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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

Viaje alucinante (41 page)

BOOK: Viaje alucinante
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–Si yo capto algo aunque crea que es mío, ¿informo también? –ofreció Dezhnev.

–Sí, especialmente usted –insistió Konev–. Si es usted tan poco sensible como parece creer, cualquier cosa que pueda captar tal vez resulte particularmente importante. Ahora, por favor, deje de hablar. Cada segundo de conversación puede significar la pérdida de algo.

Y entonces empezó un período de frases inconexas en las que, en opinión de Morrison, era imposible encontrar algo sensato.

Causó sorpresa oír de pronto a Kaliinin, diciendo:

–¡Premio Nobel!

Konev levantó de repente la cabeza y casi contestó..., después, como si descubriera quién lo había dicho, se abstuvo.

Morrison, esforzándose por no parecer burlón, preguntó:

–¿Lo ha captado también, Yuri?

Konev movió afirmativamente la cabeza:

–Casi al mismo tiempo.

–Ésta es la primera vez que se cruzan un hombre y una mujer –observó Morrison–. Supongo que Shapirov lo pensaba en relación con la extensión de su teoría de la miniaturización.

–Indudablemente. Pero su Premio Nobel lo tenía asegurado por lo que ya había hecho hasta el momento en ese campo.

–Que es secreto y por lo tanto desconocido.

–Sí, pero una vez perfeccionado el proceso, dejará de serlo.

–Esperémoslo –dijo Morrison mordaz.

–No somos más secretos que ustedes los americanos –saltó Konev. Morrison sonrió abiertamente a Konev que lo miraba por encima del hombro.

–Está bien, no pienso discutir. –Y esto pareció irritar aún más al joven.

En un momento dado, Dezhnev anunció:

–¡Hawking!

Morrison alzó las cejas sorprendido. No había esperado tal cosa. Boranova aparentemente asqueada, dijo:

–¿Qué es esto, Arkady?

–He dicho «Hawking» –protestó Dezhnev, defendiéndose–. Ha surgido de pronto en mi mente. Me dijeron que contara todo lo que captara.

–Es una palabra inglesa –explicó Boranova– que significa gargajear, escupir.

–O venta ambulante –añadió alegremente Morrison.

Dezhnev comentó:

–No sé bastante inglés para conocer la palabra. Yo creí que era el nombre de alguien.

–Y así era –aclaró Konev, turbado–. Stephen Hawking. Era un gran físico teórico inglés de hace más de un siglo. También pensaba yo en él, pero creí que era mi propio pensamiento.

–Bien, Arkady –corroboró Morrison–, podría sernos útil.

El rostro de Dezhnev se iluminó.

–Entonces no soy del todo inútil. Como mi padre solía decir: «Si bien las palabras de un sabio son pocas, no obstante merece la pena escucharlas»

Una interminable media hora más tarde, Morrison preguntó:

–¿Hemos llegado a alguna parte? Me parece que la mayoría de frases e imágenes no nos dicen nada. «Premio Nobel» nos dice, razonablemente, que Shapirov pensaba en ganarlo, pero esto ya lo sabíamos. «Hawking» nos dice que el trabajo del físico fue significativo, quizás, en relación con la extensión de la miniaturización; pero no nos dice por qué.

No fue Konev el que se puso a la defensiva, como Morrison podía suponer, sino Boranova. Konev, que podía haber estado preparándose para responder, pareció dispuesto, por esta vez, a dejar que Boranova cargara con el peso. Ésta dijo:

–Nos enfrentamos a un enorme criptograma, Albert. Shapirov es un hombre en coma y su cerebro no funciona de forma disciplinada u ordenada. Brilla alocado, por lo menos esas partes que siguen estando sanas, tal vez fortuitamente. Todo, sin distinción, será recogido y minuciosamente estudiado por aquellos de nosotros que tienen un profundo conocimiento de la teoría de la miniaturización. Pueden percibir sentido donde usted no ve ninguno. Y un poco de sentido en un extremo del campo, puede ser el principio de una iluminación que lo cubrirá todo. Lo que estamos haciendo tiene sentido y es lo adecuado.

–Además, Albert –prosiguió Konev–, hay algo más que podemos intentar. Nos estamos acercando a una sinapsis. Este axón terminará eventualmente y se partirá en varias fibras, cada una de las cuales se acercará, pero sin unirse, a la dendrita de una neurona vecina.

–Ya lo sé –interrumpió Morrison impaciente.

–El impulso nervioso, incluyendo las ondas sképticas, tendrá que saltarse el pequeño hueco de la sinapsis, y al hacerlo los pensamientos dominantes serán menos atenuados que los otros. En resumen, si
saltamos
la sinapsis también, alcanzaremos una región donde podremos, por lo menos por un instante, detectar lo que queremos oír con menos interferencias de ruidos triviales.

–¡No me diga! –rezongó Morrison–. Esta noción de atenuación diferencial es nueva para mí.

–Es el resultado del arduo trabajo soviético en el área.

–¡Oh!

Konev saltó inmediatamente:

–¿Qué quiere significar con eso? ¿Acaso es un desprecio por el valor del trabajo?

–No, no.

–Claro que sí. Es trabajo soviético; luego no significa nada.

–Sólo quiero decir que no he leído ni oído nada sobre ello –se defendió Morrison.

–El trabajo lo hizo Madame Nastiaspenskaya. Me figuro que ha oído hablar de ella.

–En efecto.

–Pero no ha leído sus publicaciones, ¿no es eso?

–Yuri, no consigo abarcar todo lo publicado en inglés pues mucho menos lo...

–Bien, cuando terminemos con esto, me ocuparé de que reciba una colección de sus publicaciones, así podrá educarse.

–Gracias, pero puedo decirle que por lo que he oído su descubrimiento es algo del todo improbable. Si algunos tipos de actividad mental sobreviven a una sinapsis mejor que otros, entonces, teniendo en cuenta que hay centenares de miles de millones de sinapsis en el cerebro, todas en servicio constante, el resultado final sería que sólo una pequeña proporción de pensamientos llegarían a sobrevivir.

–No es tan sencillo como eso –insistió Konev–. Los pensamientos triviales no son eliminados. Persisten a un nivel más bajo de intensidad y no se apagan indefinidamente. Es sólo que, en la inmediata proximidad de una sinapsis, los pensamientos importantes son, por cierto tiempo, relativamente reforzados.

–¿Hay pruebas de ello? ¿O es solamente una sugerencia?

–Hay pruebas de naturaleza sutil. Eventualmente, con los experimentos de miniaturización, la evidencia quedará reforzada. Estoy seguro. Hay algunas personas entre las que el efecto de la sinapsis es más fuerte que lo normal. ¿Por qué si no los creadores pueden concentrarse tan profundamente y durante tanto tiempo, de no ser porque están menos distraídos por lo trivial? ¿Y por qué, por el contrario, los brillantes eruditos son tradicionalmente distraídos?

–Está bien. Si encontramos algo, no me pelearé con lo razonado.

–¿Pero qué pasará al llegar al final del axón? –preguntó Dezhnev–. La corriente de fluido sobre la que navegamos hará un giro cerrado al llegar a aquel punto y nos empujará contra la pared opuesta del axón. ¿Debo atravesar la membrana?

–No –dijo Konev–. Claro que no. Dañaríamos la célula. Tendremos que adoptar el tipo de carga eléctrica de acetilcolina. Eso transporta el impulso nervioso a través de la sinapsis.

–Sofía –rogó Boranova–, puedes dar a la nave el patrón de acetilcolina, ¿no es cierto?

–Puedo –contestó Kaliinin–, ¿pero no son las moléculas de acetilcolina activas en el exterior de la célula?

–A lo mejor la célula dispone de un mecanismo que las expele. Lo intentaremos.

Y el trayecto a lo largo del axón, aparentemente interminable, continuó.

Inesperadamente, el final del axón apareció. Sin indicio, sin previo aviso.

Konev lo vio primero. Acechaba y sabía, además, lo que esperaba ver, pero Morrison le reconoció todo el mérito. También él estaba vigilando, y sabía lo que estaba esperando; no obstante, no lo reconoció al verlo.

Bien es cierto que Konev estaba sentado en primera fila, mientras que Morrison debía vigilar por encima de la cabeza de aquél. Claro que esto no era una excusa.

A la luz curiosamente ineficiente del faro de la nave era obvio que ante ellos había una cavidad y, no obstante, la corriente tendía a alejarse de ella.

El axón empezaba a ramificarse, en dendritas como las del otro extremo de la neurona, al final, donde el cuerpo nucleado de la célula se encontraba. Las dendritas axonianas del lejano extremo de la célula eran más escasas y delgadas, pero allí estaban. Indudablemente una porción de la corriente celular iba hacia allí, pero la nave estaba en la corriente principal que giraba a lo lejos y no podía arriesgarse.

Tendría que meterse a empujones en la primera dendrita con que se encontrara..., si podían hacerlo.

–Allí, Arkady, allí –gritó Konev señalando y fue solamente entonces cuando todos los demás se dieron cuenta de que estaban llegando al final del axón–. Utilice los motores, Arkady, y empuje fuerte.

Morrison pudo percibir la sorda pulsación de los motores al acercar la nave hacia un lado de la corriente. La dendrita a la que se dirigían era un tubo que resbalaba hacia un lado, un tubo enorme, considerando su tamaño a escala, tan enorme que sólo podían ver un pequeño arco de su circunferencia.

Siguieron acercándose y Morrison se encontró inclinado hacia la dendrita, como si añadiendo el peso de su cuerpo pudiera arreglar las cosas.

Pero no se trataba de llegar al propio tubo, simplemente debían trasladarse a una sección relativamente mansa del fluido, un chorro de moléculas de agua que se amansaban en suaves círculos y luego se desplazaban a otra corriente que se desviaba en otra dirección.

La nave hizo la transición y de pronto se encontró de proa a la abertura del tubo.

–Apague los motores –ordenó Konev excitado.

–Aún no –refunfuñó Dezhnev–. Podemos estar demasiado cerca de la contracorriente que emerge de esta cosa. Déjeme que me acerque un poco más a la pared.

Así lo hizo, y tardó poco. Ahora se movían, esencialmente, con la corriente, no en contra. Y cuando Dezhnev apagó por fin los motores y empujó hacia atrás su cabello cano y empapado, exhaló un suspiro enorme, diciendo:

–Todo lo que estamos haciendo consume toneladas de energía. Y hay un límite, Yuri, hay un límite.

–Nos preocuparemos de eso más tarde –se impacientó Konev.

–¿Ah, sí? Mi padre decía siempre: «Más tarde suele ser demasiado tarde..» Natalya, no deje todo esto en manos de Yuri. Desconfío de su actitud hacia nuestra provisión de energía.

–Tranquilícese, Arkady. Yo me haré cargo de detener a Yuri si se hace necesario... Yuri, la dendrita no es muy larga, ¿verdad?

–No tardaremos en llegar al final, Natalya.

–En este caso, Sofía, procure por favor que estemos dispuestos a adoptar el tipo de acetilcolina en el momento preciso.

–¿Me lo indicará pues? –le pidió Kaliinin.

–No tendré que hacerlo, Sofía. Estoy segura que Konev rugirá como un cosaco cuando el final esté a la vista. En ese momento pase al tipo de acetilcolina.

Siguieron deslizándose a lo largo del resto del final tubular de la neurona, donde habían entrado mucho tiempo antes. A Morrison le parecía que, a medida que la dendrita se iba estrechando, podía ver la pared arqueándose por encima, pero eso era una ilusión. El sentido común le advertía que, incluso en lo más angosto, el tubo parecería tener una anchura de varios kilómetros, en su actual tamaño molecular.

Y tal como había previsto Boranova, Konev lanzó su alarido sin, probablemente, darse cuenta de que lo hacía.

–Aquí tenemos el final. Rápido. Seamos acetilcolina antes de ser barridos y devueltos.

Los dedos de Kaliinin resbalaron sobre el teclado. En el interior de la nave no hubo indicación de que algo hubiera cambiado, pero en alguna parte, por delante de ellos, había un receptor de acetilcolina (o más probablemente, centenares de ellos) y los tipos se engranaban, positivo a negativo, negativo a positivo, de modo que la atracción entre nave y receptor era enorme y marcada.

Fueron sacados de la corriente y metidos a través de la pared de la dendrita. Por unos minutos continuaron arrastrados a través del medio intercelular entre la dendrita y la neurona que acababan de dejar, y la dendrita de la siguiente neurona.

Morrison casi no vio nada. Sintió que la nave iba deslizándose, o metiéndose a través de una compleja molécula de proteína; y después se fijó en la formación de una concavidad, como cuando la nave había penetrado por primera vez en la neurona.

Konev se había soltado el cinturón a fin de poder levantarse. (Obviamente estaba tan excitado que no sentía que esto fuera algo que pudiera hacer sentado.) Casi tartamudeando logró decir: –Ahora, según la hipótesis de Nastiaspenskaya, la filtración de pensamientos importantes es mucho más evidente inmediatamente después de la sinapsis. Una vez cerca del cuerpo de la célula, la diferencia desaparece. Así que una vez estemos en la dendrita vecina, abran sus mentes. Estén preparados para cualquier manifestación. Sea lo que fuere que oigan, díganlo en voz alta. Describan cualquier imagen. Yo lo anotaré todo. Arkady, usted también. Y usted, Albert, también... Ya estamos dentro. ¡Empiecen!

XV. ¡SOLOS!

La buena compañía roba incluso a la muerte parte de sus terrores.

DEZHNEV, padre

Morrison contemplaba lo que siguió con cierta indiferencia. Tampoco intentó participar activamente. Si algo se metía en su mente, reaccionaría. Dejar de hacerlo, no sería científico.

Kaliinin, a su izquierda, tenía el aspecto sombrío y los dedos inmóviles. Se inclinó hacia ella y le murmuró:

–¿Nos ha devuelto a L-glucosa?

Asintió. Él insistió:

–¿Estaba enterada de esa hipótesis de Nastiaspenskaya?

–No es de mi especialidad. No lo había oído nunca.

–¿Lo cree?

Pero Kaliinin no iba a caer en la trampa. Contestó:

–No estoy cualificada para creer o no creer, pero
él
sí lo cree... Porque quiere creerlo.

–¿Percibe algo?

–Nada más que antes.

Dezhnev, naturalmente, estaba silencioso. Boranova, de vez en cuando, decía una o dos palabras que al oído de Morrison sonaban sin convicción. Sólo Konev parecía mantener el entusiasmo. En cierto momento, gritó:

–¿Lo ha captado alguien? ¿Alguno? «Ritmo circular» «Ritmo circular»

No recibió respuesta directa y pasado un momento, Morrison dijo:

–¿Qué significa esto, Yuri?

Konev no contestó... Incluso él se apaciguó pasado un rato y se limitó a mirar fijamente adelante mientras la nave iba avanzando por la corriente de fluido.

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