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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (42 page)

Gideon suspiró y se frotó la frente con el dorso de la mano.

—Queríamos evitar la entrega, pero hemos perdido demasiado tiempo en estos pasadizos… y luego, idiota de mí, aún he conseguido tropezarme conmigo mismo. —Cogió la carta y se la metió en el bolsillo—. Gracias.

—¿Un De Villiers reconociendo un error? —El doctor Harrison rió en voz baja—. Eso sí que es algo nuevo. En todo caso, afortunadamente lady Tilney se ha hecho cargo del asunto, y hasta el momento nunca he visto que fracasara ninguno de sus planes. Por otra parte, tampoco tendría ningún sentido llevarle la contraria. —Señaló hacia el Gideon tendido en el suelo—. ¿Necesita ayuda?

—No estaría mal que le desinfectaran la herida y tal vez que le pusieran algo blando debajo de… —dije, pero Gideon me interrumpió:

—¡Tonterías! Está perfectamente. —Sin hacer caso de mis protestas, tiró de mí hacia arriba—. Ahora tenemos que volver. Salude a lady Tilney de nuestra parte, doctor Harrison. Y comuníquele mi agradecimiento.

—Ha sido un placer —dijo el doctor Harrison, y ya se iba a dar media vuelta para marcharse cuando recordé algo.

—¿Sería tan amable de decirle a lady Tilney que no se asuste si en el futuro voy a visitarla para elapsar?

El doctor Harrison asintió con la cabeza.

—Desde luego, encantado. —Nos saludó con la cabeza—. Mucha suerte. —Y se alejó rápidamente.

Aún estaba despidiéndose cuando Gideon volvió a tirar de mí en la dirección contraria, dejando a su álter ego abandonado en el pasadizo.

—Seguro que esto está plagado de ratas —dije compadecida—. ¡Y a esos bichos les atrae la sangre!

—Las confundes con los tiburones —dijo Gideon; pero luego se detuvo bruscamente, se volvió hacia mí y me estrechó entre sus brazos—: ¡Lo siento! —murmuró en mi cabello—. ¡Era tan estúpido que me merecía que una rata me mordisqueara un poco!

Inmediatamente olvidé todo lo que nos rodeaba (y también todo lo demás), le eché los brazos al cuello y empecé a besarle, primero solo en los sitios que podía alcanzar en ese momento —en el cuello, en la oreja, en la sien— y luego en la boca. Él me abrazó con más fuerza, solo para apartarme de nuevo tres segundos más tarde.

—¡Realmente no tenemos tiempo para esto ahora, Gwenny! —dijo enojado, y a continuación me cogió de la mano y tiró de mí otra vez.

Suspiré varias veces profundamente, pero Gideon no dijo nada. Dos corredores más allá, cuando se detuvo para mirar el plano, ya no pude aguantar más y le pregunté:

—¿Es porque beso raro, o qué?

—¿Cómo?

Gideon me miró por encima del borde del plano con cara de perplejidad.

—Soy un desastre besando, ¿verdad? —Hice todo lo posible sin demasiado éxito para que no sonara histérico—. Hasta ahora no había… quiero decir, que para poder hacerlo bien se necesita tiempo y experiencia. ¡Es imposible aprenderlo todo en las películas!, ¿sabes? Y de algún modo es humillante que te aparten así.

Gideon bajó el plano y el cono de luz de su linterna se dirigió hacia el suelo.

—Gwenny, escucha…

—Sí, ya lo sé, tenemos prisa —le interrumpí—. Pero sencillamente tengo que quitarme esto de encima ahora mismo. Cualquier cosa sería mejor que empujarme hacia atrás o… llamar a un taxi. Yo aguanto muy bien las críticas. Bueno, en todo caso cuando se formula con amabilidad.

—A veces eres realmente… —Gideon sacudió la cabeza, y luego inspiró hondo, y dijo muy serio—: Cuando me besas, Gwendolyn Shepherd, es como si perdiera el contacto con el suelo. No tengo ni idea de cómo lo haces ni de dónde lo has aprendido. En todo caso, si ha sido en una película, tenemos que verla juntos. —Se detuvo un momento—. Lo que quiero decir es que cuando me besas, ya no quiero hacer nada más que sentirte y tenerte entre mis brazos. ¡Mierda, estoy tan terriblemente enamorado de ti que es como si hubieran volcado una lata de gasolina en mi interior y le hubieran prendido fuego! Pero en este momento no podemos… al menos uno de nosotros debe mantener la cabeza fría. —La mirada que me lanzó disipó mis dudas—. Gwenny, todo esto me da un miedo horrible. Sin ti mi vida no tendría ningún sentido, sin ti… querría morirme si a ti te pasara algo.

Quería sonreírle, pero sentí que se me había hecho un nudo en la garganta.

—Gideon, yo… —empecé, pero él no me dejó acabar.

—No quisiera que… no debe ocurrirte lo mismo a ti, Gwenny. Porque el conde puede utilizar estos sentimientos contra nosotros. ¡Y lo hará!

—Para eso hace tiempo que es tarde —susurré yo—. Te quiero. Y sin ti no querría seguir viviendo.

Gideon parecía a punto de romper a llorar. Me cogió la mano, y estrujándomela casi, dijo:

—Entonces solo podemos confiar en que el conde nunca, nunca jamás, se entere de esto.

—Y también de que todavía se nos ocurra ese plan genial —dije—. ¡Y ahora haz el favor de no seguir perdiendo el tiempo aquí! Tenemos prisa.

—¡Un cuarto de hora y ni un minuto más!

Gideon se arrodilló ante el cronógrafo, que habíamos colocado sobre la manta para el picnic en el césped de Hyde Park, no muy lejos de la Serpentine Gallery, con el lago y el puente a la vista. Aunque el día prometía ser tan magnífico como el anterior, de momento hacía un frío helado y la hierba estaba húmeda de rocío. Corredores y transeúntes con sus perros pasaban ante nosotros, y algunos volvían la mirada para observar con curiosidad el pequeño grupo que formábamos sobre la hierba.

—¡Pero un cuarto de hora es demasiado justo! —dije mientras me abrochaba el armazón equipado con un curioso acolchado en las cadera, que se encargaba de que mi vestido se balanceara en torno a mí como un acorazado y no se arrastrara por el suelo. Ese complemente había sido la causa de que esa mañana, en lugar de una mochila, hubiera tenido que coger una monstruosa bolsa de viaje—. ¿Y qué pasará si llega demasiado tarde? (O si no llega, que secretamente era lo que temía que iba a ocurrir.)—. En el siglo XVIII los relojes seguro que no eran tan precisos.

—Entonces peor para él. De todos modos es una idea descabellada. ¡Precisamente hoy!

—En eso, por una vez, tiene razón —comentó Xemerius con voz somnolienta, y después de meterse de un salto en la bolsa de viaje, apoyó la cabeza sobre las patas y bostezó ruidosamente—. Despiértame cuando volváis. Definitivamente, esta mañana me he levantado demasiado pronto. —Poco después se oyó un ronquido que salía de la bolsa.

Leslie me pasó el vestido con cuidado por encima de la cabeza. Era el azul floreado que había llevado en mi primer encuentro con el conde y que desde entonces había estado colgado en mi armario.

—Para el asunto de James habría tiempo después —protestó—. Para él siempre será el mismo día a la misma hora, sin que importe desde cuándo le visites.

Empezó a abrochar los ganchitos de mi espalda.

—Lo mismo podría decirse de esa historia de entrega de cartas —la contradije—. Tampoco había ningún motivo para que fuera hoy. Gideon también hubiera podido darse en la cabeza con la linterna por ejemplo el martes o en agosto del año próximo y todo hubiera acabado en lo mismo. Aparte de que lady Tilney se ha encargado del asunto.

—Siempre me dan mareos cuando os ponéis a darle vueltas a estas cosas —se quejó Raphael.

—Sencillamente quería tenerlo resuelto antes de que nos encontráramos la próxima vez con Lucy y Paul —dijo Gideon—. No es tan difícil de entender.

—Pues yo quiero tener resuelto lo de James —repliqué, y añadí en tono dramático—: ¡En caso de que nos pase algo, al menos habremos salvado su vida!

—¿De verdad queréis desaparecer y volver a aparecer ante toda esta gente? —preguntó Raphael—. ¿No tenéis miedo de que mañana la noticia salga en los periódicos y la televisión os quiera entrevistar?

Leslie sacudió la cabeza.

—¡Pamplinas! —dijo enérgicamente—. Estamos bastante alejados del camino y vosotros solo estaréis fuera un momento. Los únicos que se quedarán mirando como bobos serán los perros. —Se produjo un breve cambio de tono en los ronquidos de Xemerius—. Pero recordad que debéis colocaros exactamente en el mismo sitio en que hayáis aterrizado para saltar de vuelta —continuó Leslie—. Podéis marcar el punto exacto con estos bonitos zapatos—. Me puso en la mano uno de los zapatos de Raphael y me dirigió una sonrisa radiante—. ¡Esto es divertidísimo de verdad! ¡A partir de ahora quiero hacerlo cada día!

—Pues yo no —dijo Raphael bajando la mirada hacia sus calcetines. Agitó los dedos con aire afligido y volvió a mirar de nuevo hacia el camino—. Tengo los nervios de punta, ¿sabéis? ¡Antes, en el metro, estaba completamente seguro de que nos seguían! Entraría dentro de la lógica que los Vigilantes hubieran puesto a alguien detrás de nuestros pasos. ¡Y si vienen a quitarnos el cronógrafo, ni siquiera podré darles un puntapié como Dios manda porque solo llevo calcetines!

—Está un poco paranoico —me susurró Leslie.

—Te he oído —dijo Raphael—. Y no es verdad, solo soy… prudente.

—Y yo aún no puedo creer que realmente esté haciendo esto —dijo Gideon mientras se colgaba al hombro la mochila de Leslie, donde había guardado el material para inyecciones—. Infringe las doce reglas de oro a la vez. Ven, Gwenny, tú primero.

Me arrodillé junto a él y le sonreí.

Se había negado a ponerse su conjunto verde, aunque yo había tratado de explicarle que con la ropa normal asustaría a James o, lo que era aún peor, conseguiría que no nos tomara en serio.

—Gracias por hacer esto por mí —dije a pesar de todo, y metí el dedo en el compartimento bajo el rubí.

—No hay de qué —gruñó Gideon, y luego su cara se difuminó ante mis ojos, y cuando volví a ver con claridad, estaba arrodillada sobre la hojarasca mojada rodeada de castañas por todas partes.

Rápidamente me levanté y coloqué el zapato de Raphael en el sitio en que había aterrizado. Llovía a cántaros y no se veía a nadie, a excepción de una ardilla que trepó a toda velocidad hasta la copa del árbol y nos observó con curiosidad. Gideon, que había aterrizado a mi lado, miró a su alrededor.

—Sí —dijo luego secándose la cara—. Un tiempo ideal para cabalgar y vacunar, diría yo. —Pongámonos a resguardo tras ese matorral a ver si viene —propuse.

Y por una vez fui yo la que cogí de la mano a Gideon y tiré de él.

Él se resistió.

—Bueno, pero solo diez minutos —gimió finalmente—. Y si para entonces no ha aparecido, volvemos junto a los zapatos de Raphael, ¿de acuerdo?

—Vale, vale —repliqué.

Efectivamente, también en esa época había un puente que cruzaba la sección estrecha del lago, aunque tenía un aspecto totalmente distinto al que yo conocía. Un carruaje pasaba traqueteando por el Ring. Y desde el otro lado se acercaba a trote ligero un jinete solitario montado en un caballo alazán.

—¡Es él! —grité, y empecé a hacerle señas gesticulando como una loca—. ¡James! ¡Estoy aquí!

—¿No podrías hacer algo para llamar más la atención? —preguntó Gideon.

James, que llevaba un manto con varias pelerinas de tela fruncida y una especie de tricornio de cuyas alas goteaba la lluvia, detuvo su caballo a unos metros de nosotros.

Su mirada se paseó de mis cabellos empapados hasta la orla de mi vestido, y luego sometió al mismo examen a Gideon.

—¿Sois tratante de caballos? —preguntó con desconfianza mientras Gideon revolvía en la mochila de Leslie.

—¡No, es médico! —le expliqué—. O prácticamente. —Me fijé en que la mirada de James se detenía en las letras estampadas de la mochila de Leslie. «
Hello Kitty must die
»—. Ay, James, estoy tan contenta de que hayas venido —arranqué a hablar—. Por el tiempo y todo eso. Supongo que ayer en el baile no me expliqué con bastante claridad. El caso es que quiero protegerte de una enfermedad con la que te infectarás el año que viene y de la que, por desgracia, morirás. La viruela. Ya no recuerdo cómo se llama el tipo en cuya casa te contagiarás, pero en realidad tampoco importa. La buena noticia es que tenemos algo que te protegerá de la enfermedad. —Le dirigí una sonrisa radiante—. Solo tienes que bajar de ese caballo y levantarte la manga, y entonces te lo daremos.

Durante mi monólogo los ojos de James se habían ido dilatando cada vez más. Héctor (un caballo alazán realmente soberbio) retrocedió un paso con un movimiento nervioso.

—Esto es inaudito —dijo James—. ¿Me habéis dado cita en el parque para venderme un dudoso medicamento y una aún más dudosa historia? ¡Y vuestro acompañante tiene todo el aspecto de ser un bandido o un salteador de caminos! —Se echó el manto hacia atrás para que pudiéramos echar una ojeada a la espada que se balanceaba en su cintura—. ¡Os prevengo! ¡Estoy armado y sé defenderme!

Gideon suspiró.

—¡Vamos, James, haz el favor de escuchar! —Me acerqué y sujeté a Héctor de las riendas—. ¡Solo quiero ayudarte y por desgracia no tengo mucho tiempo! De modo que, por favor, baja sencillamente del caballo y quítate el manto.

—De ningún modo voy a hacerlo —dijo James indignado—. Y con esto doy por terminada nuestra conversación. ¡Fuera de mi camino, extraña muchacha! ¡Espero que este sea nuestro último encuentro!

Y, efectivamente, trató de darme con la fusta sin éxito porque Gideon le había sujetado y le había derribado del caballo.

—No tenemos tiempo para jueguecitos —gruñó torciéndole los dos brazos contra la espalda.

—¡Auxilio! —chilló James mientras se retorcía como una anguila—. ¡Estos truhanes me asaltan!

—¡James! Lo hacemos solo por tu bien —le aseguré, pero él se limitó a mirarme de arriba abajo como si fuera la encarnación del diablo—. Tú no lo sabes, pero… somos amigos en el lugar de donde vengo. ¡Muy buenos amigos diría yo!

—¡Auxilio! ¡Está loca! ¡Me atacan! —gritó james, y miró a Héctor, desesperado. Pero el caballo no parecía tener ningunas ganas de hacer de Belleza Negra, y en lugar de lanzarse heroicamente contra nosotros, bajó la cabeza y empezó a pastar con toda calma.

—No soy una loca —traté de explicarle a James—. Yo…

—Cierra el pico y quítale la espada, Gwenny la Pícara —me interrumpió Gideon con impaciencia—. Y luego dame la lanceta y la ampolla de la mochila.

Suspirando hice lo que me pedía.

La verdad es que tenía razón; probablemente era inútil esperar comprensión por parte de James.

—Bien —gruñó Gideon mientras abría la ampolla con los dientes—. Esta mujer os cortará la garganta si os movéis, aunque solo sea una vez, dentro de los próximos dos minutos; ¿está claro? Y no os atreváis a volver a gritar pidiendo ayuda.

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