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Authors: Ibéyise Pacheco

Tags: #Ensayo, Intriga

Sangre en el diván (3 page)

Y otro día: «No buscaba una relación estable. Quería encontrar cariño».

Mientras se debatía en esos pensamientos, se comunicó con Mariano. Él, la había llevado casi a la resignación de una relación fraternal. La verdad es que estar cerca de ellos significaba ser testigos del cariño entre un par de buenos amigos. Hicieron cita para primera hora de la tarde.

Antes de salir de casa, Roxana seleccionó su vestuario, pensando que iría al encuentro con su amante. Le había costado asumir que un hombre podía verla desnuda. Era muy pudorosa. Su mamá y su hermana le preguntaban desde pequeña, ¿y cómo vas a hacer cuando te cases? Porque no se mostraba sin ropa ni siquiera frente a ellas. Por eso Mariana no entendió cuando su hermana le dijo que Chirinos le había tomado fotos desnuda. «¿Sin ropa, hermana?», sólo atinó a exclamar, frente a la confesión. «Él me pidió que no se lo contara a nadie», agregó Roxana. A ella, que poco le gustaba guardar secretos, lo de las fotos también se lo contó a su madre. Fue una de las primeras cosas que Ana Teresa insistió en decirle a la policía que debían buscar, para incorporarlo al expediente. Y en efecto, en el allanamiento realizado en la residencia de Chirinos fueron decomisadas por el organismo policial CICPC l.200 fotos y cuatro videos de mujeres desnudas o a medio vestir, posando gráciles, inocentes y sonrientes, o completamente dormidas, indefensas, sin ropa también. Las fotos de Roxana encontradas fueron tres. Se hallaron en una carpeta que contenía parte de su historial médico, así como correspondencia personal entre ellos.

Desde la relación con Chirinos, Roxana había cambiado. Y como toda mujer ante la proximidad del encuentro íntimo, se sintió vulnerable y coqueta. Se vistió con cuidado. Tomó la pantaleta blanca con lindas figuras de flores verdes, y en ese tipo de pensamiento femenino debe haberla combinado con la blusa blanca con estampas de flores rosadas que escogió. El sostén negro hacía juego con la falda negra. Cuidando los detalles, se colocó unos zarcillos que le encantaban. Su hermana Mariana los reconoció después y fueron recopilados como evidencia. Los zarcillos podrían haber pasado desapercibidos para cualquiera, de no haberse encontrado uno de ellos en el consultorio de Edmundo Chirinos. El otro quedó en su oreja izquierda, igualito, plateado de forma triangular, aproximadamente de un centímetro de longitud, sujetado con un ganchito del mismo material, parecido a la plata.

Un gesto de Roxana antes de salir de su casa ese último día fue interpretado por Ana Teresa como una premonición. Dejó colocado sobre el tablero de su computadora un cuaderno, marca Norma, con portada de cartulina, con la figura de una mariposa de colores azul y morado. El corazón de madre de Ana Teresa le asegura que ese movimiento simbólico, expresivo que hizo su hija era porque presentía que iba a morir. De otra manera no hubiese dejado a la vista su único secreto. Un diario manuscrito, algunas veces con lápiz de grafito, otras con tinta azul y negra, sobre el cual volcó con la honestidad desgarradora de lo oculto sus sentimientos sobre todo su entorno, incluido Chirinos. Nadie conocía de ese diario. Ni Mariana que vivía con ella, ni su madre, ni sus amigos. A todos les sorprendió encontrarlo allí, en su cuarto, cuando comenzó su búsqueda porque por primera vez no había llegado a casa. El diario colocado allí era como un último mensaje, como una carta de despedida, como la confesión de un moribundo que había sido testigo de un hecho delictivo y conocía la identidad del culpable.

Entonces, cuando Ana Teresa llegó de un viaje que se le hizo eterno desde Valle de la Pascua hasta Caracas, en busca de su hija desaparecida, y entró al cuarto y vio el diario, lo abrazó con fuerza y ternura, como si a través de su solo contacto Roxana le fuese a hablar. Recordó una llamada telefónica en la que su hija le preguntó como compartiendo una travesura, «¿sabes qué acabo de descubrir?». Y sin parar le contó: «El otro día, mientras en pantalla (el consultorio de Chirinos tiene circuito cerrado de televisión) veía en la sala de espera a un papá que aguardaba por su hija, Chirinos me llamó y me dijo, «Roxana ven para que veas esto», y él, a la muchacha que adentro estaba acostada dormida en una camilla, le quitó la camisa, el sostén, la falda, la pantaleta, y cuando estaba completamente desnuda la empezó a manosear por todos lados». Ana Teresa se sobrecoge cuando insiste, «yo le dije a mi hija, si ya tú sabes todo eso, ese hombre te puede matar». Y la respuesta de Roxana le ratifica la premonición: «Mamá, si me mata, yo no lo voy a dejar tranquilo, no podrá vivir en paz».

Con el diario en sus manos, Ana Teresa procuraba confirmar lo que ya su corazón gritaba: el nombre del sospechoso, del responsable de que su hija no hubiese regresado a casa. Sólo rogaba que siguiera con vida.

El encuentro de Roxana con Mariano fue primero en Chacao, en el local donde el joven a veces ayudaba a su abuelo. Ahí llegó a las 2:05 de la tarde. Pasaron con gusto el rato juntos, porque mientras Mariano trabajaba también la ayudaba con un libreto que tenía que realizar como tarea para la universidad. Mariano solía ser limpio redactando, y para Roxana eso era una buena excusa para verlo. Entre conversación y chanza, les dio hambre y se comieron unos perros calientes. A las 6 y media cerraron el local y se fueron al Sambil. A esa hora Ana Teresa la llamó. La conversación dejó angustiada a la madre. «Me voy a ver con el doctor Chirinos», le dijo. «¿Y tú vas a seguir viendo a ese viejo asqueroso?», reaccionó Ana Teresa. Pero Roxana insistió, «lo voy a ver, y me pidió que no le dijera nada a nadie».

En Sambil, Roxana y Mariano caminaron un rato, y llegaron a corretear como adolescentes. Los videos de seguridad del centro comercial lo demuestran. Disfrutaron las vidrieras, olfatearon en los tarantines y no compraron nada. El placer de la irresponsabilidad comenzó a ser interrumpido por el repicar del teléfono de Roxana. Mariano sabía que no eran mensajes de texto, por lo tanto no era alguien del grupo, puesto que ése era el sistema de comunicación entre ellos para ahorrarse el costo de las llamadas. Él sabía, tanto como la hermana, la mamá y su grupo de amigos, de la relación que Roxana mantenía con el psiquiatra Edmundo Chirinos. Había llegado a discutir con ella igual que los demás sobre la inconveniencia de esa relación. Mariano sospechó de inmediato que era él quien la llamaba, aunque hizo un esfuerzo para no mostrarse enterado.

Chirinos llamó a Roxana once minutos después de la conversación con Ana Teresa. La suspicacia de Mariano aumentó. Vio por primera vez que Roxana se hacía a un lado misteriosa, como si dando la espalda escondiera su culpa. Esa primera llamada duró muy poco, según registros de la empresa Movilnet, desde el número telefónico 04l662l5686, a nombre de Edmundo Chirinos. Era la segunda llamada de ese día, desde ese celular, al móvil de Roxana Vargas. La primera había sido a la l:07 am. En esta ocasión hablaron 48 segundos. Chirinos se encontraba en el Country Club en un evento social con algunos de sus colegas universitarios, en su mayoría compañeros de promoción. Eran las 6:4l de la tarde. Tan sólo tres minutos después, el psiquiatra llamó a Roxana nuevamente. Esta vez conversaron minuto y medio.

Así que Mariano no se sorprendió cuando Roxana le dijo que se tenía que ir. Como pana, sin preguntar, la acompañó hasta la avenida Francisco de Miranda para que tomara un carrito por puesto que la dejaría en Plaza Venezuela. Recuerda que el vehículo de transporte público indentificaba su ruta con un cartelón de fondo blanco y letras verdes. Roxana le dijo que iba a encontrarse con Irma, pero él presentía que iba a quedarse en la parada más cercana del consultorio del psiquiatra en La Florida. Eran cerca de las 7 de la noche. Fue la última vez que Mariano la vio con vida.

A Irma, su amiga, Roxana también le había adelantado algo a través de un mensaje de texto: «Voy a verme tú sabes con quién». Irma, como en otras oportunidades, iba a quedarse a dormir esa noche en casa de Roxana. Le había prometido cortarle las uñas a su conejo. La cita inicial entre ellas era en e! centro comercial Concresa en Prados del Este. Para confirmar el encuentro, Irma la llamó de nuevo. Eran las 7:40 de la noche. Roxana estaba parca y llorosa. Para ese momento ya debía estar junto a Chirinos. La evidencia permite concluir eso, porque media hora antes, a las 7:l3 minutos de la noche, el psiquiatra vuelve a llamar a Roxana, y tanto el rastreo del celular de ella como la de él los ubica en la celda de San Rafael de La Florida, donde está la clínica Clineuci. La conversación fue brevísima, l4 segundos, así como para preguntar «¿dónde estás?», y recibir como respuesta «estoy llegando».

Una vez que Roxana se montó en el carrito por puesto, Mariano siguió hacia su casa en La California, al este de la ciudad. Algo lo había dejado inquieto. Por eso a las l0 de la noche intentó comunicarse con ella. Le salió de inmediato la contestadora del celular, como cuando el teléfono está apagado. Según los cálculos de los investigadores forenses, a esa hora ya Roxana estaba muerta.

Irma también se había quedado preocupada. Por su cabeza se repetían conversaciones con su amiga, sobre Chirinos. A Irma le molestaba su obsesión por él, y los sentimientos encontrados que ese personaje le generaba. En las semanas anteriores, Roxana lo había amenazado con hacer pública la relación que ellos habían mantenido, e iba más allá. Roxana aseguraba conocer a otras pacientes muy jóvenes que habían sido abusadas sexualmente por él mientras se encontraban sedadas, al igual que le había sucedido a ella. Las amenazas de la joven impacientaban e irritaban al psiquiatra, según Roxana le había confesado a su amiga. La situación se volvió más tensa cuando Roxana le anunció a Chirinos que ella, junto a sus compañeros de estudio, preparaban un video que grabaría testimonios de víctimas del psiquiatra, y que Roxana misma contaría su experiencia de haber sido abusada por el médico. El video sería presentado en las aulas universitarias. Para colmo, el destino colocó un hecho que debe haberle resultado muy peligroso a Chirinos. Roxana había obtenido una pasantía en Radio Caracas Televisión, RCTV, para el programa Quién Quiere Ser Millonario.

Decir RCTV o el nombre de uno de sus propietarios, Marcel Granier, era para Chirinos como si le citaran el demonio. Estaba convencido de que Granier era su enemigo acérrimo y así lo había repetido durante los últimos 24 años. La idea tiene fundamento desde la época en la que Chirinos era rector de la Universidad Central de Venezuela y sucedió lo que fue bautizado como «la masacre de Tazón», hecho en el que 35 estudiantes de Agronomía y Veterinaria, del núcleo en Maracay de esa universidad, resultaron heridos, víctimas de disparos realizados por efectivos de la Guardia Nacional, que a la altura de Hoyo de la Puerta accionaron armas de fuego contra los autobuses que trasladaban a los jóvenes a Caracas.

La historia conmovió de inmediato al país. Era un miércoles l9 de septiembre de l984. Los estudiantes venían a la Plaza del Rectorado como protesta por el mal estado y servicio del comedor, y el rector, al enterarse, llamó al Ministro del Interior, Octavio Lepage, para solicitarle que impidiera el paso a los estudiantes, a como diera lugar. El «solícito» ministro mandó fuerzas militares a tal acción. La comunidad universitaria y la opinión pública repudiaron el hecho, y con ello, al rector.

El sangriento suceso, junto a unas opiniones del rector publicadas tres días antes, saturaron los sentimientos universitarios antiChirinos. El rector había declarado a la periodista Elizabeth Fuentes, de la publicación Feriado de
El Nacional:
«La generación del 80 es una generación boba, sin rumbo. Y la educación televisiva va a terminar de embobarlos. Disminución de conceptos, pobreza de lenguaje, son seres como vegetales».

Las protestas en los distintos centros de estudios superiores venezolanos fueron el plato del día. Una famosa asamblea se realizó en el Aula Magna convocada por la Federación de Centros Universitarios. En el debate se iba a considerar solicitarle al rector su renuncia. El auditorio estaba abarrotado de gente y Chirinos, audaz, se presentó y pidió ser escuchado. Tras la pita inicial, el psiquiatra hizo gala de sus dotes expresivos. En medio de un silencio conmovedor, el rector admitió haberse equivocado y trató de convencer a los estudiantes de su buena fe. De pronto, un grito desgarrador se expresó desde la audiencia, pidiéndole a todos que no se dejaran manipular. Otra voz instó a ir contra Chirinos para cobrarle la masacre, y cuando una decena de estudiantes se aproximaba con furia a la tarima, el rector corrió con la protección de algunos amigos y salió por la puerta trasera de la sala. Personal de seguridad lo sacó de la universidad y Chirinos tuvo que separarse del cargo durante unos cuantos meses.

Estando en ese brete, Granier, que tenía el programa de opinión estelar «Primer Plano», lo invitó a que asistiera. «La masacre de Tazón» había llegado a dividir opiniones, entre sectores identificados con la izquierda y con la derecha. Para Chirinos la izquierda era él, y se había convertido en un personaje que además de hacer mucho dinero como psiquiatra, había logrado rodearse de cierta intelectualidad y de políticos de vanguardia. Varios eran sus pacientes. Además, había sabido venderse como y Don Juan.

El debate en televisión generó gran expectativa. Los asesores de Chirinos de la época casi todos estudiantes, por cierto de manera inteligente sugirieron al rector que le exigiera a Granier realizar el programa en vivo. «Primer Plano» siempre era grabado previamente. Salir en vivo le anulaba a Granier la oportunidad de enmendar errores o baches que ocurriesen durante la realización del mismo. Granier aceptó la condición, y para muchos, Chirinos salió bien parado. Desde entonces, el psiquiatra quedó convencido de que el jefe de RCTV era su enemigo personal, y temía que Granier quisiera vengar aquella afrenta.

Por eso el ingreso de Roxana a ese canal de televisión preocupó mucho a Chirinos. Pero había más. Roxana escribió un texto que hizo rodar vía Internet en el que solicitaba a madres de jóvenes con problemas emocionales que evitaran enviarlas donde Chirinos. Algunos de los detalles que suministraba la nota hubieran alarmado a cualquiera que recibiera esa información.

Esto escribió y luego imprimió Roxana junto a una foto de Chirinos:

«El muy conocido doctor Edmundo Chirinos, psiquiatra que ha ayudado al Presidente de la República, es un médico muy bueno, con muchos conocimientos sobre su carrera, pero del modo que le dedica el amor a su carrera con sus pacientes, también lo dedica en tener relaciones sexuales con sus pacientes en su propio consultorio.

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