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Authors: Jim Butcher

Tags: #Fantasía

Latidos mortales (21 page)

BOOK: Latidos mortales
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Casey miró el carné y comprobó que mi cara y la de la foto fuesen la misma antes de devolvérmelo con una educada sonrisa.

—¿Quiere que le diga al doctor Brioche que está usted aquí, doctor Butters?

Butters se encogió de hombros.

—No hace falta.

—Bien —dijo Casey y nos hizo un gesto para que pasásemos. Ya casi habíamos salido del vestíbulo cuando dijo:

—¿Doctor? ¿Ha visto a Phil esta mañana?

Butters dudó durante unos segundos y luego se giró.

—Estaba ahí sentado, en esa mesa, la última vez que lo vi, pero me tuve que ir a una cita con el dentista antes de que terminara el turno. ¿Por qué?

—Ah, porque no se encontraba aquí cuando llegué —dijo Casey—. Todo estaba cerrado y el sistema de seguridad, activado.

—A lo mejor también se tuvo que marchar a algún lado —sugirió Butters.

—Puede —Casey estuvo de acuerdo. Tenía el ceño medio fruncido—. Sin embargo no me dijo nada. Quiero decir, podría haber venido yo un poco antes si él se tenía que ir.

—Ni idea —dijo Butters.

Casey bizqueó a Butters y asintió despacio.

—Vale, es solo que no me gustaría que se metiese en problemas por haber roto el protocolo.

—Ya conoces a Phil —dijo Butters.

Casey puso los ojos en blanco, asintió y continuó rellenando algo de papeleo que allí encima. Butters y yo nos alejamos del vestíbulo y nos dirigimos a su sala de análisis de siempre. El lugar había sido recolocado. La mesa estaba en su lugar, llena de papeles y con el ordenador en su sitio. Quien hubiese limpiado la habitación había hecho un trabajo realmente bueno.

—Casey sabe algo —dijo Butters en cuanto abrió la puerta—. Sospecha algo.

—Para eso pagan a los guardias de seguridad —le dije—. No dejes que te ponga nervioso.

Butters asintió mirando alrededor en la sala de pruebas. Caminó hacia su atuendo de polca, todavía en la esquina.

—Por lo menos, no me lo rompieron —dijo y soltó una carcajada—. Tío, ¿han cambiado mis prioridades o qué?

—Todo el mundo tiene algo que ama por encima de todo —le dije.

Asintió.

—Bueno, ¿y qué hacemos ahora?

—Lo primero es lo primero —le dije—. ¿Puedes echar un vistazo al cadáver de Bartlesby?

Butters asintió y caminó hacia su ordenador. Me eché hacia atrás y me apoyé en la pared.

Encendió el aparato y estuvo un minuto o dos moviendo el ratón y dándole al botón con el dedo índice. Finalmente silbó.

—¡Uau! El cuerpo de Bartlesby llegó hace una hora y ha sido marcado para examen inmediato. Lo está haciendo Brioche.

—¿Es eso poco frecuente?

Asintió.

—Significa que hay alguien muy interesado en la víctima. Alguien del gobierno o de las fuerzas del orden, tal vez. —Arrugó la nariz—. Además, fue algo espantoso. Esto será un trabajo muy meritorio para Brioche, claro, por eso se está encargando.

—¿Puedes intentar verlo? —le pregunté.

Butters frunció el ceño e hizo clic con el ratón otras tantas veces. Luego levantó la vista y miró el reloj.

—Puede ser. Brioche está trabajando en la sala uno ahora mismo, pero tiene que estar a punto de terminar, sea lo que sea que esté haciendo. El cadáver de Bartlesby se encuentra en la sala dos. Si me doy prisa… —Se levantó y se escurrió por detrás de la puerta—. Espera aquí.

—¿Estás seguro? —le pregunté.

Asintió.

—Alguien podría desconfiar si te ve por ahí deambulando. Si te necesito, te haré una señal.

—¿Qué señal?

—Imitaré el grito de una niñita aterrorizada —dijo moviendo las cejas. Se dirigió a la puerta—. Ahora vengo.

Butters no estuvo fuera mucho tiempo y volvió a la sala antes de que pasasen cinco minutos. Parecía un poco tembloroso.

—¿Estás bien? —le pregunté.

Asintió.

—No pude quedarme más tiempo porque oí que Brioche salía de la sala uno.

—¿Viste el cuerpo?

—Sí —dijo Butters con un escalofrío—. Ya estaba desnudo y tumbado. Algo muy diabólico le ha ocurrido, Harry. Tenía treinta o cuarenta puñaladas en la parte superior del tórax. Alguien le ha cortado la cara. La nariz, las orejas, los párpados y los labios estaban en una bolsita con cierre tipo cremallera, al lado de la cabeza.

—Cogió aire—. Le han cortado los cuádriceps de las dos piernas en trozos. No estaban. Y lo destriparon.

Fruncí el ceño.

—¿Cómo?

—Una gran equis cruza su abdomen. Y luego lo pelaron y lo abrieron como si fuera una caja de comida china. Le falta el estómago y casi todos los intestinos. Puede que le falten más órganos.

—Qué asco —dije.

—Y mucho.

—¿Pudiste ver algo más?

—No. Aunque hubiese querido no tenía tiempo para nada más que una ojeada. —Se acercó hasta una estantería de ruedas con medicinas—. ¿Por qué alguien le querría hacer eso? ¿Para qué le pudo servir?

—A lo mejor para algún tipo de ritual —opiné—. Ya has visto cosas así.

Butters asintió y empezó a quitarse lentamente el mandil, la mascarilla, los guantes, el gorro.

—Aun así no lo entiendo, ¿sabes?

Sí que lo sabía. Butters no era capaz de entender el tipo de violencia, odio y sed de sangre que había soportado el difunto Bartlesby. Esa clase de absoluto desprecio por la inviolabilidad de la vida simplemente no existía en su mundo personal. Estaba destrozado por haberse enfrentado a ello cara a cara.

—O… —dije, se me había ocurrido una idea—. Puede haber sido otra cosa: antropomancia.

Se dirigió a una de las neveras y la abrió.

—¿Qué es eso?

—Es un intento de descubrir el futuro o conseguir información leyendo las entrañas humanas.

Butters se giró hacia mí, despacio y con la cara pálida.

—Estás de broma.

Sacudí la cabeza.

—Es posible.

—¿Funciona? —preguntó.

—Es una magia extremadamente poderosa y peligrosa —le contesté—. Cualquiera que quiera hacerlo tiene que matar a alguien. Y claro, si el Consejo se enterase le condenaría a muerte inmediatamente. Si no funcionara, nadie se molestaría.

La boca de Butters se tensó en una línea firme.

—Eso está muy… mal. —Frunció el ceño mientras lo dijo y asintió de nuevo—: Mal.

—Estoy de acuerdo.

Se volvió hacia la nevera, cogió una etiqueta del dedo gordo del pie y desplegó una hoja de análisis.

—Puede que esto me lleve un rato —dijo—. Una hora y media o algo más.

—¿Quieres que te eche una mano? —le pregunté, deseando que no fuese así.

Butters, bendito sea, sacudió la cabeza. Caminó hacia su mesa y encendió el reproductor de cedés. La polca inundó la habitación.

—Preferiría hacer esto solo.

—¿Estás seguro? —le pregunté.

—Estate atento por si oyes el grito de una niña —me dijo—. ¿Puedes aguardar en la puerta?

Asentí, cogí mi bastón y lo dejé en la sala. Cerró la puerta con pestillo en cuanto salí y me dirigí a sentarme a la zona de espera de la puerta principal. Elegí una silla que me dejaba mi espalda de cara a la pared. Desde allí podía ver el monitor de vídeo de Casey, la entrada y la puerta que llevaba a las salas de análisis.

Apoyé la cabeza hacia atrás en la pared con los ojos casi cerrados y me dediqué a esperar. Durante la hora que sucedió a ese momento solo un doctor entró y otro se fue. El cartero apareció con el correo del día y el camión de UPS hizo lo propio. Llegó una ambulancia con el cadáver de una anciana que Casey trasladó a otra parte, probablemente al almacén.

Después vino una pareja joven. La chica mediría un metro setenta y era muy guapa, incluso con aquel exceso de maquillaje. Llevaba sandalias, un vestido azul de tirantes y una chaqueta de lana. El pelo le llegaba por encima de los hombros, cortado con forma redondeada, pero con unos rizos rebeldes. Los ojos estaban impregnados de cansancio. El chico vestía un bonito y sencillo traje. Mediría algo menos de uno ochenta y tenía facciones asiáticas, gafas con montura de acero, hombros anchos y llevaba el pelo atado en una larga coleta.

Los reconocí. Eran Alicia Nelson y Li Xian, los de la foto de la portada del boletín de noticias que Rawlins me había dado. El doctor Bartlesby había desaparecido y sus dos asistentes venían a la morgue.

Me quedé muy quieto e intenté pensar en cosas que me pudieran difuminar con la pared. Caminaron hacia la mesa de seguridad y se pusieron tan cerca de mí que no tuve que molestarme en Escuchar.

—Buenos días —dijo Alicia sacando el carné de conducir y enseñándoselo a Casey—. Me llamo Alicia Nelson. Soy la ayudante del difunto doctor Bartlesby. Creo que han traído aquí sus restos.

Casey la miró sin poner ninguna expresión muy clara.

—Señora, no se nos permite hacer público ese tipo de información con el fin de proteger a los familiares del difunto.

Asintió, sacó un sobre de su bolso y se lo pasó a Casey.

—El doctor no tiene familia viva ni parientes próximos —dijo—. Pero me otorgó a mí los poderes de sus bienes hace dos años. En ese papel figura toda la información.

Casey lo examinó frunciendo el ceño:

—Ajá…

Alicia se separó los ricitos castaños de los ojos.

—Por favor, señor, el doctor tenía unos efectos personales que me gustaría recuperar cuanto antes. Contraseñas, tarjetas de crédito, llaves, ese tipo de cosas. Estaban en su cartera.

—¿Y por qué tiene tanta prisa? —preguntó Casey.

—Algunos de estos efectos podrían atraer el acceso de un ladrón a sus cuentas o a sus cajas fuertes. Como puede ver en los documentos, él quiso que fuese yo quien me hiciese cargo hasta que pudiese arreglarlo para donarlo a las obras de caridad que auspiciaba.

Casey volvió a doblar las hojas y las metió en el sobre.

—Señora, va a tener que hablar con nuestro director, el doctor Brioche. Estoy seguro de que él estará encantado de colaborar con usted.

—Muy bien —dijo Alicia—. ¿Está disponible?

—Iré a preguntar —dijo Casey—. Hagan el favor de esperar aquí.

—Claro —contestó la chica. Aguardó a que Casey saliera por la puerta de seguridad y enseguida giró sobre sus talones y miró hacia fuera por la puerta, hacia la luz de la mañana. Su rígida postura demostraba enfado. Apoyó un brazo en la puerta y dejó caer la cabeza sobre él.

El alto y joven Li Xian había permanecido en silencio durante todo el tiempo. La siguió hasta la puerta y le habló en voz tan baja que apenas podía oírlo. Entrecerré los ojos y Escuché.

—… de vuelta en cualquier momento —murmuró Xian—. Deberíamos sentarnos.

—No me digas qué hacer —disparó Alicia en un susurro directo—. Estoy cansada, no soy idiota.

—Debería descansar antes de hacer cualquier otra cosa —dijo Xian—. No entiendo por qué está jugando. Debería haberme dejado que siguiese al guardia.

—Deja de pensar con el estómago —gruñó la chica—. Es suficiente que hayas perdido el control como para añadirle otra falta de disciplina más a esta situación.

—No estamos aquí porque yo haya parado para comer —dijo Xian, enfadado con su forma de susurrar—. Si no se hubiese dado ese capricho, ahora no tendríamos estos problemas.

La chica se separó del cristal, mirando a Xian a los ojos y su cara se retorció con orgullo y enfado.

—Tu actitud, Li, te está convirtiendo en parte del problema y no en parte de la solución.

El hombre de la melena se puso pálido y se encogió frente a la chica. Su cara se tensó, una especie de fuerza resbaladiza apareció por debajo de su piel y desfiguró sus facciones de forma grotesca, provocando un hundimiento en los ojos y un leve alargamiento de la mandíbula. Dejó salir una maldición y cuando abrió la boca pude ver los dientes de carnívoro que tenía.

Fue solo un segundo, pero aparté los ojos antes de que pudieran percatarse de que estaba mirando. Si me hubiesen visto, mi vida correría un peligro inminente. Había visto un resplandor de la verdadera cara de Li Xian; era un necrófago. Los necrófagos son depredadores sobrenaturales que obtienen su sustento principal devorando carne humana. Fresca, fría, podrida, no importa de qué tipo siempre que les llegue a la panza.

Se me revolvió el estómago. Butters había dicho que alguien se había llevado los cuádriceps de Bartlesby, los fuertes y grandes músculos que tenemos en los muslos. Había sido Xian. Se había cortado sus propios filetes del cadáver del viejo. Si sospechara que yo sabía lo que era, podría decidir protegerse a cualquier precio, y eso sería peligroso. Los necrófagos son rápidos, fuertes y rnás difíciles de eliminar que un rumor jugoso sobre el presidente. Había luchado con necrófagos antes y no era una cosa que me apeteciese repetir si podía evitarlo. Especialmente teniendo en cuenta que me había dejado el bastón en la oficina de Butters.

Xian recuperó su apariencia normal bajó la mirada y agachó la cabeza ante Alicia.

—¿Te ha quedado claro? —susurró la chica.

—Sí, su majestad —contestó Xian.

¿Su majestad?
, pensé. Mi mente recorrió todas las posibilidades.

Alicia cogió aire y se presionó con el dedo pulgar en el entrecejo.

—No hables, Xian, no digas nada y todos estaremos más contentos. Y más seguros.

Pasó por delante de él, tan tranquila, volvió a la zona de espera y se sentó. Cogió un ejemplar del
Newsweek
que había en la mesa y empezó a hojearlo, mientras Xian esperaba al lado de la puerta. Fingí estar medio adormilado.

Casey volvió unos minutos después y dijo:

—Señora Nelson, el doctor Brioche va a tardar un rato en atenderla.

—¿Cuánto? —preguntó sonriendo.

—Una hora como mínimo —dijo Casey—. Dice que si quiere concertar una cita para esta tarde estará encantado de…

—¡No! —le interrumpió sacudiendo la cabeza con firmeza—. Algunos de sus asuntos son muy urgentes y tengo que recuperar sus cosas lo antes posible. Por favor, dígale que esperaré.

Casey subió las cejas y se encogió de hombros.

—Sí, señora.

Parpadeé un par de veces y luego me senté más derecho, estirándome.

—Ah, Casey —murmuré levantándome. Fingí cojear y me acerqué a la mesa—. Me dejé el bastón en la oficina de Butters. ¿Le parece bien si me acerco a recogerlo?

Casey asintió.

—Un segundo. —Levantó el teléfono y un instante después oí la música de polca golpeando el pequeño aparato—. Doctor, su amigo el asesor olvidó algo en su oficina. ¿Quiere que se lo mande? —Escuchó, asintió y me indicó la puerta, abriéndola para mí.

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