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Authors: Ibéyise Pacheco

Tags: #Ensayo, Intriga

Sangre en el diván (10 page)

Esta intervención de Chávez fue apenas un par de días después de la decisión del tribunal 48 de control de llevar al psiquiatra a juicio. En tribunales se sintió de inmediato su efecto. Jiménez Loyo, todavía en la defensa, se mostró optimista y anunció que renunciarían a la posibilidad de un juicio con escabinos para que «sea un juez profesional quien dictamine, y así salga rápido de ese juicio Edmundo Chirinos».

El psiquiatra, en su casa, recuperó la compostura que parecía estarse desvaneciendo. En menos de 24 horas había pasado de la atribulación a acariciar la idea de la libertad. Chirinos conocía muy bien este país. «Voy a salir pronto de esto», aseguró sin poder ocultar la sonrisa de lado que le caracteriza.

CAPÍTULO 3
EL SOSPECHOSO

L
a embriaguez los envolvía con un manto sensual tentador. Era de esas noches perfectas. Chirinos había propuesto su apartamento en Sebucán para disertar sobre su eventual opción al rectorado, en un segundo intento. Los dirigentes estudiantiles recibieron la invitación con entusiasmo. Algunos habían asistido a otras tertulias en ese
penthouse
. Todos coincidían en lo dispendioso del anfitrión. El bar, pleno y variado, y la cocina sofisticada. Lo mejor era la música. Sobre ella, Chirinos desplegaba sus mayores conocimientos, adobados con anécdotas y detalles de personajes famosos del jazz y sus orígenes en Mississipi, el bossa y Brasil, el bolero y el Caribe, o el Rat Pack con Frank Sinatra a la cabeza, en los cuales siempre él era el protagonista; por lo tanto eran historias difíciles de creer, pero eso no importaba.

Chirinos necesitaba aglutinar la mayor cantidad de apoyos internos de la izquierda universitaria para lograr su candidatura al rectorado. Los estudiantes eran decisivos.

Whisky, vodka, champaña, vino. Muchos de ellos cometieron el error de mezclarlos. Transcurridas un par de horas, lo de menos era la discusión política. Los barrocos, Silvio Rodríguez y María Bethania rebotaban en sus corazones. Alguna referencia nebulosa tenían del anfitrión que parecía flotar con comentarios adecuados o apreciaciones inteligentes, dirigidas para cada uno de los jóvenes invitados. Zalamero y gentil. A unos cuantos les mostraba el baño desu casa y la variedad de cremas y perfumes que ya hubieran sido exagerados en posesión de una mujer. Telas, cojines, sábanas de seda, aromas, el
Kama Sutra,
son recuerdos borrosos en los cerebros adormecidos de los asistentes, saturados de placeres.

Así llegó el amanecer del día en que la dirigencia estudiantil y profesoral de los partidos de izquierda decidía quién sería su candidato a través de unas primarias. Se buscaba un contrincante de peso para enfrentar al temido y poderoso Piar Sosa, a quien lo apoyaba la cúpula de Acción Democrática y otros partidos cercanos a la derecha. Chirinos pretendía polarizar con Piar Sosa, agrupando los apoyos de la izquierda. Pero entre algunos tenía rechazo. La invitación de la noche anterior era para convencer a los muchachos, que habían manifestado resistencia a su candidatura.

A la mañana siguiente, casi todos los dirigentes estudiantiles que habían asistido donde Chirinos llegaron tarde, o no llegaron. Se habían quedado dormidos. Quienes se oponían a su candidatura no pudieron exponer su argumentación. La resaca se los impidió. El psiquiatra había dispersado a la fuerza estudiantil que le hacía resistencia y logró la candidatura al rectorado.

Antes, Edmundo Chirinos había sido decano de Humanidades. Roberto Ruiz y José
Ché
María Cadenas ya eran amigos del psiquiatra desde la década del 60, aunque ambos tienen muchos años, más de l5, sin contacto frecuente con él.

La amistad entre Roberto Ruiz y Chirinos se sustentó sin duda en su relación profesional ambos psicólogos y profesores pero de manera especial en la rumba, la bohemia, los viajes y las mujeres.

Ruiz, quien también fue decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela, habla con prudencia de su amigo, aun cuando destaca algunos elementos de su personalidad. «Nunca se levanta antes de las diez de la mañana, aunque eso lo equilibra trabajando hasta tarde. Es un seductor, con hombres y mujeres. Le encanta invitar. Siempre tuvo una ventaja económica sobre el resto de sus colegas, que éramos profesores. Amigo y solidario. Tiene una virtud, no es rencoroso. Muy solo. Poco expresivo sobre su familia y sus relaciones amorosas. Yo conocí a su mamá, que vivía en Campo Claro, en una casita. Edmundo la adoraba. Sé que tenía unos hermanos, pero apenas los nombraba. Después se murió su mamá y eso lo afectó razonablemente. Del papá nunca supe nada; cosa extraña, nunca habló de él. No tengo idea de qué pasó ahí, si se quedó en Churuguara, no sé. Su grave problema es que no puede ver una mujer porque se le tira encima. Bueno, nosotros lo veíamos como problema, él no. Tal vez por eso terminó así».

Ché
María Cadenas, también profesor y psicólogo, coincide con Ruiz en destacar los valores de amistad de Chirinos. Comenta lo poco que hablaba de sus padres aunque llegó a conocerle una hermana que después falleció. No recuerda haber visto a Chirinos bailar, pero está seguro que de hacerlo optaría por un bolero pegado. De sus relaciones de pareja, menciona sólo dos: la psicóloga clínica Felicitas Kort —la única mujer con la que se casó— y una arquitecta llamada Elsa, que también un día se fue. Admira en él su capacidad creativa, pero no puede ocultar su preocupación por su tendencia a mentir, «o tal vez a exagerar ciertos hechos», suaviza con condescendencia.

Ni Ruiz ni Cadenas observaron en Chirinos rasgos de violencia. Sí destacan una gran depresión en su vida: la primera vez que aspiró al rectorado. Venía de una gestión exitosa como decano de Humanidades había fundado la escuela de Artes con el
charm
que le encantaba y se midió con Carlos Moros Ghersi.

«Supongo que le resultó terrible porque sólo perdió él; el resto de su equipo ganó completo. Eso no es nada común. Entraron al Consejo Universitario Ángel Hernández, Carmelo Chillida e Ildefonso Plalsenti. Era su equipo, y todos ganaron menos él. Recuerdo que vivió profundos momentos de depresión. Un hombre con ese tipo de personalidad, que siempre ha estado en la pomada, se vio muy afectado. Tanto que se jubiló. Él sentía que ganar el rectorado era un escalafón que merecía. Logró reponerse y a los cuatro años lo alcanzó», recuerda Cadenas.

Chirinos comenzaba a acariciar el triunfo en su segundo intento. Nada disfrutaba más que tener el control. En la política prefería grupos pequeños, a cuyos miembros dejaba expresarse a sus anchas. Llegaba a mejores resultados. Procuraba transmitir la sensación de intimidad, de confidencia, de placer. Con hombres y mujeres era por igual de cautivador. A muchos les confundía su sexualidad, aun cuando se desconocían historias de él con hombres, mientras que sus relaciones con las mujeres causaban envidia en el mundo masculino. A veces parecía que la confusión de su imagen sexual era premeditada.

La docencia la venía ejerciendo desde que era estudiante. Gustaba de cautivar masas que estuvieran subordinadas a él. Para ello, nada mejor que un grupo de alumnos. Ese había sido su mejor escenario para la política. Y para sus extrañas y complejas relaciones humanas.

Chirinos fue un dirigente estudiantil desde la época de la dictadura de Pérez Jiménez. Cursó de manera casi simultánea Medicina v Psicología. La visión de su protagonismo en la caída del dictador es completamente diferente a la de los testigos de los hechos. En el recorrido de la vida de Chirinos suele suceder así. Él se ve muy importante y el resto del mundo lo aprecia como un participante más, o con menor relevancia a la que él se atribuye. «Bueno, él cuenta cosas que pueden tener algo de ciertas, pero no todo. Él exagera algunos hechos y crea situaciones medio fantasiosas. Lo que no sé, es si últimamente fábula más», dijo un afectuoso profesor que coincide con Cadenas.

Una discreta sorna aflora con algunas leyendas que ha tratado de imponer el psiquiatra en el mundo universitario.

Una de ellas, su relación, mientras vivía en Londres, con el filósofo Bertrand Russell. Mientras Chirinos insiste en que Russell fue su paciente, quienes compartieron vida académica con él, lo desmienten. «Uno sabe quién era Bertrand Russell, ja, ja, un hombre brillante. ¡No iba a buscar que lo atendiera un estudiante, y para más sudaca, un muchacho, pues!». La historia, según sus conocidos, parece que se reduce a encuentros casuales en un parque, y a la solicitud de Russell a Chirinos de enviar, a través de él, un documento a Venezuela.

La interpretación de los amigos psicólogos de Chirinos sobre esa manera tan particular de dilucidar la realidad tiene que ver con su personalidad ególatra, un tanto mitómana.

Relata por igual hechos del pasado inmediato —como su relación con el presidente Chávez—, o remotos —como la caída de Pérez Jiménez—, con una distorsión insólita, que lo coloca a él a la cabeza de las decisiones del poder. «Dice por ejemplo, que él nombró como primer Ministro de Educación post dictadura, a Julio De Armas, y a Francisco De Venanzi, rector. Por supuesto que eso no fue así. En la decisión, pudo haber tenido una participación, haber opinado como representante estudiantil del frente de resistencia contra Pérez Jiménez. Pero hasta allí. Lo otro es inimaginable», enfatizan con severidad testigos del momento, entre ellos, el político Teodoro Petkoff.

En muy poco tiempo se incorporó como profesor de la escuela de Psicología en la cátedra de Neurofisiología. Ya había caído el régimen.

Siendo profesor, se casa por única vez en su vida. Matrimonio fugaz. Sus amigos recuerdan a Felicitas Kort como muy hermosa. Le decían «la Pupi».

—El papá de ella era violinista de la Orquesta Sinfónica de Venezuela y se oponía a esa relación. No sé si lo hacía por razones religiosas, eran judíos. Se van a Londres, él a estudiar al Instituto de Psiquiatría. Pasan como ocho o nueve meses, y regresan y se divorcian. Él no terminó el postgrado, el master de Psicología Clínica. Se incorpora como profesor, y ahí se estrecha nuestra relación recuerda Roberto Ruiz Dábamos clases a la misma hora y militábamos en el Partido Comunista. Nos unía una amistad de vínculos académicos, de afinidad con la política de izquierda. Y a los dos nos gustaban mucho las mujeres. El tipo es exitoso con ellas. Nos íbamos con amigas o profesoras a Marina Grande y regresábamos a dar clases en el nocturno, o nos veníamos a tomar tragos con otros profesores y profesoras de nuestra escuela, o de otras. En ese momento, él vivía en La California, todavía no había comprado en Sebucán. Ejercía la psiquiatría en la clínica La Coromoto. Tenía entonces más ingresos económicos que nosotros los profesores, y era muy generoso. Durante ese tiempo participamos en la renovación que se produjo en el año 69; todavía él era director de la escuela de Psicología. Una de las situaciones que se vivían, era la protesta contra las autoridades. Edmundo quiso colocarse al frente de los cambios, produjo documentos e hizo intervenciones, pero sin duda la Renovación se lo llevó, porque él era una autoridad más. Eso le pasó a todos los directores, pero en especial a los de la Facultad de Humanidades, donde fue más duro. Todos recibieron el embate de la Renovación. Después vino la intervención de la universidad. La facultad por completo se convirtió en un bastión de lucha. Félix Adam fue designado interventor, y luego ejerció como decano electo por un período de tres años. Chirinos jugó un papel importante en la pelea académica dada en esa época, como representante de los profesores en el Consejo de Facultad. Recuerdo que quien compitió contra Félix Adam, y perdió, fue Héctor Mujica, encabezando los factores de centro izquierda. Luego Edmundo se lanza para enfrentar al candidato del Gobierno, es decir el de la intervención, y le gana a Antonio Castillo Arráez.

Chirinos quería ser rector. Estaba obsesionado con eso. Y ganó. Para muchos, el psiquiatra no triunfó, sino que perdió Piar Sosa. Pero esa puede ser una manera mezquina de interpretar los hechos. Chirinos arranca su gestión con unas decisiones audaces y renovadoras, como la construcción de la Plaza del Rectorado, pero su estilo personalista causó de inmediato escozor en profesores y estudiantes. Además, a los jóvenes les molestaba la manera como Chirinos había estrechado relaciones con la Fuerza Armada coordinó actividades conjuntas dentro de la universidad y en general, se mostraba muy cercano al gobierno de Jaime Lusinchi y su partido Acción Democrática.

Y entonces ocurrió la llamada «masacre de Tazón». La decisión de solicitarle al Ejecutivo detener la movilización de estudiantes que se trasladaban de Maracay a Caracas la tomó estrictamente solo, sin consultar a sus amigos ni al equipo rectoral. Chirinos fue despreciado. Había corrido la sangre de 35 estudiantes —afortunadamente heridos, sin muertos—, y el rector se había comportado de espaldas al sentimiento universitario.

Roberto Ruiz y
Ché
María Cadenas se unieron al coro de reclamo. Lo acusaron de sufrir delirio de poder. La mayoría del mundo universitario exigía su renuncia. Chirinos se movió hacia la política nacional y procuró apoyo de jefes de la izquierda. Intentaba mantenerse en el cargo. Al final, Chirinos no tuvo más alternativa que solicitar un largo permiso que lo ausentó durante casi toda su gestión.

«Fue muy irresponsable. Edmundo hace las cosas sin tener conciencia de las consecuencias. Actúa de manera impulsiva. Él tiende al delirio cuando tiene poder», opina, casi como un diagnóstico, Roberto Ruiz.

Durante su gestión de rector, a Chirinos se le ocurrió ser Presidente de la República. Creía que podía ganar. Petkoff recuerda un encuentro con el psiquiatra durante esa época: «Me invitó a almorzar en el Rectorado y me estuvo explicando por qué él iba a ganar las elecciones. Su argumento me dejó estupefacto. Me dijo: "Yo cuento con el voto de los estudiantes universitarios". Chirinos hizo el cálculo de unos 500 o 600 mil, más su familia, y me aseguró: «Ese es mi punto de partida». Yo lo escuché asombrado y le dije: «Edmundo, ¿tú me estás hablando en serio, o es una apreciación caprichosa?» «No, no», me respondió. «Te estoy hablando perfectamente en serio. Voy a ser el candidato de la unidad de la izquierda. Y yo voy a ganar estas elecciones». Entonces me di cuenta de lo desenfocado que estaba ese hombre y de su apreciación absolutamente delirante.

La derrota de Chirinos fue tan contundente como anunciada. Todavía él asegura que le hicieron trampa para arrebatarle su triunfo. «La misma megalomanía —argumenta Roberto Ruiz—, sus amigos le decíamos que era una locura y él se veía con posibilidades».

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