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Authors: Jim Butcher

Tags: #Fantasía

Latidos mortales (18 page)

BOOK: Latidos mortales
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Tenía que limpiar mi cabeza.

Me puse la ropa de correr tan sigilosamente como pude. Aunque por lo cansado que parecía Butters, me podría haber puesto de punta en blanco, en fundándome en una armadura del Renacimiento, que 'él no se hubiese despertado. Cogí a Ratón para darle su paseo de la mañana, rellené una botella de plástico con agua fría y me dirigí hacia la puerta.

Thomas estaba esperándome al lado del todoterreno, vestido igual que yo, con camiseta y pantalones cortos. Solo él podía parecer elegante con aquella pinta; a su lado cualquiera diría que yo me había comprado la ropa en un mercadillo de segunda mano.

—¿Dónde está el Escarabajo? —me preguntó.

—En el taller —le dije—. Alguien me lo destrozó.

—¿Por qué?

—Pues todavía no lo sé —le dije—. ¿Te vienes a correr?

—¿Por qué? —volvió a preguntar.

—Tengo la cabeza como un bombo. Necesito moverme. Thomas asintió comprendiendo a lo que me refería.

—¿Adónde?

—A la playa.

—Vale —dijo. Levantó el pulgar de una mano dirigiéndolo hacia el todoterreno—. ¿De quién es el acorazado?

—De Billy y Georgia, me lo han dejado.

—Muy amable por su parte.

—Amable y estúpido. No durará mucho conmigo al volante. —Suspiré—. Pero necesito estar motorizado. Ya podemos irnos que ya ha amanecido, y aun así no me gusta nada dejar solo a Butters tanto tiempo.

Asintió y nos subimos al todoterreno.

—¿Quieres contarme qué es lo que está pasando?

—Dios, no hasta que se me despeje un poco la cabeza. Después de correr.

—De acuerdo —me dijo. Se quedó en silencio todo el camino hasta la playa.

La avenida North Beach en verano es uno de los lugares más concurridos de la ciudad. Sin embargo, en una mañana nublada de finales de octubre no verás ni un alma. Había dos coches en el aparcamiento, probablemente el otro sería de uno de los dos chicos que hacían
footing
por el carril designado.

Aparqué el todoterreno y Thomas y yo nos bajamos. Me pasé un par de minutos estirando, aunque probablemente no estaba siendo tan meticuloso como debía. Thomas simplemente se apoyó en el todoterreno y se quedó mirándome sin abrir la boca. Hasta donde yo sé, los vampiros no tienen mucha necesidad de estirar los músculos. Asentí y los dos nos metimos en el carril de
footing y
empezamos a trotar al ritmo más tranquilo del que fui capaz. Calenté a ese ritmo durante unos diez minutos hasta que sentí que podía ir subiendo. Thomas iba a mi lado todo el tiempo, con los ojos medio cerrados, distante. Mi respiración se niveló a buen ritmo, severo pero no muy fatigoso. Thomas tampoco respiraba muy cansado todavía, y aunque sus piernas son mucho más largas que las mías, hace unos años que yo he desarrollado el gusto por correr como mero ejercicio. Subí la marcha y por fin le empezó a costar algo de esfuerzo mantenerse a mi lado.

Corrimos por el arenal y pasamos por delante de la casa de la playa, que consiste en una gran construcción que recuerda a una antigua barca y da la impresión de haberse hundido en la arena. Cuando llegamos hasta el final de la playa, nos dimos la vuelta y volvimos. Hicimos el mismo recorrido tres veces antes de que bajara un poco el ritmo y dijera:

—¿Entonces quieres que te cuente lo que está pasando?

—Sí —dijo.

—Vale. —No había nadie cerca y el sol ya se había asomado por el horizonte a nuestra espalda. Mavra no podría oírnos y tampoco era muy probable que ningún mortal lo consiguiese. Era lo más cercano a la privacidad que podríamos conseguir. Empecé a contar desde la llegada del paquete de Mavra y le fui relatando todo lo que había ido sucediendo durante la noche.

—¿Sabes lo que deberíamos hacer? —me preguntó Thomas cuando terminé—. Deberíamos matar a Mavra. Podríamos convertirlo en un proyecto familiar.

—No —le dije—. Si nos la cargamos, será Murphy quien lo pague.

—Sí, sí —dijo Thomas—. Creo que está muy claro que a Murphy no le haría mucha gracia mi idea.

—No quiero llegar a eso —le dije—. Además, sea lo que sea
La palabra de Kemmler
, hay mucha gente realmente mala que la está buscando. Probablemente sea una buena idea asegurarnos de que no la consiguen.

—Bien —dijo Thomas—. Entonces vas a intentar quitárselo a la gente mala para dárselo a una vampira mala.

—No, si puedo evitarlo —le dije.

—Entonces, ¿Murphy se convertirá en cenizas? —preguntó él.

Abrí mucho los ojos.

—No, si puedo evitarlo.

—¿Y cómo vas a hacer todo eso?

—Estoy trabajando en ello —dije—. El primer paso es encontrar
La palabra de Kemmler
. O hacerlo todo de un pelotazo.

—¿Y eso cómo se consigue?

—Con el mapa —le dije—. No creo que esos tíos estén por ahí haciendo magia negra sin ninguna razón. Tengo que comprobar dónde han estado y qué es lo que han llevado a cabo.

—¿Y qué pasa con Butters? —preguntó Thomas.

—Por ahora lo vamos a mantener a salvo protegido por los conjuros. No sé para qué lo querría Grevane, y hasta que lo averigüe, tiene que permanecer escondido.

—Dudo que Grevane estuviese buscando un fanático de la polca —dijo Thomas.

—Lo sé. Tiene algo que ver con uno de los cuerpos de la morgue.

—¿Y por qué no vamos allí? —preguntó Thomas.

—Porque al vigilante lo mataron en ese lugar. Hay sangre por todos lados, tal vez esté todavía también el cuerpo del guardia y solo Dios sabe lo que habrá hecho Grevane cuando nos fuimos de allí. A estas horas la poli lo tendrá cerrado y vallado, y me imagino que estarán deseosos de tener una larga charla con alguien que haya estado allí. No puedo permitirme meter el hocico en una sala de interrogatorios justo ahora. Y Butters tampoco.

—Entonces pídele a Murphy que eche un vistazo —dijo Thomas.

Apreté los dientes mientras daba un par de pasos.

—No puedo. Murphy está de vacaciones.

—¡Oh! —dijo.

—Le estoy regando las plantas.

—Bien.

—Mientras está en Hawái.

—Ajá —dijo.

—Con Kincaid.

Thomas frenó en seco.

Yo no.

Me alcanzó cien metros más adelante.

—Menuda putada.

Refunfuñé.

—Creo que quería que le dijese que no fuese —le dije—. Creo que por eso vino a verme.

—¿Y por qué no se lo dijiste? —me preguntó.

—No me di cuenta hasta que fue demasiado tarde. Además, no es mi novia ni nada parecido. No es cosa mía decirle con quién puede quedar. —Sacudí la cabeza—. Además… Quiero decir, si tuviese que pasar algo con Murphy, ya habría pasado antes, ¿no? Y si empezásemos una relación y no funcionase, sería una auténtica putada para mí. Quiero decir, la mayor parte de mis ingresos vienen de trabajos para el lE.

—Eso es muy razonable y maduro, Harry —dijo Thomas.

—Lo más inteligente es no intentarlo y no complicar las cosas.

Thomas frunció el ceño mientras me miraba. Y luego dijo:

—No hablarás en serio… ¿o sí? Me encogí de hombros.

—Supongo que sí. Claro.

—Hermanito —me dijo—, a veces me alucina lo estúpido que eres para ciertas cosas.

—¿Estúpido? Acabas de decirme que era razonable.

—Tus excusas los son —dijo Thomas—, pero el amor no.

—¡No estamos enamorados!

—Y nunca lo vais a estar —dijo Thomas—, si sigues siendo tan lógico.

—Como si tú fueses el más adecuado para aconsejar.

Las zancadas de Thomas resonaron en el carril con más fuerza que antes.

—Yo sé lo que es perderlo. No seas idiota, Harry. No lo pierdas como me pasó a mí.

—No puedo perder lo que ni siquiera tengo.

—Tienes una oportunidad —dijo alargando sus palabras. Me dio la sensación de que se estaba empezando a poner violento—. Y eso es más de lo que tengo yo.

No contesté. Llegamos al final del carril y salimos. Caminamos despacio por la playa, relajándonos.

—Thomas —dije—, ¿qué es lo que te pasa hoy, tío?

—Tengo hambre —dijo y su voz sonó como un rugido.

—Podemos parar en McDonald's o donde sea de vuelta a casa —propuse.

Me enseñó los dientes.

—No es ese tipo de hambre.

—¡Oh! —Caminamos durante un rato más y dije—: pero ya te alimentaste ayer,¿no? Se rió emitiendo un sonido corto y amargo.

—¿Alimentarme? No. Aquella mujer… Aquello no fue nada.

—Pues parecía que acabase de correr un maratón. Tuviste que llevarte algo de ella.

—Me llevé —escupió las palabras—. Pero no había sustancia. No conseguí nada profundo de ella. Ya no lo hago nunca con nadie. No desde Justine.

—Pero comer es comer, ¿no? —le dije.

—No —me contestó—. No lo es.

—¿Por qué?

—No es así.

—¿Entonces cómo es?

—No tiene sentido que te lo explique —me dijo.

—¿Por qué no?

—No podrías entenderlo —me dijo.

—No, si no me lo cuentas —le dije—. Thomas, soy tu hermano. Quiero entenderte. —Paré en seco y le puse la mano en el hombro, agarrándolo con tanta fuerza como para hacer que se girase para mirarme—. Mira. Sé que las cosas no están saliendo como esperábamos. Pero si cada vez que estás preocupado por algo te marchas enfadado, si no me das la oportunidad de entenderte, nunca vamos a llegar a ningún lado.

Cerró los ojos y la frustración apareció en su cara. Empezó a andar hacia el extremo de la playa, justo por el borde del agua del lago Míchigan. Lo seguí. Caminó hasta la otra punta de la playa y se detuvo de golpe.

—Te echo una carrera para volver. Si me ganas te lo digo.

Parpadeé.

—¿Pero dónde coño estamos? ¿En el patio del colegio?

Sus ojos grises brillaron con ira.

—¿Quieres saber cómo es? Tendrás que llegar antes que yo.

—¡Pero qué tontería tan ridícula e inmadura! —le dije mientras le hacía una llave, colocando mi pierna por detrás de su cuerpo y empujándolo a la arena. En cuanto lo tiré al suelo, salí disparado.

Hay algo de alegría primaria en la energía y la velocidad que se pone en marcha cuando echamos una carrera. Los niños corren todo el tiempo por una razón: es divertido. Los mayores muchas veces lo olvidamos. Estiré las piernas, todavía relajadas del
footíng
, y aunque solo estaba corriendo por la arena, la emoción de cada zancada llenaba mi mente.

Un poco más atrás, Thomas se acordó de toda mi familia y se levantó como pudo y salió como un rayo detrás de mí.

Corrimos a través de la luz grisácea. El amanecer había traído el frío e incluso, a la orilla del lago, el aire era seco. Thomas me adelantó y me sacó unos pasos de ventaja, miró hacia atrás, chocó los talones en el aire y me lanzó arena a la cara. Tragué un poco y empecé a toser y a carraspear pero estiré el brazo y logré enganchar mi mano a la camiseta de Thomas. Tiré de él mientras intentaba avanzar y conseguí echarlo hacia atrás. Lo adelanté mientras él tropezaba, tosía y se atragantaba. Recuperé la primera posición y la mantuve.

Los últimos cien metros fueron la peor parte. El frío, el aire seco y la arena me ardían en la garganta. La dolorosa sequedad que solo una carrera larga y la mala respiración te pueden provocar. Di un giro brusco para salir de la arena y pisar el aparcamiento. Los pasos de Thomas se oían justo detrás de mí.

Le sacaba unos cuatro pasos de ventaja cuando llegamos al todoterreno, di con la mano en el coche y me apoyé en él, respirando con brusquedad. Tenía la garganta como si hubiese estado cociéndome en un horno. En cuanto pude, saqué las llaves de mi riñonera deportiva de nailon. En la anilla había varias llaves, así que fui probándolas una a una y, después de tres intentos fallidos, me entraron unas ganas locas de cargarme la ventana para coger la botella de agua que me había dejado en el asiento del conductor. Me obligué a seguir probando las llaves, organizadamente, hasta que encontré la correcta.

Abrí la puerta, cogí la botella, le quité el tapón y la levanté para calmar el terrible malestar de mi garganta.

Di un primer trago y me pareció que aquella agua venía directamente de la mismísima nevera de Dios. Me quitó la peor parte de aquella sensación tan incómoda de quemazón en la garganta, pero necesitaba más para eliminarla por completo.

Antes de que pudiera volver a tragar, Thomas golpeó la botella que yo sujetaba en mi mano. Salió por el aire y cayó en la arena, derramándose inútilmente por el suelo de la playa.

Me giré hacia Thomas y me quedé mirándolo, sorprendido y enfadado.

Él me sostuvo la mirada con sus cansados ojos grises y dijo:

—Es así.

Lo miré fijamente.

—Es exactamente así.

La expresión de su cara no cambió mientras daba la vuelta al coche y se subía al asiento del copiloto.

Me quedé donde estaba durante un momento, intentando ignorar mi sed. Era completamente imposible. Imaginé cómo sería vivir con esa incomodidad y ese dolor una hora tras otra, un día tras otro, sabiendo que para saciarme basta con coger una botella llena de lo que necesito y vaciarla dentro mí. ¿Sería capaz de contenerme y dar solo un traguito muy de vez en cuando para aliviarme? ¿Sería capaz de beber solo lo suficiente para mantenerme con vida?

Tal vez pudiera, durante un tiempo. Pero el tiempo iría volviendo la sed cada vez más difícil de controlar. El tiempo acabaría abrumándome. Cada vez sería más difícil concentrarme o dormir, lo que haría que mi autocontrol se fuese debilitando, con lo cual sería más difícil concentrarme o dormir… sería un círculo vicioso. ¿Cuánto tiempo aguantaría?

Thomas lo había estado haciendo durante un año.

No creo que yo lo hubiese hecho tan bien estando en su lugar.

Me subí al todoterreno, cerré la puerta y le dije:

—Gracias.

Mi hermano asintió.

—¿Y ahora qué?

—Vamos al 7-Eleven —le dije—. Tú pagas la bebida. Sonrió un poco y asintió.

—¿Y luego qué?

Cogí aire. La carrera me había ayudado a aclarar un poco mis ideas. Y hablar con mi hermano me había ayudado un poco más. Comprenderlo algo mejor hacía que sintiese, a la vez, preocupación y confianza. Tenía la mente lo suficientemente despierta como para pensar en dar el siguiente paso.

—Vamos al apartamento. Tú vigilarás a Butters —le dije—. Yo me pasaré por esas manchas del mapa a ver qué encuentro. Si no saco ninguna conclusión tal vez tenga que ir al Más Allá a por respuestas.

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