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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (28 page)

—¡Cerrad la boca! —le gritó Gideon, que ahora había colocado las dos manos sobre mi herida y apretaba con todo su peso—. No permitiré que se desangre. Si aún llegáramos a tiempo… —sollozó desesperado—. ¡No puede morirte, me oyes, Gwenny!

Mi pecho aún se levanta y se hundía y mi piel estaba cubierta por minúsculas gotitas de sudor, pero no había que descartar que Darth Vader y lord Alastair tuvieran razón. Al fin y al cabo yo ya flotaba en el aire como una partícula de polvo brillante y en mi rostro, ahí abajo, era imposible reconocer el menor vestigio de color. Incluso mis labios se habían vuelto grises.

A Gideon le rodaban las lágrimas por la cara mientras seguía apretando con todas sus fuerzas las manos sobre la herida.

—Quédate conmigo, Gwenny, quédate conmigo —susurró, y de pronto ya no vi nada, pero en cambio sentí el suelo duro bajo mi espalda, el sordo dolor en mi vientre y todo el peso de mi cuerpo. Aspire aire roncamente, y supe que ya no tendría fuerzas para aspirar de nuevo.

Quise abrir los ojos para mirar por última vez a Gideon, pero no lo logré.

—Te quiero, Gwendolyn; por favor, no me dejes —dijo Gideon, y eso fue lo último que oí antes de que un gran vacío me tragara.

Los objetos inanimados, sean del tipo que sea sin que importe el material del que estén hechos, pueden ser transportados en el tiempo sin problemas, y además en ambas direcciones. La condición fundamental es que en el momento del transporte el objeto no tenga contacto con nada ni con nadie a excepción del viajero del tiempo transportador.

Hasta el día de hoy, el objeto mayor transportado en el tiempo fue una mesa de refectorio de cuatro metros de largo que los gemelos De Villiers movieron en el año 1900 desde el año 1805 y volvieron a transportar de vuelta (véase volumen 4, capítulo 3, «Experimentos e investigaciones empíricas», pp. 188 y ss.).

Las plantas y partes de plantas, así como los seres vivos de todas clases, no pueden ser transportados, ya que un viaje en el tiempo destruye sus estructuras celulares e incluso puede desintegrarlos totalmente, como ha podido comprobarse en numerosos ensayos realizados con algas, plantones diversos, paramecios, cochinillas de la humedad y ratones (véase también volumen 4, capítulo 3, «Experimentos e investigaciones empíricas», pp. 194 y ss.).

El transporte de objetos, excepto bajo supervisión o con fines experimentales, está terminantemente prohibido.

De las
Crónicas de los Vigilantes
, volumen 2, «Leyes generales».

Capítulo X

Esta muchacha me resulta extrañamente conocida —oí que decía alguien. No cabía duda: era el inconfundible tono hastiado de James.

—Claro que te resulta conocida, cabeza de chorlito —respondió una voz que sólo podía pertenecer a Xemerius—. Es Gwendolyn, pero sin el uniforme de la escuela y con peluca.

—¡No te he dado permiso para hablar conmigo, gato maleducado! Como si alguien estuviera aumentando poco a poco el volumen de una radio, ahora también empezaron a llegar hasta mí otros ruidos y un rumor de voces excitadas. Yo seguía tendida —o volvía a estar tendida —boca arriba. La terrible opresión que sentía en el pecho había desaparecido y también el dolor sordo en el bajo vientre. ¿Me habría convertido en un fantasma como James?

Oí un desagradable ruido de tela rasgada. Alguien me había cortado el corsé y ahora lo apartaba hacia los lados.

—Ha alcanzado la aorta —oí que decía Gideon desesperado—. He tratado de oprimir la herida, pero… ha pasado demasiado tiempo.

Unas manos frías me palparon el tronco y tocaron un punto doloroso bajo las costillas. Entonces el doctor White exclamó aliviado:

—¡Es solo un corte superficial! ¡Dios mío, vaya susto me has dado!

—¿Qué? No puede ser, ella…

—La espada solo ha rasgado la piel. ¿Ves? Parece que el corsé de madame Rossini le ha hecho un buen servicio. Aorta abdominal. Por todos los santos, Gideon, ¿qué estudiáis en vuestras clases? Por un momento he pensado que realmente estabas en lo cierto. —Los dedos del doctor White me oprimieron el cuello—. Su pulso también es correcto.

—¿De verdad está bien?

—Pero ¿qué ha pasado exactamente?

¿Cómo ha podido hacerle esto lord Alastair?

Las voces de míster George, Falk de Villers y míster Whitman zumbaban en torno a mí superponiéndose unas a otras. Ya no podía oír a Gideon. Traté de abrir los ojos, y esta vez lo conseguí muy fácilmente. Incluso pude incorporarme sin problemas. A mi alrededor brillaban las familiares paredes pintadas de colores vivos de nuestro taller artístico y sobre mí se inclinaban las cabezas de los Vigilantes. Todos —incluso míster Marley —me sonrieron.

Solo Gideon me miró con expresión muy seria, como si no pudiera dar crédito a lo que veía. Estaba pálido como una sábana y en sus mejillas aún podía apreciarse que había llorado.

Bastante más atrás distinguí a James, que se tapaba los ojos con su pañuelo de puntillas.

—Avísame cuando pueda volver a mirar.

—Ni se te ocurra hacerlo ahora; podrías quedarte ciego de la impresión —dijo Xemerius, que estaba sentado con las patas cruzadas a mis pies—. ¡Le sale medio pecho fuera del corsé!

Uy. Tenía razón. Abochornada, traté de cubrir mi desnudez con los restos rasgados y cortados del maravilloso vestido de madame Rossini. El doctor White me empujo de nuevo suavemente contra la mesa en que me habían tumbado.

—Tengo que limpiar y vender el rasguño aquí enseguida —dijo—. Luego ya te examinaré a fondo. ¿Sientes algún dolor?

Sacudí la cabeza, e inmediatamente solté un grito de dolor. En realidad me dolía terriblemente la cabeza.

Mister George me puso la mano en el hombro desde atrás.

—Oh, Dios mío, Gwendolyn, nos has dado un buen susto. —Rió bajito—. ¡Eso sí que es desmayarse de verdad! Cuando Gideon ha llegado aquí contigo en brazos, he llegado a pensar que podías…

—… estar muerta —dijo Xemerius, acabando la frase que mister George había dejador púdicamente en el aire—. Para serte sincero, la verdad es que parecías bastante muerta. ¡Y el muchacho estaba como loco! Se ha puesto a chillar para que trajeran unas pinzas arteriales y luego a balbucear frases sin sentido. Y a llorar a gritos. ¿Y tú qué miras con esa cara de bobo?

Lo último iba dirigido al pequeño Robert, que contemplaba a Xemerius fascinado.

—Es tan mono. ¿Puedo acariciarle un poco? —me preguntó Robert.

—No si quieres conservar la mano, niño —dijo Xemerius—. Ya es suficiente con que ese gallito perfumado de ahí no para de confundirme con un gato.

—¡Por favor, sé perfectamente que ningún gato tiene alas! —gritó James, que seguía con los ojos cerrados—. Tú eres un gato de mis fantasías febriles. Un gato degenerado.

—Una palabra más y te devoro —dijo Xemerius.

Gideon, que se había apartado unos pasos y se había dejado caer en una silla, se quitó la peluca, se pasó los dedos por la cabellera rizada y hundió la cara entre las manos.

—No lo entiendo —me pareció oír que decía, aunque la voz no era muy clara.

Bueno, en eso ya éramos dos. Porque ¿cómo se entendía que hubiera muerto hacía un momento y ahora estuviera fresca como una rosa? ¿Era posible imaginarse algo así? Miré la herida que el doctor White estaba curando. Tenía razón, de hecho solo era un rasguño. El corte que me había hecho con el cuchillo para verduras había sido bastante más profundo y doloroso.

La cara de Gideon volvió a emerger de entre sus manos. ¡Cómo brillaba el verde de sus ojos en su cara pálida! En ese momento recordé lo último que me había dicho y traté de incorporarme otra vez, pero el doctor White me lo impidió.

—¿No podría quitarle alguien esa absurda peluca? —dijo en tono desabrido.

Inmediatamente varias manos empezaron a quitarme las horquillas del peinado. Fue una sensación fabulosa verme libre por fin del postizo.

—Con cuidado, Marley —advirtió Falk de Villiers—. ¡Piense en madame Rossini!

—Sí, sir —balbució Marley, y casi dejó caer la peluca del susto ̶. Madame Rossini, sir.

Mister George retiró los alfileres del moño y deshizo la trenza con mucho cuidado.

—¿Mejor así? —preguntó.

Sí, mucho mejor.

—Tengo una muñeca vestida de azul, con su corpiñito y su canesú, la saqué a paseo y se me pinchó, la tengo en la cama con poco dolor —tarareó Xemerius tontamente—. ¡Nunca lo hubiera dicho, pero la verdad es que ahora no te sentaría nada mal un sombrero! Ese pelo te aseguraría un buen puesto en la lista de las peor peinadas. ¡Uf, estoy tan contento de que aún vivas y de no tener que buscarme a otra persona para decirle gansadas!

El pequeño Robert rió entre dientes.

—¿Puedo volver a mirar? —preguntó James, y abrió los ojos sin esperar la respuesta. Después de lanzarme una ojeada, volvió a cerrarlos enseguida—. ¡Repámpanos! Es realmente miss Gwendolyn. Perdonad que no os reconociera antes, cuando el joven dandi pasó con vos ante mi nicho. —Suspiró—. Lo cual era en sí mismo un acontecimiento bastante extraordinario. Ya he perdido la costumbre de ver a gente vestida de una forma decente entre estas paredes.

Míster Whitman le pasó el brazo por los hombros a Gideon.

—¿Qué ha ocurrido exactamente, muchacho? ¿Pudiste transmitir al conde nuestro mensaje? ¿Y te dio instrucciones para el siguiente encuentro?

—Tráele un whisky y déjale en paz unos minutos —gruñó el doctor White mientras me pegaba dos tiritas sobre la herida—. Aún se encuentra en estado de shock.

—No, no, ya estoy bien —murmuró Gideon, y después de lanzarme una rápida mirada, cogió la carta sellada del bolsillo de su levita y se la tendió a Falk.

—¡Ven conmigo! —Mister Whitman ayudó a Gideon a levantarse y le condujo hacia la puerta—. Arriba, en el despecho del director Gilles, hay whisky. Y también un diván, por si quieres descansar un momento. —Miró alrededor—. Falk, ¿nos acompañas?

—Desde luego —dijo Flak—. Espero que el viejo Gilles tenga bastante whisky para todos. ̶Y añadió volviéndose hacia los otros —: Y no se os ocurra llevar a casa a Gwendolyn con esta pinta, ¿está claro?

—Está claro, sir —le aseguró míster Marley—. Claro como el agua, sir, si puedo formularlo así.

Falk puso los ojos en blanco.

—Puede —dijo, antes de desaparecer por la puerta con mister Whitman y Gideon.

Mister Bernhard tenía la noche libre, y por eso me abrió la puerta Caroline, que empezó a encadenar una frase con otra sin pararse a respirar:

—Charlotte se ha probado el vestido de hada para la fiesta, es precioso y primero me ha dado permiso para colocarle las alas, pero entonces la tía Glenda ha dicho que hiciera el favor de lavarme las manos, que seguro que había vuelto a acariciar algún sucio bi…

No llegó a decir nada más, porque me acerqué y la abracé tan fuerte que se quedó sin aire.

—¡Sí, eso, tú aplástala! —dijo Xemerius, que había entrado aleteando en la casa detrás de mí—. Tu mamá no tiene más que tener otro hijo si se le estropea este.

—Mi dulce, encantadora y preciosísima hermanita —murmuré con la cara pegada a sus cabellos, riendo y llorando al mismo tiempo—. ¡Te quiero tanto!

—Yo también te quiero, pero me estás escupiendo en la oreja —dijo Carloline, y se soltó con cuidado—. ¡Ven! Ya estamos comiendo. ¡De postre hay tarta de chocolate de la Hummingbird Bakery! —¡Oh, sí, me encanta el Chocolate Devil´s Food Cake, me encanta, me encanta! —grité—. ¡Y amo la vida que nos regala todas estas cosas fantásticas!

—¿No estás exagerando un poco la nota? Parece que acabes de salir de una sesión de electroshock —me soltó Xemerius enfurruñado.

Quise lanzarle una mirada reprobadora, pero, en lugar de eso, me quedé mirándolo emocionada, rebosante de cariño por mi dulce, pequeñito y cascarrabias daimon gárgola.

—¡También te quiere a ti! —le dije.

—Oh, por Dios —gimió—. Si fueras un programa de la televisión, cambiaría ahora mismo de canal.

Caroline me miró un poco preocupada, y de camino al piso de arriba me cogió de la mano.

—¿Te pasa algo, Gwenny?

Me saqué las lágrimas de las mejillas y me eché a reír.

—Me encuentro de fábula —le aseguré—. Solo que me siento feliz de estar viva y de tener una familia tan fantástica y de que estas barandillas sean tan fabulosamente finas y tengan un tacto tan familiar y de que la vida sea tan maravillosa.

Cuando vi que, al decir estas palabras, se me empañaban los ojos de lágrimas otra vez, pensé si solo había sido una aspirina lo que el doctor White me había disuelto en el agua. Pero la euforia también podía explicarse sencillamente por el increíble hecho de que hubiera sobrevivido y no tuviera que pasar el resto de mis días convertida en una minúscula partícula de polvo.

Por eso, ante la puerta del comedor, cogí a Caroline de las manos y la hice girar en el aire. Era la persona más feliz del mundo, porque estaba viva y Gideon había dicho «Te quiero». Naturalmente, esto último también podía haber sido una alucinación premórtem, no quería descartarlo del todo.

Mi hermana chilló encantada mientras Xemerius hacía como si tuviera un mando a distancia en la mano y tratara de cambiar de programa sin conseguirlo.

Cuando la volví a dejar en el suelo, Caroline me preguntó:

—¿Es verdad lo que ha dicho Charlotte? ¿Qué irás disfrazada de bolsa de basura verde a la fiesta de Cynthia?

Aquello me sacó por un momento de mi euforia.

—Qué divertido —soltó Xemerius maliciosamente ̶. Ya lo estoy viendo: una alegre y feliz bolsa de basura verde que quiere abrazar y besar a todo el mundo porque la vida es maravillosa.

—Hummm… no, si puedo evitarlo de alguna manera.

Maldita sea, confiaba en que aún podría convencer a Leslie de que se guardara su idea de los marcianos de arte moderno para otra fiesta. Pero si ya se lo estaba explicando a todo el mundo, es que debía de estar entusiasmada, y cuando Leslie se entusiasmaba con algo, era muy difícil hacerla cambiar de opinión, como lamentablemente ya sabía por propia experiencia.

Toda mi familia estaba sentada en torno a la mesa del comedor, y faltó muy poco para que me pusiera a repartir abrazos emocionados a diestro y siniestro —creo que incluso hubiera podido besuquear a la tía Glenda y a Charlotte (lo que supongo que demuestra que mi estado de ánimo se apartaba bastante de lo normal)—: pero Xemerius me lanzó una mirada de advertencia, de modo que me contenté con dirigirles una gran sonrisa a modo de saludo y solo le revolví el pelo a Nick al pasar. Sin embargo, en cuanto me senté en la silla y vi el primer plato, que mi madre ya me había servido, olvidé mis buenos propósitos y exclamé:

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