Authors: Kerstin Gier
Por fin quedó abrochado el último botón. Madame Rossini me había encontrado un vestido gris claro de cuello alto con puntillas, pero la falda era un poco demasiado larga, de modo que inmediatamente tropecé y me habría dado de bruce si Gideon no me hubiera sujetado antes.
—La próxima vez me pondré yo el vestido —dije.
Gideon rió e hizo un intento de besarme, pero en ese momento Xemerius gritó «¡Oh no, otra vez no!» y le aparté suavemente con el brazo.
—¡Ya no nos queda tiempo! —dije. («Y, además, sobre nuestras cabezas cuelga una criatura con alas de murciélago que hace muecas raras.»)
Levanté los ojos y fulminé a Xemerius con la mirada.
—¿Qué pasa? —preguntó Xemerius—. Pensaba que esto era una misión importante y no una cita amorosa. En realidad deberías estarme agradecida.
—Ah, ¿sí? —gruñí.
Entretanto, Gideon había corrido hacia el presbiterio y se había arrodillado ante el cronógrafo. Después de mucho pensar, habíamos optado por colocarlo bajo el altar, confiando en que allí nadie lo encontraría durante nuestra ausencia, a no ser que tuvieran una asistenta que trabajara los sábados.
—Yo vigilo la posición —prometió Xemerius—. Si alguien viene y trata de robar ese trasto, le… escupiré sin compasión.
Gideon me cogió de la mano.
—¿Lista, Gwendolyn?
Le miré a los ojos y el corazón me dio un brinco.
—Estoy lista si tú lo estás —dije en voz baja.
La réplica de Xemerius (seguro que sarcástica) ya no llegó a mis oídos, porque la aguja penetró en mi dedo y me sentí arrastrada por las olas de luz rojo rubí.
Un momento más tarde me incorporé de nuevo en la iglesia, que estaba tan vacía y silenciosa como en nuestra época. Medio esperé, medio temí descubrir a Xemerius colgado de la tribuna, porque de hecho él ya andaba por ahí en el año 1912.
Gideon aterrizó a mi lado y enseguida volvió a cogerme de la mano.
—¡Ven, tenemos que apresurarnos! Solo tenemos dos horas y apuesto a que eso no bastará ni para una décima parte de las preguntas que tenemos que hacerles.
—¿Y qué pasará si no encontramos a Lucy y a Paul en casa de lady Tilney? —dije, y mientras pronunciaba esas palabras me puse tan nerviosa que empezaron a castañearme los dientes. Me seguía resultando imposible pensar en ellos como en mis padres, y si la conversación con mamá ya había sido difícil, ¿cómo iba a ser la que mantendría con unas personas a las que no conocía de nada?
Cuando salimos de la iglesia, llovía a cántaros.
—Fantástico —dije; en esos momentos habría dado cualquier cosa por llevar uno de los horrorosos sombreros de madame Rossini—. Hubieras podido leer antes el parte meteorológico, ¿no?
—Bah, no pasa nada, será solo un chaparrón de verano —afirmó Gideon, y me arrastró hacia delante.
Cuando llegamos a Eaton Place, el chaparrón de verano ya nos había dejado completamente empapados, y no podía decirse precisamente que hubiéramos pasado desapercibidos, porque todas las personas con las que nos habíamos cruzado por el camino llevaban paraguas y habían girado la cabeza a nuestro paso para mirarnos con aire compasivo.
—Suerte que no nos hemos preocupado por la autenticidad de los peinados —dije mientras esperábamos ante la puerta de la casa de lady Tilney.
Me pasé las manos por el cabello, que tenía pegado al cráneo. Mis dientes seguían castañeando.
Gideon hizo sonar la campanilla y me apretó la mano con más fuerza.
—Tengo una sensación desagradable en el estómago —susurré—. Aún estamos a tiempo de desaparecer y volver otra vez, ¿no? Tal vez sería mejor pensar primero con calma en qué orden vamos a plantear…
—Chist —dijo Gideon—. Todo va bien, Gwenny. Estoy contigo.
—Sí, estás conmigo —dije, y volví a repetirlo enseguida como un mantra tranquilizador—. Estás conmigo, estás conmigo, estás conmigo.
Como la última vez, nos abrió el mayordomo de los guantes blancos, que se quedó parado en la puerta contemplándonos con franca animosidad.
—Mister Millhause, ¿no es eso? —Gideon sonrió cortésmente—. Si fuera tan amable de anunciar nuestra visita a lady Tilney. Miss Gwendolyn Shepherd y Gideon de Villiers.
El mayordomo dudó un momento.
—Esperen aquí —dijo, y luego nos cerró la puerta en las narices.
—¿Has visto eso? Mister Bernhard nunca se permitiría hacer algo así —dije indignada—. Claro, supongo que debe de pensar que otra vez te has traído una pistola y que pretendes sacarle sangre a su patrona. No puede saber que lady Lavinia te robó la pistola, y por cierto, aún me sigo preguntando cómo pudo hacerlo. Quiero decir que qué demonios pudo hacer para distraer tu atención hasta ese punto. Si alguna vez me vuelvo a tropezar con ella, se lo preguntaré, aunque, para serte sincera, no estoy segura de si realmente quiero saberlo. Oh, ya vuelvo a hablar como una cotorra, siempre me pasa cuando estoy nerviosa, no creo que pueda presentarme ante ellos, Gideon. Y me estoy quedando sin aire, pero supongo que es sencillamente porque no respiro, lo que de hecho no importa porque soy inmortal. —Al llegar a este punto, solté un gallo por los nervios, pero de todos modos seguí adelante sin detenerme—. Sería mejor que diéramos un paso atrás, porque cuando se abra la puerta la próxima vez quizá ese Millhouse te dé un puñetazo en los…
La puerta volvió a abrirse.
—… morros —murmuré, a pesar de todo, rápidamente.
El fornido mayordomo nos invitó a entrar con un gesto.
—Lady Tilney les espera arriba en el saloncito —dijo secamente—. En cuanto les haya registrado para ver si llevan armas.
—¡Si no queda otro remedio!
Gideon extendió los brazos complaciente, y se dejó palpar por Millhouse.
—Está bien. Pueden subir —dijo finalmente el mayordomo.
—¿Y a mí no me registran? —pregunté desconcertada.
—Tú eres una dama, y las damas no llevan armas.
Gideon me sonrió, me cogió de la mano y me arrastró escaleras arriba.
—¡Qué falta de seriedad! —Eché una mirada a Millhouse, que nos seguía a unos pasos de distancia—. ¿Solo porque soy una mujer ya no le doy ningún miedo? ¡Ese hombre debería ver
Tom Raider
! Podría llevar una bomba atómica debajo del vestido y una granada de mano en cada alforja de la BH. Me parece una actitud descaradamente misógina.
Por mí hubiera podido seguir hablando sin parar hasta la puesta de sol, pero arriba, junto a la escalera, nos esperaba lady Tilney, fina y tiesa como una vela. Era una mujer extraordinariamente hermosa, y ni siquiera su mirada glacial podía cambiar eso. De hecho, mi primera reacción fue sonreírle, pero a medio camino forcé las comisuras de los labios para volver a su punto de partida. En el año 1912 lady Tilney resultaba mucho más intimidante que más tarde, después de desarrollar su afición por los cerdos de ganchillo, y en ese momento fui desagradablemente consciente de que no solo nuestros peinados eran del todo impresentable, sino que además el vestido me colgaba de los hombros como un saco mojado. Instintivamente me pregunté si ya se habrían inventado los secadores.
—¿Otra vez por aquí? —le dijo lady Tilney a Gideon con una voz tan fría como su mirada. Solo lady Arista habría podido igualar ese tono—. Son ustedes realmente insistentes. Creo que en su última visita ya deberían haber comprendido que no voy a darles mi sangre.
—No estamos aquí por su sangre, lady Tilney —replicó Gideon—. Hace tiempo que… —Se aclaró la garganta—. Nos gustaría hablar de nuevo con usted y con Lucy y Paul. Esta vez sin… malentendidos.
—¡Malentendidos! —lady Tilney cruzó los brazos sobre su pecho adornado con encajes—. La última vez que estuvo aquí no se comportó usted de un modo muy correcto, joven, y dio muestras de poseer una alarmante predisposición a la violencia. Por otra parte, en este momento desconozco el lugar donde se encuentran Lucy y Paul, de modo que incluso en otras circunstancias me sería imposible ayudarles. —Hizo una breve pausa, durante la cual su mirada se posó en mí—. De todas maneras, creo que podría arreglar un encuentro. —Su voz se había vuelto un poco más cálida—. Tal vez solo con Gwendolyn y naturalmente en otra fe…
—No quisiera parecer descortés, pero seguro que comprenderá que el tiempo de que disponemos es muy limitado —la interrumpió Gideon mientras tiraba de mí hasta el rellano (donde mi vestido y yo dejamos la cara alfombrada empapada)—. Sé que en la actualidad Lucy y Paul viven en su casa, de modo que, por favor, llámelos sencillamente. Le prometo que esta vez me comportaré.
—Esto no es… —empezó a decir lady Tilney, pero en ese momento se oyó el chasquido de una puerta al fondo y un instante después apareció una joven de aspecto delicado.
Lucy.
Mi madre.
Apreté con más fuerza la mano de Gideon mientras miraba fijamente a Lucy y esta vez trataba de registrar en mi mente cada detalle de lo que veía. Con sus cabellos rojos, su tez pálida aporcelanada y sus grandes ojos azules, todas las mujeres Montrose tenían un innegable aire familiar, pero yo buscaba sobre todo parecidos conmigo misma. ¿No eran esas mis orejas? ¿Y esa nariz pequeña, no era clavada a la mía? ¿No era muy parecido el arco de las cejas? ¿Y esas arrugas que se formaban cuando arrugaba la frente?
—Tiene razón, no deberíamos perder ni un minuto, Margaret —dijo Lucy en voz baja. Se percibía un ligero temblor en su voz, y al oírla se me encogió el corazón—. ¿Tendría la amabilidad de ir a buscar a Paul, mister Millhouse?
Lady Tilney suspiró, pero respondió a la mirada interrogativa de Millhouse con una seña de asentimiento. Mientras el mayordomo pasaba junto a nosotros para dirigirse al piso de arriba, lady Tilney dijo:
—Me gustaría recordarte, Lucy, que la última vez te colocó una pistola en la nuca.
—Yo también lo siento muchísimo, de verdad —dijo Gideon—. Por otra parte… en ese momento las circunstancias me forzaron a hacerlo. —Y añadió dirigiendo una mirada significativa a Lucy—: Pero entretanto han llegado hasta nosotros algunas informaciones que nos han hecho cambiar de opinión.
Bonita forma de expresarlo. Tenía la sensación de que poco a poco debería ir introduciendo algo de ternura a esta conversación. Pero ¿qué podía decir?: ¿«Madre, sé quién eres, estréchame entre tus brazos»?, ¿« Lucy, te perdono que me abandonaras, ahora ya nada ni nadie podrá separarnos»?
Supongo que solté algún ruido extraño, que Gideon interpretó correctamente como el inicio de un ataque de histeria, porque me pasó el brazo por los hombros. Y lo hizo justo a tiempo, porque de repente mis piernas ya no parecían estar en condiciones de soportar mi peso.
—¿Qué os parece si subimos al salón? —propuso Lucy.
Buena idea. Si no recordaba mal, allí podría sentarme.
En la pequeña habitación redonda esta vez no estaba preparada la mesa del té, pero, aparte de eso, todo seguía exactamente igual, con excepción del arreglo floral, que había pasado de las rosas blancas a los alhelíes y las espuelas de caballero. En el mirador con ventanas que daban a la calle había una cuantas delicadas sillas y butacas.
—Sentaos, por favor —dijo lady Tilney.
Yo me dejé cae en una de las acolchadas sillas Chintz, mientras los otros se quedaron de pie.
Lucy me sonrió. Dio un paso hacia mí y me pareció que iba a acariciarme el pelo. Me volví a levantar de un salto.
—Siento que estemos tan mojados, pero es que, por desgracia, no hemos traído paraguas —solté estúpidamente.
La sonrisa de Lucy se hizo más amplia.
—¿Qué dice siempre lady Arista?
Se me escapó una risita.
—¡Niña, no irás a empaparme los cojines buenos! —recitamos al unísono.
De pronto Lucy cambió de expresión. Ahora parecía que estuviera a punto de echarse a llorar.
—Pediré que traigan el té —dijo lady Tilney en tono enérgico, cogiendo una campanita—. Té a la menta con mucho azúcar y limón caliente.
—¡No, por favor! —Gideon sacudió la cabeza desesperado—. No podemos entretenernos con esas cosas. No estoy seguro de haber elegido bien el momento para venir, pero espero que el encuentro entre Paul y yo en el año 1782 ya haya tenido lugar visto desde vuestra perspectiva —Lucy, que ya se había rehecho, inclinó lentamente la cabeza, y Gideon respiró aliviado—. Entonces ya sabréis que me entregasteis los papeles secretos del conde. Necesitamos un poco de tiempo para entenderlo todo, pero ahora ya sabemos que la piedra filosofal no es un remedio que vaya a servir para curar todos los males de la humanidad, sino que solo debe proporcionar al conde la inmortalidad.
—¿Y que su inmortalidad acabará en el momento del nacimiento de Gwendolyn? —dijo Lucy con un hilo de voz—. ¿Y que por eso tratará de matarla en cuanto el circulo se haya cerrado?
Gideon asintió con la cabeza, y yo le miré desconcertada. Aún no habíamos discutido bastante a fondo ese detalle; pero tampoco parecía que ese fuera el momento oportuno para hacerlo, porque enseguida continuó:
—Vuestra única preocupación siempre fue proteger a Gwendolyn.
—Ves, Luce, ya te lo decía yo.
Paul había aparecido en la puerta. Llevaba el brazo en cabestrillo, y la mirada de sus ojos dorados se paseó entre Gideon, Lucy y yo mientras se acercaba.
Contuve la respiración. Solo era unos años mayor que yo y en la vida normal habría pensado que su aspecto era fantástico, con su pelo negro azabache, los extraños ojos de los De Villiers y el pequeño hoyuelo en la barbilla. En cuanto a las patillas, supongo que no podía evitarlo, debía ser lo normal en esa época. Pero con patillas o sin patillas, realmente no tenía aspecto de ser mi padre, ni el padre de nadie en realidad.
—A veces vale la pena dar un margen de confianza a la gente —dijo, y repasó a Gideon con la mirada—. Incluso a los pequeños granujas como este.
—Y a veces sencillamente se tiene una suerte loca al encontrar a según qué gente —resopló Lucy, y se volvió hacia Gideon—. Te estoy muy agradecida por haberle salvado la vida a Paul, Gideon —dijo muy seria—. Si no hubieras pasado por allí por casualidad, ahora estaría muerto.
—¿Por qué tienes que exagerar siempre de esta manera, Lucy? —Paul hizo una mueca—. De algún modo habría conseguido salir del apuro.
—Sí, claro —dijo Gideon sonriendo con ironía.
Paul arrugó al frente y luego sonrió.
—Muy bien, lo reconozco, probablemente no. Ese Alastair es un perro traicionero y un espadachín condenadamente bueno. ¡Y, además, eran tres! Si me lo encuentro otra vez…