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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (29 page)

—¡Quiche de espárragos! ¿No es maravillosa la vida? Hay tantas cosas con las que se puede disfrutar, ¿verdad?

—Si vuelve a decir otra vez «maravilloso», vomito ahora mismo sobre tu maldita quiche de espárragos —gruñó Xemerius.

Le sonreí, me metí un trozo de quiche en la boca, miré a mi alrededor radiante de felicidad y pregunté:

—¿Qué tal os ha ido el día?

La tía Maddy me devolvió la sonrisa.

—Bueno, en todo caso el tuyo parece que ha ido bastante bien.

El tenedor de Charlotte soltó un chirrido espeluznante al rascar el plato.

Pues sí: si se tenía en cuenta el resultado final, supongo que podía decirse que el día me había ido bastante bien. Aunque Gideon, Falk y míster Whitman no habían vuelto a aparecer y yo no había tenido ocasión de comprobar antes de irme si el «Te quiero, Gwendolyn; por favor, no me dejes» había sido solo producto de mi imaginación o Gideon de verdad lo había dicho; los restantes Vigilantes se habían esforzado al máximo para recomponer mi «pinta», como la había llamado Falk de Villiers —míster Marley incluso había querido cepillarme el pelo personalmente, aunque al final yo había preferido hacerlo sola—, y ahora llevaba mi uniforme de la escuela y los cabellos me caían en perfecto orden sobre la espalda.

Mamá me dio una palmaditas en la mano mientras decía:

—Me alegro de que vuelvas a encontrarte bien, cariño.

Y la tía Glenda murmuró algo para sí en lo que estaban incluidas las palabras «la constitución de una campesina» y a continuación me preguntó con una sonrisa falsa:

—Por cierto, Gwendolyn, ¿qué es eso que he oído de unas bolsas de basura verdes? ¡No puedo creer que tú y tu amiga Leslie queráis aparecer así en la fiesta que organizan los Del para su hija! Seguro que Tobias Dale se lo tomará como una afrenta política, siendo como es un personaje tan importante entre los tories.

—¿Quééé? —exclamé yo.

—Se dice «Perdón, ¿puedes repetírmelo?» —me regañó Xemerius.

—¡Glenda, me sorprende que hables así! —Lasy Arista chasqueó la lengua—. Ninguna de mis nietas pensaría ni por asomo en hacer algo semejante. ¡Bolsas de basura! ¡Qué disparate!

—Bueno, si no se tiene ninguna otra cosa verde a mano para ponerse, siempre es mejor que nada —dijo Charlotte mordazmente—. Al menos para Gwen.

—Vaya. —La tía Maddy me dirigió una mirada compasiva—. Déjame pensar. Yo tenía un albornoz frisado verde que te podría prestar si quisieras.

Charlotte, Nick, Caroline y Xemerius rieron entre dientes y yo la miré sonriendo.

—Eres muy amable, pero creo que Leslie no estaría de acuerdo: un marciano en bata no funcionaría de ninguna manera.

—Pero ¿estáis oyendo eso? Quieren hacerlo de verdad —se lanzó al ataque la tía Glenda ̶. Lo que yo decía, esta Less es una influencia negativa para Gwendolyn—. Arrugó la nariz—. No es que pueda esperarse otra cosa de la educación de unos padres proletarios. De hecho, ya es bastante malo que admitan a ese tipo de gente en el Saint Lennox, pero desde luego yo no permitiría que mi hija frecuentara a…

—¡Ya basta, Glenda! —Los ojos de mamá echaban chispas—. ¡Leslie es una chica inteligente y bien educada y sus padres no son ningunos proletarios! El padre es… es…

—Ingeniero civil —le soplé yo.

—… ingeniero civil, y la madre trabaja de…

—Dietista —completé de nuevo.

—Y el perro ha estudiado en el Goldsmith Collage —dijo Xemerius—. Una familia muy respetable.

—Nuestro disfraz no contiene ningún mensaje político —aseguré a la tía Glenda y a lady Arista, que me observaban fijamente con las cejas enarcadas—. Solo pretende ser arte. ̶Aunque por otro lado hubiera sido típico de Leslie que además le atribuyera a todo aquello, podríamos decir que para rematar la jugada, un significado político. Como si no bastara sencillamente con que tuviéramos una pinta horrorosa —. Y es la fiesta de Cynthia, no la de sus padres; si lo fuera, tal vez el lema no habría sido tan verde.

—No tiene gracia —dijo la tía Glenda—. Y me parece más que descortés por vuestra parte que no os toméis ningún trabajo con el disfraz cuando los demás invitados y los anfitriones no repararán en gastos. El disfraz de Charlotte, por ejemplo, ha…

—… costado una fortuna y le sienta como un guante, hoy ya lo has dicho treinta y cuatro veces —la interrumpió mamá.

—Lo que pasa es que estás celosa. Siempre lo has estado. ¡Pero yo al menos me preocupo por el bienestar de mi hija, no como tú! —chilló la tía Glenda—. El hecho de que te intereses tan poco por las relaciones sociales de tu hija y ni siquiera tenga un disfraz decente que…

—¿Relaciones sociales? —Mamá puso los ojos en blanco ̶. ¿Por qué no bajas un momento a la tierra, Glen? ¡Es la fiesta de cumpleaños de una compañera de clase! Bastante tienen los pobres chicos con tener que disfrazarse.

Lady Arista dejó caer ruidosamente los cubiertos sobre el plato.

—Queridas, tenéis más de cuarenta años y os comportáis como adolescentes. Por supuesto que Gwendolyn no irá a esa fiesta embutida en una bolsa de basura. Y ahora cambiemos de tema, si no os importa.

—Sí, ¿por qué no hablamos de viejas brujas despóticas? —propuso Xemerius—. Y de mujeres que aún viven con sus madres pasados los cuarenta.

—Supongo que no vas a decirle a Gwendolyn cómo… —empezó a decir mi madre, pero yo le di un toque en la pierna por debajo de la mesa y miré sonriendo.

Mamá lanzó un suspiro, pero luego devolvió la sonrisa.

—Es que sencillamente no puedo quedarme mirando sin hacer nada cuando el buen nombre de nuestra familia queda en entredicho por… —dijo la tía Glenda, pero lady Arista no la dejó acabar.

—Glenda, o cierras la boca ahora mismo, o te vas a la cama sin cenar —resopló, provocando que, con excepción de ella y la tía Glenda, a todo el mundo, incluida Charlotte, se le escapara la risa.

En ese momento sonó el timbre de la puerta.

Durante unos segundos nadie reaccionó y seguimos comiendo tranquilamente, hasta que recordamos que era el día libre de míster Bernhard.

—¿Serías tan amable, Caroline? —suspiró lady Arista—. Si es mister Turner por lo de los adornos florales para la fiesta de los farolillos de este año, dile que no estoy en casa. ̶Esperó a que Caroline hubiera desaparecido y luego sacudió la cabeza —. ¡Ese hombre es la peste! ¡Begonias naranja nada menos! ¡Tendría que haber un infierno especial para esa clase de gente!

—Desde luego —la apoyó la tía Maddy.

Un minuto más tarde volvió aparecer Caroline.

—¡Es el Golum! —exclamó—. Y quiere hablar con Gwendolyn.

—¿El Golum? —repetimos a coro mamá, Nick y yo. Resulta que nuestra película favorita era justamente El Señor de los Anillos, y Caroline era la única que no había podido verla porque era demasiado pequeña.

Caroline asintió excitada.

—Sí, está esperando abajo.

Nick sonrió.

—¡Fantástico, mi tesssoro! Esto tengo que verlo.

—Y yo —dijo Xemerius, pero siguió balaceándose perezosamente de la araña y se limitó a rascarse el vientre.

—Seguro que te refieres a Gordon —dijo Charlotte levantándose de la mesa—. Y quiere hablar conmigo. Solo que ha llegado demasiado pronto. Le dije que a las ocho y media.

—¡Oh!, ¿un admirador, liebrecilla? —preguntó la tía Maddy encantada—. ¡Qué bonito! Te irá bien distraerte un poco.

Charlotte puso cara de ofendida.

—No, tía Maddy, Gordon solo es un chico de mi clase y yo le ayudo en su trabajo de castigo sobre los anillos de sello.

—Él ha dicho Gwendolyn —insistió Caroline, pero Charlotte ya la había apartado a un lado y había salido apresuradamente de la habitación sin hacerle caso. Caroline corrió tras ella.

—¡Podemos ponerle un plato a la mesa si quieres! —gritó la tía Glenda, y luego dijo volviéndose hacia nosotros—: Le gusta tanto ayudar. Gordon Gelderman es hijo de Kyle Arthur Gelderman, ¿sabéis?

—Ah, ¿sí? ¿Qué me dices? —dijo Xemerius.

—Quien quiera que sea —dijo mamá.

—Kyle Arthur Gelderman —repitió la tía Glenda, esta vez marcando bien as silabas—. ¡Los grandes almacenes Tycoon! ¿No te dice nada eso? Eso también es muy propio de ti: no tener ni idea de en qué ambiente se mueve tu hija. Tu compromiso como madre es realmente pobre. Aunque de todos modos el muchacho no está interesado en Gwendolyn.

Mamá lanzo un gemido.

—Glen, de verdad, deberías volver a tomar esas pastillas contra los trastornos de la menopausia.

Las cejas de Lady Arista casi se tocaron, y estaba inspirando hondo, cuando Caroline volvió y dijo en tono triunfal:

—¡Golum sí que quería hablar con Gwendolyn!

Acababa de meterme un gran pedazo de quiche s la boca que a punto estuve de escupir cuando vi entrar a Gideon, seguido de Charlotte, a la que de repente se le había petrificado la cara.

—Buenas noches —dijo Gideon cortésmente. Llevaba unos vaqueros y una camisa verde desteñida. Era evidente que se había duchado, porque sus cabellos aún estaban húmedos y se enroscaban en rizos que le caían desordenadamente sobre la frente—. Lo siento, no quería molestarles durante la cena, solo venía a hablar con Gwendolyn.

Durante unos instantes reino el silencio —si prescindimos de Xemerius, que se desternillaba de risa sobre la araña—. Yo no podía hablar porque estaba terriblemente ocupada tratando de tragarme la comida, Nick reía entre dientes, mamá paseaba la mirada de Gideon a mí, y viceversa, a la tía Glenda le habían vuelto a salir manchas rojas en el cuello y Lady Arista observaba a Gideon como si tuviera delante una begonia naranja.

Solo la tía Maddy mantuvo hasta cierto punto la compostura y le dijo amablemente:

—Pero si no molesta en absoluto. Venga, siéntese junto a mí. Charlotte, pon otro cubierto, por favor.

—Sí, un plato para Golum —me susurro Nick, sonriendo maliciosamente.

Charlotte, que seguía con la cara petrificada, ignoro a la tía Maddy y volvió a su asiento.

—Es muy amable, gracias, pero ya he cenado —repuso Gideon.

Por fin conseguí tragar mi pedazo de quiche y me levante a toda prisa.

—Y yo en realidad ya no tengo hambre —dije—. ¿Os importa que me levante de la mesa?

Primero mire a mi madre y luego a la abuela. Las dos intercambiaron una extraña mirada de conformidad y luego suspiraron al unisonó profundamente.

—Claro que no —dijo entonces mamá.

—Pero ¿y el pastel de chocolate? —me recordó Caroline.

—Le guardamos un pedazo a Gwendolyn. —Lady Arista hizo un gesto de asentimiento y yo me acerque a Gideon, un poco cohibida.

—En el comedor se hizo un silencio sepulcral —susurro Xemerius desde la araña—. Todas las miradas apuntaban a la muchacha de la blusa amarillo pipí…

Aj, tenía razón. Me enfade conmigo misma por no haberme duchado y cambiado antes: ese estúpido uniforme de la escuela era lo menos favorecedor que podía haber encontrado. Pero, ¿Cómo iba a imaginar que tendría visita esa noche? Y, además, ¿una visita en la que me importaría tener buen aspecto?

—Eh —dijo Gideon, y sonrió por primera vez desde que había entrado en el comedor.

Le devolví la sonrisa, un poco cortada.

—Eh, Golum.

La sonrisa de Gideon se hizo más amplia.

—Incluso las sombras en las paredes enmudecieron mientras los dos se contemplaban como si acabaran de estornudar en la sopa del vecino —dijo Xemerius, y despego de la araña para seguirnos aleteando—. Una romántica música de violines empezó a sonar, y a continuación la muchacha de la blusa de color pipí y el joven que debía ir urgentemente al peluquero abandonaron la sala el uno junto al otro temblando de emoción. —Aun nos siguió un momento, pero cuando llegamos a la escalera, giro a la izquierda—. ¡Tras asistir a esta generosa exhibición de sentimientos, el inteligente y bello daimon Xemerius le hubiera acompañado para ejercer las funciones de carabina si no hubiera debido saciar antes su incontenible apetito! Tal vez hoy podría devorar por fin ese gordo clarinetista que se aparecía en el número 23 y que se pasaba el día destrozando a Glen Miller —dijo para acabar. Y después de saludar con la mano, desapareció a través de la ventana del pasillo.

Cuando llegamos a mi habitación, vi aliviada que, por suerte, no había tenido tiempo de destruir el maravilloso orden que había conseguido crear la tía Maddy el miércoles. Es verdad que la cama estaba desecha, pero con dos o tres movimientos rápidos pude recoger las pocas prendas sucias que había dejado tiradas por ahí y las lance sobre la silla con las otras. Luego me volví hacia Gideon, que no había dicho nada durante todo el camino. Supongo que tampoco le había quedado, porque yo —en pleno ataque de timidez después de la partida de Xemerius— no había dejado de hablar ni un segundo. Charlaba y charlaba sin parar sobre los cuadros junto a los que íbamos pasando. Sobre cada uno de los once mil retratos más o menos que adornaban nuestra casa.

—Estos son mis bisabuelos, no tengo ni idea de por qué se hacían pintar, porque en esa época ya había fotógrafos. El gordo del taburete es el tatarabuelo Hugh de niño, con su hermana Petronella y tres conejos. Esta es una archiduquesa cuyo nombre no recuerdo ahora; no es pariente, pero el cuadro lleva un collar propiedad familiar de los Montrose y por eso puede estar colada aquí. Y ahora estamos en el segundo piso, en el que podrás admirar en todos los cuadros a Charlotte. Cada trimestre la tía Glenda va con ella a un fotógrafo que supuestamente también fotografía a la familia real. Esta de aquí es mi foto preferida: Charlotte con diez años con un perrito al que le olía la boca, lo que de algún modo se le puede notar en la cara, ¿no te parece?

Y así a todo trapo sin descansar ni un segundo. Era espantoso. Hasta que no llegue a mi habitación no pude parar. Y solo porque en ella no había ningún cuadro colgado.

Alisé la colcha y aproveche para hacer desaparecer discretamente el camisón de Hello-Kitty debajo de la almohada. Luego me volví y mire a Gideon expectante. En ese momento él tenía la oportunidad de decir algo.

Pero no lo hizo. En lugar de eso siguió sonriéndome, como si no acabara de creer lo que veía. Mi corazón se desboco y luego dejo de palpitar un instante. ¡Fantástico! Mi corazón podía aguantar tranquilamente una estocada, pero Gideon era demasiado para él, sobre todo cuando miraba como en ese instante.

—Quería llamarte antes, pero no cogías el móvil —dijo al cabo de un rato.

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