Los conquistadores de Gor (24 page)

A la hora octava llegaron varios capitanes de los barcos redondos y empezaron a charlar de precios con el jefe de los esclavos. Éste, en mi opinión, pedía demasiado por su mercancía, ya que no éramos más que simples remeros, pero no deseando ser apaleado, frené mi impulso de calificarlo de abusivo en los precios; además, existía la posibilidad de que le hubieran ordenado recaudar el máximo con el fin de incrementar el erario destinado al equipamiento de las flotas. Me irritó un poco que me manosearan y ordenaran mostrar los dientes, pero en total estas humillaciones no fueron peores que las de mis compañeros de infortunio. Es más, considerando que iba a ser vendido a las galeras, mi estado de ánimo no era demasiado malo.

Apoyado contra uno de los postes que soportaban la estructura del muelle de los esclavos había un pescador remendando sus redes. Trabajaba con esmero sin prestar atención a cuanto le rodeaba. Junto a él estaba su tridente. Su cabello era negro y largo y los ojos grises.

—Déjame probar tu pulso. Sólo quiero hombres fuertes en mi barco —dijo uno de los capitanes.

Extendí el brazo. Al instante lanzó un grito de dolor.

—Para, esclavo —ordenó el jefe de los esclavos, golpeándome con el mango del látigo.

Solté la mano del capitán, ya que no tenía intención de romperle el brazo. Me miró incrédulo, colocando la mano bajo el sobaco izquierdo.

—Perdóname, amo —dije consternado.

Con paso inseguro continuó su camino inspeccionando a los otros.

—Si vuelves a hacerlo te cortaré el pescuezo —dijo el jefe de los esclavos.

—Dudo que Chenbar y Lurius aprueben tal cosa.

—Quizá tengas razón.

—¿Cuánto quieres por ese esclavo? —preguntó un capitán alto con una barba muy cuidada.

—Cincuenta discos de cobre.

—Es demasiado.

—Ése es el precio.

—Está bien —confirmó el capitán, haciendo un gesto a uno de los escribas mientras sacaba una bolsa para pagar.

—¿Puedo preguntar el nombre de mi amo y el de su barco? —inquirí.

—Soy Tenrik. Tenrik de Temos, y mi barco es el Rena de Temos.

—¿Y cuándo zarparéis?

—Esclavo, haces más preguntas que un pasajero —respondió riendo.

Sonreí.

—Zarparemos con la marea —añadió al cabo de un instante.

—Gracias, amo —dije inclinando la cabeza.

Tenrik, seguido por el escriba, giró y se alejó.

Observé que el pescador había acabado de remendar sus redes y estaba recogiéndolas. Una vez dobladas las echó sobre el hombro, cogió el tridente y se alejó sin tan siquiera dirigir una mirada al muelle de los esclavos.

El jefe de los esclavos estaba contando los cincuenta discos de cobre.

—Demasiado —dije agitando la cabeza.

—Hay orden de pedir el máximo —dijo encogiendo los hombros y sonriendo.

—Sí, supongo que tienes razón.

No me disgustó el Rena de Temos. Era un barco redondo y pude apreciar su anchura y la profundidad de su quilla. Era lento. No me gustaron demasiado los mendrugos de pan, de cebollas y los guisantes que nos dieron para comer, pero no esperaba mantener aquella dieta demasiado tiempo.

—No te resultará fácil remar en este barco —dijo el jefe de remeros mientras ponía las cadenas alrededor de mis tobillos.

—El destino de un esclavo no es muy halagüeño —comenté.

—Es más, tampoco encontrarás en mí a un jefe fácil —dijo riendo.

Cerró el candado con la llave y marchó a ocupar su asiento en la popa del barco. Siendo una nave grande, ante él se sentaba un hombre fuerte con correas alrededor de las muñecas cuya misión era la de llevar el ritmo de los remos por medio de un enorme tambor de cobre al que golpearía con unas mazas de madera.

—Remos fuera —ordenó el jefe de remeros.

Sobre nosotros podía oír los gritos de los marineros llevando a cabo las maniobras necesarias. Las velas no serían desplegadas hasta que hubiéramos abandonado el puerto. Sentí que empezábamos a mecernos. Esto suponía que habían soltado las amarras. Los ojos del barco estarían girando hacia la entrada del puerto. Todos los barcos en Gor tienen ojos pintados en la proa, como en los barcos de guerra, o en la popa, como en los redondos. Estos ojos representan la creencia de los hombres de mar de que un barco es un ser viviente que precisa tales órganos para ver el camino.

—Remos listos.

Los remos tomaron posición.

—¡Remad!

Resonó el gran tambor y los remos, todos a una, penetraron en el agua. Apoyé los pies sobre el tablero que había sobre la cubierta y forcé los brazos para mover el mío. Lento, como un pájaro pesado y gordo, el barco empezó a moverse hacia las dos torres altas que guardaban la entrada del puerto de Telnus, capital de la isla de Cos, sede del Ubar Lurius.

Llevábamos dos días en el mar. Hacíamos una pausa comiendo una de nuestras cuatro raciones diarias de pan, cebollas y guisantes. Nos pasábamos botas de agua. Los remos habían sido recogidos. El Rena de Temos era un barco de dos mástiles fijos y velas latinas. Para ser una nave pesada nuestro avance había sido rápido, pero ahora el viento había dejado de favorecernos. Habíamos remado durante varios ahns aquella mañana y ahora, era casi un ahn pasado el mediodía.

—Tengo entendido que eras capitán —dijo el jefe de remeros mirándome fijamente.

—Sí, soy capitán en Puerto Kar —afirmé.

—Pero esto no es Puerto Kar.

Le miré.

—Puerto Kar está donde ejerza su poder —respondí.

Me devolvió la mirada.

—Observo que el viento ha amainado —comenté.

Palideció.

En aquel momento, sobre nuestras cabezas y desde el puesto del vigía, se oyó un grito:

—¡Dos barcos a babor!

—¡Remos fuera! —vociferó el jefe corriendo hacia su silla.

Coloqué mi cazo con el pan, las cebollas y los guisantes bajo el banco. Podría hacerme falta más tarde. Saqué el remo y me coloqué en posición.

En el puente los hombres corrían y gritaban.

Hasta mí llegó la voz del capitán Tenrik que gritaba:

—¡Todo a estribor!

El barco empezó a girar.

—Otros dos barcos por estribor —avisó el vigía.

—Rumbo original —gritó Tenrik—. A toda vela. Velocidad máxima.

Tan pronto el Rena de Temos giró a su rumbo original el jefe de remeros ordenó “¡Remad!”, y los mazos golpearon con fuerza sobre el gran tambor de cobre. Dos marineros bajaron de la cubierta superior asiendo látigos que pendían a espaldas del jefe de remeros. Sonreí. Aunque los remeros fueran azotados no podían remar con mayor rapidez y por rápidos que fueran no conseguirían escapar.

—Otros dos barcos a la vista. Por la popa —volvió a gritar el vigía.

Las mazas golpeaban una y otra vez sobre el gran tambor. Medio ahn más tarde oí a Tenrik llamar al vigía.

—¿Puedes distinguir las banderas?

Blancas con rayas verdes y la cabeza de un bosko.

Uno de los esclavos encadenado ante mí susurró por encima del hombro:

—¿Cómo te llamas, capitán?

—Bosko —respondí remando con fuerza.

—¡Jaiiii! —gritó.

—Remad —vociferó el jefe de remeros.

Los marineros con los látigos ahora corrían por entre los bancos, pero ninguno de los encadenados perdía el ritmo.

—Están alcanzándonos —chilló uno de los marineros del puente.

—Más rápidos —gritó otro desde la cubierta superior.

Era imposible golpear el gran tambor con mayor rapidez, además los remeros no podrían mantener aquel ritmo durante mucho más tiempo.

No habría pasado un cuarto de ahn cuando llegó a mis oídos lo que estaba esperando desde hacía ya tiempo.

—Otros dos barcos —gritó el vigía.

—¿Dónde? —preguntó Tenrik.

—¡Justo ante nosotros!

—¡Timón a estribor!

—¡Izad los remos! ¡Remos de babor! ¡Remad!

Izamos los remos y a continuación sólo los de babor cortaron el agua. Inmediatamente el Rena giró ocho puntos a babor en el compás de Gor.

—¡Todos los remos! ¡Remad! —ordenó ahora el jefe de remeros.

—¿Qué hemos de hacer? —preguntó el esclavo que se sentaba ante mí.

—Remar —contesté.

—¡Silencio! —chilló uno de los marineros, azotándonos. Luego, perdiendo el control, empezaron a azotar las sudorosas espaldas de los remeros. Dos de los esclavos perdieron los remos y obstaculizaron el ritmo de los restantes.

El jefe de los esclavos se precipitó entre los bancos arrancando los látigos de las manos de los marineros y ordenándoles que subieran al puente.

Aquél era un buen jefe de remeros.

—¡Izad remos! ¡Preparados! ¡Remad!

De nuevo remábamos a ritmo y el Rena avanzaba sobre las aguas.

—¡Más rápido! —gritó un hombre que bajaba del puente.

El jefe de remeros miró a sus hombres. Apenas podían mantener aquel acelerado ritmo.

—Reduce cinco puntos el ritmo —ordenó al hombre que estaba sentado ante el tambor.

—¡Idiota!

Un oficial bajó apresuradamente las escaleras y de un golpe derribó al jefe de los esclavos de su silla. Volviéndose al hombre sentado ante el tambor ordenó:

—¡Ritmo máximo!

De nuevo los remos se movían a máxima velocidad. El oficial, con un grito de rabia, giró y subió corriendo las escaleras que conducían al puente.

Ritmo máximo.

No había pasado un ahn cuando uno de los esclavos no consiguió mantenerlo, luego fueron dos y los restantes empezaron a perder el compás. No obstante, el hombre ante el tambor continuaba golpeándolo con fuerza. Luego remos y tambor perdieron el compás y no había manera de coordinar los movimientos.

El jefe de remeros, con el rostro ensangrentado, se levantó del suelo.

—Izad los remos —ordenó. Luego, volviéndose al hombre sentado ante el tambor, añadió—: Diez puntos por debajo del ritmo máximo.

Volvimos a coger el ritmo y de nuevo el Rena avanzó.

—¡Más rápido! —gritó el oficial desde arriba.

—¡Éste no es un barco de guerra! —contestó el jefe de los esclavos.

—¡Morirás por esto! ¡Morirás!

Mientras el hombre del tambor mantenía el ritmo, el jefe de los remeros, temblando y con la boca ensangrentada, avanzó por entre los bancos hasta colocarse ante mí. Me miró fijamente.

—Yo soy quien manda aquí —informé.

—Ya lo sé —respondió.

En aquel instante el oficial volvió a bajar las escaleras. Llevaba la espada desenvainada en la mano y sus ojos eran los de un loco.

—¿Quién es el capitán de Puerto Kar? —preguntó.

—Yo —respondí.

—¿Eres el llamado Bosko?

—Así es.

—Voy a matarte.

—Yo no lo haría.

Detuvo el brazo.

—Si me ocurre algo, a mi gente no le gustará.

El brazo cayó a su costado.

—Quítame las cadenas —ordené.

—¿Dónde está la llave? —preguntó al jefe de remeros.

Cuando hubo abierto los grilletes, abandoné el remo. Los esclavos estaban alarmados pero mantenían el ritmo.

—Liberaré a todos aquellos que estén conmigo —dije.

Los esclavos vitorearon a coro.

—De ahora en adelante, seré yo quien dé las órdenes. Haced lo que os diga.

Hubo más gritos de alegría.

Extendí la mano y el oficial me entregó la espada ofreciéndome el puño.

Con un gesto ordené que ocupara mi asiento. Rojo de ira obedeció.

—Se preparan para romper los remos —gritó alguien desde el puente.

—Retirad remos —ordenó el jefe de remeros por instinto.

Los esclavos empezaron a recoger los remos.

—Remos fuera —ordené.

Obedeciendo a mi orden volvieron a ocupar su posición. De pronto, por todo el lado de estribor se oyó un gran crujido. Los esclavos chillaron, saltaron astillas. El ruido era ensordecedor. Algunos remos fueron arrancados de las manos de los remeros, otros medio partidos o rotos; las vigas que corrían paralelas a los costados y que sujetaban las cadenas de los esclavos saltaron derribándolos de los bancos. Hubo gritos de dolor, más de una costilla y brazo había sido roto. Por un instante el barco se decantó hacia estribor y el agua penetró por los toletes, pero otro barco arremetió contra el Rena destrozando los remos del otro costado, enderezando, a la vez, la nave. Ahora se mecía lisiada sobre el agua.

Desde mi punto de vista, la batalla había concluido. Dirigí una mirada al oficial.

—Toma la llave y suelta a los esclavos.

El capitán Tenrik daba órdenes a sus hombres para repeler el abordaje.

El oficial empezó a soltar a los esclavos.

Miré al jefe de remeros.

—Eres un buen jefe, pero ahora hay hombres heridos a los que debes atender.

Metí mi mano bajo el banco que había ocupado. Mi cazo había sido abollado y su contenido flotaba en dos o tres dedos de agua, pero me senté sobre el banco para acabar lo que quedaba. De vez en cuando miraba por los toletes. El Rena estaba rodeado por ocho barcos, y dos galeras del arsenal se aproximaban a sus costados. No había intercambio de flechas o lanzas. El capitán Tenrik ordenó no ofrecer resistencia a los invasores.

Alguien saltó sobre la cubierta del Rena, luego dos más, y a continuación fueron muchos los que lo hicieron.

Habiendo terminado el contenido del cazo lo dejé sobre el banco y subí las escaleras empuñando la espada.

—¡Capitán! —exclamó Thurnock.

Junto a él estaban Clitus y Tab, sonriendo.

Hubo gritos de alegría procedentes de los barcos de Puerto Kar. Levanté la espada agradeciendo el saludo. Me dirigí al capitán Tenrik.

—Gracias, capitán.

Bajó la cabeza en señal de saludo.

—Por lo que he visto, eres un excelente capitán —comenté.

Me miró sorprendido.

—La tripulación es diestra y la nave es buena.

—¿Qué piensas hacer con nosotros? —preguntó.

—El Rena precisa reparaciones que sin duda podrán realizarse en Cos o en Tyros.

—¿Nos dejas en libertad? —preguntó sin dar crédito a mis palabras.

—Si así no fuera, pagaría mal la hospitalidad brindada. Creo que es deber mío devolver el bajel que se me ha prestado. Los esclavos, por supuesto, quedan libres. Vendrán con nosotros. La tripulación, a vela o a remo, sin duda conseguirá llegar a buen puerto.

—Nos las arreglaremos.

—Llevad a los esclavos, tanto si están heridos como si no, a nuestros barcos. Quiero partir para Puerto Kar antes de un ahn.

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