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Authors: Ibéyise Pacheco

Tags: #Ensayo, Intriga

Sangre en el diván (2 page)

La cita de Roxana fue para nueve días después. El ll de octubre a la una de la tarde, volvieron. Chirinos había vencido toda resistencia en Roxana; «mami, él me trata con mucho cariño», decía, aunque a Mariana le comentaba la molestia de tener la sensación de que se le olvidaban las cosas. A ella, que tan buena memoria tenía. Podía recitar literalmente páginas completas de los libros de Harry Potter.

Cuatro días más tarde, Roxana acudió a la última cita formal, como paciente de Chirinos. Roxana así lo contó a su amiga Valentina primero que a nadie recuerda que tenía los ojos a medio abrir, y que seguía acostada luego de haber recibido una inyección intravenosa que la sedó. «Me encandilé con una luz pequeña proveniente de una linterna con la que el doctor Chirinos me enfocó muy de cerca las pupilas».

Luego, el psiquiatra le colocó una especie de almohada verde o azul hay cierta vaguedad con el color en su memoria para taparle los ojos.

En su diario personal, Roxana narra el hecho así: «…puso sus dedos en mis labios, acercó su boca y me besó. Admito que cedí, pero también por nervios. Venía saliendo de una cura de sueño y estaba dopada. Cuando me di cuenta, estaba acostada sin el
brassier,
y usted dándome su miembro para que le hiciera sexo oral. Me introdujo un dedo dentro de mi vagina; creo que me iba a penetrar cuando volví».

Roxana se sintió petrificada, y con la fuerza del susto, logró hacerlo a un lado. Él, con presteza, se colocó los pantalones y comenzó a tranquilizarla. Para nada intentó obligarla. La abrazó con dulzura, al tiempo que le dijo que ese tratamiento causaba confusión en los pensamientos de la gente. Le insistió con suavidad, pero con la firmeza de que él es quien tenía el control, que no debía contarle ese incidente a nadie.

Cuando Ana Teresa vio a su hija salir, ¡la percibió tan apagada! Sólo le notó algo de entusiasmo cuando recordó que había quedado en verse con una amiga en el centro comercial Sambil en Chacao. A Roxana le encantaba recorrer los pasillos y detenerse aleatoriamente en las vitrinas. Ana Teresa apresuró el paseo. Apenas presenció el encuentro entre las amigas, las dejó con respeto que conversaran, mientras ella también se divertía contrastando la agitación de Caracas frente a la quietud de Valle de la Pascua.

Un rato después, la amiga de Roxana aprovechó que ella había ido al baño, y le dijo a Ana Teresa: «Usted no debe llevar más a Roxana donde el doctor Chirinos; ese hombre le hace daño». Cuando Roxana regresó, su amiga con severidad le pidió: «Cuéntale a tu mamá». Y Roxana habló. Detalló todo lo que le fue posible.

Ana Teresa, sintiéndose impotente y furiosa, hizo cita con una ginecóloga para que la evaluara. Sabía que hasta el momento de entrar por la puerta del consultorio de Chirinos, su hija era virgen.

Behrenis Aurora Alfonzo Lugo, ginecóloga, atendió a la joven universitaria un día después de la última terapia. La médica notó, ante el enfoque de la luz blanca, fisuras en el introito vaginal e inflamación de la vulva. Según expertos, esto es consecuencia de posibles fricciones. Ana Teresa no necesitó mayor explicación. Con la descripción médica, se convenció de que la versión de Roxana era cierta, que Chirinos le había introducido los dedos y que por eso había sangrado. La doctora no quiso profundizar más el examen presumiendo la posibilidad de que el himen hubiese sobrevivido.

A las horas, Ana Teresa agarró su muchacha, sus maletas, y regresó con ella a Valle de la Pascua. La universidad podía esperar. La salud mental y física de su hija estaba primero.

El psiquiatra Pan-Dávila fue el recomendado para evaluar nuevamente a Roxana. Paisanos del pueblo coincidieron en la sugerencia. Comenzó a atenderla el 22 de octubre. Varios elementos consideró el médico, destacables para su evaluación. Uno era su peso, consecuencia a su parecer de hipotiroidismo. Lo otro era su antecedente como paciente psiquiátrica y los motivos que la habían convertido en eso: crisis depresiva con gesto suicida. Y el más reciente que agravaba el cuadro: deseos compulsivos de ver a su psiquiatra Edmundo Chirinos.

A Roxana la llevaron a esa consulta ambos padres. Su situación les angustiaba una barbaridad. Describieron su ansiedad, su depresión, su dificultad para dormir, las crisis de llanto y los gestos suicidas. Destacaron su preocupación excesiva por el sobrepeso y algunas conductas extrañas de interés obsesivo en cuanto a temas de ocultismo y libros y sitios de Internet sobre anorexia y bulimia.

Obviamente el psiquiatra también evaluó los antecedentes patológicos de Ana Teresa, descritos como «dos brotes psicóticos con gestos suicidas en dos ocasiones».

Sin embargo, para el psiquiatra, el estado mental de Roxana no era en especial preocupante. Le pareció que lucía vigilante, con un comportamiento acorde a su edad, aunque su actitud era un tanto pasiva. Roxana evidenció tener un nivel promedio de cociente intelectual, un discurso coherente y pertinente aunque algo parco.

En síntesis, cuando Pan-Dávila conversó con el padre y la madre de Roxana, pudo explicarles sin alarma alguna que ella estaba sufriendo un trastorno afectivo bipolar, con estados elevados de ánimo y rápidos descensos del mismo. También les refirió que podía estar afectada por una bulimia nerviosa.

Roxana avanzó muy bien en Valle de la Pascua, luego de algo más de un mes de consultas y un efectivo tratamiento farmacológico. Lo que parecía un diagnóstico complicado fue menos traumático de lo esperado. Para el l8 de diciembre, el psiquiatra Pan-Dávila consideró que Roxana estaba en condiciones estables, y que se podía incorporar a su rutina, con la conseja de que continuara chequeo con algún colega de la capital. Podía la joven retomar sus actividades académicas. La navidad de Roxana junto a su familia fue para todos esperanzadora.

La doctora Audri Rauseo, en el Hospital de Clínicas Caracas en San Bernardino, tomó el testigo. Esta psiquiatra supervisó cuatro meses complicados en la vida de Roxana, quien desde el mismo momento en que su mamá se la había llevado a Valle de la Pascua había elaborado en su mente una posible relación con Edmundo Chirinos. «Roxana se enamoró», fue la interpretación romántica de la gente, después de conocer su muerte. El entorno de la víctima piensa diferente. Ana Teresa y Mariana están convencidas de que quería vengarse, que se había sentido sucia, ultrajada. Quería entonces Roxana establecer una relación que le diera elementos para hacer público el proceder de Chirinos con las pacientes, en especial las jóvenes.

«Fue por despecho por Mariano», especula una de sus amigas. Roxana escribió algo al respecto: «Va a ser mi primera vez, con una persona mayor, en un consultorio, una camilla, sin rosas, sin música romántica, sin una tensión sensual. No sé cómo debo actuar. La rabia, el odio, no me dejan tomar una decisión correcta, y puede que después me arrepienta de mis actos. ¿Cómo hago si sólo digo que es para que Mariano no sea el que más daño me haga, sino él? Y cuando pienso, me doy cuenta de que estoy pensando demasiado en el doctor Chirinos, que no es algo normal, pero tampoco es malo, sino que me gusta. Si esto lo sabe alguien, no me va a entender. Van a pensar que estoy loca o necesitada, cuando no es así, sino un pequeño capricho que según para mí, es ayuda para olvidar a Mariano».

Ese cruce de sentimientos debe haberlos depositado Roxana en la doctora Rauseo, quien compartió con ella, al igual que después con su mamá, su hermana y sus amigos, las vicisitudes de una relación que se había iniciado a su regreso a Caracas. Los encuentros sexuales fueron frecuentes con Chirinos, y siempre se consumaron en su consultorio. ¡Ana Teresa lamentaba tanto esta circunstancia! Y comenzó a impacientarse con su hija. Sin embargo, Roxana no dejaba de mantenerla informada respecto a lo que ocurría entre ellos. Ana Teresa intentaba ser comprensiva. A pesar de ser de la provincia, había educado a sus hijas para que le confiaran hasta sus pensamientos íntimos. Cuando discutían, Ana Teresa la amenazaba con dejar a su padre solo en Valle de la Pascua, y trasladarse a Caracas para vigilarla, para acompañarla, para ponerle reparo.

Por su parte, a la doctora Rauseo, quien había llegado a considerar que la relación que Roxana aseguraba tener con Chirinos podía tener una fuerte carga de la imaginación de su paciente, un hecho la hizo dudar: Chirinos la llamó y la interrogó sobre Roxana. Eso, planteado de tal manera, nunca sucede entre psiquiatras. Para ella, el médico había manifestado un interés excesivamente personal. Y si bien esto la alertó, nada pudo hacer al respecto. A Chirinos le preocupaban las visitas de Roxana con la doctora Rauseo porque sabía que le había confiado lo sucedido entre ellos. Necesitaba romper la relación de Roxana con esa psiquiatra y lo logró. En un nuevo encuentro, él le comentó que había conversado con la doctora y quién sabe cuánto sazonó el contenido de lo hablado porque Roxana decidió no volver más a la consulta, argumentando que Audri Rauseo la había traicionado. Nada más lejos de la verdad. La doctora Rauseo lo lamentó. La joven había comenzado a superar su depresión, a pesar de esa complicada relación con Chirinos. Ya no necesitaba de fármacos antidepresivos, se mostraba optimista, un poco más segura de sí, y con la ilusión de que Mariano, joven que estudiaba con su hermana mayor, algún día se fijara en ella con ojos distintos a los que se destinan a una amiga.

—Mari ¿por qué no me acompañas? —le pidió zalamera Roxana a su hermana— Anda, acompáñame más tarde al centro comercial.

Era media mañana del sábado, l2 de julio de 2008. El último día de la vida de Roxana.

Mariana estaba acostumbrada a los gestos cariñosos de su hermana. Desde que conoció de su muerte, no dejó de lamentarse de tantas ocasiones en las que ella, huraña, se sacudía de la madeja en que se convertían los brazos de Roxana a su alrededor. Las carantoñas no fueron suficientes para convencerla. Había amanecido con dolor de espalda por haberse quedado jugando boxeo en Wii hasta tarde, y sentía lo que desde pequeña en Valle de la Pascua le habían enseñado era «el efecto del sereno». Así que, con firmeza, se negó a la aventura tantas veces vivida con ella, de recorrer el Centro Sambil.

Las hermanas se llevaban realmente bien. Compartían el mismo grupo; mejor dicho, los amigos de Mariana eran los de Roxana, y su sueño de amor, Mariano, estudiaba con su hermana mayor en el Iutirla. Los secretos eran un código seguro entre ellas, aunque en realidad era poco lo que Roxana se guardaba. En los últimos cinco meses a Mariana la tenía preocupada la relación que su hermana había establecido con su psiquiatra Edmundo Chirinos. No comprendía cómo podía estar con alguien que, «uff, tiene más de 60».

La preocupación de Mariana era compartida por todos los del grupo. Cada uno por obra del azar, de investigaciones a través de Internet y de adultos conocedores del personaje, había ido elaborando un perfil que no dejaba muy bien plantado a Chirinos. Por ejemplo Jorge, quien trabajaba en una farmacia en La Florida, a la que el psiquiatra solía acudir para comprar el estimulante sexual Cialis y revistas pornográficas. Sus compañeros de trabajo ya le habían referido que, tiempo atrás, Chirinos solía llevar para su revelado rollos de fotografías de mujeres posando desnudas o bastantes ligeras de ropa, y de otras igual de desvestidas, pero completamente dormidas. Las gráficas, a las cuales los empleados de la farmacia hacían seguimiento con explicable curiosidad, eran tomadas en su mayoría en lo que parecía un consultorio. El del psiquiatra estaba en la misma urbanización de la farmacia. Para Jorge, Chirinos era un aberrado sexual, y así se lo hizo saber a su amiga.

A Mariana le preocupaba lo que sabía de Chirinos, y al igual que el resto de sus amigos, le sobrecogía un tanto la serie de historias que iba conociendo del personaje. Estaba convencida, eso sí, de que su hermana no se había enamorado de su psiquiatra. Enamorada tal vez había estado hace muchos años en el Colegio Nazareth en Valle de la Pascua, de un compañerito a quien Roxana persiguió tanto, tanto, que años después cuando ella en acción de broma lo llamó, y él apenas le reconoció la voz, manifestó el recuerdo de su persecución y persistencia antes de siquiera responder el saludo.

Después fue Mariano, su compañero de estudios. Roxana, y así lo habían entendido con condescendencia los miembros del grupo, se había enamorado sola. Y todos habían optado por continuar una relación de compañerismo, a pesar de los sufrimientos que Roxana se infligía ante lo que consideraba la indiferencia del muchacho. «Él nunca la quiso a ella como mujer, pero siempre le expresó un gran afecto como amigo», precisa Mariana.

Con la negativa de su hermana a acompañarla, Roxana reelaboró su día. Su último día. En la primera cita iba a encontrarse con Mariano, su amor platónico, y en la noche vería a Irma, una de sus mejores amigas y compañera de estudios, quien iba a dormir en su casa. El tercer encuentro previsto para el final de la tarde era con el psiquiatra Chirinos, aunque no estaba muy segura de si acudiría a verlo. Le molestaba su debilidad frente a él. Tantas otras veces se había jurado que más nunca iría a esos encuentros netamente sexuales, y tantas otras había terminado montada en un transporte público, camino al consultorio en La Florida.

«Usted empezó a gustarme mucho como hombre y quería que por lo menos usted me quisiera un poco, se preocupara por mí y no perdiera su poca paciencia conmigo, porque siendo psiquiatra, no entiendo cómo se molesta tan rápido. Al principio me decía que me iba a llevar a su casa para hacer el amor, colocar música, y bla, bla, y como esto muchas cosas más que dijo, y no cumplió», escribió Roxana un día.

«Usted ha sido el único hombre con quien he tenido sexo y le agarré un cariño muy grande. Discúlpeme por todos los malos ratos. Aunque usted desconfía mucho de mí y busca maneras de alejarme. ¿Podemos arreglar esta relación clandestina? No sólo soy yo la del problema porque cuando me pongo insoportable, usted pierde la paciencia», confesó en otro texto.

Y más adelante redactó Roxana en su cuaderno: «Fue una manera grosera de no contestarme. «No te voy a poder ver esta semana». No es que me voy a cortar las venas y mucho menos buscar otra manera de suicidarme. Para nada. Pero me quedé pensando que usted no tenía respeto por mí, aunque sea un mínimo. Es decir, se pasó bien las veces que lo hicimos. Fue divertido, pero el feminismo que tenemos hace que uno quiera algo más bonito y romántico. Yo no necesitaba tener relaciones para sentirme bien con usted».

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