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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (40 page)

—¿Cómo ha sido tu… tu encuentro con Lucy y Paul? —preguntó Leslie en voz baja cuando volvimos al sofá.

Raphael me dirigió una mirada compasiva.

—Tiene que ser muy fuerte eso de tener unos padres que tienen prácticamente la misma edad que tú.

Asentí con la cabeza.

—Ha sido bastante… curioso y… emocionante.

Y entonces se lo expliqué todo, empezando por el recibimiento del mayordomo y acabando con nuestra confesión de que ya habíamos cerrado el círculo de sangre con el cronógrafo robado.

—Cuando han sabido que estábamos en posesión de la piedra filosofal (o de la «sal reluciente» como la llama Xemerius) casi les da un ataque. Se han puesto terriblemente nerviosos, y Lucy aún habla más que yo cuando está excitada, es increíble, ¿verdad? No han parado de hacernos reproches hasta que les he explicado que sabía… lo de nuestra relación de parentesco.

Leslie puso unos ojos como platos.

—¿Y?

—Entonces se han quedado mudos. Hasta que al cabo de un momento todos hemos roto a llorar —dije frotándome los ojos agotada—. Creo que con todo lo que he llorado estos últimos días podría regarse un campo africano en época de sequía.

—Ay, Gwenny. —Leslie me acarició el brazo con cara de pena.

Trate de sonreír y continué.

—Y aún hemos tenido tiempo de comunicarles la feliz noticia de que el conde no puede matarme de ninguna manera; ni el conde ni nadie, porque soy inmortal. Naturalmente no han querido creerlo; pero como íbamos bastante justos de tiempo, tampoco se lo hemos podido demostrar haciendo que Millhouse probara a estrangularme o algo así. Hemos tenido que dejarles allí con la boca abierta y salir corriendo para poder llegar a tiempo a nuestro salto de vuelta a la iglesia.

—¿Y qué pasará a partir de ahora?

Mañana temprano volveremos a visitarles, y Gideon quiere exponerles un plan genial —dije—. Lo malo es que tiene que ocurrírsele esta noche, y solo con que esté la mitad de agotado que yo, no creo que vaya a poder enlazar dos ideas seguidas.

—Bueno, para eso está el café. Y yo: la genial Leslie Hay. —Leslie me dirigió una sonrisa de ánimo y luego suspiró—. Pero tienes razón, el asunto tiene sus complicaciones. Aunque es fantástico que tengáis el cronógrafo para poder viajar en el tiempo sin depender de nadie, tampoco podéis utilizarlo de forma ilimitada, sobre todo si se tiene en cuenta que mañana tenéis que encontraros otra vez con el conde y que por lo tanto solo podréis disponer de dos horas, o incluso menos, de vuestro contingente elapsatorio.

—¿Quééé? —exclamé.

Leslie suspiró.

—¿No has leído
Anna Karenina
? No se puede elapsar más de cinco horas y media diarias; con un tiempo más largo aparecen efectos secundarios. —Leslie hizo como si no se hubiera dado cuenta de la mirada admirativa de Raphael—. Y no sé qué opinar de que tengáis esos gránulos. Es algo… peligroso. Espero que al menos los hayáis escondido donde nadie pueda encontrarlos.

Por lo que sabía, la botellita seguía en la chaqueta de cueros de Gideon, pero eso no se lo dije a Leslie.

—Paul insistió al menos veinte veces en que teníamos que destruirlos.

—¡No es estúpido!

—¡No! —Sacudí la cabeza—. Gideon opina que podríamos utilizarlos en nuestro favor.

—Claro, genial —dijo Raphael—. Podríamos introducirlo en eBay y probar quién puja. Polvos de la inmortalidad para administración pública. Oferta mínima, una libra.

—Aparte del conde no conozco a nadie a quien pueda gustarle ser inmortal —dije con un poco de amargura—. Debe de ser terrible seguir con vida cuando todos a tu alrededor tienen que morir en algún momento. ¡Os aseguro que no me gustaría vivir algo así! ¡Antes de quedarme sola en el mundo, me tiraría por un acantilado! —Reprimí el nuevo suspiro que me había provocado esa idea—. ¿Creéis que en mi caso eso de la inmortalidad podría ser una especie de defecto genético? Al fin y al cabo, no solo tengo una línea de viajeros del tiempo en mi familia, sino dos.

—Podría haber algo de cierto en eso —dijo Leslie—. Contigo se cierra el círculo, en el sentido más auténtico de la palabra.

Durante un rato nos encontramos mirando la pared, absortos en nuestros pensamientos. Sobre el revoque alguien había pintado con letras negras una secuencia en latín.

—¿Qué significa eso? —preguntó Leslie finalmente—. ¿No te olvides de llenar la nevera?

—No —dijo Raphael—. Es una cita de Leonardo Da Vinci y los De Villers se la robaron para usarla como lema familiar.

—Oh, entonces seguro que traducido es algo así como «No es que seamos unos fanfarrones, es que realmente somos geniales». O «¡Lo sabemos todo y siempre tenemos razón!».

Solté una risita.

—«Unce tu carro a una estrella» —dijo Raphael—: eso significa. —Se aclaró la garganta—. ¿Queréis que traiga lápiz y papel? ¿Para que podamos reflexionar mejor? —Sonrió cohibido—. De algún modo resulta un poco morboso decirlo ahora, pero vuestro juego de misterios me divierte de verdad.

Leslie se incorporó en el sillón. Poco a poco su rostro se animó y las pecas empezaron a bailar en su nariz.

—A mí me pasa exactamente lo mismo —dijo sonriendo—. Quiero decir que sé que no es ningún juego y que puede tener consecuencias terribles, pero nunca me había divertido tanto como en estas últimas semanas. —Me dirigió una mirada de disculpa—. Lo siento, Gwenny, pero sencillamente es superguay tener como amiga a una viajera del tiempo inmortal; creo que mucho más guay que serlo una misma.

Me eché a reír.

—En eso sí que tienes razón. Yo también me divertiría más si pudiéramos cambiar nuestros papeles.

Raphael volvió con papel y lápices de colores, y Leslie se puso a dibujar enseguida casillas y flechas.

—Sobre todo me trae de cabeza ese asunto del aliado del conde entre los Vigilantes. —Mordisqueó el lápiz un momento—. Aunque también eso solo se basa en suposiciones, pero bueno. Bien mirado, podría ser cualquiera, ¿no?: el ministro de Sanidad, ese curioso doctor, el amigable mister George, mister Whitman, Falk… y el pelirrojo bobalicón, ¿cómo se llama?

—Marley —dije—. Pero no creo que sea el tipo de persona capaz de hacer algo así.

—Sin embargo, es un descendiente de Rakoczy. ¡Y sabes por experiencia que siempre son los que menos te lo esperas!

—Esos es cierto —convino Raphael—. La mayoría de las veces los malvados son los que parecen más inofensivos. Hay que estar prevenido ante los tipos que tropiezan con todo y tartamudean sin cesar.

—Ese aliado del conde, llamémosle mister X, podría ser el asesino del abuelo de Gwenny. —Leslie empezó a trazar líneas y círculos sobre el papel—. Y es posible que sea también el encargado de matar a Gwenny cuando el conde haya conseguido su elixir. —Me dirigió una mirada cariñosa—. Desde que sé que eres inmortal estoy un poquito menos preocupada.

—Inmortal, pero no invulnerable —dijo Gideon.

Los tres dimos un respingo y clavamos los ojos en él sobresaltados. Había entrado en el piso sin que nos diéramos cuenta y estaba apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados. Seguía llevando su conjunto del siglo XVIII, y como siempre, al verle, el corazón me dio un brinco.

—¿Cómo está Charlotte? —pregunté, confiando en que la pregunta sonara tan neutral como me había propuesto.

Gideon se encogió de hombros con aire cansado.

—Creo que mañana, cuando se despierte, tendrá que tragarse unas cuantas aspirinas. —Se acercó—. ¿Qué estáis haciendo?

—Planes. —Leslie movía a toda velocidad el lápiz por el papel, con la punta de la lengua asomando entre los labios—. Y tampoco tenemos que olvidar lo de la magia del cuervo —dijo hablando más para sí misma que para nosotros.

—Gid, ¿tú qué opinas? ¿Quién crees que podría ser el aliado secreto del conde entre los Vigilantes? —Raphael se mordió las uñas excitado—. Yo sospecho del tío Falk. De pequeño ya me parecía un personaje de lo más siniestro.

—Bah, tonterías. —Gideon se acercó a mí y me dio un beso en el pelo; luego se dejó caer en el sillón de cuero raído de enfrente, apoyó los codos en los muslos y se apartó un mechón de pelo de la frente—. No se me va de la cabeza lo que Lucy ha dicho antes: que la inmortalidad del conde quedó sin efecto con el nacimiento de Gwendolyn.

Leslie se olvidó por completo de sus diagramas y asintió en silencio.

—«Más cuando ascienda la duodécima estrella, reanudará el curso su destino final» —citó, y me irritó tener que constatar una vez más que esas estúpidas rimas me daban escalofríos—. «Perderá la lozanía del roble con ella, sometido al yugo del tiempo terrenal».

—¿Te sabes todos esos versos de memoria? —preguntó Raphael.

—No todos, pero es que algunos son bastante pegadizos —respondió Leslie un poco cortada, y luego dijo volviéndose hacia Gideon—: Yo lo he interpretado de este modo: cuando el conde se traga el polvo en el pasado, se vuelve inmortal; pero solo hasta que asciende la duodécima estrella, bueno, quiero decir, hasta que Gwendolyn viene al mundo. Entonces con su nacimiento, se ha acabado lo de su inmortalidad. El roble queda sometido al yugo del tiempo terrenal; es decir, el conde se vuelve otra vez mortal, a no ser que mate a Gwendolyn para detener ese proceso. Pero antes ella tiene que haber hecho posible que él consiga el elixir. Y si él no consigue el elixir, no podrá convertirse en inmortal de ninguna manera. ¿Me he expresado con claridad?

—Sí, hasta cierto punto —dije, y pensé en Paul y en los metros en nuestros cerebros.

Gideon sacudió lentamente la cabeza.

—¿Y si todo el tiempo hemos estado cometiendo un error en nuestros razonamientos? —preguntó hablando despacio—. ¿Y si el conde hace ya tiempo que ha conseguido el polvo?

Estuve a punto de volver a decir «¿Quééé?», pero logré contenerme en el último momento.

—Eso no puede ser, porque en uno de los cronógrafos el círculo de sangre aún no se ha cerrado y el elixir del otro está escondido en un lugar seguro, o eso espero —dijo Leslie con impaciencia.

—Sí. En este momento —dijo Gideon marcando las sílabas—. Pero no tiene que seguir siendo así. —Suspiró al ver que lo mirábamos con cara de no entender nada—. Pensadlo de nuevo: es posible que el conde, en algún momento del siglo XVIII, tomara el elixir (sin que importe la forma en que lo consiguiera) y se volviera inmortal.

Los tres lo miramos fijamente. Sin que supiera muy bien por qué, se me había puesto la carne de gallina.

—Lo que a su vez significaría que podría perfectamente estar vivo en este momento —continuó Gideon, mirándome fijamente a los ojos—. Que podría estar en algún lugar ahí fuera esperando que le llevemos el elixir al siglo XVIII. Y luego a una oportunidad de matarte.

Durante unos segundos reinó el silencio, hasta que Leslie lo rompió para replicar:

—No quiero decir que haya entendido del todo tu idea, pero es que incluso aunque vosotros, por alguna razón, cambiarais de opinión y le llevarais efectivamente el elixir al conde… él seguiría teniendo un pequeño problemilla. —Al llegar a este punto, Leslie rió satisfecha—. Y es que él no puede matar a Gwenny.

Raphael hizo girar el lápiz sobre la mesa como si fuera un compás.

—Además, ¿por qué ibais a cambiar de opinión cuando conocéis las verdaderas intenciones del conde? —añadió.

Gideon no respondió enseguida, y su rostro estaba totalmente desprovisto de impresión cuando finalmente dijo:

—Porque puede chantajearnos.

Me desperté al sentir algo húmedo y frío por la cara.

—¡Dentro de diez minutos sonará el despertador! —exclamó Xemerius.

Gimiendo, me tapé la cabeza con la manta.

—No hay forma de hacer las cosas a tu gusto, ¿sabes? Ayer mismo sin ir más lejos te estabas quejando porque no te había despertado —se ofendió Xemerius.

—Ayer no me había puesto el despertador. Y, además, es terriblemente temprano —gruñí.

—Hay que aceptar algún sacrificio si se quiere salvar a tiempo al mundo de un inmortal con delirios de grandeza, ¿no? —dijo Xemerius, y le oí zumbar volando en círculos por la habitación—. Al que además vas a ver esta noche, por cierto; te lo digo por si lo habías olvidado. ¡Vamos, espabila de una vez!

Me hice la muerta —lo que no me resultó muy difícil, porque, inmortal o no, casi me sentía como si lo estuviera—; pero, por lo visto, mi actuación no impresionó demasiado a Xemerius, porque, en lugar de dejarme en paz, se puso a revolotear alegremente arriba y abajo ante mi cama y a graznarme al oído refranes que venían al caso, empezando por «A quien madruga Dios le ayuda» y «Gato que duerme no caza ratones».

—¡Tu gato puede irse al infierno! —dije, pero al final Xemerius consiguió lo que quería. Salí arrastrándome de la cama, fastidiada, y por eso a las siete me encontraba puntualmente en la estación de Temple.

Bueno, la verdad es que eran la siete y dieciséis, pero mi móvil iba un poco atrasado.

—No tienes muy buena pinta. Pareces tan cansada como me siento yo —gimió Leslie, que ya me estaba esperando en el andén convenido.

A esa hora de la mañana, y en domingo, no es que hubiera mucho movimiento en la estación, pero de todos modos me pregunté cómo iba a pasar Gideon desde allí a uno de los túneles del metro sin que nadie le viera. Los andenes estaban bien iluminados y además había un montón de cámaras de vigilancia.

Dejé en el suelo mi pesada y bien repleta bolsa de viaje y lancé una mirada asesina a Xemerius, que hacía slalom entre las columnas a una velocidad de vértigo.

—Xemerius es el culpable. No me ha dejado usar el maquillaje de mamá para tapar las ojeras porque supuestamente era muy tarde, y aún menos para hacer una parada en el Starbucks.

Leslie inclinó la cabeza de lado intrigada.

—¿Has dormido en casa?

—Pues claro, ¿dónde si no? —pregunté un poco irritada.

—Bueno, pensé que habríais interrumpido un rato la planificación después de que Raphael y yo nos fuéramos. —Se rascó la nariz—. Sobre todo porque procuré que la despedida de Raphael fuera extralarga para daros tiempo de pasaros del sofá al dormitorio.

Le guiñe un ojo.

—¿Extralarga? —pregunté alargando las sílabas—. ¡Qué sacrificada!

Leslie sonrió.

—Sí, imagínate —dijo sin sonrojarse ni un ápice—. Pero ahora no te desvíes del tema. Habrías podido decirle tranquilamente a tu madre que te quedabas a dormir en mi casa.

Hice una mueca.

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