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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

Los Cantos de Hyperion 5 - Huérfanos de la Hélice (9 page)

El éxter plenamente adaptado para el espacio radió sus instrucciones.

—Ya está hecho. Muchos quieren presenciar el espectáculo.

Dem Lia gruñó suavemente.

—Espero que no sea un espectáculo mayor del que esperamos —dijo.

La
Hélice
efectuó el salto sin problemas, con sólo pequeñas alteraciones en unos pocos subsistemas de la nave. Examinaron el sistema a una distancia de tres UA de la superficie de la gigante roja. Habían estimado dos días, pero la investigación estaba terminada en menos de veinticuatro horas.

No había planetas ocultos, ni planetoides, ni asteroides huecos, ni cometas convertidos, ni hábitats espaciales artificiales..., ningún signo de vida en absoluto. Cuando la estrella G2 terminó su evolución a una gigante roja, hacía al menos tres millones de años, sus núcleos de helio empezaron a quemar sus propias cenizas en un segundo round de reacciones de fusión a alta temperatura en el corazón de la estrella mientras la fusión original del hidrógeno continuaba en un delgado cascarón muy lejos de aquel núcleo y todo el proceso creaba átomos de carbono y oxígeno que se añadían a la reacción y...,
presto
..., el renacimiento de corta vida de la estrella como una gigante roja. Era evidente que no había habido planetas exteriores ni gigantes de gas ni mundos rocosos más allá del alcance del nuevo sol rojo. Cualquier planeta interior había sido engullido entero por la estrella en expansión. Las emisiones de gas y polvo y las radiaciones pesadas habían limpiado el sistema solar de cualquier cosa más grande que los meteoritos de níquel y hierro.

—Así pues —dijo Patek Georg—, eso es todo.

—¿Debo autorizar a las IA a que inicien la aceleración completa hacia el punto de traslación de regreso? —preguntó Res Sandre.

Los diplomáticos éxters se habían trasladado a la cubierta de mando con sus sillones especializados. A nadie le importaba la gravedad de un décimo en el puente puesto que cada uno de los especialistas del Espectro de Amoiete —con la excepción de Ces Ambre— estaba anclado a un sillón de control y en contacto con la nave a toda una variedad de niveles. Los diplomáticos éxters habían guardado silencio durante la mayor parte de la búsqueda, y siguieron en silencio ahora cuando se volvieron para mirar a Dem Lia en su consola central.

La comandante elegida se golpeó el labio inferior con un nudillo.

—Todavía no. —Su búsqueda los había llevado a todo alrededor de la gigante roja, y ahora estaban a menos de una UA de su hirviente superficie—. Saigyõ, ¿has mirado dentro de la estrella?

—Sólo lo suficiente para tomar una muestra —llegó la afable voz de la IA—. Típica de una gigante roja en este estadio. La luminosidad solar es unas dos mil veces la de su compañera G8. Tomamos una muestra del núcleo..., ninguna sorpresa. Los núcleos de helio se hallan evidentemente unidos pese a su repulsión eléctrica mutua.

—¿Cuál es su temperatura superficial? —quiso saber Dem Lia.

—Aproximadamente tres mil grados Kelvin —llegó la respuesta de Saigyõ— Más o menos la mitad de la temperatura superficial que tenía cuando era un sol G2.

—Oh, Dios mío —susurró la banda violeta, Kem Loi, desde su silla en la estación astronómica—. ¿Estás pensando...?

—Radar profundo hacia la estrella, por favor —dijo Dem Lia.

Los holográficos aparecieron menos de veinte minutos más tarde, mientras la estrella giraba y ellos la orbitaban. Saigyõ dijo:

—Un solo mundo rocoso. Todavía en órbita. Aproximadamente cuatro quintos del tamaño de Vieja Tierra. Evidencias de radar de fondos oceánicos y antiguos lechos de ríos.

—Probablemente —dijo el Dr. Sam— era de tipo terrestre hasta que su sol en expansión hizo hervir sus mares y evaporó su atmósfera. Dios ayude a quienes fuera que vivieron allí.

—¿A qué profundidad está de la troposfera del sol? —preguntó Dem Lia.

—A menos de ciento cincuenta mil kilómetros —dijo Saigyõ.

Dem Lia asintió.

—Eleva los campos de contención al máximo —dijo suavemente—. Vamos a visitarlo.

Es como nadar bajo la superficie de un mar rojo
, pensó Dem Lia mientras se acercaban al rocoso mundo. Por encima de ellos, la atmósfera exterior de la estrella giraba y trazaba espirales, tornados de campos magnéticos se elevaban de las profundidades y se disipaban, y el campo de contención brillaba ya pese a los treinta cables de microfilamento que arrastraban a lo largo de ciento sesenta mil kilómetros para que actuaran como radiadores.

Durante una hora la
Hélice
permaneció a menos de veinte mil kilómetros de lo que quedaba de lo que hubiera podido ser muy bien en su tiempo Vieja Tierra o Hyperion. Varios sensores perforaron el rocoso mundo a través del girante lodo rojo.

—Un mundo de ceniza —dijo Jon Mikail Dem Alem.

—Un mundo de ceniza lleno de vida —dijo Kem Loi ante el nexus sensible primario. Llamó al holo del radar de profundidad—. Absolutamente acribillado. Océanos internos de agua. Al menos tres mil millones de entidades sintientes. No tengo la menor idea de si son humanoides, pero poseen máquinas, mecanismos de transporte, y colmenas como ciudades. Incluso puede verse el puerto de amarre donde sitúan su cosechadora cada cincuenta y siete años.

—¿Pero todavía ningún contacto comprensible? —preguntó Dem Lia. La
Hélice
había estado transmitiendo mensajes matemáticos básicos en todas las anchuras de banda, espectros y tecnología de comunicaciones que poseía la nave, desde el radiomáser hasta la modulación de taquiones. Había habido alguna especie de emisión de respuesta.

—Ondas de gravedad moduladas —explicó Ikkyû—. Pero no responden a nuestros mensajes matemáticos o geométricos. Captan nuestras señales electromagnéticas pero no las comprenden, y nosotros no podemos descifrar sus pulsos gravitónicos.

—¿Cuánto tiempo para estudiar las modulaciones hasta que podamos hallar un alfabeto común? —preguntó Dem Lia.

El fruncido rostro de Ikkyû pareció apenado.

—Semanas, como mínimo. Meses más probablemente. Quizás años. —La IA devolvió la decepcionada mirada de los humanos, éxters y templaria—. Lo siento —dijo, abriendo las manos—. La humanidad sólo ha contactado con dos razas sintientes alienígenas antes, y en ambos casos
ellos
hallaron la forma de comunicarse con
nosotros
. Esos... seres... son auténticamente alienígenas. Hay demasiados pocos referentes comunes.

—No podemos permanecer aquí mucho más tiempo —dijo Res Sandre en su nexo de ingeniería—. Se están acercando poderosas tormentas magnéticas procedentes del núcleo. Y no podemos disipar el calor con la suficiente rapidez. Tenemos que irnos.

De pronto Ces Ambre, que tenía su silla pero no una estación con una misión determinada, se puso en pie, flotó un metro por encima del suelo en el décimo de g, gimió, y flotó lentamente hasta el suelo como desvanecida.

El Dr. Sam la alcanzó un segundo antes que Dem Lia y Den Soa.

—Todos los demás, permaneced en vuestros puestos —dijo Dem Lia.

Ces Ambre abrió sus sorprendentes ojos azules.

—Son tan diferentes. No son humanos en absoluto..., respiran oxígeno pero no como los émpatas seneschai..., modulares..., mentes múltiples..., tan fibrosas...

Dem Lia sujetó a la mujer.

—¿Puedes comunicarte con ellos? —preguntó con urgencia—. ¿Envían imágenes?

Ces Ambre asintió débilmente.

—Envíales la imagen de su máquina cosechadora y de los éxter —dijo Dem Lia con urgencia—. Muéstrales el daño que su máquina causa a los núcleos urbanos éxter. Muéstrales lo que son los éxter..., humanos..., sintientes. Que ocupan, pero no dañan el anillo bosque.

Ces Ambre asintió de nuevo y cerró los ojos. Un momento más tarde empezó a llorar.

—Ellos..., lo lamentan..., tanto —susurró—. La máquina no les envía..., imágenes..., sólo la comida y el aire y el agua. Está programada..., como sugeriste, Dem Lia..., para eliminar infestaciones. Lamentan tanto..., tanto..., la pérdida de vidas éxters. Ofrecen el suicidio de..., de su especie..., si eso repara la destrucción.

—No, no, no —dijo Dem Lia, apretando las manos de la llorosa mujer—. Diles que eso no será necesario. —La sujetó por los hombros—. Eso va a ser difícil, Ces Ambre, pero tienes que preguntarles si la cosechadora puede ser reprogramada. Enseñada a permanecer lejos de los asentamientos éxters.

Ces Ambre cerró los ojos durante varios minutos. En un momento determinado pareció como si hubiera dejado de respirar. Luego aquellos maravillosos ojos se abrieron mucho.

—Pueden. Están enviando los datos de reprogramación.

—Estamos recibiendo pulsos gravitónicos modulados —dijo Saigyõ—. Todavía no hay ninguna traducción posible.

—No necesitamos traducción —dijo Dem Lia, inspirando profundamente. Ayudó a Ces Ambre a levantarse y a volver a su silla—. Simplemente tenemos que registrarlos y repetírselos al Destructor cuando hayamos vuelto. —Apretó de nuevo la mano de Ces Ambre—. ¿Puedes comunicarles nuestro agradecimiento y nuestro adiós?

La mujer sonrió.

—Ya lo he hecho. Como mejor he podido.

—Saigyõ —dijo Dem Lia—. Sácanos inmediatamente de aquí y acelera a toda velocidad hacia el punto de traslación.

La
Hélice
sobrevivió al salto desde el espacio Hawking de vuelta al sistema G8 sin ningún daño. El Destructor había alterado ya su trayectoria hacia las regiones pobladas del anillo bosque, pero Den Soa radió las grabaciones gravitónicas moduladas mientras todavía estaban decelerando, y la gigantesca cosechadora respondió con un indescifrable retumbar gravitónico y cambió obedientemente el rumbo hacia una remota y despoblada sección del anillo. Jinete Lejano utilizó su propio equipo de comunicación para mostrarles un holo del regocijo en las ciudades, plataformas, vainas, ramas y torres del anillo, luego cerró su equipo transmisor.

Se habían reunido en el solárium. Ninguna de las IA estaba presente o escuchaba, tan sólo los humanos, éxter y templaria sentados en círculo. Todos los ojos estaban fijos en Ces Ambre. Los ojos de la mujer estaban cerrados.

Den Soa dijo en voz muy baja:

—Los seres... de ese mundo..., tuvieron que construir el anillo árbol antes de que su estrella se expandiera. Construyeron la astronave cosechadora. ¿Por qué simplemente... no se marcharon?

—El planeta era... es... su hogar —susurró Ces Ambre, con los ojos aún fuertemente cerrados—. Como niños..., no querían abandonar su hogar... porque está oscuro ahí fuera. Muy oscuro... vacío. Quieren... su
hogar.
—La mujer abrió los ojos y sonrió lánguidamente.

—¿Por qué no nos dijiste que eras aeneana? —preguntó suavemente Dem Lia.

Ces Ambre encajó resueltamente la mandíbula.


No
soy aeneana. Mi madre, Dem Loa, me dio el sacramento de la sangre de Aenea, a través de la de ella, por supuesto, tras rescatarme del infierno de Santa Teresa. Pero decidí
no
usar las habilidades aeneanas. Decidí
no
seguir a los demás, sino permanecer con la Amoiete.

—Pero te comunicaste telepáticamente con... —empezó a decir Patek Georg.

Ces Ambre negó con la cabeza e interrumpió rápidamente.


No
es telepatía. Es... conectarse... con el Vacío que Vincula. Es oír el lenguaje de los muertos y de los vivos a través del tiempo y del espacio mediante pura empatía. Memorias que no son de uno. —La mujer de noventa y cinco años que parecía de mediana edad se llevó la mano a la frente—. Es
tan
agotador. Durante muchos años luché para no prestar atención a las voces..., para no unirme a las memorias. Por eso el sueño criogénico profundo es tan... relajante.

—¿Y las otras habilidades aeneanas? —preguntó Dem Lia, con voz aún muy baja—. ¿Te teleyectas individualmente?

Ces Ambre negó con la cabeza, con su mano escudando todavía sus ojos.

—No deseo
aprender
los secretos aeneanos —dijo. Su voz sonaba muy cansada.

—Pero podrías si quisieras —dijo Den Soa con voz sorprendida—. Podrías dar un paso, teleyectarte, y estar de vuelta en Vitus-Gray-Balianus B o Hyperion o Centro Tau Ceti o Vieja Tierra en un segundo, ¿no?

Ces Ambre bajó su mano y miró fijamente a la otra mujer más joven.

—Pero
no lo haré.

—¿Vas a continuar con nosotros en sueño profundo hasta nuestro destino? —preguntó la otra banda verde, Res Sandre—. ¿Hasta nuestra colonia final de la
Hélice
del Espectro?

—Sí —dijo Ces Ambre. Aquella única palabra era una declaración y un desafío.

—¿Cómo se lo diremos a los demás? —preguntó Jon Mikail Dem Alem—. Tener una aeneana..., una aeneana potencial..., en la colonia lo cambiará... todo.

Dem Lia se puso en pie.

—En mis últimos momentos como vuestro comandante elegido por consenso, puedo hacer que esto sea una orden, ciudadanos. Sin embargo, voy a pedir una votación. Creo que Ces Ambre y sólo Ces Ambre debería tomar la decisión de si decirles o no al resto de nuestra familia de la
Hélice
del Espectro lo de su... don. En cualquier momento después de que alcancemos nuestro destino. —Miró directamente a Ces Ambre—. O nunca, si así lo decides.

Dem Lia se volvió para mirar uno a uno a los otros ocho.

—Y nunca deberemos revelar el secreto. Sólo Ces Ambre tiene el derecho de decírselo a los demás. Aquellos que estén a favor de eso, que digan sí.

Fue unánime.

Dem Lia se volvió hacia los éxters y la templaria.

—Saigyõ me asegura que nada de esto fue transmitido por vosotros.

Jinete Lejano asintió.

—¿Y vuestros registros del contacto de Ces Ambre con los alienígenas a través del Vacío que Vincula?

—Destruidos —emitió el éxter de cuatro metros de estatura.

Ces Ambre se acercó a los éxters.

—Pero todavía deseáis algo de mi sangre..., algo del ADN sacramental de Aenea. Todavía deseáis la elección.

Las largas manos del Jefe Delegado Keel Redt estaban temblando.

—No nos corresponde a nosotros decidir transmitir la información o dejar que el sacramento sea distribuido..., los Siete Consejos tendrán que reunirse en secreto..., la Iglesia de Aenea deberá ser consultada..., o... —Evidentemente el éxter sufría ante el pensamiento de millones o miles de millones de sus compañeros éxters abandonando el anillo bosque para siempre, teleyectándose hacia el espacio humano-aeneano o hacia alguna otra parte. Su universo nunca volvería a ser el mismo—. Pero nosotros tres no tenemos el derecho de rechazarlo por nadie.

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