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Authors: Kerstin Gier

Esmeralda (21 page)

—Nunca habría pensado que llegaría a decir algo así, pero está claro que Charlotte tiene mucha imaginación. Basta con que vea a alguien llevando una vieja arca por la casa para que empiece a inventarse historias fantásticas.

—¿Qué había en la arca? —Pregunto Gideon como si no le interesara especialmente.

¡Dios mío, que mal disimulaba!

—¡Nada! La utilizamos como mesa cuando jugamos al póquer.

La idea me pareció tan buena que casi se me escapo una sonrisa.

—¿Arizona Hold’em? —pregunto Gideon, ahora más interesado.

Ja, ja, muy listo.

—Texas Hold’em —dije.

¡Si creía que iba a pillarme con un truco tan burdo! El padre de Leslie nos había enseñado a jugar póquer cuando teníamos doce años. Según él era muy importante que las chicas dominasen este juego, aunque nunca nos habían explicado por qué. En todo caso, gracias a él conocíamos todos los trucos y éramos maestras en el arte de echarnos faroles. Y si bien Leslie se seguía rascando la nariz siempre que tenía una buena mano, yo era la única que lo sabía.

—También Omaha, pero no tan a menudo. —Me incline hacia él y añadí en tono confidencial—; ¿Sabes?, en casa los juegos de azar están prohibidos: Mi abuela ha impuesto reglas estrictas con respeto a eso. En realidad la tía Maddy, míster Bernhard, Nick y yo empezamos a jugar solo como una forma de protesta y por pura cabezonería. Pero luego lo fuimos encontrando cada vez más divertido.

Gideon enarco una ceja. Parecía, en cierta forma, impresionado.

Y la verdad es que tenía motivos.

—Tal vez Arista tenga razón y el juego sea la madre de todo los vicios. —Continúe, sintiendo realmente en mi elemento—. Primero solo jugábamos con caramelos de limón, pero las apuestas se fueron haciendo cada vez más altas. La semana pesada mi hermano perdió toda su paga ¡Si se enterara Lady Arista! –Me incline un poco más a delatante y le mire a los ojos—. De modo que no se te ocurra explicárselo a Charlotte, se chivaría de inmediato ¡Prefiero que siga inventando historias sobre cronógrafos robados!

Extremadamente satisfecha conmigo misma, volví a sentarme bien erguida.

Gideon seguía pareciendo impresionado. Me miro un rato sin decir nada, y luego, de repente, extendió la mano y me acaricio el cabello. De repente perdí todo mi plomo.

—¡Aparta! —¡Realmente era capaz de utilizar cualquier truco para conseguir lo que quería!—. ¿Qué has venido a hacer aquí en realidad? ¡Yo no necesito ninguna compañía! —Por desgracia sonó mucho menos contundente de lo previsto; de hecho sonó incluso un poco lastimero—. ¿No deberías de estar en una de tus misiones secretas extrayéndole sangre a la gente?

—¿Te refieres a la «operación Bombachos» de ayer por la tarde? —Dejo de acariciarme, pero enseguida me cogió un mechón de pelo entre sus dedos y empezó a jugar con él—. Ya se ha ejecutado. La sangre de Elaine Burghley se encuentra en el cronógrafo —Durante dos segundos se quedó mirando el vacío con aire triste, pero enseguida se rehízo y añadió—. Aún faltan los tres irreductibles, Lady Tilney, Lucy y Paul; Pero como ahora sabemos cuál es la época base de Lucy y Paul y bajo qué nombre han vivido, conseguirla es cuestión de puro trámite. Y en cuanto a Lady Tilney, me ocupare personalmente de ella mañana mismo a primera hora.

—Pensaba que quizá habías empezado a dudar de que todo esto fuera correcto —dije liberando mis cabellos de su mano—. ¿Qué pasa si Lucy y Paul tienen razón en lo de que el circulo de sangre no debe cerrarse nunca? Tú mismo afirmaste que existía esa posibilidad.

—Es verdad. Pero no tengo intención de decírselo a los vigilantes. Tú eres la única persona a la que he hablado de esto.

Vaya, una jugada psicológica sumamente refinada «Eres la única en quien confió».

Pero yo también podía ser refinada cuando quería. (¡Solo había que pensar en la historia del póquer!)

—Lucy y Paul dijeron que el conde no era de fiar. Que tiene intenciones ocultas. ¿Lo crees tú también ahora?

Gideon sacudió la cabeza. De pronto se había puesto muy serio.

—No. No creo que sea malvado. Solo creo. —Dudo—. Supongo que supedita el bien de un individuo al bien general.

—¿También el suyo propio?

En lugar de responder, volvió a extender la mano. Y estaba vez enrollo mi mechón en torno a su dedo como si fuera un rulo. Finalmente me dijo:

—Suponiendo que pudieras desarrollar un descubrimiento sensacional, que se yo, por ejemplo un remedio para el cáncer y el sida y todas las demás enfermedades del mundo, pero para eso tuvieras que hacer que muriera una persona, ¿Lo harías?

¿Alguien debía de morir? ¿Era esa la razón de que Lucy y Paul hubieran robado el cartógrafo? «Por que el precio que había que pagar les parecía demasiado alto», oí la voz de mi madre. ¿El precio era una vida humana? Enseguida surgieron en mi mente las pertinentes escenas de película con cruces invertidas, altares en las que se realizaban sacrificios humanos y hombre con capuchas que murmuraban conjuros babilónicos. Algo que no parecía encajar demasiado con los vigilantes, tal vez con un par de excepciones.

Gideon me miro expectante.

—¿Sacrificar una vida humana para salvar muchas? —Murmure yo—. No, no creo que el precio sea demasiado alto, mirándolo de un modo totalmente pragmático ¿Tú crees que si?

Gideon no dijo nada durante un buen rato; se limitó a deslizar su mirada por mi rostro y seguir jugando con mi mechón de pelo.

—Sí, lo creo —dijo finalmente— el fin no siempre justifica los medios.

—¿Significa eso que ahora ya no haces lo que el conde exige de ti? Explote (reconozco que sin mucho refinamiento) —¿Cómo, por ejemplo, jugar con mis sentimientos? ¿O con mi pelo?

Gideon aparto la mano de mis cabellos y la miro extraño, como si no le perteneciera.

—Yo no he… El conde no me ordeno que jugara con tus sentimientos.

—Ah, ¿No? —De golpe estaba nuevo terriblemente furiosa con él —Pues a mi si me lo dijo. Me explico lo impresionado que estaba de que hubieras hecho tu trabajo a pesar de haber tenido tan poco tiempo para manipular mis sentimientos y de a ver malgastado antes estúpidamente tantas energías en una víctima equivocada, es decir, con Charlotte.

Gideon suspiro y se froto la frente con el dorso de su mano.

—Es verdad que el conde y yo mantuvimos un par de conversaciones sobre…, bueno, conversaciones entre hombres. Él es de la opinión (¡el hombre vivió hace más de doscientos años, creo que se le puede perdonar!) que el comportamiento de las mujeres está determinado exclusivamente por sus emociones, mientras que el de los hombres se deja guiar solo por la razón, y que por eso sería mejor para mi compañera de saltos estuviera enamorada de mí, para que, en caso de peligro, pudiera controlar su comportamiento. Y yo pensé…

—Y tú pensaste —le interrumpí furiosa—. ¡Pues muy bien, también me encargare de que esto funcione!

Gideon desenredo sus largas piernas, se levantó y empezó a caminar arriba y abajo por la habitación. Por alguna razón de repente parecía trastornado.

—Gwendolyn, yo no te he forzado a nada, ¿Verdad? Al contrario, te he tratado fatal un montón de veces.

Me quede mirándole fijamente, muda de indignación.

—¿Y crees que por eso ahora tengo que estarte agradecida?

—Claro que no —dijo—. O tal vez sí.

—¿Y ahora de qué va esto?

Me miro con los ojos echando chispas.

—¿Por qué a las chicas les gustan tanto los tipos que las tratan como una mierda? Los chicos simpáticos y amables parece que no sean ni la mitad de interesantes. Viendo estas cosas, a veces resulta difícil tenerles respeto —siguió caminando a grandes zancadas por la habitación, pisando con rabia —sobre todo cuando uno se da cuenta de que unas orejas de soplillo y una piel cubierta de pecas bastan para que no les concedan ni de lejos las mismas oportunidades que a los otros.

—Que sínico y superficial que eres.

Estaba totalmente desconcertada por el rumbo que había tomado de repente la conversación.

Gideon se encogió de hombros.

—Habría de preguntarse quién es aquí el superficial ¿O te abrías dejado besar por míster Marley?

Por un momento me quede absolutamente perpleja. Tal vez en sus palabras hubiera una minúscula parte de verdad…Pero luego sacudí la cabeza.

—En tu impresionante argumentación has olvidado de algo decisivo. Aunque esté libre de pecas —Y por cierto felicidades por tener una imagen tan buena de ti mismo—, yo no me habría dejado besar si no me hubieras engañado y hubieras simulado que sentías algo por mi —Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero hice un esfuerzo y seguí hablando con voz temblorosa—. Si no fuera por eso, yo no me habría… Enamorado de ti—. Y si lo hubiera hecho, al menos no lo habría dejado translucir.

Gideon se apartó de mí. Durante un momento permaneció absolutamente inmóvil, y luego golpeo la pared con los puños con todas sus fuerzas.

—Maldita sea, Gwendolyn —dijo con los dientes apretados—. ¿Y tú te has atenido a la verdad en un trato conmigo? ¿No crees que ha sido justo lo contrario, que me has mentido siempre que te ha convenido?

Mientras buscaba una respuesta —Gideon era realmente un maestro en dar vuelta a las cosas—. Noté la ya familiar sensación de vértigo, pero esta vez más fuerte que en ninguna de las otras ocasiones. Asustada, apreté a Anna Karenina contra mi pecho. Para agarrar la cesta seguramente ya era demasiado tarde.

—Aunque te dejaste besar, nunca confiaste en mí —Oí que decía Gideon.

Y el resto ya no lo oí, porque un instante después aterrice en el presente y tuve que concentrar todas mis energías en no vomitar sobre los zapatos de míster Marley.

Cuando por fin conseguí controlar mi estómago, vi que Gideon también había saltado de vuelta. Estaba apoyado con la espada contra la pared. De su rostro había desaparecido todo rostro de ira, y sonreía melancólicamente.

—Me encantaría asistir alguna vez a una de vuestras partidas de póquer, soy bastante bueno echándome faroles.

Y, acto seguido, abandono la habitación sin mirarnos.

De las
actas de la inquisición
del padre dominicano Gian Petro Baribi.

Archivo de la biblioteca Universitaria de Padua.

(Descifrado, traducido y adaptado por el doctor M.Giordano)

25 de Junio de 1542, sigo investigando en el convento S. El caso de la Joven Elisabetta, que, según su propio padre, lleva en su seno el hijo de un demonio. En mi informe al superior de la congregación no he ocultado mis dudas sobre la valides de esta afirmación, ya que sospecho que M. —Por expresarlo benévolamente— posé cierta propensión a las transfiguraciones religiosas y asentirse llamado por Dios Nuestro Señor a erradicar el mal de este Mundo, y al parecer prefiere culpar a su hija de brujería antes que aceptar que su conducta no responde con sus expectativas. Pero ya he mencionado en otro lugar sus buenas relaciones con R. M., y si influencia en esta región en considerable, por lo que aún no podemos dar el caso por cerrado. La toma de declaración de los testigos fue un auténtico escarnio. Dos jóvenes compañeras de escuela de Elisabetta confirmaron la declaración del conde sobre la aparición de un demonio en el jardín del convento. La pequeña Sofía —que no pudo explicar de una forma realmente creíble por que se encontraba por casualidad a medianoche oculta en un matorral en el jardín— describió a un gigante con cuernos, ojos como brasas y pies equinos, que curiosamente toco una serenata para Elisabetta con un violín antes de deshonrarla. La otra testigo, una amiga íntima de Elisabetta, me produjo, en cambio, la impresión de ser una persona mucho más razonable. Hablo de un joven bien vestido y de elevada estatura, que sedujo a Elisabetta con hermosas palabras. Según dijo, este personaje surgió de la nada y luego de disolverse de nuevo en el aire, algo que, sin embargo, ella ya no llego a ver. Elisabetta por su parte, me confió que el joven que supero con tanta facilidad los obstáculo que representaban los muros del convento no tenía cuernos ni pies equinos, sino que procedía de una familia respetable, y que incluso sabía su nombre. Ya estaba celebrando la oportunidad que se me presentaba de poner término a este asunto y llegar a una conclusión cuando añadió que, por desgracia, no podía establecer contacto con el por qué había llegado a ella volando desde el futuro, para ser exactos desde el años del Señor de 1723. Confió en que se comprenda mi desesperación ante el estado mental de las personas que me rodean, y solo espero que el superior de la Congregación reclame lo más pronto posible mi vuelta a Florencia, donde me aguardan casos auténticos.

Capítulo VIII

Resplandecientes aves del paraíso, flores y hojas en tonos azules y plateados trepaban por el corpiño de brocado, las magas y la falda eran de una pesada seda azul nocturno que con cada paso que daba crujía y susurraba como el mar en un día tormento. Estaba claro que cualquiera habría parecido una princesa con ese vestido, pero de todos modos me quedé asombrada al contemplar mi imagen en el espejo.

—¡Es… increíblemente bonito! —murmure con reverencia.

Xemerius, que estaba sobre un retal de brocado junto a la máquina de coser hurgándose la nariz, lanzo un resoplido.

—¡Chicas! —dijo—. Primero se defienden con uñas y dientes para no ir al baile, y en cuanto les ponen cuatro trapos encima casi se hacen pis de la emoción.

Le ignoré y me volví hacia la creadora de la obra maestra.

—Pero el otro vestido también era perfecto, madame Rossini.

—Si lo sé. —Sonrió satisfecha—. Podemos utilizarlo en otra ocasión si quieres.

—¡Madame Rossini, es usted una artista! —dije con fervor.

—N´est-ce pas? —Me guiño un ojo—. Y como artista una está autorizada a cambiar de opinión. El otro vestido en conjunto me pareció demasiado pálido con la peluca blanca; una tez como la tuya requiere fuertes… comment on dit? ¡Contrastes!

—¡Ah, es verdad! La peluca —suspiré—. Volverá a estropearlo todo, ¿Podría hacerme una foto antes?

—Bien sur. —Madame Rossini me acomodo sobre un taburete ante el peinador y le tendí el móvil Xemerius desplego las alas de murciélago, me paso por encima aleteando y efectuó un aterrizaje un poco accidentado justo ante la cabeza de porcelana con la peluca.

—Supongo que ya sabes lo que corre habitualmente por estos postizos, ¿no? —Echo la cabeza hacia atrás y contempló la torre empolvada del blanco—. Ladillas seguro. Polillas, probablemente. Y a veces también cosas peores. —Levantó teatralmente las patas—. Solo pronunciare un nombre: TARÁNTULA.

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