Los conquistadores de Gor (2 page)

Había descendido cientos de pasangs por el Vosk, pero cuando el gran río empezó a extenderse en cientos de canales de escasa profundidad perdiéndose en los vastos pantanos de su delta que avanzaban hasta alcanzar el brillante Mar de Thassa, abandoné las barcazas y adquirí de los cultivadores de rence de la periferia del este del delta víveres y la pequeña barca que ahora conducía a través de los arbustos, juncos y las plantas silvestres del rence.

Observé que una de estas plantas silvestres tenía atado bajo los estambres y finos pétalos una tira de tejido blanco.

Remé hasta la planta y estudié el tejido; luego miré a mi entorno y permanecí inmóvil durante un rato. Al cabo de unos minutos aparté la planta y continué avanzando.

Nuevamente, y esta vez a mis espaldas, oí el grito de una auca del pantano.

No había conseguido encontrar a nadie que me guiara a través del delta del Vosk. Los dueños de las barcazas que navegan por el Vosk no penetran con sus amplias naves en el delta. Los canales alteran su curso de una estación a otra y dicho delta, con frecuencia, no es más que un laberinto de pantanos de cientos de pasangs cuadrados de desolación. En muchos lugares los canales son tan poco profundos que las grandes barcazas, a pesar de su fondo plano, no son capaces de atravesarlos y, lo que es mucho más importante, han de abrirse camino palmo a palmo cortando arbustos, juncos y enredaderas. Pero la razón más importante de no hallar guía alguno entre los cultivadores de rence en la parte este del delta era, por supuesto, Puerto Kar, que se encuentra a unos cientos de pasangs en la orilla norte próximo al Golfo Tamber tras el cual está el Mar de Thassa.

Con frecuencia se califica a Puerto Kar, superpoblado, desaliñado y maligno, como el Tarn de los Mares. En Gor su nombre es sinónimo de crueldad y piratería. Los barcos de Puerto Kar son el azote de Thassa. Son bellas galeras de proa latina que se dedican al saqueo y a la trata de esclavos desde las Montañas de Ta-Thassa en el hemisferio sur de Gor hasta los helados lagos del norte, llegando más allá de la isla de Cos y la rocosa Tyros con sus laberintos y cuevas por el oeste.

Yo conocía a una persona que vivía en Puerto Kar. Era Samos, el mercader de esclavos, de quien se decía que era agente de los Reyes Sacerdotes.

Me hallaba en el delta del Vosk camino de Puerto Kar, única ciudad de Gor que recibe a desconocidos con los brazos abiertos, aunque pocos que no sean exiliados, asesinos, proscritos o ladrones osarían cruzar los oscuros canales del delta para llegar a ella.

Evoqué la figura de Samos retrepado en su silla curul de mármol en Ar. Mostraba un aire indolente pero su indolencia era la que correspondía a un ave de presa. Sobre su hombro izquierdo, de acuerdo con la costumbre de su ciudad, llevaba las enlazadas maromas de Puerto Kar. Su atuendo era sencillo y tupido; la capucha descansaba a la espalda dejando visible su amplia cabeza, su espeso cabello blanco. El rostro atezado por el viento y el salitre estaba surcado de arrugas semejando cuero cuarteado, y del lóbulo de cada una de sus orejas colgaba un pequeño aro de oro. En él había vislumbrado poder, experiencia, inteligencia y crueldad. Me hacía pensar en un animal carnívoro que, en aquel momento, no desea cazar ni matar. No anticipaba el momento de presentarme ante él pero, según decían aquellos en quienes yo confiaba, era hombre que había colaborado de manera excelente con los Reyes Sacerdotes.

No me sorprendí al encontrar una tira de tejido rojo atado a una de las plantas de rence, ya que el delta está habitado. El hombre no lo ha abandonado totalmente para uso exclusivo de los tharlariones, los uls y las sanguijuelas marinas. Hay en él grupos de cultivadores de rence desperdigados que luchan por sobrevivir miserablemente bajo la soberanía de Puerto Kar. Aquellas tiras seguramente eran señales destinadas a los cultivadores de rence.

En Gor la planta del rence se utiliza para fabricar una clase de papel. Esta planta tiene una larga raíz de unos diez centímetros de grosor que se extiende horizontalmente bajo la superficie del agua y de la cual pequeñas raicillas descienden hasta incrustarse en el lodo. Al exterior surgen unos doce tallos de cuatro o cinco metros de altura con una sola flor en forma de espiga.

Es una planta de múltiples aplicaciones además de servir de materia prima para la fabricación de papel. La raíz, que es leñosa y pesada, puede ser tallada y usada como herramienta y si se deja secar proporciona un buen combustible. Del tallo se hacen barcas, velas, esteras, sogas y un tejido fibroso; además la médula, cruda o cocinada, es comestible. Con el pescado forma la base de la alimentación de los cultivadores de rence. Algunos hombres perdidos en el delta han muerto de hambre por desconocer este hecho. La médula también sirve para calafatear las barcas aunque, por lo general, emplean estopa y médula con alquitrán o grasa.

El papel lo hacen partiendo los tallos en delgadas y estrechas tiras dándose preferencia a los que surgen del centro de la raíz. Colocan unas tiras, formando una capa, en posición horizontal y sobre éstas otra capa en posición vertical; a continuación se sumergen en agua hasta que una sustancia gelatinosa se desprende de la fibra y une las dos capas en un solo fragmento rectangular. Estos fragmentos son golpeados con mazas y expuestos al sol para secar. Luego se pulen con conchas lisas o con pedacitos de cuerno de kailiauk. También puede utilizarse el lado de un diente de tharlarión para este menester. Después estas láminas se unen una tras otra hasta formar un rollo que generalmente contiene veinte láminas. Siempre colocan la mejor hoja de papel de forma que sirva de envoltura, no para engañar en lo que se refiere a calidad, sino porque será la más expuesta a las inclemencias del tiempo y a constantes manoseos. Existen unas ocho calidades de este papel. Los cultivadores venden su mercancía al este y al oeste del delta. En ocasiones mercaderes de rence penetran algunos pasangs en el delta en estrechas naves remadas por esclavos para efectuar transacciones. Usualmente proceden de la orilla oeste próxima al Golfo de Tamber. Pero el papel de rence no es el único papel empleado en Gor. Es muy común un papel semejante a basto lino del cual Ar es una gran productora. También son populares la vitela y el pergamino fabricados en muchas ciudades.

Vi otra tira blanca, algo mayor que la primera, atada a un tallo de rence. Supuse que era otra señal. Continué avanzando. Ahora los gritos de las aucas del pantano eran más frecuentes y más próximos. Me giré para ver a mis espaldas y luego dirigí la vista a los costados. No obstante, acaso debido a los tallos del rence y a los juncos, no podía divisar pájaro alguno.

Llevaba ya en el delta dieciséis días dejándome llevar por la corriente o remando hacia Thassa. Volví a probar el agua y esta vez el sabor salado era más fuerte y el limpio olor del gran mar estaba en ella.

Una sensación de alegría se apoderó de mí cuando empecé a remar de nuevo. No quedaba mucha agua en la cantimplora y era la última de las muchas que había traído conmigo. Casi había terminado la cecina de bosko y el pan amarillo de Sa-Tarna, que ya empezaba a estar duro.

De pronto dejé de remar. Atado a un tallo de rence había una tira de color rojo.

Entonces comprendí que las dos tiras que había encontrado antes no eran solamente señales, sino que se trataba de advertencias. Había llegado a un área del delta donde mi presencia no sería bien recibida. Había penetrado en un territorio que sin lugar a dudas alguna pequeña comunidad, acaso de cultivadores de rence, reclamaba como propio.

Los cultivadores de rence, a pesar del valor de sus productos y de los artículos adquiridos con ellos, de la protección que les brinda el pantano y el rence y el pescado que les sirven de sustento, tienen una vida difícil. No sólo han de temer a los tiburones del pantano y a las carnívoras angulas que pululan en la parte baja del delta, sin omitir las varias especies del agresivo tharlarión y el alado y monstruoso ul, sino que han de temer, sobre todo, al hombre y de ellos, principalmente, al hombre de Puerto Kar.

Como ya he dicho anteriormente, Puerto Kar reclama la soberanía del delta. Por tanto es frecuente que hordas de hombres armados aliadas con los Ubares rivales de Puerto Kar penetren en el delta, según dicen para recaudar impuestos. Los tributos exigidos a las pequeñas comunidades que hallan a su paso son, por lo general, todo aquello de valor que posean, grandes cantidades de papel rence que más tarde ellos venderán, sus hijos que serán empleados como remeros en las galeras, e hijas que se convertirán en esclavas de placer en las tabernas de las ciudades.

Miré a la tira de color rojo atada al tallo de rence. Era roja como la sangre. Su significado era obvio: no debía continuar avanzando.

Moví mi pequeña embarcación a través de los juncos dejando tras de mí la señal. Tenía que llegar a Puerto Kar.

Pero los gritos de las aucas me seguían.

2. LOS GRITOS DE LAS AUCAS DEL PANTANO

A través de los juncos, y a unos cuatro metros y medio de distancia, vi a la chica.

Casi al mismo tiempo ella levantó la vista sobresaltada.

Estaba de pie sobre un esquife de rence muy similar a mi barca; unos dos metros de larga por sesenta centímetros de ancha. También los juncos habían sido unidos por plantas trepadoras del pantano y proa y popa ligeramente curvadas.

En una de las manos sostenía un trozo de vara curvado que la gente del pantano usa para cazar aves. No es una especie de bumerán, que resultaría inútil entre todos aquellos juncos y arbustos, pero flotaba y podía recuperarse de modo que su uso era ilimitado. Hay chicas muy diestras en el manejo de este arma. Sirve para aturdir al pájaro que es recogido del agua vivo y atado a la barca. Más tarde estos pájaros son matados y cocinados.

Remé lentamente hacia donde ella se encontraba. Luego, dejándola a la deriva, crucé el remo sobre los bordes de mi barca y apoyando las manos sobre él me quedé mirándola.

Ahora los gritos de las aucas nos rodeaban. Pude apreciar que su caza había sido fructífera puesto que tenía cuatro aves atadas a la popa de su esquife.

Me miró pero no parecía excesivamente alarmada.

Su mirada era despejada, el cabello castaño claro, casi rubio, y los ojos azules. Las piernas ligeramente cortas y los tobillos recios pero sus hombros, aunque algo anchos para una mujer, eran encantadores. Vestía una especie de túnica sin mangas de un color amarillo amarronado que dejaba caer libremente de los hombros con el fin de que no impidiera sus movimientos mientras cazaba. Había atado su breve falda por encima de los muslos de manera que ningún obstáculo estorbase su desplazamiento. Llevaba el cabello atado a la nuca con una tira de tejido de reps teñido en color púrpura, lo cual me hizo comprender que procedía de una comunidad que directa o indirectamente tenía contacto con goreanos civilizados. El reps es un material blanquecino y fibroso que se halla en la vaina de un pequeño y rojizo arbusto leñoso que es cultivado con fines comerciales en algunas regiones, pero muy especialmente en zonas situadas al sur de Ar y al norte del ecuador. Son muchas las ciudades que producen el tejido hecho con reps puesto que admite el tinte con facilidad y resultando barato y resistente es popular, especialmente, entre las castas inferiores. Sin duda alguna la chica era hija de algún cultivador de reps que cazaba aucas. Supuse que la isla de rence donde la comunidad estaba ubicada no podía estar muy lejos. Igualmente supuse que sería su comunidad la que había colocado aquellas señales de aviso.

Permanecía de pie, bañada por la luz del sol, sobre el pequeño y balanceante esquife casi inconsciente e imperceptiblemente moviéndose para mantener el equilibrio. Yo, personalmente, encontraba bastante difícil mantenerme erguido sobre una barca de juncos.

No intentó lanzarme el palo ni trató de huir, sino que se quedó allí mirándome. No tenía remo, pero clavado en el lado próximo a ella había una larga pértiga con la que seguramente hacía avanzar su pequeña nave.

—No tengas miedo —le dije.

No respondió.

—No te haré daño —continué diciendo.

—¿No viste las señales blancas y rojas? —me preguntó.

—Quiero decir que no te deseo mal ni a ti ni a tu gente —dije sonriendo—. Solamente quiero del pantano sitio suficiente para mi barca y tan sólo mientras esté de paso.

Aquélla era una frase muy común empleada en Gor por los que viajan a través de distintos territorios: solamente la anchura de las alas de mi tarn, la circunferencia de mi tharlarión, la medida de mi cuerpo; solamente eso y nada más, y eso tan sólo mientras tarde en cruzar vuestro territorio.

En Gor, por raro que parezca, la palabra empleada para designar a un extraño y a un enemigo es la misma.

—¿Eres de Puerto Kar?

—No —respondí.

—¿Cuál es tu ciudad?

No llevaba insignias sobre la ropa, ni en el casco, ni en el escudo. El rojo que indicaría que era guerrero se había desteñido con el sol y el agua salada del pantano.

—Eres un proscrito —sentenció.

No respondí.

—¿Cuál es tu destino? —preguntó de nuevo.

—Puerto Kar —contesté.

—Apresadlo —gritó.

Al instante, y de todos sitios, procedieron alaridos y de entre los arbustos y juncos aparecieron pequeñas canoas de rence atadas con trepadoras del pantano. En cada una de ellas había un hombre con una pértiga y otro a la proa con una lanza que me apuntaba.

Carecía de sentido desenvainar mi espada o intentar asir alguna de mis armas. Desde esa distancia mis enemigos no hubieran tenido dificultad en matarme en el acto.

La chica se llevó las manos a los labios, lanzó la cabeza hacia atrás y rió con gusto.

Se apoderaron de mis armas y me desnudaron, luego me echaron boca abajo en la canoa. Sentí como cruzaban mis muñecas a mi espalda y las ataban con enredaderas del pantano; después hicieron lo mismo con mis tobillos.

La chica saltó ligera dentro de mi canoa colocando un pie a cada costado de mi cuerpo. Le Pasaron la pértiga que había utilizado para hacer avanzar su pequeño esquife, que había sido atado a una de las barcas de los hombres que habían aparecido de detrás de los arbustos, y con ella hizo avanzar mi canoa a través de los juncos. Varias embarcaciones nos acompañaban a cada costado mientras otras nos seguían.

Al llegar a un punto, la chica cesó de empujar la barca e igualmente hicieron los demás. Ella, y dos o tres de sus acompañantes, emitieron gritos semejantes a los de las aucas del pantano. Estos gritos fueron inmediatamente contestados desde otros lugares no muy lejanos. No tardó en unirse a nosotros otra nave confeccionada con juncos de rence y la popa y proa curvada.

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