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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

Los Cantos de Hyperion 5 - Huérfanos de la Hélice (10 page)

—Pero dudamos de pedir... —empezó a decir la Auténtica Voz del Árbol Reta Kasteen.

Ces Ambre sacudió la cabeza e hizo un gesto hacia el Dr. Samel. El médico tendió a la templaria una pequeña cantidad de sangre en un tubo de ensayo a prueba de golpes.

—La extrajimos hace sólo un momento —dijo el doctor.

—Vosotros debéis decidir —dijo Ces Ambre—. Ése es siempre el camino. Así es como hay que proceder siempre.

El Jefe Delegado Keel Redt contempló el tubo de ensayo durante un largo momento antes de tomarlo entre sus aún temblorosas manos y guardarlo cuidadosamente en una bolsa de seguridad en el campo de fuerza de su armadura éxter.

—Será interesante ver lo que ocurre —dijo.

Dem Lia sonrió.

—Ésta es la antigua forma de hacer las cosas de Vieja Tierra, ya sabéis. Es chino. "Que viváis tiempos interesantes."

Saigyõ abrió la escotilla estanca y los diplomáticos éxters se fueron, de vuelta al anillo bosque acompañados por los cientos de miles de otros seres de luz, orientando sus velas contra el viento solar, siguiendo las líneas magnéticas de fuerza como veleros de luz empujados por rápidas corrientes.

—Si no os importa —dijo Ces Ambre con una sonrisa—, voy a volver a mi cápsula de sueño profundo y conectarlo. Han sido un largo par de días.

Los nueve despertados originalmente aguardaron hasta que la
Hélice
se trasladó con éxito al espacio Hawking antes de volver al sueño profundo. Cuando estaban todavía en el sistema G8, acelerando hacia arriba y hacia fuera de la eclíptica y el hermoso anillo bosque que ahora eclipsaba el pequeño sol blanco, Oam Rai señaló hacia la ventana de popa y dijo:

—Mirad eso.

Los éxters habían salido para decir adiós. Varios miles de millones de alas de pura energía atrapaban la luz del sol.

Un día en el espacio Hawking conferenciando con las IA fue suficiente para establecer que la nave estaba en perfecta forma, los brazos giratorios y las vainas de sueño profundo funcionaban como debían, que habían vuelto a su rumbo, y que todo estaba bien. Uno por uno regresaron a sus cápsulas: primero Den Soa y sus parejas, luego los demás. Finalmente sólo quedó despierta Dem Lia, sentada en su cápsula segundos antes de ser cerrada.

—Saigyõ —dijo, y era evidente por su tono que era una llamada.

El bajo y gordo monje budista apareció.

—¿Sabías que Ces Ambre era aeneana, Saigyõ?

—No, Dem Lia.

—¿Cómo es posible? La nave tiene perfiles completos genéticos y médicos de cada uno de nosotros. Tenías que saberlo.

—No, Dem Lia. Te aseguro que los perfiles médicos de la ciudadana Ces Ambre estaban dentro de los límites normales de la
Hélice
del Espectro. No había ningún signo de ADN aeneano posthumanidad. Ni ningún indicio en sus perfiles psíquicos.

Dem Lia frunció el ceño por un momento al holograma. Luego dijo:

—¿Biorregistros falsificados, entonces? Ces Ambre o su madre pudieron haberlo hecho.

—Sí, Dem Lia.

Apoyada aún sobre un codo, Dem Lia dijo:

—Que tú sepas, que alguna de las IA sepa, ¿hay otros aeneanos a bordo de la
Hélice
, Saigyõ?

—Que nosotros sepamos, no —dijo el orondo monje, con el rostro muy serio.

Dem Lia sonrió.

—Aenea nos enseñó que la evolución tenía dirección y determinación —dijo en voz muy baja, más para sí misma que para la IA que escuchaba—. Habló de un día en el que todo el universo sería verde de vida. La diversidad, nos enseñó, es una de las mejores estrategias de la evolución.

Saigyõ asintió y no dijo nada.

Dem Lia se recostó en su almohada.

—Consideramos a los aeneanos tan generosos por ayudarnos a preservar nuestra cultura, esta nave, la distante colonia. Apuesto a que los aeneanos han ayudado a un millar de pequeñas culturas a partir del espacio humano hacia lo desconocido. Desean la diversidad..., los éxter, los otros. Desean que muchos de nosotros transmitamos su don de divinidad.

Miró a la IA, pero el rostro del monje budista sólo reflejaba su ligera sonrisa habitual.

—Buenas noches, Saigyõ. Cuida bien de la nave mientras dormimos. —Cerró la cubierta de la cápsula y la unidad inició el ciclo que la sumiría de nuevo en el profundo sueño criogénico.

—Sí, Dem Lia —dijo el monje a la ahora dormida mujer.

La
Hélice
prosiguió su gran arco a través del espacio Hawking. Los brazos giratorios y las vainas de vida tejieron su compleja doble
Hélice
contra el flujo de falsos colores y pulsaciones tetradimensionales que habían reemplazado las estrellas.

Dentro de la nave, las IA habían desconectado el campo de contención de la gravedad y la atmósfera y las luces. La nave avanzaba en la oscuridad.

Luego, un día, unos tres meses después de abandonar el sistema binario, los ventiladores zumbaron, las luces parpadearon, y el campo de contención de la gravedad se activó. Todos los 684.300 colonos siguieron durmiendo.

De pronto aparecieron tres figuras en el pasillo principal, a medio camino entre el puente del centro de mando y los portales de acceso al primer anillo de los brazos de las vainas. La figura central tenía tres metros de altura, cuatro brazos, y su erizada armadura resplandecía cromada y llena de hojas. Sus ojos facetados brillaban rojos. Se mantuvo inmóvil allá donde había aparecido de pronto.

La figura de la izquierda era un hombre de mediana edad, de rizado pelo canoso, ojos oscuros y rasgos agradables. Estaba muy bronceado y llevaba una camisa de algodón azul, pantalones cortos verdes y sandalias. Asintió con la cabeza a la mujer y empezó a caminar hacia el centro de mando.

La mujer era más mayor, visiblemente vieja pese a las técnicas médicas aeneanas, y llevaba una sencilla túnica de impoluto color azul. Se dirigió al portal de acceso, tomó el ascensor hasta el tercer brazo giratorio, y siguió la pasarela hasta el interior del entorno a una g de la vaina. Se detuvo junto a una de las cápsulas, limpió el hielo y la condensación de la mirilla transparente del sarcófago monitorizado umbilicalmente.

—Ces Ambre —murmuró Dem Loa, con sus dedos apoyados sobre el helado plástico a unos centímetros por encima de la mejilla de su hijastra tríada—. Duerme bien, querida. Duerme bien.

En la cubierta de mando, el hombre alto estaba de pie entre las IA virtuales.

—Bienvenido, Petyr, hijo de Aenea y Endymion —dijo Saigyõ con una ligera inclinación de cabeza.

—Gracias, Saigyõ. ¿Cómo estáis todos?

Le hablaron en términos más allá del lenguaje o las matemáticas. Petyr asintió, frunció ligeramente el ceño y tocó el hombro de Basho.

—¿Hay demasiados conflictos en ti, Basho? ¿Desearías reconciliarlos?

El hombre alto con el sombrero cónico y los chanclos enlodados dijo:

—Sí, por favor, Petyr.

El humano apretó el hombro de la IA en un abrazo amistoso. Ambos cerraron los ojos por un instante.

Cuando Petyr lo soltó, el saturnino Basho sonrió ampliamente.

—Gracias, Petyr.

El humano se sentó en el borde de la mesa y dijo:

—Veamos que tenemos delante.

Un holocubo de cuatro por cuatro metros apareció frente a ellos. Las estrellas eran reconocibles. El largo viaje de la
Hélice
fuera del espacio humano-aeneano estaba trazado en rojo. Su trayectoria proyectada seguía hacia adelante en puntos azules, que se extendían hacia el centro de la galaxia.

Petyr se puso en pie, tendió la mano hacia el interior del holocubo, y tocó una pequeña estrella justo a la derecha del rumbo proyectado de la
Hélice
, Al instante aquella sección se amplió.

—Éste podría ser un sistema interesante para explorar —dijo el hombre con una confortable sonrisa—. Una hermosa estrella G2. El cuarto planeta se halla aproximadamente a siete coma seis en la antigua escala Solmev. Estaría más arriba, pero han evolucionado algunos virus muy desagradables y algunos animales muy feroces. Sí, muy feroces.

—Seiscientos ochenta y cinco años luz —anotó Saigyõ—. Más cuarenta y tres años luz de corrección de rumbo. Pronto.

Petyr asintió.

Lady Murasaki agitó su abanico delante de su pintado rostro. Su sonrisa era provocativa.

—¿Y cuando lleguemos, Petyr-san, los virus habrán desaparecido de algún modo?

El hombre alto se encogió de hombros.

—La mayoría de ellos, mi dama. La mayoría de ellos. —Sonrió—. Pero los animales feroces todavía estarán allí. —Estrechó la mano a cada una de las IA—. Manteneos a salvo, amigos míos. Y mantened a salvo a nuestros amigos.

Petyr trotó de vuelta junto a la pesadilla de cromo y hojas de tres metros en el pasillo principal justo en el momento en que la suave túnica de Dem Loa susurraba sobre las enmoquetadas placas del suelo para reunirse con él.

—¿Todo arreglado? —preguntó Petyr.

Dem Loa asintió.

El hijo de Aenea y Raul Endymion apoyó su mano contra el monstruo de pie entre ellos, depositando su palma plana al lado de un curvado cuerno de quince centímetro. Los tres desaparecieron sin el menor sonido.

La
Hélice
cerró su campo de contención de gravedad, almacenó su aire, desconectó sus luces interiores y siguió su camino en silencio, haciendo mientras tanto las más delicadas correcciones de rumbo.

FIN

Notas

[1]
Esta extraña frase está textualmente transcripta del original (Nota de Jota)

[2]
En realidad son dos “hermanos” y una “hermana” (Nota de Jota)

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