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Authors: Ibéyise Pacheco

Tags: #Ensayo, Intriga

Sangre en el diván (26 page)

BOOK: Sangre en el diván
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»¿La exhumación qué trajo consigo? Teníamos certeza científica de que la evidencia biológica, el sangrado, iba de la mano de la lesión. Y ya no había forma de decir que ella no sangró, por cualquier vía. Incluso, Roxana tenía escoriaciones en el rostro, en la rodilla, en la piel, que dan cuenta de esa violencia. La fractura es la que genera la hemorragia subdural. Es más, podía haberse producido la hemorragia subdural sin la fractura, que fue lo que inicialmente pensó Franklin Pérez. Pero sí hubo fractura.

»Los hallazgos de la exhumación resultaron relevantes en cuanto a dónde fueron los golpes: el lado derecho, compatible con una persona sentada en el diván viendo hacia el frente. El lado derecho de Roxana estaba expuesto a la pared. Ella estaba sentada o acostada en el diván cuando le estrella la cabeza, me imagino que intentó pararse o sostenerse. Las lesiones llevan a la fractura de la parte derecha; se inicia de ese lado, porque los trazos continúan en el maxilar, donde también tenía lesiones e impregnaciones hemáticas. Todo se pudo determinar porque ese cráneo fue sometido a un tratamiento, lo que aseguró que la detección de las impregnaciones tuvieran carácter científico.

»En las conclusiones, quise plantear algo como una posibilidad. En la sangre de Roxana se consiguió Sertralina. Los psiquiatras coincidieron en que la Sertralina es una de las alternativas en el tratamiento de ella. Queríamos ver cuáles eran los efectos. Se pidió el informe toxicológico, que dio muestra de que la Sertralina te mantiene en un estado de estabilidad emocional, evita esos picos, pero en algunos pacientes, y yo no descarto que le haya ocurrido a Roxana también, crea un estado de somnolencia, de debilidad. Eso está documentado. Cualquiera que me diga a mí si esa situación influyó o no, no lo puedo asegurar, pero es una posibilidad que estaba allí. Por eso la mencioné, para recordar que ella estaba medicada.

»Porque es probable que Roxana no haya advertido el primer ataque, que la haya tomado por sorpresa, y que no esperaba que hubiese sido con tal brutalidad; porque ese golpe debe haberla dejado aturdida e impedida de defenderse. Los golpes fueron múltiples. De hecho —lo dijo el doctor Franklin—, y lo ratificaron otros expertos, que el daño era epicráneo: la totalidad de los huesos que forman parte del cráneo. A pesar de la fractura, cuyo origen era por un solo lado, eran múltiples las lesiones, los golpes; y en varias direcciones, además.

»Chirinos jamás logró presentar una coartada, porque él, la primera vez, a pesar de que no declaró, dijo que iba a demostrar que estaba en una fiesta de los 50 años de su promoción. Dejó de insistir en eso porque no lo podía probar, porque el asunto de la telefonía ya lo colocaba fuera de contexto. Luego dijo que vio a Roxana, y que después tenía una cita, con una bella dama, y dio un nombre. Dijo que se iba a encontrar con ella, que se perdió y que en eso se consiguió a una amiga abogado. Ella fue y declaró. Con tres o cuatro preguntas cualquiera se da cuenta de que era inverosímil esa versión. Pero peor aún, si analizas sus declaraciones iniciales, del primer día del juicio, verás que él dice que la persona con la que se iba a conseguir era esa abogada. No menciona a la bella dama. En cambio, la abogado dice que lo consigue casualmente en Santa Fe, que él le cuenta, «iba a ver a fulana, pero me perdí». Y ella le propone, «vamos a la casa y nos tomamos un café». Son entonces dos versiones, que no coinciden en nada.

»Cuando él estaba en fuga, que tenía la orden de aprehensión, nosotros le estábamos haciendo seguimiento por telefonía, y pensábamos que había alguna mujer que lo protegía. Y él se movía en esa zona, de Santa Fe, Caurimare, porque a pesar de que mantenía el teléfono apagado y sin pila, cometía la torpeza de prender el teléfono para oír los mensajes; se activaba la antena, y podíamos saber por dónde andaba. Cuando finalmente se entrega, él estaba convencido de que eso era un mero trámite.

»Menos mal que Roxana había contado y escrito mucho de su vida. Hasta sus temores y advertencias. Chirinos no se imaginó que íbamos a llegarle. Nunca lo consideró.

»Yo sentía durante toda esta investigación que cada vez que hallaba algo había una vinculación con lo siguiente. Que había una nata, y que ese era el camino. Y tuvimos razón.»

El abogado defensor de Chirinos, Jorge Paredes Hanny, fue breve el día de las conclusiones. Intentó desvirtuar algunos testimonios, pero tuvo poca precisión para referir nombres y fechas, objetivos para refutar. La batuta la llevó Gilberto Landaeta. Sus argumentos estuvieron centrados en tres aspectos: desmontar la presentación de la evidencia; descalificar a los testigos clave, los procedimientos en la investigación y a los encargados de realizarla; y convencer de que no existía vinculación afectiva entre Roxana y Chirinos. Insistió en un aspecto ya antes desarrollado por él: «Esto es un juicio a la ética del doctor Chirinos, y se está confundiendo moral con derecho».

Landaeta expresó que la amiga de Roxana —tampoco recordaba su nombre—, había desacreditado a la víctima. «Mejor ni digo lo que ella contó en este tribunal». Afirmó que Roxana sufría de ilusiones y fantasías. Trató de hacer ver que la sangre que estaba en el consultorio podía no ser sangre, y que si lo era, podía estar desde hace mucho tiempo allí.

Landaeta le solicitó a Chirinos que se pusiera de pie. El acusado lo hizo con rapidez. Le pidió que se sentara y volviera a levantarse. Esta vez lo hizo con lentitud. El abogado, trató de mostrar a un hombre viejo, débil, incapaz de cargar un cuerpo. En ese aspecto se afianzó un rato: Chirinos solo no habría podido levantar el cuerpo, y la fiscalía no había presentado un cómplice.

Pero de manera particular, Landaeta refirió que en el allanamiento en el consultorio de su defendido se habrían podido sembrar evidencias. «No cabía tanta gente para presenciar lo que allí se hacía. No estaban los testigos», insistió. Y sobre el hallazgo del zarcillo, afirmó: «Ningún funcionario dijo que había conseguido ese zarcillo».

Respecto a la posibilidad de que al acusado se le aplicara el agravante de defensa del género, Landaeta apeló a un argumento que cargó de ira a las defensoras de la mujer que se encontraban en la sala. Aseveró que para aplicar el elemento agravante de la ley, Roxana tendría que haber sido pareja exclusiva y estable de Chirinos. Las numerosas fotos expuestas y las relaciones a las que hacía referencia el acusado probaban que la víctima ni era la única relación que el psiquiatra tenía y mucho menos era su pareja.

Landaeta deslizó en su intervención que el Ministerio Público podría haber intentado presionar a la juez, al citar en sus conclusiones artículos de legislación internacional y pronunciamientos de organismos internacionales de Defensa de la Mujer.

Después de las exposiciones conclusivas de las partes, tienen derecho a hablar víctima y acusado. A Ana Teresa, como madre de Roxana, le correspondió hacerlo en primer lugar. Con dificultad, caminó con su bastón hasta el estrado. Un carro la había atropellado en Caracas, justo antes de la graduación de su hija Mariana. Todavía sufría los efectos de la fractura en su pierna, que luego de una operación la mantuvo en cama cuatro meses. Solicitó hablar de pie.

La mamá de Roxana apeló a la voluntad de Dios, a la justicia, y solicitó al Espíritu Santo que iluminara a la juez. Agradeció la actuación del Ministerio Público. Luego habló de su hija. Lloró. Con voz entrecortada, refirió que esa criatura era un ángel: «Bondadosa, cariñosa, soñadora, responsable, que ansiaba ser una gran periodista». Y enjugándose las lágrimas, concluyó con fuerza: «Edmundo Chirinos es el asesino de mi hija. La violó, y tiempo después, la mató. Él es un asesino».

En su turno, Chirinos atravesó lentamente los cuatro metros que lo separaban del estrado. Con unos papeles en la mano, como si fuera a leerlos, se sentó. «Primera vez en mi vida que me veo en una situación como ésta. Ni siquiera una infracción de tránsito he cometido. Nadie me ha demandado, o se ha querellado conmigo, por nada. Nunca».

Después, solicitó que fuera investigada Ana Teresa, quien para él no estaba bien de la cabeza. Y cerró con una expresión que reveló su personalidad: «Si me condenan a 30 años, tendré que meterme en un gimnasio, para llegar en forma a los 106 años». A la mente de varios vino aquella declaración, cuando el psiquiatra, estando en libertad —aunque ya estaba siendo investigado— sintiéndose seguro, fuera de todo peligro, bromeó respecto a la posibilidad de recibir casa por cárcel: «Tengo mucha música y libros pendientes, por leer».

La juez 5º de juicio, Fabiola Gerdel, terminó el recorrido de alegatos y soportes que consideró para emitir la sentencia: 20 años de presidio, contra el psiquiatra Edmundo Chirinos, por el asesinato de Roxana Vargas. Se fundamentó en el artículo 405 del Código Penal: «El que intencionalmente haya dado muerte a alguna persona será penado con presidio de 12 a 18 años». Pena que promedió en 15. Consideró además el agravante del artículo 65, de la Ley del Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, que en el ordinal 7, precisa: «Si el crimen es perpetrado en perjuicio de personas especialmente vulnerables, con discapacidad física o mental, da lugar al incremento de un tercio de la pena». De acuerdo a los 15 años de presidio, le sumó entonces cinco más. La sentencia acogió también la solicitud del Ministerio Público sobre la prohibición de ejercer la psiquiatría.

Pero lo que realmente sacudió a la defensa fue la decisión de ordenar como centro de reclusión Yare III, ubicado en los Valles del Tuy. Los abogados de Chirinos comenzaron a registrar sus leyes y códigos, y minutos después estaban solicitando reconsiderar esa medida, para que fuese sustituida por casa por cárcel, con el argumento de que el psiquiatra tiene más de 70 años. Sobre la sentencia, la apelación era el trámite esperado.

Un minuto de respetuoso silencio acompañó la salida de la juez Gerdel. Chirinos, clavado en su silla, tieso, no miró a ningún lado. No movió las manos, que tenía sobre sus piernas, ni bajó la cabeza. Todavía, la punta de la toga de la juez se despedía de la sala, cuando el grito conmovedor de Ana Teresa, exclamando, «¡gracias, Dios mío!», dio permiso a aplausos y vítores. Entre abrazos y lágrimas, me dijo: «Se hizo justicia. Por fin, voy a vivir en paz».

ANEXO
MIYÓ VESTRINI Y EDMUNDO CHIRINOS

E
n estas conversaciones entre Miyó Vestrini y el psiquiatra Edmundo Chirinos se realizaron a mediados de 1991, pocos meses antes del suicidio de la notable periodista y escritora, el 29 de noviembre de ese año. Según sus más allegados, Miyó consideraba la posibilidad de hacer un libro sobre Chirinos, de quien también fue paciente.

La transcripción de estas conversaciones ha sido respetada en casi su totalidad.

—Los progresos de la neurofisiología contemporánea han sido espectaculares, y existe ya una explicación racional para describir el funcionamiento del cerebro. Sin embargo, persiste el enigma del pensamiento, del alma, de la conciencia. ¿Cuál es tu posición al respecto?

—No se trata de encontrar un fantasma que recorra la maquinaria cerebral. No hay tal cosa. La relojería cerebral a su vez no es la que impregna el espíritu. La hora es la hora, es el tiempo, y el reloj marca caprichosamente un determinado orden del tiempo.

Nunca he entendido esa angustia del hombre por la dualidad mente-cuerpo, espíritu-materia. Es evidente que somos materia, primariamente. Polvo eres y en polvo te convertirás. Y que lo que hay, es un tránsito de una materia super especializada que es el sistema nervioso y el cerebro, que son 10 mil millones de neuronas, una población tan inimaginable que hay que ponerle 14 ceros al 10, y aún así la gente no sabe exactamente cuántos son. Para colocar una de esas nimiedades que es como un chip, tiene cuatro o cinco posibilidades con la que está al lado a través de la sinapsis, y lo hace a través de 80 neurotransmisores mínimo. ¡Es un universo tan complejo!

—Como una gigantesca computadora.

—La más grande del mundo. Si se extendiera la superficie terrestre, no cabría un sólo cerebro en número de chips y transmisores sobre ella. Por supuesto que el funcionamiento de una maquinaria tan exquisitamente complicada da lugares a fenómenos como el pensamiento, los sentimientos, y por supuesto, el lenguaje. Entendido así, se simplifica considerablemente la comprensión de la llamada mente. La mente no existe, si no existe el sustrato que la soporta. No tiene sentido el producto que surge de esa interacción maravillosa de esa trama neuronal. La posición de los dualistas, o de los monistas espiritualistas a ultranza, o de los monistas materialistas reduccionistas y simplificadores, es falta de formación en teoría del conocimiento. Esta debería ser una materia obligatoria, por lo menos en todas las carreras universitarias, y cuidado si no en el bachillerato mismo. Yo no creo que ese dilema exista, y lo que sí me parece interesante es, ¿por qué el hombre se lo plantea y replantea constantemente?

Yo creo que es porque si se acepta eso así, es aceptar que uno es perecedero, y que incluso la segunda ley de la termodinámica es muy terminante: hay una energía en un orden determinado, que marcha hacia el desorden, hacia la nada, hacia la desintegración de la materia, y nosotros somos materia excepcional, y diría yo, cruelmente pensante, que es lo que la conciencia de una adversidad, un accidente de la materia viva, le permite al hombre reflejar y verse a sí mismo, y por supuesto, esto nos enfrenta a la muerte. Y el ser humano es el único animal que es ser, porque piensa y porque sabe que la muerte existe. Y frente a ese horrible castigo, ineludible por lo demás, el hombre inventa entre otras cosas, a Dios. O inventa las ideologías, los grandes recursos del arte incluso, porque la muerte existe, y es inevitable el desenlace terminal.

Por eso el hombre prefiere escindirse en mente y cuerpo, en materia y sustancia espiritual. En los laboratorios hemos reproducido, más de una vez para los estudiantes, lo que llamamos conocimiento de escape o evitación: si a un animal lo enseñamos a pedalear frente a una luz que le amenaza, o frente a un choque eléctrico, el animal termina por aprender rápidamente a evitarlo. Esa coartada maravillosa que inventa el hombre a través del arte de la cultura y la concepción religiosa de la vida, es un funcionamiento de escape.

—¿Cómo escapas tú?

—Con una aceptación cotidiana de la muerte, vivenciada como una situación exigente de cierta calidad ética y estética de vida. Es decir, disfrutar lo hermoso que otros hombres han hecho, que está en el arte, la literatura, la filosofía, la música, que de paso es la más fácil de todas las artes porque ni siquiera hay que mirar como en la plástica, por ejemplo. Los oídos no tienen párpados, y mientras escuchas, puedes irte fácilmente de este mundo, una de las maneras creo yo más dignas de vivir. Una ética existencial, donde lo que trasciende se da con lo que de óptimo ha hecho el hombre. Por eso pienso que la gente envejece y se torna con el envejecimiento más cobarde, y llega a vivir una vejez como si fuese una instancia en la que se tiene conciencia de la muerte, y es una vejez egoísta y cruel, porque no se prepara para enriquecerse, y no aprovecha más bien los años de la madurez como los mejores de su vida, porque ya uno no tiene la vocación de triunfo, de dinero, de fortuna, de prestigio, que tanto moviliza a un ser joven y que tanto le angustia. Lo peor que hay es un viejo que envejece aferrado al poder, a la fortuna, a la búsqueda de prestigio, cuando debía ser más bien ese hombre plácido que ha vivido, que sabe que los demás van a seguir su propio camino. Cuando hace pocos días en una infeliz declaración, uno de nuestros políticos dijo que quienes pedían la renuncia de la Corte eran unos viejitos, la respuesta de Uslar me pareció muy inteligente: viejitos quisiéramos ser todos. Claro, ancianos serenos, estables, sosegados. No esos que actualmente están gobernando al país.

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