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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

Los Cantos de Hyperion 5 - Huérfanos de la Hélice (2 page)

La propia gironave parecía hermosa a la distante luz de las dos estrellas, una luz blanca y roja bañando su piel de un kilómetro de largo, con la luz de estrellas destellando en las tres mil vainas ambientales de sueño profundo, los grupos de treinta vainas en cada uno del centenar de ejes de giro girando tan rápidamente que los brazos eran como la borrosidad de grandes palas de ventilador superponiéndose, mientras las tres mil vainas en sí parecían ser una única y destellante gema brillando con luz roja y blanca. Los aeneanos habían adaptado la nave de tal modo que los ejes de las ruedas giratorias en el largo eje central de la nave estaban ligeramente inclinados en ángulo: los primeros treinta brazos giratorios inclinados hacia atrás, el segundo eje con sus más largos brazos de treinta vainas inclinados hacia adelante, de tal modo que las vainas de sueño profundo se entrecruzaban con sólo microsegundos de separación, cuajando en una sólida masa confusa que hacía que la nave, en pleno giro, se pareciera exactamente a lo que su nombre implicaba:
Hélice
. Un observador que la viera desde algunos cientos de kilómetros de distancia vería algo parecido a una girante doble hélice humana de ADN reflejando la luz de los dos soles emparejados.

Las cinco IA decidieron que lo mejor sería retraer las girantes vainas. Primero los grandes ejes cambiaron su orientación hasta que la brillante hélice se convirtió en una serie de tres mil brazos giratorios que disminuían su velocidad, cada uno con una vaina ovoide en su punta visible a través del cada vez menor movimiento. Luego los brazos de las vainas se detuvieron y se retrayeron hacia la larga nave, y cada vaina de sueño profundo encajó en un alojamiento cóncavo en el casco como un huevo siendo colocado cuidadosamente en un contenedor.

La
Hélice
, ya no parecida a su nombre sino más bien a una larga y esbelta flecha con sus centros de mando en la bulbosa cabeza triangular y el impulsor Hawking y los grandes motores de fusión abultando su otro extremo, aplicó ocho capas de revestimiento sobre los alojados brazos giratorios y las vainas. Todas las IA votaron decelerar hacia la estrella blanca G8 bajo unas conservadoras cuatrocientas gravedades y extender el campo de contención a clase veinte. No había ninguna amenaza visible en ningún sistema de la binaria, pero la gigante roja en el sistema más distante estaba —como debía— expeliendo enormes cantidades de polvo y restos estelares. La IA que se sentía muy orgullosa de sus habilidades de navegación y su cautela advirtió que la trayectoria de entrada hacia la estrella G8 debería mantenerse muy alejada del punto L del límite de Roche debido a las masivas ondas de choque de la heliosfera en aquel lugar, y todas cinco IA empezaron a elaborar un rumbo de deceleración al sistema G8 que evitara lo peor del torbellino heliosférico. Podían enfrentarse fácilmente a la radiación de las ondas de choque allí utilizando incluso un campo de contención de clase tres, pero con 684.300 seres humanos a bordo y a su cuidado, ninguna de las IA quería correr el menor riesgo.

Su siguiente decisión fue unánime e inevitable. Dada la razón para la desviación y la deceleración al interior del sistema G8, deberían despertar a los humanos. Saigyõ, la IA a cargo de las listas de personal, relación de guardias, perfiles psicológicos, y que había convertido en su misión el conocer a fondo cada uno de los 684.300 hombres, mujeres y niños, se tomó varios segundos para revisar la lista antes de decidir sobre las nueve personas a las que despertar.

Dem Lia despertó sin nada de la sorda migraña que se sentía en las unidades de fuga criogénica antiguas. Se sentía descansada y en plena forma cuando se sentó en su litera de sueño profundo, con el brazo de la unidad ofreciéndole el tradicional vaso de zumo de naranja.

—¿Emergencia? —preguntó, con la voz no más ronca o tensa que después de una buena noche de sueño.

—Nada que amenace la nave o la misión —dijo Saigyõ, la IA—. Una anomalía interesante. Una antigua transmisión de radio procedente de un sistema que puede ser una posible fuente de reavituallamiento. No hay problemas de ningún tipo en el funcionamiento de la nave o los sistemas de soporte vital. Todo está bien. La nave no corre ningún peligro.

—¿A qué distancia estamos del último sistema que comprobamos? —preguntó Dem Lia, mientras terminaba el zumo de naranja y se ponía el mono con su banda verde esmeralda en el brazo izquierdo y en su turbante. Su gente había llevado tradicionalmente túnicas del desierto, cada túnica del color del Espectro Amoiete que las diferentes familias habían decidido honrar, las túnicas eran poco prácticas en el viaje espacial, donde la gravedad cero era un entorno frecuente.

—Seis mil trescientos años luz —dijo Saigyõ. Dem Lia se contuvo de parpadear.

—¿Cuántos años desde el último despertar? —dijo con voz suave—. ¿Cuantos años en tiempo de viaje total de la nave? ¿Cuántos años en deuda temporal del viaje total?

—Nueve años de la nave y ciento dos años de deuda temporal desde el último despertar —dijo Saigyõ—. Viaje total de la nave, treinta y seis años. Total de deuda temporal del viaje relativo al espacio humano, cuatrocientos un años, tres meses, una semana, cinco días.

Dem Lia se frotó el cuello.

—¿A cuántos de nosotros has despertado?

—A nueve.

Dem Lia asintió, dejó de perder tiempo charlando con la IA, miró a su alrededor sólo una vez a los doscientos y pico sarcófagos sellados donde su familia y amigos seguían durmiendo, y tomó la cinta principal hacia la cubierta de mando, donde se estarían reuniendo los otros ocho.

Los aeneanos habían seguido la petición de la gente de la
Hélice
del Espectro de Amoiete de construir la cubierta de mando como el puente de una antigua nave antorcha o algún buque marítimo de Vieja Tierra, pre-Hégira. La cubierta estaba orientada en dirección hacia abajo, y Dem Lia se sintió complacida de observar en el viaje a la cubierta de mando que el campo de contención de la nave se mantenía a una firme g. El puente en sí tenía unos veinticinco metros de ancho y contenía las estaciones de enlace de mando para los distintos especialistas, así como una mesa central —redonda, por supuesto— donde se estaban reuniendo los despertados, bebiendo café y gastándose las habituales bromas acerca de los sueños del sueño profundo criogénico. A todo alrededor del gran hemisferio de la cubierta de mando, amplias ventanas se abrían al espacio: Dem Lia se detuvo un minuto para contemplar la extraña disposición de las estrellas, la vista hacia atrás de la aparentemente infinita longitud de la propia
Hélice
, donde fuertes filtros disminuían el brillo de la llama de fusión de la cola que ahora alcanzaba ocho kilómetros hacia su destino..., y al sistema binario en sí, una pequeña estrella blanca y una gigante roja, ambas claramente visibles. Las ventanas no eran en realidad ventanas, por supuesto; las imágenes holográficas podían cambiarse y aumentar o disminuir su tamaño u opacificarse en cualquier instante, pero por ahora la ilusión era perfecta.

Dem Lia dirigió su atención a las ocho personas junto a la mesa. Las había conocido a todas durante los dos años de entrenamiento en la nave con los aeneanos, pero no conocía bien a ninguna de ellas. Todas habían formado parte del selecto grupo de menos de mil elegidos para posible despertar durante el tránsito. Comprobó el color de sus bandas mientras se presentaban por encima del café.

Cuatro hombres, cinco mujeres. Una de las otras mujeres lucía también el verde esmeralda, lo cual significaba que Dem Lia no sabía si el mando recaería en ella o en la otra mujer más joven. Por supuesto, en cualquier caso el consenso determinaría eso, pero puesto que la banda verde esmeralda del poema y sociedad de la
Hélice
del Espectro de Amoiete significaba resonancia con la naturaleza, habilidad en el mando, confort con la tecnología y la conservación de las formas de vida en peligro —y todos los 684.300 refugiados de la Amoiete podían ser considerados formas de vida en peligro tan lejos del espacio humano—, se suponía que en despertares inusuales los verdes eran votados para el mando en general. Además de la otra verde —una mujer joven, pelirroja, llamada Res Sandre— había: un hombre de banda roja, Patek Georg Dem Mio; una joven mujer de banda blanca llamada Den Soa, a la que Dem Lia conocía de las simulaciones diplomáticas; un hombre de banda ébano llamado Jon Mikail Dem Alem; una mujer ya mayor de banda amarilla llamada Oam Rai, a la que Dem Lia recordaba por sobresalir en las operaciones de sistemas de la nave; un hombre de banda azul y pelo blanco llamado Peter Delen Dem Tae, cuyo entrenamiento primario era en psicología; una atractiva mujer de banda violeta —casi con toda seguridad escogida para astronomía— llamada Kem Loi; y un hombre de banda naranja —su médico, con el que Dem Lia había hablado en varias ocasiones—, Samel Ria Jem Ali, conocido por todos como Dr. Sam.

Tras las presentaciones hubo un silencio. El grupo miró por las ventanas hacia el sistema binario, con la estrella blanca G8 casi perdida en el resplandor de la formidable cola de fusión de la
Hélice
.

Finalmente el rojo, Patek Georg, dijo:

—Muy bien, nave. Explícate.

La calmada voz de Saigyõ brotó por los omnipresentes altavoces.

—Nos estábamos acercando al tiempo de empezar a buscar mundos de características terrestres cuando los sensores y la astronomía se interesaron en este sistema.

—¿Un sistema binario? —dijo Kem Loi, la violeta—. Ciertamente no en el sistema de la gigante roja. —La gente de la
Hélice
del Espectro de Amoiete había sido muy específica acerca del mundo que deseaba que su nave encontrara para ellos: un sol G2, un mundo tipo terrestre que fuera al menos un 9 en la vieja escala Solmev, océanos azules, temperaturas agradables..., en otras palabras, un paraíso. Tenían cientos de miles de años luz y miles de años para buscarlo. Estaban convencidos de encontrarlo.

—No quedan mundos en el sistema de la gigante roja —admitió afablemente Saigyõ, la IA—. Estimamos que el sistema era una estrella enana G2 blancoamarilla...

—Un Sol —murmuró Peter Delen, el azul, sentado a la derecha de Dem Lia.

—Sí —dijo Saigyõ— Muy parecida al sol de Vieja Tierra. Estimamos que se volvió inestable en la secuencia principal del estadio de quemar el hidrógeno hará unos tres millones y medio de años estándar y luego se expandió a su fase de gigante roja y se tragó cualquier planeta que hubiera en su sistema.

—¿Cuántas UA se extiende la gigante? —preguntó Res Sandre, la otra verde.

—Aproximadamente una punto tres —dijo la IA.

—¿Y no hay planetas exteriores? —quiso saber Kem Loi. Los violetas en la
Hélice
estaban dedicados a estructuras complejas, el ajedrez, el amor de los más complejos aspectos de las relaciones humanas, y la astronomía—. Parece que tendrían que haber quedado algunos gigantes gaseosos o mundos rocosos si sólo se expandió un poco más allá de lo que era la órbita de Vieja Tierra o de Hyperion.

—Quizá los mundos exteriores eran planetoides muy pequeños que fueron empujados hacia fuera por la constante presión de las partículas pesadas —dijo Patek Georg, el pragmático de banda roja.

—Quizá no se formaron mundos en este sistema —dijo Den Soa, la diplomática de banda blanca. Su voz era triste—. Al menos en ese caso no se destruyó ninguna vida cuando el sol se convirtió en gigante roja.

—Saigyõ —dijo Dem Lia—, ¿por que estamos decelerando hacia esa estrella blanca? ¿Podemos ver las especificaciones, por favor?

Imágenes, trayectorias y columnas de datos aparecieron sobre la mesa.

—¿Qué es eso? —dijo la mujer mayor de la banda amarilla, Oam Rai.

—Un anillo bosque éxter —dijo Jon Mikail Dem Alem—. Todo este camino. Todos estos años. Y alguna antigua nave simiente éxter de la Hégira nos ha ganado en eso.

—¿Nos ha ganado en qué? —preguntó Res Sandre, la otra verde—. ¿No hay planetas en este sistema tampoco, Saigyõ?

—No, señora —dijo la IA.

—¿Estabas pensando en renovar su anillo bosque? —quiso saber Dem Lia. El plan había sido evitar todos los mundos o fortalezas aeneanos, Pax o éxter hallados a lo largo de su viaje lejos del espacio humano.

—Este anillo bosque orbital es excepcionalmente abundante —dijo Saigyõ, la IA—, pero nuestra auténtica razón de despertaros e iniciar la deceleración dentro del sistema es que alguien que vive en o cerca del anillo está transmitiendo una señal de socorro en una banda código antigua de la Hegemonía. Es muy débil, pero la hemos captado desde una distancia de doscientos veintiocho años luz.

Eso les hizo hacer una pausa. La
Hélice
había sido lanzada unos ochenta años después del Momento Compartido aeneano, ese acontecimiento clave en la historia humana que había marcado el inicio de una nueva era para la mayor parte de la raza humana. Antes del Momento Compartido, la sociedad Pax manipulada por la Iglesia había controlado el espacio humano durante trescientos años. Esos éxters debían de haberse perdido toda la historia de Pax y probablemente la mayor parte de los mil años de historia de la Hegemonía que precedió a Pax. Además de eso, la deuda temporal de la
Hélice
añadía más de cuatrocientos años de viaje. Si esos éxters habían formado parte de la Hégira original de Vieja Tierra o de los Viejos Sistemas Vecinos en los primeros días de la Hegemonía, podían haber permanecido muy bien fuera de contacto con el resto de la raza humana durante mil quinientos años estándar o más.

—Interesante —dijo Peter Delen Dem Tae, cuyo entrenamiento de banda azul incluía una profunda inmersión en la psicología y la antropología.

—Saigyõ, pasa la señal de socorro, por favor —dijo Dem Lia.

Se produjeron una serie de siseos, pops y silbidos de estática con lo que podía ser muy bien una palabra electrónicamente filtrada. El acento era inglés primitivo de la Red Hegemónica.

—¿Qué dice? —preguntó Dem Lia—. No puedo captarlo.

—Ayúdennos —dijo Saigyõ. La voz de la IA estaba teñida con un acento asiático y normalmente sonaba ligeramente divertida, pero su tono era llano y serio ahora.

Los nueve alrededor de la mesa se miraron en silencio. Su objetivo había sido dejar el espacio aeneano humano y posthumano muy lejos tras ellos, permitiendo a su gente, la cultura de la
Hélice
del Espectro de Amoiete, perseguir sus propios fines, hallar su propio destino libres de la intervención aeneana. Pero los éxters eran sólo otra rama del linaje humano que intentaba determinar su propio camino evolutivo adaptándose al espacio, con sus aliados templarios viajando con ellos, utilizando sus secretos genéticos para desarrollar anillos bosque orbitales e incluso esferas de árboles estelares rodeando completamente sus soles.

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