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Authors: Ibéyise Pacheco

Tags: #Ensayo, Intriga

Sangre en el diván (23 page)

BOOK: Sangre en el diván
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Chirinos, al insistir en la inestabilidad mental de Roxana, afirmó que ella lo acosaba y perseguía. Con ese argumento, el psiquiatra corría el riesgo de revelar el eventual móvil del crimen: sentirse amenazado. Sin embargo, reiteró que ella se había enamorado de él, que estaba deprimida —en parte por su sobrepeso—, y que él había optado por asistirla, incluso gratis.

Chirinos trató de desviar la atención hacia Mariano, el amigo de Roxana. Lo sugería como sospechoso, pero en el estrado lo llamó de tres maneras distintas: Esteban, Mauricio y fulano. Se burló de los testimonios de sus amigos, y atacó a Ana Teresa, haciendo ver que también tenía problemas mentales. El testimonio de Chirinos trató de descalificar, no sólo a quienes rendirían testimonio en el juicio; igual desacreditó a los organismos de seguridad y a la fiscalía. Tal hecho llevó a un momento de tensión, cuando era interrogado por Zair Mundaray. El fiscal había logrado acorralar al psiquiatra a través de sus preguntas, hasta el punto de hacerlo perder la paciencia. Chirinos, que rato antes se había presentado como un hombre ecuánime, calmado, tolerante y sin arranques de ira, cometió un terrible error. Fue cuando el psiquiatra, insistía en la incapacidad de Roxana, mientras el representante del Ministerio Público le argumentaba que la joven llevaba una vida normal, estudiaba, trabajaba y socializaba. «¿Qué es un enfermo mental?», lo increpó Mundaray. «Un ejemplo de enfermo mental, es usted», respondió Chirinos, cargado de furia, mientras señalaba con el dedo, al fiscal.

La protesta no se hizo esperar y Chirinos fue amonestado por el tribunal. No sería ésa la única oportunidad en que la fiscalía y la propia juez se verían obligados a tomar acciones ante comentarios groseros y actitudes irrespetuosas que Chirinos asumía desde su sitio de acusado. Eso no era bueno para él, pues desmontaba la teoría de venderse como un hombre equilibrado, incapaz de hacerle daño a alguien.

El resto del testimonio de Chirinos versó sobre hablar de sí mismo y referir su relación con respetables hombres del país: de la academia, de la política y de la psiquiatría. A ninguno de esos personajes se les vio por el tribunal, ni como testigos —aun cuando los había anunciado— ni como amigos.

A pesar de sus esfuerzos, Chirinos jamás consiguió una respuesta lógica para explicar la existencia de l.200 fotos en sus archivos, en su mayoría de pacientes, muchas de ellas bajo sedación, con su ropa interior removida. «Eso forma parte de mi vida privada», respondió.

Ante eso, la defensa sólo argumentaba que contra Chirinos se estaba realizando un juicio moral y no un juicio por homicidio, tratando de sembrar la duda sobre el profesionalismo de los organismos de seguridad, el Ministerio Público e incluso la juez.

Orlando Arias llevó una docena de calas blancas como presente a su amiga Amalia Pagliaro. La patólogo le había anunciado que lo recibiría con un buen vino y una exquisita pasta. El evento lo requería. Ambos estaban de acuerdo en que tenían elementos para responsabilizar a Edmundo Chirinos del crimen de Roxana Vargas. Otro caso resuelto, como parte del ejercicio de inteligencia, de un par de amigos. Otro motivo de celebración.

Ya por el postre, y muy satisfecho, el comisario comenzó a disertar:

—Dos elementos son fundamentales para determinar el móvil del crimen: el primero, la carta de Chirinos a la mamá de Roxana, en la que admite sentir en peligro su reputación ante las amenazas de la joven de denunciarlo, por abuso sexual con sus pacientes, utilizando la sedación, y llegando a pagarles, como una manera de prostituirlas; el segundo, el proyecto de video que habían planificado realizar Roxana y sus compañeros de estudio de la universidad, en donde el protagonista sería el psiquiatra, mostrándolo como un violador de la ética médica. Y que incluiría el propio testimonio de Roxana.

—Está el antecedente —agregó Amalia— de la página que hizo rodar por Internet, y cuyo contenido en papel, la víctima y una amiga introdujeron bajo el consultorio de la puerta de Chirinos.

—Más los comentarios en su blog —completó Orlando.

—Y Roxana había comenzado a trabajar una semana antes en Radio Caracas Televisión, cuyo presidente, Marcel Granier, estimula la paranoia del psiquiatra, por el antecedente del choque entre ellos cuando 4a masacre de Tazón» precisó la patólogo.

—Tenemos entonces, a un hombre que se siente acechado. Acostumbrado a amenazar a otras pacientes, les dice que él es un personaje poderoso, influyente, psiquiatra del Presidente de la República, y con eso siempre ha logrado la sumisión y el silencio. Pero con Roxana no le resultó. Tal vez, en ese encuentro del 4 de julio, le vino la primera idea de matarla. Y debe haber pensado que asesinarla sería fácil, que no traería mayores consecuencias. Quizás evaluó su entorno: su madre, a quien él mismo califica como una pobre mujer, enferma, que vive en la provincia con muy pocos recursos económicos; su hermana y sus amigos, unos muchachos, ¿quién les iba a creer algo? Roxana no tenía a más nadie. Eso lo sabía, porque ella, como paciente y amante, se lo había contado. Chirinos apostó a que la desaparición de la joven sería olvidada en el tiempo —un cómplice, lanzaría el cadáver muy lejos—, e incluso evaluó el problema de la inseguridad en Venezuela. ¿Quién iba a ocuparse de buscar, investigar, la desaparición de una joven con problemas mentales? ¡Si para corroborar la inestabilidad de la criatura estaba la eminencia en la materia, Edmundo Chirinos!

Fíjate —recordó Amalia— que él llegó a preguntar en televisión por qué este caso generaba tanta atención y espacio, frente a la cantidad de muertos los fines de semana.

¿Cómo la mató? —se preguntó el comisario— Antes, él garantiza que ella lo vaya a ver. La llama con insistencia, desde la madrugada del 12 de julio. Se asegura que el consultorio esté sólo; para ello, se comunica con el conserje Giovanny, al mediodía. Se hace ver antes de ir a la cita con Roxana, en un evento con un respetable grupo, constituido por compañeros de su promoción. Y en la clínica, la espera. Discuten por la inminente realización del video. Ella llora, así lo perciben su mamá y su amiga, que logran que les atienda el teléfono, en esa última llamada. La debe haber sentado o acostado en el diván para tranquilizarla, y en un descuido de ella, él la toma por los pelos y golpea su cabeza, con mucha fuerza, contra la pared. Roxana queda aturdida. Le estrella nuevamente la cabeza contra el diván. Dos áreas, en las que se encontró sangre de Roxana.

—Fuerza no le falta a Chirinos —acotó Amalia— Debes recordar cómo lo describió la víctima alemana, que es alta y deportista, al acusarlo en el CICPC: «Me tumbó para violarme, parecía un monstruo, una bestia con mucha fuerza».

—Roxana se debilita —continúa Orlando— pero está viva. Los expertos describen esa muerte como lenta y dolorosa. Ella se va apagando, mientras sus órganos colapsan. Cae al piso. Allí, él la sigue golpeando, una y otra vez, salvajemente, por varias partes de su cabeza. El lado derecho, incluido el maxilar inferior, se ve más afectado. En la violencia, le quita el zarcillo, sin darse cuenta. Y sobre la alfombra, muere. Quién sabe si aún después de fallecer él la siguió golpeando. Debe haber sido alrededor de las ocho de la noche. Es la hora que a Chirinos se le ha salido como el momento en que ella se fue. Lo traiciona el subconsciente.

—Con el golpe —precisa Amalia— hay fractura del hueso occipital derecho. Se parte en forma de «Y» invertida, de manera lineal. De inmediato, se produce la hemorragia subdural. Con la violencia, su cerebro se había estrellado contra los huesos.

—Es cuando Chirinos llama al cómplice. Alguien que tal vez fue su paciente y vive en Guarenas, cerca de Parque Caiza, o conoce a gente de la zona. Así lo registra su teléfono. El psiquiatra va arrastrando el cuerpo de Roxana para dejarlo muy cerca de la puerta. Por eso la huella de sangre tiene arrastre y dos puntos que parecen un pozo, llamados de contacto. Allí debe haberse detenido a tomar aliento. En la espera, Chirinos sale varias veces a la calle, por la puerta privada de su consultorio. Tres testigos lo observan, desde dos ángulos. El primero detecta el nerviosismo del psiquiatra, quien se asoma y mira a los lados. Los otros dos son una pareja, que dentro de su vehículo estacionado muy cerca, compartían románticamente. Ella ingresaba a su guardia en El Cedral, que comenzaba a las 9 de la noche. Luego de despedirse, al novio le generó curiosidad Chirinos. Le llamó la atención que junto a otro hombre, con dificultad y urgencia, metían algo dentro de la maleta de un vehículo, sedán oscuro. Es posible que no hayan logrado cerrarla, lo que los obligó a cambiar de carro. Puede ser la razón de que las maletas de los dos vehículos de Chirinos, estuvieran sucias.

—Y que en ellas se hiciera el esfuerzo de interferir el trabajo del luminol, untándolas profusamente de mango completó Amalia.

—El cómplice debe haber botado los zapatos, la cartera y el celular de Roxana, en un lugar distinto a Parque Caiza, donde lanzó el cuerpo, que trató de ocultar torpemente con unos palos y lozas. Por su comportamiento, no tiene que ser necesariamente un asesino, pero puede ser un desequilibrado, o drogadicto, paciente de Chirinos. El psiquiatra lo vuelve a llamar en la madrugada, ya desde su
penthouse
, para chequear cómo salió todo.

—No descarto —dijo, con agudeza femenina, Amalia— si son ciertas las sospechas sobre Chirinos, en relación a otras eventuales víctimas, que este cómplice haya tenido, en distintas oportunidades, la función de transportarlas y desaparecerlas.

—Chirinos —continuó la narración— el comisario antes de regresar a su apartamento, debe haber dado algunas vueltas. Tal vez sea cierto ese cuento de la bomba de gasolina en Santa Fe y que de allí llamó a una amiga, con quien se tomó unos tragos, cerca de las ll de la noche. Da igual si es verdad o mentira. Lo importante es que no tiene coartada para la hora del crimen. Chirinos estaba solo con Roxana cuando ella murió asesinada. Él la mató.

—¡Y pensar que el lunes, volvió a su consultorio, como si nada! Había llamado a su fiel conserje Giovanny, para que limpiara con fruición. Debía lavar 3,20 metros de sangre. Debe haberle dado tanto trabajo limpiar, que no vio al esquivo zarcillo. Quedaba allí, para que lo detectara el CICPC —continuó Amalia.

—Chirinos se confió en que el cuerpo no aparecería. Estoy seguro. Tampoco contaba con la tenacidad de Ana Teresa. Ni con las señales que dejó Roxana: su diario, por ejemplo.

—Sí, esa niña lo dejó escrito todo. Por eso me conmueve su madre, cuando dice que es un ángel, que vino a este mundo a hacer justicia, a desenmascarar a ese psicópata, que tenía tanto tiempo abusando, haciendo lo que le daba la gana. Se sentía intocable —aseveró indignada Amalia.

—Se encontraron 1.200 fotos, aunque no todas fueron hechas en su consultorio. A medida que los policías hurgaban, encontraban más y más. Al extremo de la vergüenza. Gráficas tomadas incluso desde hace 40 años. Mujeres sedadas. Chirinos usaba la psiquiatría como excusa para abusar sexualmente de sus pacientes y cometer actos perversos, indignos. Fíjate la cantidad de denuncias de niñas con problemas, solas, de pocos recursos. ¿Qué habrá sido de ellas? ¿Se curaron, se suicidaron, pararon en locas? ¿O habrán desaparecido?

—La primera vez que miré las fotos, pensé que estaban muertas —confesó Amalia—. Mujeres deshonradas, abusadas, indefensas, desnudas o con su ropa interior removida. Pacientes frágiles, que acudieron a su consultorio con un problema, desesperadas por sentirse bien, por mitigar su angustia. Casi todas probablemente fueron violadas. Y lo más siniestro: esa clínica era un centro macabro de delitos. Chirinos había habilitado un sótano, con varios cubículos, para dormir a sus pacientes. Lo llamaba el laboratorio del sueño. Llegó a sedar a seis víctimas, simultáneamente. Con circuito cerrado de televisión. Dime tú si no le cuadra que lo comparen con Hannibal Lecter.

—Yo estoy convencido —afirmó con seguridad el comisario— que lo de aplicar la terapia electro convulsiva es un invento de Chirinos. Ni siquiera se encontró el aparato con el que supuestamente las realizaba. A él lo que le daba píacer era sedar a las pacientes y violarlas. Sin aplicarles ninguna terapia. Si veía un caso algo complicado, les mandaba un tratamiento farmacológico, para disimular.

—¿Cómo ese hombre llegó tan lejos? —reflexionó Amalia— Rector de la Universidad Central de Venezuela, candidato a la presidencia, psiquiatra del Presidente Cha vez y su ex esposa, respetado hombre de la intelectualidad. ¡Dios! Un personaje tan encumbrado en este país, que actuaba con total impunidad.

—Tan seguro se ha sentido, que aún sufriendo casa por cárcel siguió atendiendo a pacientes.

—¿Y las fiestas? El tribunal recibió en una oportunidad, una protesta de la policía del municipio Sucre, por las constantes celebraciones «poco decorosas» en su apartamento, que obligaban a los funcionarios a reforzar su vigilancia. ¿Y la mujer de esa misma policía, que elevó su queja, por los permanentes intentos de abuso por parte del psiquiatra? Nadie alzó su voz, o hizo públicas sospechas —porque rumores, corrían con insistencia— para al menos objetar su ética médica. De alguna manera, eso es complicidad. ¿Tan enferma está nuestra sociedad? preguntó con rabia Amalia.

—Parece que sí —dijo con un suspiro el comisario.

—¿Tú crees que los fiscales lograrán la sentencia condenatoria?

—Tienen que lograrlo. La evidencia es sólida, y la defensa no tiene nada. Ahora, vamos a terminar de tomarnos este vino, mujer, a ver si apartamos de nuestras cabezas a ese psicópata, que deja en vergüenza a este país propuso brindando el comisario.

La juez Fabiola Gerdel comenzó la lectura de la sentencia. Se percibía un leve temblor en su voz. En los tribunales de Venezuela, ninguna autoridad está exenta de presiones. Su comportamiento durante el proceso ha sido considerado por los expertos como equilibrado y profesional. La semana anterior había sorprendido, cuando luego de una jornada de más de siete horas en la que escuchó conclusiones de las partes y a las partes, es decir a Edmundo Chirinos y a Ana Teresa, decidió suspender la audiencia antes de sentenciar. Fue pospuesta para una semana después. La suspicacia natural concluyó en que se postergaba ante la inminencia de las elecciones parlamentarias, que se cumplirían el 26 de septiembre. «Es muy feo que a cuatro días de ese proceso electoral, quien fuera psiquiatra del Presidente, sea condenado por asesinar a una joven de 19 años después de abusar sexualmente de ella», especuló un juez perspicaz que iba de paso.

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