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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (20 page)

—Bueno, está claro que no son de Goethe —opinó también Xemerius—. Parece como si unos cuantos borrachos se hubieran reunido para inventar rimas cuanto más crípticas mejor. A ver, chicos, pensemos un poco, ¿qué rima con citrina? ¿Harina, piscina, gomina? No, será mejor que pongamos sibilina, hips, suena mucho más misterioso.

Me eché a reír. Realmente aquellos versos eran lo último. Pero estaba segura de que Leslie se lanzaría sobre ellos entusiasmada; le encantaba todo lo críptico, y estaba firmemente convencida de que la lectura de Anna Karenina nos haría dar un paso de gigante en nuestras investigaciones.

«Este es el inicio de una nueva era —anunció dramáticamente esta mañana blandiendo el libro—. Quién posee el conocimiento, también posee el poder. —Aquí vaciló un momento—. Es de una película, pero en este momento no recuerdo cuál. Tanto da, el hecho es que ahora podremos llegar por fin al fondo de este asunto.»

Tal vez tuviera razón, pero el caso es que ahora, sentada en el sofá verde en el año 1953, no me sentía ni un ápice más poderosa o sabía que antes, sino sencillamente terriblemente sola. Cómo me habría gustado poder tener a Leslie a mi lado… o a Xemerius.

Pasando las hojas, al azar, tropecé con el fragmento de que había hablado mister Marley. Efectivamente, en octubre de 1782, había una entrada en los Anales con el siguiente texto: «… y así el conde nos exhortó una vez más, antes de su partida, a reducir al máximo también en el futuro el contacto de los viajeros del tiempo femeninos, y en especial de la nacida en último lugar Rubí, con el poder de los misterios, y a no menospreciar nunca la fuerza destructora de la curiosidad femenina». Sí, desde luego. No me costaba nada creer que el conde hubiera dicho eso; de hecho, ya podía oír su voz: «La fuerza destructora de la curiosidad femenina…». Pfff.

De todos modos, eso tampoco me aclaraba nada con respecto al baile —que por desgracia solo se había aplazado pero no anulado—; aparte de que toda esa verborrea al estilo Vigilantes no me daba precisamente ganas de encontrarme de nuevo frente al conde.

Un poco más inquieta aún que antes, me dediqué al estudio de las Reglas de oro. Ahí se hablaba mucho del honor y la conciencia del deber y de la obligación de no hacer nada en el pasado que pudiera cambiar el futuro. Supongo que yo había infringido en cada uno de mis viajes la regla número cuatro: «No se puede transportar ningún objeto de una época a otra». Y también la regla número cinco: «No se debe influir nunca en el destino de los hombres en el pasado». Dejé caer el libro en mi regazo y me mordisqueé pensativamente el labio inferior. Tal vez Charlotte tenía razón y yo era una especie de infractora de reglas recalcitrante por norma. ¿Habrían registrado entretanto los Vigilantes mi habitación de arriba abajo? ¿O incluso toda la casa, con perros rastreadores y detectores de metal? En todo caso, no tenía la sensación de que nuestra pequeña maniobra de distracción hubiera socavado seriamente la credibilidad de Charlotte.

Aunque mister Marley parecía un poco trastornado cuando vino a recogerme a casa. Le costaba muchísimo mirarme a los ojos, por más que tratara de hacer como si no hubiera pasado nada.

—Probablemente se avergüenza —opinó Xemerius—. Me habría encantado ver su cara de bobo cuando abrió el arca y encontró los libros. Espero que con el susto dejara caer la palanqueta y le diera en el pie.

Sí, tenía que haber sido un momento de decepción para mister Marley. Y para Charlotte, naturalmente. Pero estaba segura de que no se rendiría tan pronto.

De todos modos, de camino en coche al cuartel general mister Marley trató de iniciar una conversación aparentemente relajada, sin duda para ocultar sus sentimientos de culpa, y mientras abría un paraguas negro sobre mi cabeza preguntó en tono animado:

—Hace fresco hoy, ¿verdad?

Realmente aquello era demasiado estúpido, de modo que repliqué jocosamente:

—Sí. ¿Y cuándo me devolverán el arca?

Lo único que se le ocurrió a modo de respuesta fue ponerse como un tomate.

—¿Puedo recuperar al menos mis libros, o es que todavía están buscando huellas digitales?

No, la verdad es que no sentía ninguna lástima por él.

—Nosotros… por desgracia… tal vez… un error —tartamudeó, y Xemerius y yo preguntamos al unísono:

—¿Quééé?

Mister Marley se mostró visiblemente aliviado cuando en la entrada nos tropezamos con mister Whitman, que como siempre parecía una estrella de cine desfilando por la alfombra roja. Por lo visto, también él acababa de llegar, porque en ese momento se quitó el abrigo con su característica elegancia y se sacudió las gotas de lluvia de su espesa cabellera, mientras nos sonreía mostrando su perfecta y blanca dentadura. Solo faltaba la tormenta de flashes. Si hubiera sido Cynthia, seguro que me habría quedado mirando embobada, pero yo estaba totalmente inmunizada contra su apostura y su encanto personal (que conmigo utilizaba solo esporádicamente). Y aparte de eso Xemerius se había colocado a su espalda y estaba haciendo muecas poniéndole orejas de burro.

—Gwendolyn, me han dicho que ya te encuentras mejor —quiso saber mister Whitman.

¿Y quién demonios le había dicho eso?

—Un poco —respondí, y para desviar la conversación de mi inexistente enfermedad y porque iba lanzada, seguí hablando a toda velocidad—. Ahora mismo le estaba preguntando a mister Marley por mi arca. Tal vez usted pueda decirme cuándo me la devolverán y por qué motivo se la han llevado.

—¡Bien! La mejor defensa es un buen ataque —me animó Xemerius—. Ya veo que aquí te las arreglas sin mí, de modo que volaré a casa para le… para ver cómo están las cosas. See you later, alligátor, ¡je, je!

Mister Marley se puso a recitar otra vez su texto con pausas entre medias:

—Yo… nosotros… información errónea.

Mister Whitman chasqueó la lengua con aire irritado. A su lado mister Marley parecía aún más torpe y desmañado de lo habitual.

—Marley, puede tomarse un descanso para almorzar.

—Bien, sir. Descanso para almorzar, sir. —Faltó poco para que mister Marley entrechocara los talones.

—Tu prima sospecha que te encuentras en posesión de un objeto que no te pertenece —continuó mister Whitman dirigiéndome una mirada que daba escalofríos después de que mister Marley se hubiera marchado a toda prisa.

Leslie le había puesto a mister Whitman el mote de Ardilla por sus bonitos ojos marrones, pero en ese momento no había forma de descubrir en ellos nada tierno ni gracioso, ni tampoco el menor asomo de esa calidez que supuestamente siempre tienen los ojos marrones. Bajo su mirada, mi espíritu de contradicción corrió a refugiarse en el rincón más apartado de mi personalidad, y de repente deseé que mister Marley se hubiera quedado. Resultaba mucho más agradable pelearse con él que con mister Whitman. Ese hombre era tan difícil de engañar… probablemente se debía a su experiencia como maestro. Pero de todos modos lo intenté.

—Supongo que Charlotte se siente un poco excluida —murmuré con la vista baja—. No es nada fácil para ella y por eso tal vez se invente cosas que le puedan proporcionar otra vez… un poco de atención.

—Sí, los demás opinan lo mismo —dijo mister Whitman pensativamente—; pero yo tengo a Charlotte por una muchacha con una personalidad bien formada que no necesita ese tipo de cosas. —Inclinó su cabeza hacia mí y se acercó tanto que pude oler su after-shave—. Si su sospecha llegara a confirmarse… Bien, no estoy seguro de que seas realmente consciente del alcance de tu comportamiento.

Sí, bueno, supongo que en eso ya éramos dos. Me costó cierto esfuerzo volver a mirarle a los ojos.

—¿Puedo preguntar al menos de qué objeto se trata? —pregunté tímidamente.

Mister Whitman enarcó una ceja, y acto seguido, para mi sorpresa, sonrió.

—Desde luego existe la posibilidad de que te haya infravalorado, Gwendolyn. ¡Pero ese no es motivo para que tú misma te sobrevalores!

Durante unos segundos nos miramos fijamente a los ojos, y de repente me sentí muy cansada de todo ese jueguecito. ¿Qué sentido tenía eso en realidad? ¿Qué pasaría, de hecho, si les devolvía el cronógrafo a los Vigilantes sin más Vigilantes sin más complicaciones y dejaba que las cosas siguieran su curso? En algún lugar de mi cabeza oí decir a Leslie: «Y ahora hazme el favor de dominarte de una vez», pero ¿para qué iba a hacerlo? El hecho era que seguía dando palos de ciego en todo ese asunto, y no había conseguido avanzar ni u paso. Mister Whitman tenía razón: me había sobrevalorado y lo único que hacía era empeorar las cosas. Ni siquiera sabía exactamente por qué me preocupaba tanto de todos esos problemas que me destrozaban los nervios. ¿No sería perfecto renunciar a esa responsabilidad y dejar que otros tomaran las decisiones?

—¿Y bien? —Pregunto míster Whitman con suavidad, y ahora si podía percibirse un brillo cálido en sus ojos—. ¿Quieres decirme algo, Gwendolyn?

Quién sabe si al final no lo habría hecho si en ese instante no hubiera aparecido míster George y con sus palabras «Gwendolyn, ¿Dónde te has mentido?» hubiera puesto fin a mi momento de debilidad.

Míster Whitman chasqueo de nuevo la lengua irritado, pero ya no volvió a tocar el tema en presencia de míster George.

Y ahora me encontraba sola, sentada en el sofá verde en el año 1953, esforzándome todavía en recuperar el plomo y un poco de confianza.

«El conocimiento es poder», trate de motivarme apretando los dientes, y volví abrir el libro.

La mayoría de las entradas que Lucas había transcrito de los Anales correspondían a los años 1782 y 1912, «Porque esos son, mi querida nieta, los años más relevantes para ti. En septiembre de 1782 fue desmantelada de la Alianza Florentina y desenmascarado el traidor en el círculo Interior de los Vigilantes. Y aunque no se menciona explícitamente en los Anales, podemos partir de la base que tú y Gideon estáis envueltos en tales acontecimientos».

Levante la vista del libro, ¿Era esa la indicación sobre el baile que había estado buscando? Si lo era, estaba tan enterada como antes. Muchas gracias, abuelito, suspire, esto es más o menos tan útil como el «Protégete de los sándwiches de pastrami». Seguí hojeando el libro.

—No te asustes —dijo una voz detrás de ti.

Seguro que esa frase se puede incluir entre las últimas frases más famosas de la historia, concretamente entre aquellas que son lo último que se escucha antes de morir. (Justo después « No está cargada» y «solo quiere jugar»). Naturalmente me dio un susto de muerte.

—Soy yo.

Gideon estaba de pie detrás del sofá y me sonreía desde todo lo alto que era. Al verlo, mi cuerpo volvió a ponerse inmediatamente en estado de alerta y los más variados sentimientos fluyeron mezclados en mi interior sin decidirse a adoptar una dirección definida.

—Míster Whitman ha pensado que no te iría mal un poco de compañía —dijo Gideon tranquilamente—. Y yo he recordado que es urgente cambiar esta bombilla —lanzo una bombilla al aire como un malabarista, la volvió atrapar, y sin interrumpir el movimiento, la dejo caer a mi lado en el sofá con un gesto garboso—. Veo que te has puesto cómoda. ¡Mantas de cachemir! Y uvas. Parece que tienes en el bolsillo mistress Jenkins.

Mientras miraba fijamente su hermosa cara pálida y trataba de controlar mi caos sentimental, aun tuve la suficiente presencia de ánimo para cerrar de golpe Anna Karenina.

Gideon me observaba con atención. Su miraba paso de mi frente a mis ojos y luego bajo hasta mi boca. Quise volver la cabeza para marcar distancias, pero al mismo tiempo en esa posición no acababa de verle bien, de modo que seguí mirándolo como el conejo a la serpiente.

—¿Que tal un pequeño «Hola»? —Dijo, y me volvió a mirar a los ojos—. Aunque ahora estés enojada conmigo.

El hecho de que moviera hacia arriba las comisuras de los labios mientras lo decía me arranco de mi parálisis.

—Gracias por recordármelo.

Me aparté los cabellos de la frente, me senté recta y abrí mi libro, esta vez bastante cerca del principio. Sencillamente le ignoraría, no querría que se le ocurriera pensar que todo iba perfectamente entre nosotros.

Pero Gideon no iba a darse por vencido con tanta facilidad.

—Para cambiar la bombilla tendría que apagar la luz un momento —dijo mirando el techo—.Durante un rato esto estará bastante oscuro.

No dije nada.

—¿Haz traído una linterna?

No respondí.

—Por otro lado, hoy no parece que la lámpara de problemas. Quizá podríamos arriesgarnos a dejarla como esta.

Sentí que estaba a mi lado y que me miraba, como si fuera a tocarme, pero permanecí con la mirada fija en el libro.

—Hummm… ¿Puedo coger unas uvas?

Perdí la paciencia.

—Sí, cógelas, ¡Pero déjame leer en paz! —resople—.Y cierra el pico, ¿de acuerdo? No tengo ningunas ganas de hablar de tonterías contigo.

Durante el tiempo que tardo en comerse las uvas no dijo nada. Pase una página del libro sin haber leído una palabra.

—He oído que esta mañana has tenido visita. —Empezó a hacer malabarismos con las uvas—.Charlotte ha dicho algo de una arca misteriosa.

Aja. Así que se trataba de eso. Deje caer el libro sobre su regazo.

—¿Que parte de «Cierra el pico» no has entendido?

Gideon me dirigió una gran sonrisa.

—Eh, que ahora no estoy hablando de tonterías. Me gustaría saber cómo se le ocurrió a Charlotte la idea de que podías tener algo de Lucy y Paul.

Había venido a tirarme de la lengua, claro, probablemente por encargo de Falk y los demás «Se simpático con ella, y si ha escondido algo, seguro que acabara por revelarte que es y donde lo ha metido». Tomar a las mujeres por tontas que era, al fin y al cabo, el deporte favorito de los De villiers.

Levante los pies del suelo y me senté con las piernas cruzadas sobre el sofá. Estando furiosa me resultaba más fácil mirarle directamente a los ojos sin que me temblara el labio.

—¿Por qué no le preguntas a la propia Charlotte como se le ocurrió? —dije con frialdad.

—Ya lo he hecho. —Gideon también cruzo las piernas, de modo que nos quedamos sentados el uno frente al otro en el sofá como dos indios en un tipi. Me pregunte si existiría lo contrario de una pipa de la paz—. Dice que de algún modo ha llegado a tus manos el cronógrafo robado y que tus hermanos, tu tía abuela e incluso vuestro mayordomo te ayudan a esconderlo.

Sacudí la cabeza.

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