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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (12 page)

—Sin contarte a ti, repugnante araña venenosa —dijo Nick.

—Dale fuerte, chaval —graznó Xemerius desde la lámpara palmoteando con las zarpas—. ¡Bien contestado!

Mamá ayudó a mister Bernhard a apilar la vajilla en el montaplatos.

—Sabes muy bien que no puede ser, Caroline, mientras la tía Glenda tenga alergia al pelo de los animales.

—Podríamos tener un topo lampiño —dijo Caroline—. Siempre sería mejor que nada.

Charlotte abrió la boca para enseguida cerrarla de nuevo porque por lo visto, no se le ocurrió nada desagradable sobre el tema de los topos lampiños.

La tía Maddy, repanchigada en su sillón, señaló con aire soñoliento sus redondas y sonrosadas mejillas.

—¡Gwendolyn, dale un beso a tu tía abuela! Es terrible que te veamos tan poco últimamente. Esta noche he vuelto a soñar contigo y ya te puedo adelantar que no ha sido un sueño precisamente agradable…

—¿Puedes explicármelo después, tía Maddy? —La besé y aproveché para susurrarle al oído—: Y, por favor, ¿podrías ayudarnos a mantener a Charlotte alejada del baño azul?

Los hoyuelos de la tía Maddy se marcaron aún más y me dirigió un guiño, repentinamente despierta.

Mamá, que había quedado con una amiga, estaba mucho más animada que los últimos días y ya no ponía cara de preocupación ni suspiraba exageradamente cada vez que me miraba. Para mi sorpresa, permitió que Leslie se quedara un rato más, e incluso nos ahorró sus habituales sermones sobre los peligros de los autobuses nocturnos. Más aún. Nick podía ayudar a mister Bernhard en la reparación de la cisterna supuestamente averiada, sin que importara cuánto tardaran en hacerlo. Solo Caroline tuvo mala suerte y la enviaron a la cama.

—Pero yo quiero estar cuando saquéis el tes… la cisterna —rogó conteniendo las lágrimas al ver que mamá no se dejaba ablandar.

—Yo también me voy a la cama ahora con un buen libro —dijo Charlotte a Caroline.

—A la sombra de la colina de los vampiros —se chivó Xemerius—. Ya está en la página 413, en el punto en que el joven, aunque también no muerto, Christopher St. Ives consigue llevarse por fin a la cama a la bellísima Mary Lou.

Le dirigí una mirada divertida, y me quedé estupefacta al ver que de pronto parecía un poco avergonzado.

—Te juro que solo lo he hojeado por encima —dijo, y saltó de la araña a la repisa de la ventana. La tía Maddy aprovechó el anuncio de Charlotte para decir:

—¡Oh, pero, querida, pensaba que aún me harías compañía un rato en la habitación de música! Me gustaría tanto jugar otra vez al Scrabble. Charlotte puso los ojos en blanco.

—La última vez tuvimos que excluirte del juego porque insistías en que existía la palabra «arbolería».

—Sí, y existe. Es una tienda donde venden árboles. —La tía Maddy se levantó y se colgó del brazo de Charlotte—. Pero lo acepto como no válido por hoy.

—¿Igual que zampahuesos y saltamesas? —dijo Charlotte.

—Pero, liebrecilla, si estoy segurísima de que saltamesas existe —dijo la tía Maddy guiñándome un ojo.

Abracé a mamá antes de subir a la habitación con Leslie.

—Ahora que me acuerdo, Falk de Villiers te envía saludos. Quería saber si tienes pareja fija.

Seguramente habría sido mejor esperar a que Charlotte y la tía Maddy hubieran salido de la habitación antes de decírselo, porque las dos se quedaron petrificadas y se pusieron a mirar a mamá con cara de curiosidad.

—¿Qué? —Mamá se sonrojó un poco—. ¿Y tú que le has contestado?

—Bueno, que hacía una eternidad que no salías con nadie y que con el último que lo hiciste siempre se rascaba la entrepierna cuando creían que no le miraban.

—¿No le habrás dicho eso de verdad?

—No, no se lo he dicho —respondí riendo.

—¿Ah, estáis hablando de ese apuesto banquero con el que Arista quería ligarte? ¿Mister Itchman? —intervino la tía Maddy—. Aunque eran ladillas, garantizado.

Leslie soltó una risita.

—Se llamaba Hitchman, tía Maddy. —Mi madre tuvo un escalofrío y se frotó los brazos—. Y me alegro de no haber comprobado lo de las ladillas. Bueno, ¿qué le has dicho en realidad? A Falk, quiero decir.

—Nada —respondí—. ¿Quieres que la próxima vez le pregunte su tiene una relación fija?

—Ni se te ocurra —dijo mamá, y luego añadió sonriendo—. No la tiene. Lo sé por casualidad por una amiga que tiene una amiga que le conoce bastante…Pero no es que me interese especialmente.

—No, claro —dijo Xemerius saliendo volando de la repisa de la ventana y posándose en medio de la mesa del comedor—. ¿Qué tal si empezamos de una vez?

Media hora más tarde Leslie estaba al corriente de las últimas novedades y Caroline se encontraba en posesión de un auténtico cerdo de ganchillo vintage del año 1929. Cuando le explique de dónde lo había sacado, se quedó muy impresionada y quiso llamar a Margaret al bicho en honor de lady Tilney. Con el cerdo en brazos, se durmió feliz cuando por fin se hizo la calma.

Los martillazos y los golpes de escarpa que daba mister Bernhard resonaron por toda la casa. Estaba clarísimo que nunca habríamos conseguido reventar la pared en secreto. Pegada a ellos, la tía Maddy entró andando de puntillas en la habitación.

—Nos ha descubierto en la escalera —dijo Nick disculpándose.

—Y he recordado el arca —dijo la tía Maddy excitada—. Pertenecía a mi hermano. Estuvo durante años en la biblioteca y luego, poco antes de su muerte, desapareció de repente. De modo que creo que tengo derecho a saber qué pensáis hacer con ella.

Mister Bernhard suspiró.

—Por desgracia, no teníamos elección; en ese momento lady Arista y miss Glenda llegaban a casa.

—Sí, y en esa situación estaba clarísimo que yo era el mal menos, ¿no?

La tía Maddy rió satisfecha.

—Lo importante es que Charlotte no se haya enterado de nada —dijo Leslie.

—No, no hay por qué preocuparse. Se ha ido a su habitación resoplando de rabia solo porque ha colocado la palabra <>.

—Que, como todo el mundo sabe, es el recipiente donde se guardan los tenedores —dijo Xemerius—. Un utensilio que no puede faltar en ningún hogar.

La tía Maddy se arrodilló en el suelo y acarició la polvorienta tapa del arca.

—¿De dónde la habéis sacado?

Mister Bernhard me dirigió una mirada interrogativa y yo me encogí de hombros. Ya que estaba con nosotros, sería mejor que le contáramos de qué iba todo.

—La emparedé en ese lugar por encargo de su hermano la noche anterior a su muerte —explicó mister Bernhard muy digno.

—¿No fue hasta la noche anterior a su muerte? —repetí como un eco. Aquello también era nuevo para mí.

—¿Y qué hay dentro? —preguntó la tía Maddy, que se había incorporado y buscaba un sitio para sentarse. Como no encontró nada más, al final se instaló en el borde de mi cama al lado de Leslie.

—Esa es la gran pregunta —dijo Nick.

—La gran pregunta es más bien cómo conseguimos abrir el arca —dijo mister Bernhard—. Porque la llave desapareció junto con los diarios de lord Montrose el día del robo.

—¿Qué robo? —preguntaron al unísono Leslie y Nick.

—El día del entierro de vuestro abuelo entraron aquí a robar —explicó la tía Maddy —mientras todos estábamos en el cementerio para despedirnos de él. Qué día tan triste, ¿verdad, querido? —La tía Maddy levantó la cabeza para mirar a mister Bernhard, que la escuchaba con rostro impasible.

Aquello me sonaba vagamente. Por lo que recordaba, algo había asustado a los ladrones, que habían huido antes de poder llevarse nada.

Pero cuando se lo expliqué a Nick y a Leslie, mi tía me contradijo.

—No, no, angelito. La policía solo llegó a la conclusión de que no habían robado nada porque todo el dinero en metálico, las obligaciones al portador y las joyas de valor seguían en la caja fuerte.

—Lo que solo tendría sentido si los ladrones hubieran estado interesados exclusivamente en los diarios —dijo mister Bernhard—. En su momento me permití comunicar esta tesis a la policía, pero nadie me creyó. Por otra parte, no había ninguna señal de que hubieran intentado forzar la caja fuerte, lo que significaba que los ladrones conocían la combinación. De modo que se supuso que Montrose había trasladado sus diarios a otro lugar.

—Yo le creí, querido —dijo la tía Maddy—. Pero, por desgracia, en ese momento mi opinión no tenía gran peso. Bueno, la verdad es que nunca lo ha tenido —añadió frunciendo la nariz—. Sea como sea, el caso es que tres días antes de que Lucas muriese tuve una visión, por lo que estaba convencida de que no había muerto de muerte natural. Por desgracia, como de costumbre, todos me tomaron por…loca. Y sin embargo, la visión era bien clara: una poderosa pantera se abalanzaba contra el pecho de Lucas y le destrozó la garganta.

—Sí, muy clara —murmuró Leslie, y yo pregunté:

—¿Y los diarios?

—No se encontraron nunca —explicó mister Bernhard—. Y con ellos desapareció también la llave de esta arca, porque lord Montrose se la había pegado detrás al último diario. Puedo atestiguarlo porque lo vi con mis propios ojos.

Xemerius entrechocó las alas impaciente.

—Yo voto por que dejemos de charlar y vayamos a buscar una palanqueta.

—Pero… el abuelito murió de un infarto —dijo Nick.

—Sí, bueno, en todo caso es lo que parecía. —La tía Maddy suspiró hondo—. Ya había pasado de los ochenta, y se desplomó sobre su escritorio del despacho de Temple. Por lo visto, mi visión no era una razón de peso para pedir una autopsia. Arista se enfadó mucho conmigo cuando se lo pedí.

Nick se arrimó a mí y se apoyó contra mi hombro.

—Se me ha puesto la carne de gallina —susurró.

Permanecimos callados durante un rato. Solo Xamerius, que había empezado a volar en círculos en torno a la lámpara del techo, gritó:

—¡Por qué no nos ponemos en marcha de una vez!

Pero nadie podía oírlo aparte de mí.

—Esto son muchas casualidades —dijo Leslie finalmente.

—Sí —le di la razón—. Lucas hace emparedar el arca y al día siguiente <> muere.

—Sí, y <> en tres días antes tengo una visión de su muerte —dijo la tía Maddy.

—Y <> la llave que miss Leslie lleva colgada al cuello parece exactamente la misma de esta arca —dijo mister Bernhard casi disculpándose—. Durante toda la cena no he podido apartar los ojos de ella.

Leslie se llevó la mano al cuello perpleja.

—¿Esta de aquí? ¿La llave de mi corazón?

—Pero eso no puede ser —dije yo—. La cogí del cajón de un escritorio en Temple en algún momento del siglo XVIII. Sería demasiada casualidad, ¿no?

—La casualidad es la única dueña y señora del universo, ya lo dijo Einstein. Y él debía de saberlo bien. —La tía Maddy se inclinó hacia delante con gran interés.

—¡No lo dijo Einstein, sino Napoleón! —gritó Xemerius desde el techo—, y ese estaba como una regadera.

—También puede ser que me equivoque; las llaves antiguas se parecen mucho unas a otras —dijo mister Bernhard.

Leslie abrió el cierre de la cadenita y me tendió la llave.

—De todos modos, vale la pena intentarlo.

Le di la llave a mister Bernhard, y todos contuvimos la respiración mientras se arrodillaba ante la arca y la introducía en la delicada cerradura y la llave giró con facilidad.

—Increíble —susurró Leslie.

La tía Maddy asintió satisfecha.

—¡Ya os he dicho que las casualidades no existen! Todo, todo, está determinado por el destino. Y ahora no nos haga sufrir más y abra la tapa, mister Bernhard.

—¡Un momento! —Inspiré profundamente—. ¡Es importante que todos los aquí presentes mantengamos un pacto de silencio sobre lo que sea que encuentre en el arca!

Era increíble lo deprisa podían cambiar las cosas: hacía solo unos días aún me estaba quejando de los secretos de los Vigilantes, y ahora yo misma fundaba una sociedad secreta. Solo faltaba que exigiera que todos se vendaran los ojos cuando salieran de mi habitación.

—Daba la impresión de que ya supiera lo que hay dentro —dijo Xemerius, que había hecho varios intentos de meter la cabeza a través de la madera pero en cada ocasión la había vuelto a levantar tosiendo.

—Claro que no diremos nada —dijo Nick un poco ofendido, y también Leslie y la tía Maddy me miraron con cara de indignación. Incluso en el rostro imperturbable de mister Bernhard se movió una ceja.

—Juradlo —exigí, y para que entendieran hasta qué punto hablaba en serio, añadí—: ¡Juradlo por vuestra vida!

Solo la tía Maddy se levantó de un salto y se puso la mano sobre el corazón entusiasmada. Los otros aún dudaban.

—¿No podríamos jurar por otra cosa que no fuera la vida? —refunfuñó Leslie—. Considero que por la mano izquierda sería suficiente.

Sacudí la cabeza.

—¡Juradlo!

—¡Lo juro por mi vida! —exclamó la tía Maddy alegremente.

—Lo juro —murmuraron todos los demás con voz apagada. Y Nick empezó a soltar risitas nerviosas mientras la tía Maddy, para realzar la solemnidad del momento tarareó en voz baja la melodía del himno nacional.

La tapa rechinó cuando mister Bernhard —después de asegurarse una vez más con la mirada de que yo estaba de acuerdo— la levantó. Sus dedos retiraron con mucho cuidado varios paños mohosos de terciopelo, y cuando finalmente quedó a la vista el objeto que envolvían, todos excepto yo dejaron escapar una exclamación de sorpresa. Solo Xemerius gritó: «¡Sera cuentista! ».

—¿Esto es lo que pienso que es? —preguntó la tía Maddy al cabo de un momento con los ojos abiertos todavía de par en par.

—Sí —dije yo mientras me apartaba los cabellos de la cara con gesto cansado—. Es un cronógrafo.

Nick y la tía Maddy se habían ido a regañadientes, mister Bernhard con suma discreción, y Leslie no sin protestar. Pero su madre ya la había llamado dos veces por teléfono para enterarse de si a) había sido asesinada o b) tal vez yacía descuartizada en algún lugar de Hyde Park, de modo que tampoco le quedaba otra opción.

Antes sin embargo, le había tenido que jurar que atendría estrictamente a nuestro plan maestro. Había exigido, y yo le había dado ese gusto. De todos modos, al contrario que la tía Maddy, había renunciado al himno nacional.

Por fin se había hecho silencio en mi habitación, y dos horas más tarde —después de que mi madre hubiera asomado otra vez la cabeza por la puerta— también en toda la casa. Había estado dudando mucho rato sobre si realmente debía probar el cronógrafo esa misma noche. Para Lucas no supondría ninguna diferencia que yo saltara a nuestra cita en el año 1956 hoy, o esperara a mañana, o lo hiciera incluso dentro de cuatro semanas, y para mí, en cambio, una noche entera durmiendo de un tirón, para variar, probablemente tendría efectos milagrosos. Pero, por otro lado, al día siguiente tenía que ir al baile y presentarme de nuevo con el conde de Saint Germain, y aún seguía sin saber qué propósitos ocultos abrigada ese hombre.

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