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Authors: Ibéyise Pacheco

Tags: #Ensayo, Intriga

Sangre en el diván (11 page)

BOOK: Sangre en el diván
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A trompicones Chirinos entrega el rectorado luego de su abortado intento presidencial, y no vuelve más a la universidad. Se dedica totalmente a la psiquiatría. Y a producir dinero. Continúa ejerciendo en la clínica La Coromoto en Sebucán —muy cerca de donde vive ahora— y luego, junto a un grupo de respetados psiquiatras, funda El Cedral.

De El Cedral era socio. En este centro, donde mantuvo hasta poco antes del crimen de Roxana Vargas una consulta una vez a la semana, nadie expresa hacia él algún afecto. El Cedral queda justo frente al lugar señalado por la policía como el lugar del asesinato, la clínica Clineuci, propiedad del psiquiatra, quien por practicidad compró allí, para utilizar el área de hospitalización que le brindaba ese lugar.

En El Cedral se nota un trabajo de ampliaciones continuas que revelan un éxito gradual. Una casa de esas viejas en La Florida, con áreas verdes internas y con vericuetos de espacios laberínticos que terminan siendo consultorios psiquiátricos o salas de hospitalización. Sorprende que aún de día haya silencio. Se parece más bien a la tranquilidad de un cementerio. Lo que sí se siente es el trajinar de personal que anda con esos pasos apurados, asépticos, levitando unos centímetros sobre el piso, con la prisa de asistir a una operación y deseando no ser percibidos. El Cedral es una clínica psiquiátrica importante. Y allí ya no quieren a Chirinos.

Comenzaron a rechazarlo hace ya bastantes años, algunos hablan de veinte, otros afirman que desde el ascenso de Chávez al poder. Fue imposible conseguir siquiera una referencia benévola hacia él. Al contrario, abundan los denuestos. Las razones varían. El personal de menor nivel económico se refiere a él como déspota, en especial durante la época en que se decía era el psiquiatra de Chávez, cosa que todos desmienten. Allí, a la clínica, el Presidente nunca se fue a ver. Su ex esposa Marisabel sí estuvo en varias oportunidades. De cualquier manera, Chirinos utilizaba el nombre de Chávez como si cargara un perro
pitbull
hambriento.

Entre sus colegas y personal técnico, la descripción se va tornando más delicada, al tiempo que más hostil. Sugieren allí investigar en archivos de los organismos policiales de hace veinte años o más, denuncias por abuso sexual del psiquiatra. Le objetan en el ejercicio de la profesión un par de hechos de interés para los conocedores. Por un lado, califican de irresponsable la manera tan ligera como aplica la terapia electro convulsiva —que debe cumplir con los rigores de la asistencia de un anestesiólogo, y él no lo hace— porque dice que él lo es y las falsedades que ha emitido sobre la misma, entre otras cosas, que origina sangramiento. También difieren en la facilidad y frecuencia con la que Chirinos prescribe algunos fármacos, entre ellos la clozapina, con nombre comercial Lecomex, que sin menoscabar su eficacia en el tratamiento de la esquizofrenia, requiere de un delicado y estricto seguimiento por sus efectos secundarios.

Algunos otros ex compañeros de trabajo de Chirinos aseguran que «ha sufrido un marcado deterioro cerebral en los últimos diez años». Mencionan escenas en medio de los pasillos, envío de papelitos amenazantes, rasgos paranoicos, peleas inadecuadas con el personal, conflictos con médicos, en especial jóvenes, a quienes exigía respeto narcisista, y una marcada agresividad.

Hay cuentos que, como mínimo, demostrarían ausencia de decoro. «Aún estando aquí el CICPC, investigando el asesinato de Roxana Vargas, Chirinos estaba seduciendo a la hija de 22 años de una paciente de Delta Amacuro que venía acompañando a su mamá».

Pero todo es a título de comentario. Los trabajadores de El Cedral muestran culpa y vergüenza cuando se les pregunta cómo es que si sabían que Chirinos cometía esas tropelías, nunca lo acusaron. «Mientras el denunciante narre violaciones o abusos a su psiquiatra, esa información es parte del secreto profesional; cuando se les sugería que acudieran a alguna autoridad, las pacientes se negaban», argumentan colegas de Chirinos.

Ciertamente, varias consultadas aún prefieren mantener sus testimonios de abusadas como pesadillas enterradas en un inmenso foso tapiado, al tiempo que ruegan la peor de las sentencias para Chirinos. «Que se pudra en la cárcel», es lo más leve que se escucha.

Admiten sus ex compañeros de trabajo, al igual que muchos, que Chirinos es inteligente. Le atribuyen el don de la manipulación, tanto, que aseguran haber conocido gente lesionada por su ejercicio profesional que terminó convencida de su inocencia. En otras ocasiones, pacientes que ante el mínimo intento de acusarlo desaparecían presas de pánico, o mansamente regresaban arrepentidas de haberse atrevido a retar al psiquiatra.

El l2 de julio, cuando asesinaron a Roxana Vargas, El Cedral fue un testigo mudo. Al día siguiente, varios esperaban que trascendiera alguna noticia que involucrara al psiquiatra; así que rato después, cuando se conocieron las acusaciones contra Chirinos, casi ninguno de sus profesionales se sintió sorprendido.

Y es que las dos puertas de la clínica Clineuci están frente a El Cedral, que es mucho más grande. A ambos centros los separa una calle angosta con pequeñas aceras que casi son un borde. Como El Cedral tiene una amplia reja que permite a cualquier observador interno percibir con claridad lo que sucede en la calle sin necesariamente ser identificado, es fácil considerar que lo que ocurrió el l2 de julio, entre las siete y media y diez de la noche, alguien lo vio. Realmente hubo más de uno.

Chirinos sabía que alguien podía haberlo visto; pero erró en la identificación de los testigos. «Se equivocó de personal y presionó a los equivocados», es el comentario de alguien informado. «Según sus conocimientos de El Cedral sobre el turno de los trabajadores, seleccionó los empleados y vigilantes que él pensó podrían haber estado de guardia esa noche, y sobre ellos accionó. Intentó el soborno, y llegó a escribir un texto de una torpeza insólita. Rezaba más o menos así: "Yo fulano de tal, nunca he visto a Edmundo Chirinos introducir en una maleta de su carro ningún cadáver que haya sacado de su consultorio". El empleado tenía que firmar a cambio de una cantidad de dinero», detalla un médico indignado.

La directiva de la clínica admite a regañadientes que para proteger a uno de sus empleados tuvo que enviarlo a su casa, mientras bajaba la presión que sobre él ejercía el psiquiatra. Esfuerzo inútil según sus colegas, porque quienes esa noche lo habían visto eran otros. En El Cedral se habla de tres testigos. Uno del personal de seguridad, y otro del médico. Un tercer testigo externo presenció con más detalle lo que ocurrió en la calle. Ninguno fue interrogado, ni por el CICPC, ni por el Ministerio Público.

Ante la directiva de El Cedral, Chirinos dejó un testimonio escrito, fechado en agosto de 2008, en el que manifestaba su molestia por la ausencia de solidaridad de sus compañeros frente los señalamientos en su contra. El país ya se refería a Chirinos como el psiquiatra asesino. El documento parece un vómito de rabia, sin un punto y seguido. En él, pide que se le invite a la siguiente Asamblea General Ordinaria pautada para el 2l de agosto. El psiquiatra, ya preso en su casa, contaba para esa fecha con que estaría en libertad. «Quiero exponerles, brevemente pero con rigurosa veracidad, y mirar a los ojos a todos y cada uno de los asistentes a dicha Asamblea, ya que quiero saber, al menos como psiquiatras y hasta como seres humanos, cómo es que han guardado un extraño silencio frente a mi tragedia, al conocer en detalle los injustificados atropellos y vejaciones a los que me han sometido».

También les recuerda Chirinos a los directivos de El Cedral, «su contribución a fundar, dirigir, organizar y hasta otorgar préstamos sin intereses para sus instalaciones, ningún colega se acercó a mí… y han llegado al extremo de obstaculizarme la hospitalización de pacientes en grave estado mental y he debido recurrir a otras clínicas psiquiátricas».

Chirinos siempre había sido percibido por muchos como un transgresor. En el ejercicio de la psiquiatría se jactaba de tener una variedad de pacientes que parecían blindarlo frente a sus devaneos, que incluso le garantizaban aplausos en su transitar por esa
borderline,
que en lugar de faltas o delitos, calificaban como extravagancias.

Con las relaciones que mantenía con dirigentes de alguna izquierda que comenzó a apoyar a Hugo Chávez, hizo una brecha en el muro de su más cercano entorno, a la espera de la primera oportunidad. Y ésta llegó. Chirinos conocía a Luis Miquilena y a Manuel Quijada, calificados en el argot político como «los eternos conspiradores», y a ellos se acercó luego de los dos intentos de golpe del 4 de febrero y el 27 de noviembre de 2002.

Hay varias versiones de la aproximación entre Chávez y Chirinos. Él mismo cuenta más de una —en las que cambian sus roles de protagonismo—, pero pareciera que quien lo acercó al militar golpista y para ese entonces preso, fue Manuel Quijada, quien ante todo lo puso en contacto con el también golpista Hernán Grüber Odremán. El psiquiatra se las habría ingeniado para visitar a Chávez en una ocasión en que se encontraba recluido en el Hospital Militar —era un procesado con todos sus derechos, hasta para ser atendido por una molestia en un ojo, tal como sucedió— y a partir de allí, se explayó. Mientras Chávez seguía en prisión, Chirinos siguió cultivando algunas amistades claves, pacientes suyos realmente, que en el arranque del posterior gobierno ingresaron al gabinete; tal es el caso de Héctor Ciavaldini, quien de ser miembro de la comisión del área energética ascendió a lo más alto en Petróleos de Venezuela.

Apenas Chávez salió en libertad, Chirinos se hizo de cualquier espacio para ofrecer sus servicios como asesor, como acompañante y en especial como conocedor de la psiquis del país, e incluso para abrir algunas puertas a cierta intelectualidad de la izquierda.

La manera como Chirinos describe la relación con Chávez con seguridad molestaría al militar. Lo coloca como dependiente e ignorante, aunque le concede su facilidad para comunicar y aprender.

Hacia Chávez, el psiquiatra establece una estratégica relación. Se gana la confianza de Marisabel Rodríguez, una joven de la provincia que, según su propio testimonio, apenas había tenido la oportunidad de conocer a su esposo Hugo cuando casi enseguida había concebido una niña que se llamó Rosinés. Era de esperarse que en muy poco tiempo, comenzaran las desavenencias entre Chávez y su esposa. Y allí estaba el psiquiatra para mediar, consolar, trabajar y aconsejar. Marisabel consiguió en él la calidez y el consuelo que necesitaba. Confiaba en su destreza profesional. Parecía que ante la indiferencia de Chávez, allí estaba Edmundo Chirinos; y ante la soledad, aparecía su compañía. Comentó la ex Primera Dama que en una oportunidad, cuando tuvo que ser recluida en el Hospital de Clínicas Caracas por una cefalea —rumores de pasillos aseguraron que había sido una golpiza recibida— Chirinos estuvo solícito, pendiente de ella, hablando con los doctores, «procurando todo lo que un buen amigo puede hacer, cuando uno está en cama». Marisabel admite haber permanecido alguna vez hasta 24 horas en la clínica de Chirinos, acompañada de su familia. Hasta la fecha, manifiesta por él un silencio solidario, como tantas otras pacientes.

En el Ínterin, Chávez convocó a una elección para la Asamblea Constituyente en la que terminaron saliendo casi todos los postulados por el oficialismo, y uno de ellos fue Edmundo Chirinos. Marisabel también fue electa constituyente. Compañeros de bancada de ambos, llegaron a comentar con malicia el control que el psiquiatra ejercía sobre la Primera Dama. Chirinos, además de haber presidido la Comisión de Educación y Cultura, se atribuye la autoría de algunas acciones políticas importantes en esta gestión, entre otras la disolución del Congreso Nacional, la creación del Poder Moral y la redacción del proyecto de la Ley de Educación. Quienes compartían responsabilidad con él aseguran que Chirinos exagera. Otros, más severos, califican de mediocre su actuación.

Los líos conyugales entre Chávez y Marisabel se volvieron inocultables. La relación comenzaba a ser un fardo para el Presidente, y la mediación oportuna del psiquiatra para convencer a la Primera Dama de que lo mejor era el divorcio, fue definitiva. Marisabel no sólo se separó. Se fue a vivir a 350 kilómetros de distancia de Caracas a Barquisimeto y por mucho tiempo guardó silencio, lo que le pesó una barbaridad, cuando arrepentida quiso retomar la política. Ya se había ganado el desprecio de una mayoría que la descalificaba como cómplice y acomodaticia.

Chirinos, después de la Asamblea Constituyente, mostró cierto despecho hacia el mundo de la política, igual que cuando había sido derrotado en sus aspiraciones presidenciales. Volvió a sus actividades en el ejercicio privado de la psiquiatría, pero siempre a la espera de oportunidades para volver al escenario público. Lo hizo en el año 2006, después del abominable crimen de los niños Faddoul. En febrero de ese año, los hermanos Jevin, Bryan y Jackson Faddoul, de l7, l3 y l2 años respectivamente, habían sido secuestrados junto a su chofer Miguel Rivas, cuando se dirigían a su colegio en la urbanización Vista Alegre en Caracas. Mes y medio después, los cuatro cuerpos fueron encontrados en los Valles del Tuy; sobre ellos se determinó que habían sido torturados y posteriormente ejecutados. El país se paralizó de dolor, lo que obligó al Gobierno a designar una comisión de especialistas que se dedicara a procurar salidas a la crisis de inseguridad y violencia del país. Chirinos fue incorporado a esa comisión. «Accedí porque me llamó directamente Chávez», dijo el psiquiatra en ese momento. De más está decir que la comisión no llegó a nada.

Roxana Vargas sabía muy poco de Edmundo Chirinos cuando lo conoció en octubre de 2007. Igual se involucró con él. Escribió en su blog Roxbrujita a las 4:53 pra del 7 de marzo del año siguiente:

«No sé qué hacer. Mi vida se vuelve cada vez un caos total. Desde que conocí a Mariano he cometido muchos errores en mi vida, los cuales no tienen solución. Este es el único sitio donde puedo expresar lo que siento, pues hace poco, exactamente el 24 de febrero, me entregué a un hombre por despecho a que Mariano no me quiere; no es un simple hombre, es mi ex psiquiatra el hombre a quien me entregué. ¿Por qué con él? Porque cuando mis papas me llevaron a él, él me sedujo, me besó y tuvimos un acercamiento muy íntimo. No llegó en ese momento a penetrarme. Al enterarse mis papas de lo que pasó ese día, me cambiaron de psiquiatra. Pero lo que viene al grano, es que busqué a mi ex psiquiatra porque sabía por dentro, el hecho de que Mariano no me quisiera como yo a él. Ese día que me entregué a mi psiquiatra, tuve mucho miedo. Pero me trató bien, me dijo de hermosa a muchas cosas más. Me besaba muy sensualmente de modo que no lo olvidé de pronto. Después de ese día estuvimos hablando mucho, me dijo que se iba a volver a repetir, ojo, pero sin compromiso alguno, además de que él es una persona mucho mayor que yo, sin mentira debe tener como unos 60 años o tal vez más. Ayer lo volví a hacer con él, pero no tan igual como el primer día, ya que estaba en horario de consulta y pues no podíamos durar mucho. Creo que sin querer le estoy agarrando cariño, pero está muy mal porque igual quiero a Mariano y también el psiquiatra me quiere como un objeto. No sé qué hacer. Ah, no sé si les había dicho, pero mi primera vez lo hice con él, con el psiquiatra. Así que imagínense cómo estoy».

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