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Authors: Michael Crichton

Tags: #ciencia ficción

Esfera (43 page)

—¿Qué es eso? —aulló—. ¿Qué es eso?

—¿Qué? —preguntó Beth.

Parecía muy tranquila, y le sonrió. Norman miró en derredor: las alarmas no se habían encendido, y tampoco las luces estaban destellando.

—No sé. Creí... —La voz se fue haciendo más débil.

—¿Pensaste que otra vez estábamos sufriendo un ataque? —le preguntó Beth.

Él asintió con la cabeza.

—¿Por qué piensas eso, Norman?

De nuevo ella lo estaba mirando de manera extraña: calculadora, con una fijeza muy directa y fría. Transmitía la suspicacia de la antigua Beth: eres hombre y eres un problema.

—Harry sigue inconsciente, ¿no? Entonces, ¿qué te hizo creer que estábamos siendo atacados?

—No sé. Supongo que estaba soñando.

Beth se encogió de hombros.

—Quizá sentiste la vibración que produje en el suelo al andar por él —dijo—. De cualquier modo, me agrada que hayas decidido dormir.

Esa misma mirada fija y calculadora... Como si hubiese algo mal en él...

—No dormiste lo suficiente, Norman.

—Ninguno de nosotros lo hizo.

—Tú, en particular.

—A lo mejor tienes razón. —Tuvo que admitir que, ahora que había dormido un par de horas, se sentía mejor, sonrió—. ¿Te acabaste todo el café y la tarta rellena?

—No hay ni café ni tarta rellena, Norman.

—Lo sé.

—Entonces, ¿por qué dijiste una cosa así? —preguntó la mujer, con gesto serio.

—Era una broma, Beth.

—Ah.

—Nada más que una broma. Una reflexión humorística sobre la condición en la que nos hallamos...

—Ya entiendo. —Estaba trabajando con las pantallas—. A propósito, ¿qué descubriste, en relación con el globo?

—¿El globo?

—El globo de superficie. ¿Te acuerdas que hablamos de ello?

Norman negó con la cabeza. No recordaba.

—Antes de que yo fuera al submarino te pregunté los códigos de control para enviar un globo a la superficie, y dijiste que mirarías en el ordenador y verías si podías hallar el modo de hacerlo.

—¿Eso dije?

—Sí, Norman. Lo dijiste.

Hizo un repaso mental: recordaba cómo él y Beth habían levantado del suelo el cuerpo inerte, y sorprendentemente pesado, de Harry, y lo habían acostado sobre el sofá; recordaba cómo le habían restañado la sangre que le manaba de la nariz, en tanto Beth le colocaba una intubación endovenosa, lo que ella sabía hacer debido a su trabajo con animales de laboratorio. Hasta bromeó diciendo que esperaba que a Harry le fuese mejor que a esos animales de laboratorio que, por lo común, terminaban muertos. Después, Beth se ofreció como voluntaria para ir al minisubmarino, y Norman había dicho que se quedaría con Harry. Eso era todo lo que recordaba.

No tenía ni idea de que hubieran hablado sobre globos de superficie.

—Por supuesto —continuó Beth—, porque las comunicaciones dijeron que se esperaba que confirmáramos haber recibido la transmisión, y eso significa el envío de un globo con radio a la superficie. Y creíamos que, al apaciguarse la tormenta, las condiciones en superficie estarían lo bastante tranquilas como para permitir que el globo ascienda sin cortar el cable. De modo que la cuestión era cómo soltar los globos. Y dijiste que buscarías las instrucciones de control.

—La verdad es que no lo recuerdo. Lo siento.

—Norman, en estas últimas horas que nos restan tenemos que trabajar juntos.

—Pienso lo mismo. Estoy convencido de que debe ser así.

—¿Cómo te sientes ahora?

—Bien. Muy bien, a decir verdad.

—Eso es bueno. Aguanta un poco, Norman. Sólo son unas pocas horas más.

Lo abrazó. Era un abrazo cálido; pero cuando lo soltó, Norman vio en los ojos de Beth aquella misma mirada fría y calculadora.

Una hora después habían resuelto el modo de soltar el globo. A lo lejos oyeron un chirrido metálico producido por el alambre que se estaba desenrollando del carrete exterior, siguiendo el ascenso del globo inflado, cuando éste se disparó hacia la superficie. Después se produjo una prolongada pausa.

—¿Qué ocurre? —preguntó Norman.

—Estamos a trescientos metros de profundidad —explicó Beth—, y el globo tarda en llegar a la superficie.

En ese momento la pantalla cambió y recibieron una lectura de las condiciones imperantes en la superficie del mar: la velocidad del viento había descendido a casi veintiocho kilómetros por hora, las olas llegaban hasta un metro ochenta y la presión barométrica era de 20,9. Había registro de existencia de luz solar.

—Buenas noticias —declaró Beth—: la superficie está bien.

Norman tenía la vista clavada en la pantalla, pensando en el hecho de que se había registrado la presencia de la luz del sol; nunca antes había anhelado ver la luz solar. Era extraño..., parecía algo tan trivial, y ahora la sola idea de contemplar la luz del sol se le antojaba un placer increíble; no podía imaginar una alegría mayor que la de admirar el sol, las nubes y el cielo azul.

—¿En qué estás pensando?

—Estoy pensando en que no veo el momento de largarme de aquí.

—Yo tampoco —confesó ella—. Pero ya no falta mucho.

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

Norman estaba inspeccionando a Harry y, al oír ese sonido, se volvió con brusquedad.

—¿Qué es eso, Beth?

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

—Ten calma —le aconsejó ella, sentada frente a la consola—. Sólo estoy analizando cómo operar esta cosa.

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

—¿Qué cosa?

—El sonar de barrido lateral. O sonar de falsa abertura. No sé por qué le llaman de «falsa abertura». ¿Sabes lo que significa «falsa abertura»?

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

—No, no lo sé —contestó Norman—. Apágalo, por favor. El sonido era irritante.

—Está señalado como «SFA», lo que, según creo, significa «sonar de falsa abertura», pero también dice «barrido lateral». Es muy confuso.

—¡Beth, apágalo!

¡Pong! ¡Pong! ¡Pong! ¡Pong!

—Claro, por supuesto —dijo.

—De todas maneras, ¿para qué quieres saber cómo operar eso? —preguntó Norman.

Se sentía irritado, como si Beth, adrede, lo hubiera fastidiado con ese sonido.

—Por las dudas... —repuso ella.

—¿Por las dudas
de qué
, por el amor de Dios? Tú misma dijiste que Harry estaba inconsciente, que no se iban a producir más ataques.

—Cálmate, Norman. Quiero estar preparada, eso es todo.

0720 HORAS

No había podido disuadirla. Beth había insistido en salir y conectar los explosivos colocados alrededor de la nave espacial. Era una idea fija en su mente.

—Pero ¿
por qué
, Beth? —le había preguntado Norman.

—Porque me sentiré mejor después de hacerlo —había respondido ella.

—Pero no hay motivo alguno para ello.

—Me sentiré mejor si lo hago —había insistido ella y, al final, Norman no la pudo detener.

En ese momento la vio: era una pequeña figura, de cuyo casco surgía una sola luz refulgente, que iba de un cajón de explosivos a otro. Los abría y sacaba conos amarillos grandes que se parecían bastante a los que se utilizan para delimitar carriles cuando se efectúan reparaciones en las carreteras. Interconectaba los conos y, cuando el circuito estaba completo, en la punta de ellos brillaba una lucecita roja.

Norman vio lucecitas rojas a todo lo largo de la nave espacial, y eso hizo que se sintiera inquieto.

Cuando Beth salía, él le había dicho:

—Pero no irás a conectar los explosivos que están cerca del habitáculo.

—No, Norman, no lo haré.

—Prométemelo.

—Ya te lo dije: no lo haré. Sí eso te desagrada, no lo haré.

—Me desagrada.

—Está bien, está bien.

Ahora las luces rojas formaban un rosario que se extendía a lo largo de la astronave, a partir de la cola apenas visible que se erguía desde el fondo coralino. Beth iba cada vez más hacia el norte, hacia los restantes cajones que estaban sin abrir.

Norman miró a Harry, que roncaba con gran sonoridad, pero seguía inconsciente. Norman se paseaba por el Cilindro D como un león enjaulado; después, se dirigió a los monitores.

La pantalla parpadeó.

YA VOY.

—¡Oh, Dios! —exclamó.

Pero, acto seguido, pensó: «¿Cómo puede estar pasando esto? No puede ser. Harry sigue fuera de combate. ¿Cómo es posible que esto ocurra?»

YA VOY POR VOSOTROS.

—¡Beth!

En el intercomunicador, la voz de Beth sonó con estridencia:

—Sí, Norman.

—Lárgate de ahí, de inmediato.

NO TENGÁIS MIEDO.

—¿Qué pasa, Norman? —preguntó Beth.

—Recibo algo en la pantalla.

—Vigila a Harry. Tiene que estar despertándose.

—No, sigue igual. Regresa aquí, Beth.

VOY AHORA.

—Muy bien, Norman, voy hacia allá.

—Rápido, Beth.

Pero no necesitaba decirlo: ya veía la luz del casco de Beth, que subía y bajaba con rapidez, mientras ella corría por el fondo del mar. Se encontraba a noventa metros del habitáculo, por lo menos. A través del intercomunicador, Norman la oía respirar con dificultad.

—¿Puedes ver algo, Norman?

—No, nada.

Se esforzaba por mirar hacia el horizonte, que era el sitio por el cual siempre había aparecido el calamar. La primera señal siempre había sido un lejano fulgor verde. Ahora no se veía.

Beth jadeaba.

—Puedo sentir algo, Norman. Siento el agua..., una ola grande..., fuerte.

La pantalla destelló:

OS MATARÉ AHORA.

—¿Ves algo por ahí? —preguntó Beth.

—No. Nada en absoluto.

Vio a Beth, sola sobre el lodoso fondo. Su luz era el único centro de la atención de Norman.

—Lo puedo sentir, Norman. Está cerca. ¡Dios bendito! ¿Qué pasa con las alarmas?

—Nada, Beth.

—¡Jesús!

Mientras avanzaba apresurada, el sonido de su respiración llegaba como jadeos sibilantes. Beth estaba en buen estado físico, pero no se podía esforzar en esa atmósfera. No le sería posible durante mucho tiempo, pensaba Norman. Ya podía ver que la mujer se estaba desplazando con menor velocidad. La lámpara del casco subía y bajaba con más lentitud.

—¿Norman?

—Sí, Beth. Estoy aquí.

—Norman, no sé si lo voy a lograr.

—Beth, tú lo puedes lograr. Reduce tu velocidad.

—Está
aquí
. Lo siento.

—No veo nada, Beth.

Oyó un sonido rápido y entrecortado, como de dos cosas duras que se golpean. En un primer momento pensó que era estática en la línea, pero después se dio cuenta de que eran los dientes de Beth que castañeteaban: la mujer estaba tiritando. Con semejante esfuerzo físico debería haber entrado en calor y, en cambio, se estaba enfriando.

Norman no entendía el porqué.

—... frío, Norman.

—Ve más despacio, Beth.

—No puedo... hablar... cerca...

Contra su voluntad, estaba reduciendo cada vez más la velocidad. Había entrado en la zona iluminada por las luces del habitáculo y ya estaba a menos de nueve metros de la escotilla, pero Norman se daba cuenta de que sus brazos y piernas se movían con lentitud, sin coordinación.

Y entonces pudo ver, por fin, que algo revolvía el lodoso sedimento que había detrás de Beth, en la oscuridad que se hallaba más allá de las luces. Era como un tornado, una nube remolineante de sedimento cenagoso. Norman no podía distinguir qué había dentro de la nube, pero percibía el poder que tenía en su interior.

—Cerca... Nor...

Beth tropezó y cayó. La nube remolineante se desplazó hacia ella.

OS MATARÉ AHORA.

La mujer consiguió ponerse de pie, miró hacia atrás y vio la nube rotatoria que se le aproximaba. En aquella masa lodosa había algo que llenaba a Norman de un horror profundo, de un horror que se remontaba a su niñez. Era el material básico que constituía las pesadillas.

—Normannnnn...

Entonces, el psicólogo empezó a correr, sin saber realmente qué iba a hacer, impulsado por lo que acababa de ver, pensando sólo en que tenía que hacer algo, ponerse en acción. Pasó por el Cilindro B, entró en el A y buscó su traje, pero no disponía de tiempo para ponérselo y, por la escotilla abierta, el agua negra estaba borboteando y remolineando. Vio la mano enguantada de Beth por debajo de la superficie, agitándose con desesperación. Estaba allí, justo debajo de él, y era la única compañera que tenía ahora. Sin pensarlo, saltó hacia el agua negra y se hundió en ella.

La repentina sensación de frío le hizo sentir ganas de gritar; le laceraba los pulmones. Al instante, todo el cuerpo se le quedó insensible y, durante un segundo, experimentó una espantosa parálisis. El agua lo volteó y lo lanzó como si lo hubiera atrapado una gran ola; se hallaba impotente para luchar contra ella. Su cabeza golpeó contra la cara inferior del habitáculo. No podía ver absolutamente nada.

Palpó en derredor, en busca de Beth, estirando los brazos a ciegas en todas direcciones. Los pulmones le ardían. El agua le hacía girar sobre sí mismo en círculos; lo ponía cabeza abajo.

Tocó a Beth; la perdió. El agua seguía haciéndole dar vueltas.

Agarró algo: un brazo. Norman ya estaba perdiendo el sentido del tacto. Se sentía cada vez más lento y más atontado. Por encima de él vio un anillo de luz: la escotilla. Hizo un movimiento de pataleo, pero no tuvo la impresión de desplazarse. El círculo no se acercaba.

Pataleó cada vez más, arrastrando a Beth como un peso muerto. Quizá ella estaba muerta. Los pulmones le quemaban. Era el dolor más intenso que había experimentado en toda su vida. Luchó contra él, y luchó contra el agua furiosa que le hacía dar vueltas sobre sí mismo. Siguió pataleando hacia la luz. Ése era su único pensamiento: patalear hacia la luz, acercarse a la luz, alcanzar la luz, la luz..., la luz...

La luz.

Las imágenes eran confusas: el cuerpo de Beth, envuelto en el traje de buceo, resonaba contra el metal, dentro de la esclusa. La propia rodilla de Norman sangraba sobre el borde de la escotilla, y las gotas de sangre salpicaban el suelo. Las temblorosas manos de Beth se extendían para cogerse el casco, lo hacían girar intentando que se destrabara del traje. Manos que temblaban. Agua en la escotilla, agua que brotaba y succionaba. Luces en los ojos de Norman. Un dolor terrible en alguna parte de su cuerpo. Herrumbre muy cerca de su cara; un borde metálico afilado. Metal frío. Luces en sus ojos, luces que se volvían mortecinas, se extinguían...

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