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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (25 page)

—Habéis desordenado toda la fila —dijo en tono de reproche mientras me examinaba de arriba abajo con expresión enojada—. Y habéis empujado a miss Amelia lejos de mí con extrema rudeza.

¡Sí, realmente era él! El mismo tono ofensivo de siempre. Le miré radiante de alegría.

—De verdad que lo siento, James, pero es imprescindible que hable contigo…Bien, quiero decir que debo hablar con vos de un asunto de la mayor importancia.

—Por lo que sé, no hemos sido presentados —dijo James arrugando la nariz, mientras colocaba delicadamente un pie delante del otro.

—Soy Penélope Gray de… del campo. Pero eso no tiene ninguna importancia. Poseo informaciones de un valor incalculable para vos y por eso es urgente que concertemos una cita, si en algo apreciáis vuestra vida —añadí para dar un efecto dramático.

—¿Qué os ocurre? —James me miró consternado—. Del campo o no, vuestro comportamiento es absolutamente improcedente…

—Sí —Con el rabillo del ojo pude ver que volvía a haber un poco de barullo, esta vez en el lado de los hombres. Una forma de color verde mar se acercaba con el paso cambiado—. Pero es importante que, a pesar de todo, me escuchéis. Se trata de Les… se trata de… vuestro caballo. Héctor… el alazán. Es fundamental que mañana por la mañana, a las once, os encontréis con migo en Hyde Park. En el puente que cruza el lago. —Confiaba en que el lago y el puente ya existieran en el siglo XVIII.

—¿Cómo? ¿Qué debo encontrarme con vos? ¿En Hyde Park? ¿Por Héctor?

James arqueó las cejas.

Asentí con la cabeza.

—Perdón —dijo Gideon haciendo una reverencia, y apartó suavemente a James con un empujoncito—. Me parece que esto está algo embarullado.

—¡Ya podéis decirlo!

James se volvió de nuevo hacía miss Mermelada de ciruela sacudiendo la cabeza, mientras Gideon me agarraba de la mano y me guiaba con bastante brusquedad en la ejecución de la próxima figura.

—¿Estás loca? ¿A qué ha venido esto ahora?

—Solo me he encontrado a un viejo amigo.

Volví a girarme hacia James. ¿Me habría tomado en serio? Probablemente no, a tenor de que seguía sacudiendo la cabeza.

—¿Quieres llamar la atención a cualquier precio o qué te pasa? —susurró Gideon—. ¿Por qué no puedes hacer lo que te dicen siquiera durante tres horas?

—Una pregunta estúpida: naturalmente porque soy una mujer y no sé lo que es la razón. Además, tú has sido el primero en salirte de la fila para bailar con lady-ay-que-se-me-sale-un-pecho.

—Sí, pero solo porque ella… ¡Pero, bueno, para ya!

—¡Para tú!

No estábamos mirando con los ojos lanzando chispas cuando sonó la última nota de violín. ¡Por fin! ¡Seguro que ese había sido el minué más largo de la historia! Aliviada, me hundí en una reverencia y me volví para marcharme antes de que Gideon pudiera tenderme la mano (o, mejor dicho, agarrármela). Estaba enfadada conmigo misma por no haber planeado mejor mi conversación con James. De hecho, parecía poco probable que se presentara a nuestra cita en el parque. Tenía que hablar con él de nuevo, y esta vez sería mejor que probara a decirle la verdad.

Pero ¿dónde demonios se había metido? Esas estúpidas pelucas blancas eran todas iguales. Las filas de bailarines habían dibujado una trayectoria en forma de Z y ahora estábamos en una posición totalmente distinta. Estiré la cabeza por encima de la gente y traté de orientarme. Ya creía haber avistado la levita de terciopelo roja de James cuando Gideon me sujetó por el codo.

—¡Bueno, creo que ya es suficiente! —dijo secamente.

¡Empezaba a estar más que harta de su tono autoritario! Pero no tuve necesidad de sacármelo de encima, porque en ese momento lady Lavinia se deslizó entre los dos envuelta en una nube de aroma de muguete y se encargó de hacerlo por mí.

—Me habíais prometido otro baile —dijo haciendo un mohín seguido de una sonrisa que hizo aparecer dos encantadores hoyuelos en sus mejillas.

Detrás de ella, lord Brompton se abría paso resoplando entre la multitud.

—¡Bien, me parece que ya hemos bailado bastante por esta temporada! —dijo—. Me estoy volviendo un poco demasiado go… viejo para este tipo de entretenimientos. Y a propósito de entretenimientos, ¿alguien, aparte de mí, ha visto a mi querida esposa con ese gallardo contraalmirante que supuestamente perdió hace poco su brazo en la batalla? ¡Rumores y nada más que rumores! He visto claramente cómo eran dos brazos los que la sujetaban.

Rió y sus numerosos repliegues de grasa se pusieron a temblar peligrosamente.

La orquesta había empezado a tocar de nuevo y ya se formaban nuevas filas de bailarines.

—¡Oh, vamos, no iréis a rechazarme! —imploró lady Lavinia aferrándose a las solapas de la levita de Gideon y dirigiéndole una mirada lánguida—. Solo este baile.

—Acababa de prometer a mi hermana que le traería algo de beber —dijo Gideon, y me dedicó una mirada sombría. Claro, estaba enfadado porque le estropeaba el ligue—. Y el conde nos espera a que vayamos a hacerle compañía.

Mientras tanto el conde había abandonado su puesto en el balcón, pero no precisamente para sentarse y descansar un poco. Sus ojos de águila apuntaban hacia nosotros, y me dio la sensación de que no se perdía ni una palabra de lo que decíamos.

—Sería un honor para mí traer algo de beber a vuestra apreciada hermana —intervino lord Brompton guiñándome el ojo—. Conmigo estará en las mejores manos.

—¡Veis! —lady Lavinia arrastró a Gideon riendo de vuelta a la pista de baile.

—Volveré enseguida —me aseguró él girando la cabeza hacia atrás.

—No tengas prisa —gruñí yo.

Lord Brompton puso en movimiento sus pliegues de grasa.

—Conozco un rinconcito muy especial —dijo indicándome con un gesto que le siguiera—. También lo llaman el rincón de las solteronas, pero no tenemos por qué preocuparnos por ellas. Las ahuyentaremos explicando historias picantes.

Lord Brompton me guió a una pequeña tribuna, situada unos cuantos escalones por encima de la sala, donde había un sofá desde el que se disfrutaba de una magnífica perspectiva general del baile. Allí se encontraban sentadas efectivamente dos damas ya no muy jóvenes ni muy guapas, que apartaron amablemente sus faldas para hacerme sitio.

Lord Brompton se frotó las manos.

—Agradable, ¿verdad? Iré corriendo a buscar al conde y algo de beber.

Y, efectivamente, lo hizo: como un hipopótamo al galope desplazó su macizo cuerpo a través del mar de terciopelo, seda y brocado. Mientras le esperaba, aproveché mi elevado puesto de observación para buscar a James con la mirada, pero no lo vi por ninguna parte. En cambio, vi a lady Lavinia y Gideon, que bailaban muy cerca de la tribuna, y sentí una punzada en el corazón al ver lo bien que armonizaban. Incluso los colores de sus vestidos hacían juego, como si madame Rossini en persona los hubiera elegido. Cada vez que sus manos se tocaban parecían saltar chipas entre ellos y era evidente que disfrutaban de la conversación. Me dio la sensación de que incluso desde donde estaba podía oír la risa cristalina de lady Lavinia.

Las dos solterona que estaban sentadas a mi lado suspiraron lánguidamente y yo me levanté de un salto. No debía hacerme aquello a mí misma. ¿No era la levita roja de James lo que acababa de desaparecer por una de las salidas? Decidí seguirle. Al fin y al cabo, esa era su casa además de mi escuela, de modo que no me sería difícil encontrarle. Y entonces trataría de arreglar el asunto de Héctor.

Antes de abandonar la sala lancé una mirada a lord Alastair, que seguía de pie en el mismo sitio sin perder de vista al conde. Su amigo fantasma agitaba su espada con furor asesino mientras —estaba segura—. Escupía con su voz ronca palabras cargadas de odio. Ninguno de los dos se fijó en mí. Pero, en cambio, Gideon sí parecía haberse percatado de mi huida. En las filas de los bailarines se produjeron movimientos desordenados.

¡Oh, no, por favor! Me volví y me dirigí hacia la salida.

En los corredores la iluminación era más bien exigua, pero seguía habiendo mucho movimiento de gente. Me dio la impresión de que había bastantes parejas que iban en busca de un rincón tranquilo, y justo frente a la sala de baile descubrí una especie de salón de juegos en el que se habían retirado unos cuantos caballeros. El humo de los cigarros salía por la puerta entreabierta. Entonces me pareció ver girar la levita roja de James al extremo del pasillo y corrí en esa dirección todo lo rápido que me permitía el vestido. Cuando llegué al siguiente pasillo no había ni rastro de él, lo que significaba que había tenido que desaparecer en una de las habitaciones. Abrí la puerta más próxima y la volví a cerrar inmediatamente cuando la luz iluminó un diván ante el que estaba arrodillado un hombre (¡no James!) que estaba ocupado soltándole una liga a una dama. Bueno, si es que en ese contexto aún podía hablarse de una dama. Se me escapó una risita mientras me dirigía a la próxima puerta. En el fondo, esos invitados no se diferenciaban mucho de los de las fiestas de nuestra época.

Detrás de mí, en el pasillo, oí un ruido de voces que se acercaban.

—¿Por qué corréis tanto? ¿Es que no podéis dejar sola a vuestra hermana ni cinco minutos?

¡Lady Lavinia! Me colé a toda prisa en la habitación más cercana y me apoyé contra la puerta desde dentro, conteniendo la respiración.

Los cobardes mueren muchas veces antes de acabar,

mas solo una vez gusta su muerte el bravo.

De todos los prodigios que he escuchado,

el más extraño es que los hombres teman,

ya que la muerte, inevitable fin,

va a venir cuando tenga que venir.

William Shakespeare, Julio César, acto II, escena II

Capítulo IX

No estaba oscuro como me imaginaba. En la habitación había algunas velas encendidas que iluminaban una librería y un escritorio. Por lo visto, había ido a parar a una especie de despacho.

Y no estaba sola.

En la silla detrás del escritorio estaba sentado Rakoczy, con un vaso y dos botellas delante. Una de las botellas contenía un líquido con un brillo rojizo que parecía vino tinto, y la otra, un delicado frasquito curvado, una extraña sustancia de un color gris sucio. La espada del barón estaba cruzada sobre el escritorio.

—Vaya, sí que ha ido rápido —dijo Rakoczy. Su voz, con ese duro acento de la Europa oriental, sonaba un poco confusa—. Hace solo un momento estaba deseando encontrar un ángel, y un instante después se abren las puertas del paraíso para enviarme al más encantador de los ángeles que el cielo pueda ofrecer. Esta maravillosa medicina supera todo lo que había probado antes.

—¿No debería… estar vigilándonos desde la sombra o algo así? —pregunté, y pensé por un momento si no sería mejor salir de la habitación de inmediato, aun a riesgo de tropezarme con Gideon en el pasillo. Rakoczy ya me daba bastante mala espina incluso estando sobrio.

De todos modos, mis palabras ejercieron algún efecto sobre él, porque arrugó la frente y dijo en un tono aún confuso pero claramente menos extasiado:

—¡Ah, sois vos! Ningún ángel; solo una muchachita tonta. —Y en un abrir y cerrar de ojos, con un único rápido movimiento, atrapó el frasquito del escritorio y se dirigió hacia mí. Dios sabe qué habría allí dentro, pero fuera lo que fuese no parecía haber limitado en absoluto sus capacidades motoras—. Aunque, eso sí, una muchachita tonta muy hermosa.

Estaba tan cerca que podía sentir su aliento a vino y a otra sustancia más fuerte que no pude identificar. Con su mano libre me acarició la mejilla y pasó su áspero pulgar sobre mi labio inferior. Estaba tan asustada que era incapaz de moverme.

—Apuesto a que estos labios aún no han hecho nada prohibido, ¿no es cierto? Un trago de la bebida maravillosa de Alcott cambiará eso.

—No, gracias. —Escapé escurriéndome por debajo de sus brazos y me alejé dando traspiés hacia el interior de la habitación. «No, gracias»: ¡fabuloso! ¡Tal vez a la próxima le hiciera además una pequeña reverencia!—. ¡Mantenga esa bebida lejos de mí! —lo intenté con un poco más de energía.

Antes de que pudiera dar un paso —había pensado vagamente en la posibilidad de saltar por la ventana—, Rakoczy ya estaba de nuevo a mi lado y me empujaba contra el escritorio. La diferencia de fuerzas era tan grande que ni siquiera notó que me resistía.

—Chisss, no tengas miedo, pequeña, te prometo que te gustará. —Con un ligero «plop» descorchó el frasco e inclinó violentamente mi cabeza hacia atrás—. ¡Bebe!

Apreté los labios e intenté apartar a Rakoczy con la mano que tenía libre, pero era como intentar empujar a una montaña. Desesperada, traté de recordar lo poco que había oído sobre autodefensa —los conocimientos de Krav Maga de Charlotte me habría resultado muy útiles en ese momento—, y cuando el frasco ya tocaba mis labios y el fuerte olor del líquido me llegaba a la nariz, por fin se me ocurrió una idea salvadora.

Me arranqué una horquilla del peinado y la clavé con todas mis fuerzas en la mano que sostenía el frasco, instante en que la puerta se abrió de golpe y oí gritar a Gideon:

—¡Soltadla inmediatamente, Rakoczy!

Ahora que ya estaba hecho, comprendí que habría sido más inteligente clavarle la horquilla a Rakoczy en el ojo o en el cuello, porque el pinchazo en la mano apenas le había distraído unos segundos. A pesar de que la horquilla se le había quedado clavada en la carne, ni siquiera soltó el frasco, si bien redujo la presión con que me atenazaba el cuello y volvió la cabeza. Gideon, plantado en la puerta junto a lady Lavinia, lo miró horrorizado.

—¿Qué demonios estáis haciendo?

—Nada especial. ¡Quería ayudar a esta muchacha a… ampliar sus horizontes! —Rakoczy echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada ronca—. ¿Os atrevéis a tomar un trago? ¡Os aseguro que os hará vivir sensaciones que nunca antes habíais experimentado!

Aproveché la oportunidad para soltarme.

—¿Estás bien?

Gideon me miraba con cara de preocupación mientras lady Pechos Prodigiosos se aferraba a su brazo atemorizada. ¡Increíble! Seguramente esos dos estaban buscando una habitación en la que pudieran besuquearse sin que nadie les molestara mientras Rakoczy intentaba hacerme tomar vete a saber qué droga para hacer luego vete a saber qué conmigo. Y, además supongo que todavía tenía que estarles agradecida por que hubieran elegido precisamente esa habitación.

—¡Perfectamente! —gruñí, y me crucé de brazos para que nadie viera cómo me temblaban las manos.

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