sképticas desde hace casi veinte años.
Nada
como esto.

–¿Entonces yo tenía razón en lo del axón?

–Absolutamente, Yuri. Las ondas se han ido concentrando maravillosamente.

–¿Y su significado entonces?

Morrison extendió las manos, perplejo:

–Confieso que no lo sé. Dado que es la primera vez que veo semejante cosa, es obvio que no puedo interpretarlo.

–No, no –interrumpió Konev impaciente–. Siga concentrándose en la pantalla y yo seguiré pensando en la inducción. ¿Qué es
lo que
recibe? ¿Imágenes? ¿Palabras? Nuestras propias mentes son los auténticos receptores..., por mediación de su máquina.

–No recibo nada –contestó Morrison.

–Es imposible.

–¿Recibe usted algo?

–Se trata de
su
máquina. Adaptada a usted.

–Pero antes ha recibido usted imágenes, Yuri.

La voz de Dezhnev los interrumpió secamente:

–Mi padre solía decir: «Si quieres oír, debes empezar por escuchar»

–Dezhnev padre tenía razón –asintió Boranova–. No podemos recibir nada si llenamos nuestras mentes de controversias y gritos.

Konev respiró profundamente y con voz más suave, lo que no era característico en él, aceptó:

–Muy bien, entonces concentrémonos.

Un silencio poco natural cayó sobre la tripulación de la nave. Entonces Kaliinin, tímidamente, rompió el silencio:

–No queda tiempo.

–¿No queda tiempo para qué, Sofía? –preguntó Boranova.

–Quiero decir que ésta es la frase que he percibido: «No queda tiempo»

–¿Está diciéndome que la ha percibido de las ondas sképticas de Shapirov? –exclamó Morrison.

–No lo sé. ¿Es eso posible?

–Hace sólo un momento tuve el mismo pensamiento. Se me ocurrió que la mejor manera de atacar el problema podía ser estudiando las ondas sképticas grabadas en la pantalla y esperar a que ocurrieran cambios súbitos. Podría ser que el cambio de tipo, más que el tipo en sí, produjera una imagen. Pero entonces la espera sería infinitamente larga y no sin complicaciones, y no tenemos en absoluto tiempo para eso.

–Concluyendo –observó Morrison–, usted pensó: «No queda tiempo»

–Sí –afirmó Boranova–, pero se trataba de mi propio pensamiento.

–¿Cómo puede saberlo, Natalya?

–Conozco mis propios pensamientos.

–Usted también conoce sus propios sueños, pero a veces los sueños nacen de estímulos exteriores. Suponga que recibiera el pensamiento «No queda tiempo» Por el hecho de no estar acostumbrada a recibir pensamientos, montó rápidamente una línea de libre asociación que hace que le parezca razonable sentir que usted es la que ha generado el pensamiento.

–Puede que sea así, ¿pero cómo saberlo, Albert?

–No lo sé con seguridad, pero, aparentemente, Sofía ha percibido la misma frase y podríamos preguntarle si estaba pensando algo independientemente, que diera lugar a la frase como una consecuencia normal.

–No, no estaba pensando –respondió Kaliinin–. Trataba de mantener la mente vacía. Surgió de pronto.

–Yo no sentí nada –explicó Morrison–. ¿Y usted, Yuri?

Konev movió negativamente la cabeza, enfurecido por su fracaso.

–Yo tampoco.

–En todo caso –musitó Morrison–, podría no significar nada. Natalya creyó que podía ser un pensamiento al azar, surgido de una serie de pensamientos anteriores de forma natural, y Con sólo un significado de lo más superficial. Incluso si la idea hubiera nacido en la mente de Shapirov, podía ser igualmente superficial.

–Quizá sí –observó Konev– o quizá no. Toda su vida y mente estaban dedicadas a los problemas de miniaturización. No podría pensar en otra cosa.

–Siempre nos repite lo mismo –protestó Morrison–, pero en realidad es una tontería romántica. Nadie piensa sólo en una cosa. El Romeo más enamorado de la Historia no podría estar toda la vida concentrado en Julieta. El espasmo de un cólico, un sonido distante, y se distraería al momento.

–No obstante, debemos tomar cualquier cosa que Shapirov diga, como posiblemente significativa.


Posiblemente
–repitió Morrison–. Pero, ¿y si estuviera intentando averiguar la extensión de la teoría de la miniaturización y decidió quejarse de que no le quedaba tiempo, que no tenía tiempo suficiente para completar su trabajo?

Konev sacudió la cabeza, pero más, al parecer, para alejar la distracción que en gesto de negación. De pronto dijo:

–¿Qué les parece esto: que si Shapirov tenía la impresión de que cualquier miniaturización que llevara consigo un aumento en la velocidad de la luz, proporcional a la disminución de la constante de Planck, generaría un cambio instantáneo, que no llevara tiempo? Y, naturalmente, al aumentar al máximo la velocidad de la luz, también lo haría, inevitablemente, la velocidad de un objeto sin masa..., o casi sin masa. Entonces, en efecto, aboliría el tiempo y podría decir para sí, orgullosamente: «No queda tiempo»

–Muy rebuscado –comentó Boranova.

–Claro –dijo Konev–, pero vale la pena pensarlo. Debemos archivar cualquier impresión que consigamos, por vaga que sea; por más sin sentido que nos parezca.

–Eso es precisamente lo que me propongo hacer, Yuri –declaró Boranova.

–Entonces a callar otra vez –ordenó Konev–. Veamos si conseguimos algo más.

Morrison se concentró fieramente, con los ojos medio ocultos por sus cejas salientes pero clavados en Konev, que suspiró murmurando:

–Capto algo, una y otra vez...
«nu
veces
c
es igual a
m
sub
s
»

–Yo también lo he captado –confesó Morrison–, pero entendí, o pensé, que era m veces
c
cuadrada.

–No –dijo Konev en voz tensa–. Vuelva a probar.

Morrison se concentró y apabullado tuvo que confesar:

–Tiene razón. Lo capto también:
«nu
veces
c
es igual a
m
sub s»

–¿Qué quiere decir?

–¿Quién podría decirlo a primera vista? No obstante, si esto se encuentra en la mente de Shapirov, querrá decir algo. Podemos asumir que
nu
es una frecuencia radiacional,
c
la velocidad de la luz, y
m
sub s la masa estándar..., es decir, la masa inmóvil en circunstancias ordinarias. A la luz de...

Los brazos de Boranova se alzaron con los índices levantados en forma de advertencia. Konev calló de pronto y concluyó, incómodo:

–Pero no hay nada en ninguna parte.

–Material clasificado, ¿eh, Yuri? –sonrió Morrison socarrón.

Y entonces se oyó la voz de Dezhnev que sonó con desacostumbrada petulencia:

–¿Cómo puede ser que oigan todas estas cosas sobre el tiempo y la masa estándar y yo qué sé, y que yo no oiga nada? ¿Será que no soy un científico?

–Dudo de que eso tenga algo que ver –lo calmó Morrison– Los cerebros son diferentes; puede que se ajusten a tipos distintos, como la sangre. La sangre es sangre, pero no siempre se puede hacer una transfusión de una persona a otra sin más. Su cerebro puede ser lo suficientemente diferente al de Shapirov de forma que no haya cruce sensorial.

–¿Y solamente el mío?

–No
solamente
el suyo. Puede que haya miles de millones de mentes que no puedan captar nada de la de Shapirov. Observará que Sofía y Natalya captan cosas distintas a las que yo o Yuri captamos y viceversa.

–Dos hombres y dos mujeres –refunfuñó Dezhnev–. ¿Y yo qué soy?

Konev protestó impaciente:

–Nos está haciendo perder el tiempo, Arkady. Dejemos de discutir hasta el infinito cualquier cosita que captemos. Nos queda mucho más que oír, y poco para hacerlo. Si se concentra un poco más, Arkady, usted también podría captar algo.

¡Silencio!

Se rompía ocasionalmente por el suave murmullo de uno u otro informando haber captado una imagen o medias palabras. Dezhnev contribuyó solamente con:

–Sólo percibo una sensación de hambre, pero puede ser la mía.

–Sin duda –cortó Boranova–. Consuélese con la idea, Arkady, de que cuando salgamos de aquí se le permitirá repetir dos o tres veces cada plato y una cantidad ilimitada de vodka.

Ante la idea, la sonrisa de Dezhnev se hizo casi lasciva.

–No parece que nos llegue nada matemático o algo fuera de lo ordinario –observó Morrison–. Insisto en que incluso Shapirov debe tener la mayoría de sus pensamientos ocupados en trivialidades.

–A pesar de todo –insistió Konev–, escuchemos.

–¿Por cuánto tiempo, Yuri?

–Hasta que termine el axón. Hasta el mismísimo final.

–¿Se propone entonces llegar hasta la sinapsis, o retrocederá? –preguntó Morrison.

–Nos acercaremos lo más que podamos. Esto nos situará en la inmediata vecindad de la célula nerviosa adyacente. Las ondas sképticas pueden ser percibidas con mayor facilidad en aquel punto crucial del trayecto, más que en otra parte.

–Sí, Yuri –objetó Dezhnev–, pero usted no es el capitán... ¿Natasha, florecita mía, es eso también lo que desea?

Boranova asintió:

–¿Por qué no? Yuri tiene razón. La sinapsis es un punto único y no sabemos nada de ella.

–Pregunto solamente porque hemos consumido ya la mitad de nuestro suministro de energía. ¿Cuánto tiempo nos atreveremos a permanecer dentro del cuerpo?

–Lo necesario –respondió Boranova– para llegar a la sinapsis.

Y de nuevo se hizo el silencio.

La nave siguió moviéndose a lo largo de la interminable extensión del axón y Konev, más y más, fue dirigiendo las acciones de los otros.

–No importa lo que capten, infórmemelo. Tenga sentido o no, sea una frase o una palabra. Si se trata de una imagen, descríbanla. Incluso si creen que se trata de sus propios pensamientos, informen si tienen la menor duda.

–Conseguirá una charla sin sentido –dijo Dezhnev todavía hastiado al parecer por su cerebro tan poco receptivo.

–Naturalmente, pero dos o tres insinuaciones cargadas de sentido compensarán. No sabremos lo que tiene sentido y lo que no lo tiene hasta que no lo analicemos todo.

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