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Authors: Ibéyise Pacheco

Tags: #Ensayo, Intriga

Sangre en el diván (6 page)

—¿Acaso olvidaron que cuando un cadáver es encontrado en un sitio de liberación, en seguida deben encenderse todas las alarmas porque significa la posibilidad de que alguien planificó el delito, y que se trata de un caso que debe ser manejado con mayor rigurosidad? —increpó al detective Perozo.

Claro que el detective sabía que el sitio de liberación era un lugar utilizado por delincuentes para arrojar allí las víctimas o los objetos de sus delitos. Parque Caiza, donde había sido localizado el cuerpo de Roxana, era sin duda un sitio de liberación.

—¿Y no los puso en alerta el que se tratase de una mujer? —preguntó el comisario.

El detective asintió con la cabeza, al recordar que entre 90 y 95 por ciento de los fallecidos por hechos violentos son hombres. La explicación a ese hecho ha sido sencilla. Los hombres están más en la calle. Por eso, ver una mujer muerta, lanzada así, es difícil. No es común. «Entonces, una mujer en un sitio de liberación, ¡es para instalar todo
CSI
!», dijo Arias en alusión a la exitosa serie de televisión que muestra el trabajo de un equipo de investigadores forenses.

—Esto lo hicieron muy a la ligera —insistió molesto— es evidente que al cadáver le lanzaron objetos arriba para tratar de ocultarlo, pero visto así, parece un acto desesperado. El sitio de liberación es conocido por cierto tipo de delincuentes y de policías, así que quien lanzó el cadáver puede haber sido un cómplice que realizó el hecho apurado. La acción podría demostrar también que ese cómplice no pensó en que el cadáver iba a ser detectado tan pronto. Pareciera que no tiene experticia de homicidios, porque tendría que saber que el cadáver cuando se empieza a podrir no lo aguanta nadie. Con el viento a favor, la podredumbre puede llegar a kilómetros. Quien hizo esto para desaparecer el cadáver, se equivocó de sitio. El otro aspecto que me preocupa es la evidencia. Por lo que veo, los únicos elementos que fueron colectados fueron unas conchas de balas y unas bolsas plásticas con escombros. ¿Y todo lo demás?

El comisario Arias, en la continuación de su monólogo, explicó el tetraedro de la criminalística. «Hablamos de un asesinato. Por un lado, tenemos el arma con la que se ejecutó el homicidio, cualquiera sea. En el otro vértice tienes una víctima, ¡porque alguien murió! Entonces hay un victimario en el tercer punto, y en el cuarto, hay un sitio del suceso. Nuestro deber es buscar la interrelación. ¿Qué dejó el victimario en el sitio del suceso? ¿Y qué dejó el victimario en la víctima, es decir en Roxana? O sea, ¿dejó un pelo, una huella, semen, saliva, una fibra? Igual ocurre con todo lo demás. ¿Qué se llevó el victimario del sitio del suceso, o de la víctima? Este tetraedro de la criminalística es imprescindible en una investigación criminal».

Lo que el comisario quería decir al detective, es que todos los objetos que se encontraban alrededor del cadáver, en especial los que fueron lanzados sobre la víctima para tratar de ocultarla, seguramente habían sido tocados por el homicida, o por quien dejó allí el cadáver. En cualquiera de los casos, podría tener huellas dactilares. Y ninguno de esos objetos había sido recolectado, por lo que la investigación carecía de unos elementos de prueba que podían resultar importantes.

Apenas el comisario hizo una pausa, Amalia dio vuelta a la versión impresa del informe de autopsia. Su rostro reflejó preocupación. «Hay unas lesiones en el cuerpo que no me explican si fueron
pre mortem
, cuando ella estaba viva, o después de haber fallecido». «Esto es importante porque quizás la arrastraron viva —la interrumpió el comisario—, pero también los golpes pueden indicar que fueron consecuencia del momento en que la lanzaron, o de cuando la intentaron meter en un vehículo». «El informe tampoco me ubica en qué parte del cráneo fue la lesión —continuó Amalia— frontal, parietal, occipital, ¿dónde está? No hablan de heridas, sino de lesiones, y al parecer no hay fracturas. Entonces, ¿por dónde sangró?».

—Seguro la morgue estaba colapsada, y los mozos terminaron haciendo el trabajo a la carrera —se lamentó el comisario.

El detective se sintió avergonzado. Si bien no había participado en la fase inicial de la investigación, se sabía responsable por sus compañeros. Así que tenía por delante el reto de las próximas diligencias, que eran muchas, para reivindicarse. Lo más importante no sólo era identificar al o a los responsables de ese homicidio, sino también recabar con eficiencia los elementos de prueba. Tanto el comisario como la patóloga le repitieron al unísono: «Los elementos de prueba». Como despedida, el detective Perozo prometió tenerlos al tanto de los avances de la investigación.

—Este informe, además de incompleto tiene contradicciones —espetó Amalia apenas se quedaron solos, y en una especie de soliloquio comenzó a disertar sobre el trabajo del forense, frente al comisario que sonreía complacido. La doctora Pagliaro siempre había sido objeto de la admiración del policía. Juntos habían logrado resolver importantes casos, que les habían elevado su credibilidad profesional. Y ahora que ambos estaban retirados, y cuando la nostalgia los asaltaba, una cita con un buen vino se podía convertir en el juego de inteligencia criminalística más divertido que se pueda imaginar. Podían resolver los casos más complicados, lo que les permitía mantenerse actualizados y en forma. En ocasiones, homicidios que parecían imposibles de resolver requerían de varios encuentros, hasta que finalmente llegaban a un final policíaco. La regla fundamental del juego era que para considerarlo resuelto los dos debían estar de acuerdo.

Amalia Pagliaro se concentró en las fotos de Roxana. «Esta víctima estaba putrefacta», dijo. Esa observación coincidía con el protocolo de autopsia. Por eso la descripción del cuerpo refiere de una especie de mancha verde que es la señal, el síntoma, de la primera etapa de la putrefacción, llamada fase cromática. En el caso de Roxana, con el calor —fue encontrada en la vía hacia Guarenas— y al encontrarse al aire libre, la putrefacción se aceleró, porque lo usual es que se inicie a las 36 horas. «La víctima ya había comenzado a pasar a la fase gaseosa o enfisematosa de putrefacción», agregó la patóloga. En esa etapa ya el cadáver huele muy mal.

Eso le ocurrió al cuerpo de Roxana. Su tío Antonio recuerda que tuvo que sacar la cabeza por la ventana abierta del vehículo que la transportaba de la morgue al cementerio, para evitar las náuseas que les producía el hedor.

Las etapas posteriores a la fase gaseosa son la de licuefacción y la esqueletización. En la primera, empiezan a aparecer moscas, larvas y gusanos, el cadáver pierde las partes blandas y queda expuesta la parte ósea, la piel se pierde, se derrite. En la segunda ya quedan sólo los huesos. Roxana no llegó a estas fases.

—¿No te llama la atención que el médico dice que no hay herida en la cabeza? —continuó refiriendo Amalia al comisario—. Al menos el protocolo no lo expresa. Lo otro que me parece extraño es que el patólogo dice que tiene una hemorragia subdural y también escribe que la masa encefálica está licuada. Eso es imposible. Así es muy difícil determinar qué tipo de hemorragia es. Si fuera la hemorragia subdural, toda la sangre va a estar sobre la masa encefálica, pero si tengo la masa líquida, no te puedo decir dónde está.

En síntesis, había caído la sombra de la duda sobre la eficiencia del departamento forense. Errores en esa área se pagaban caros en un juicio. Casi al unísono el comisario y la patóloga concluyeron: «Es necesario que a este cuerpo se le haga una exhumación».

Al día siguiente, al comisario Orlando Arias le llegó un mensaje vía Blackberry en el que le contaban que en el CICPC se acababa de recibir una denuncia que podía aportar nuevos datos a la investigación criminal del caso. Una mujer, alemana, de unos 70 años, luego de leer las informaciones que podían responsabilizar a Chirinos por la muerte de una joven universitaria, se había decidido a denunciar al psiquiatra por intento de violación. Identificada como Gysela Klingler Koerner de Mahr, se presentó en el organismo policial y sin dudarlo relató que en fecha 7 de noviembre de 2003 había acudido al consultorio de Chirinos para tratarse lo que consideraba una depresión. Dijo que en esa primera cita el psiquiatra la quiso sedar y ella se negó rotundamente porque siempre le ha tenido pánico a las inyecciones. En su segunda cita, según su testimonio, el médico se le lanzó encima posesionado por un arrebato repentino. «Me agarró por la fuerza como una bestia y me trató de violar; no pudo penetrarme, pero eyaculó sobre mí», contó la denunciante, que según los funcionarios parecía bastante atemorizada. Gysela Klynger dijo que no podía creer lo que le había sucedido en esa oportunidad. Avergonzada, le preguntó al psiquiatra por qué había cometido tal agresión, y según su testimonio, un Chirinos calmado le dijo que él era psiquiatra del Presidente de la República, y que mejor no intentara nada contra él. Gysela, aterrada, se había regresado a su casa, decidida a no decirle nada a nadie. Ella era extranjera y al final sería su palabra contra la de un hombre con mucho poder. En medio del asco y la vergüenza, guardó en una bolsa plástica sellada la ropa sobre la que Chirinos había arrojado su semen. Para el momento del hecho, Gysela tenía 65 años, y cinco años después, cuando leyó las noticias sobre Roxana, se decidió con temor pero con aplomo a denunciar al psiquiatra ante el organismo policial. Luego de trascender a los medios de comunicación su denuncia ante el CICPC, Gysela optó por cerrarse en el silencio y esperar el momento de rendir su versión ante el juez de la causa. Frente a la solicitud de una entrevista, repetía con la severidad del acento alemán: «Ese hombre es muy poderoso y puede hacerme daño».

Después de conocer el caso de Gysela, el comisario Orlando Arias terminó de convencerse de que el CICPC estaba frente a un caso muy complicado. Los pasos de la investigación exigían de gran profesionalismo, de la fortaleza de resistir a las presiones del poder económico y político, y de la coraza capaz de rebotar la andanada de la opinión pública.

Un vacío en el estómago interrumpió los pensamientos del comisario. Acababa de sorprenderse dudando de la eficiencia de su otrora querida institución. Hizo un plan mental para aportar desde su trinchera toda la ayuda que fuese necesaria para la resolución del homicidio de Roxana Vargas. Para ello, activaría todas sus fuentes. Y contaba con Amalia como su gran aliada para tal fin.

Edmundo Chirinos trató de mantener su rutina, a pesar de que su nombre figuraba en las páginas rojas de los diarios. Acostumbrado a levantarse tarde, cerca de las l0 de la mañana, no dejó de hacerlo durante esos días. Aún en pijamas, tomaba su desayuno, leyendo con más interés que nunca las informaciones que traían los medios impresos nacionales. Le agradaba leer con música de fondo, pero también gustaba ver en su cama programas de opinión. Le divertía tomar fotos de la pantalla de la televisión, a las imágenes de mujeres que le atraían —periodistas o entrevistadas— en especial a las piernas de ellas, si tenían faldas. Algunas de esas fotos después fueron recabadas. Ya cerca del mediodía prendía uno de sus vehículos bien el BMW o el Mercedes Benz y se dirigía a su clínica en La Florida, donde permanecía el resto del día. Solía regresar a su casa como a las l0 de la noche.

Que el psiquiatra tratara de hacer su vida normal no significó que se descuidara en su protección. Desde que fue mencionado como sospechoso, y con las contundentes acusaciones públicas de Ana Teresa, decidió comunicarse con una abogada amiga, Xiomara Rausseo, a quien le solicitó nombres de penalistas para encargarles su eventual defensa. Rausseo, sin dudarlo, le recomendó a Juan Carlos Gutiérrez, quien aceptó el caso junto a Claudia Mujica y Alberto Yépez.

Una de las primeras acciones del equipo de la defensa fue informar al país que Edmundo Chirinos estaba dispuesto a rendir declaración para aclarar las cosas apenas fuese requerido, advirtiendo que sin embargo no había sido citado.

Entretanto, el Ministerio Público y la División de Inspecciones Oculares y Homicidios del CICPC realizaron visitas domiciliarias a tres propiedades del psiquiatra. Los funcionarios fueron al consultorio ubicado en la calle Raúl Ramos Calles, prolongación Los Manolos, cerca de la avenida Andrés Bello. Este lugar era clave para la investigación. Los policías buscarían evidencias para determinar si en ese consultorio se había cometido el crimen. El otro allanamiento sería en su residencia ubicada en la primera transversal de Sebucán, adonde los funcionarios presumían, por datos suministrados por familiares y amigos de Roxana, que ella no había ido, pero donde buscarían evidencia que aportara elementos de la relación entre la víctima y el psiquiatra. El tercer allanamiento sería en otro apartamento en la avenida Rómulo Gallegos, Torre Los Samanes, que aparecía también como propiedad de Chirinos, aunque allí no vivía.

El l8 de julio, los efectivos policiales, entre ellos el detective Perozo, efectuaron el allanamiento en el consultorio del psiquiatra. El local es una casa bastante vieja, ubicada en una calle angosta frente a la clínica El Cedral. La entrada del lugar tiene una reja de acceso a un área que funciona como sala de espera de la clínica. Su iluminación es artificial de regular intensidad. El piso de esa área es de terracota. A la sala de espera se le junta la recepción desde donde se accede en sentido noreste, a una puerta de madera marrón, batiente. Al traspasar ese umbral, se llega a un ambiente de piso de cemento con una alfombra azul y gris, con paredes blancas y cerámica azul. Allí hay un área que parece de consulta, dos áreas de tratamiento médico y un baño. Los funcionarios se sorprendieron porque encontraron el consultorio bastante descuidado. La pintura de las paredes estaba deteriorada, algunas mostraban filtración, y la alfombra parecía que nunca la hubieran limpiado. En el baño, los funcionarios hallaron algunos medicamentos (registraron con suspicacia una muestra del lubricante íntimo Lubrinx, en uno de los estantes). El mobiliario era normal para un consultorio, gabinetes, mesas y sillas.

Pegada a ese pequeño consultorio está otra área, donde el psiquiatra aplica tratamientos médicos. Esa sala está protegida con una puerta de madera blanca, con diverso mobiliario desde equipos de video hasta una camilla, una mesa y varios estantes. Un zarcillo plateado de diseño triangular fue ubicado en el piso. Un zarcillo muy pequeño, que para efectos de la prueba policial resultó inmenso.

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