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Authors: Michael Crichton

Tags: #ciencia ficción

Esfera (39 page)

EL PODER
LAS SOMBRAS

Beth se sentó en su cama del laboratorio y se quedó mirando con fijeza el mensaje que Norman le había dado:

—¡Oh, Dios mío! —exclamó; se apartó el espeso cabello oscuro que le caía sobre la cara—. ¿Cómo es posible?

—Todo encaja a la perfección —repuso Norman—. Piensa sólo en esto: ¿Cuándo empezaron los mensajes? Después de que Harry salió de la esfera. ¿Cuándo aparecieron, por vez primera, los calamares y los demás animales? Después de que Harry salió de la esfera.

—Sí, pero...

—Al principio hubo pocos calamares; pero después, cuando los íbamos a comer, de repente aparecieron también camarones, justo a tiempo para la cena. ¿Por qué? Porque a Harry no le gustan los calamares.

Beth no decía nada, se limitaba a escuchar.

—¿Y quién fue el que, cuando era pequeño, se aterrorizó con el calamar gigante de Veinte mil leguas de viaje submarino?

—Harry —contestó Beth—. Recuerdo que él lo dijo.

Norman prosiguió de un tirón:

—¿Y cuándo aparece Jerry en la pantalla? Cuando Harry está presente. No en otro momento. ¿Y cuándo nos contesta Jerry si le hablamos? Tan sólo en los momentos en que Harry se encuentra en la sala y puede oír lo que estamos diciendo. ¿Y por qué Jerry no nos lee la mente? Porque Harry no puede hacerlo. ¿Y recuerdas cómo Barnes insistía en preguntar el nombre, y Harry no se lo preguntaba? ¿Por qué? Porque tenía miedo de que la pantalla dijera «Harry», no «Jerry».

—Y el tripulante...

—Exacto. El tripulante negro aparece justo en el momento en que Harry está soñando que lo rescatan. Un tripulante negro aparece para rescatarnos.

Beth fruncía el entrecejo, pensativa.

—¿Y con respecto al calamar gigante?

—Bueno, pues a la mitad del ataque del calamar, Harry se golpeó la cabeza y quedó inconsciente. De inmediato, el calamar desapareció. Y no regresó hasta que Harry despertó de su siesta y te dijo que se haría cargo de la consola.

—¡Dios mío! —exclamó Beth.

—Sí—dijo Norman—. Eso explica muchas cosas.

Beth permaneció en silencio durante un rato, mirando con fijeza el mensaje.

—Pero ¿cómo lo está haciendo? —preguntó al fin.

—Dudo de que lo esté haciendo. De forma consciente, por lo menos. —Norman había estado meditando respecto a ello—. Supongamos que algo le ocurrió a Harry cuando entró en la esfera, que adquirió alguna especie de poder mientras estaba allí dentro.

—¿Qué clase de poder?

—El poder de hacer que las cosas ocurran nada más que con pensar en ellas. El poder de hacer que sus pensamientos se vuelvan reales.

Beth frunció el entrecejo y repitió:

—Hacer que sus pensamientos se hagan realidad...

—No es tan extraño —continuó Norman—. Piensa en esto: si fueras escultora, primero tendrías una idea y luego la reproducirías en piedra o en madera, para que se convirtiera en real. La idea viene primero, después sigue la ejecución, añadiendo un esfuerzo para crear una realidad que refleje tus pensamientos previos. Ese es para nosotros el proceso por el que hacemos el mundo: imaginamos algo y después tratamos de que ese algo ocurra. En algunas ocasiones, el modo de hacer que una cosa tenga lugar es inconsciente, como en el caso en que un tipo, por pura casualidad, llega inesperadamente a su casa a la hora del almuerzo y sorprende a su esposa en la cama con otro hombre. El marido no lo planeó. Eso es algo que, simplemente, ocurre porque sí.

—O la esposa que sorprende al marido en la cama, con otra mujer —apuntó Beth.

—Sí, por supuesto. El punto importante es que nos las arreglamos para hacer que las cosas sucedan continuamente, sin que pensemos demasiado en ellas. Cuando te hablo, no pienso en todas y cada una de las palabras que pronuncio: tan sólo pretendo decir algo, y me sale bien expresado.

—Sí...

—De esa manera podemos generar creaciones complicadas, como oraciones gramaticales, sin esfuerzo. Pero no podemos generar otras creaciones complicadas, como la escultura, sin esfuerzo. Aceptamos que tenemos que hacer algo, además de tener ideas.

—Y lo hacemos —dijo Beth.

—Pues Harry no lo hace. Harry ha ido un paso más allá. Ya no necesita tallar la estatua: se limita a tener la idea, y las cosas ocurren por sí mismas. Harry manifiesta cosas.

—¿Harry imagina un aterrador calamar y, de repente, tenemos un aterrador calamar al otro lado de nuestra ventana?

—Exactamente. Y cuando Harry pierde su estado consciente el calamar desaparece.

—¿Y obtuvo su poder de la esfera?

—Sí.

Beth frunció el entrecejo y preguntó:

—¿Por qué está haciendo esto? ¿Está tratando de matarnos?

Norman hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No. Creo que las circunstancias lo superaron.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Pues hemos tomado en cuenta numerosas ideas, relativas a que esa esfera podría ser de otra civilización. Ted imaginaba que era un trofeo o un mensaje; lo vio como un obsequio. Harry pensaba que tenía algo en su interior; la vio como un recipiente. Pero yo me pregunto si no podría ser una mina.

—¿Quieres decir un artefacto explosivo?

—No exactamente... Pero sí una defensa, o un test. Una civilización de otro planeta podría sembrar estas cosas por toda la galaxia, y cualquier ser inteligente que las recogiera llegaría a experimentar el poder de la esfera, que consiste en que cualquier cosa que pienses se vuelve realidad. Si tienes pensamientos positivos, obtienes deliciosos camarones para la cena. Si tienes pensamientos negativos, te encuentras con monstruos que intentan matarte. El proceso es el mismo; se trata únicamente de una cuestión de tema.

—¿Así, del mismo modo en que una mina terrestre vuela si la pisas, esta esfera destruye a la gente si tiene pensamientos negativos?

—O si, simplemente, esa gente no controla su fase consciente. Porque si dominas tu fase consciente, la esfera no produce ningún efecto en particular; pero si no la dominas, se deshace de ti.

—¿Cómo es posible controlar un pensamiento negativo? —preguntó Beth, que de repente se mostró muy excitada—. ¿Cómo le puedes decir a alguien: «no pienses en un calamar gigante»? En el preciso momento en que se lo dices, esa persona, en el propio proceso de no pensar en el calamar, automáticamente piensa en él.

—Es posible controlar los pensamientos —afirmó Norman.

—Quizá lo sea para un yogui, o alguien por el estilo.

—Para cualquier persona. Es posible desviar la atención de los pensamientos indeseables. ¿Cómo hace la gente para dejar de fumar? ¿Cómo hace, cualquiera de nosotros, para cambiar de opinión sobre algo, en cualquier momento? Mediante el control de nuestros pensamientos.

—Sigo sin entender por qué Harry está haciendo esto.

—¿Recuerdas tu idea de que la esfera nos podría dar un golpe bajo? ¿La manera en que el virus del sida golpea nuestro sistema inmunológico? El virus del sida nos ataca en un terreno en el que no estamos preparados para defendernos. Así, en cierto sentido, procede la esfera, porque damos por sentado que podemos pensar lo que queramos sin padecer las consecuencias. «Palos y rocas pueden romper mi boca, pero las palabras que se digan nunca me tocan.» Tenemos dichos como ése, que hacen hincapié en este hecho esencial. Pero ahora, de repente, una palabra es tan real como un palo, y nos puede herir de la misma manera. Nuestros pensamientos se manifiestan, lo cual es algo maravilloso; pero todos nuestros pensamientos se manifiestan, tanto los buenos como los malos. Y sencillamente no estamos preparados para controlarlos, porque nunca hasta ahora tuvimos necesidad de hacerlo.

—Cuando era niña —dijo Beth— estuve enojada con mi madre, y cuando ella enfermó de cáncer yo me sentía terriblemente culpable...

—Sí. Los chicos tienen tendencia a pensar de esa manera. Todos los chicos creen que sus pensamientos tienen poder. Pero, con paciencia, les enseñamos que eso es erróneo, aunque siempre existió otra tradición, la de creer en los pensamientos. La Biblia dice: «No desearás la mujer de tu prójimo», lo que interpretamos como una prohibición del acto del adulterio. Pero eso no es lo que, en realidad, dice la Biblia; lo que nos está diciendo es que el
pensamiento
del adulterio está tan prohibido como el acto en sí.

—¿Y Harry?

—¿Sabes algo sobre psicología jungiana?

—Nunca tuve la impresión de que eso viniera al caso.

—Pues viene al caso
ahora
—dijo Norman—. Jung se distanció de Freud a comienzos de siglo, y desarrolló su propia psicología. Jung sospechaba que en la psique humana existía una estructura subyacente que se reflejaba en una analogía, también subyacente, con nuestros mitos y arquetipos. Una de las ideas de Jung era que todos nosotros tenemos un lado oscuro en nuestra personalidad, al que llamaba las «sombras». Las sombras contienen todos los aspectos que rechazamos en nuestra personalidad: las partes odiosas, las partes sádicas, todo eso. Jung opinaba que la gente tenía la obligación de familiarizarse con su «lado sombra». Pero muy pocas personas lo hacen: todos preferimos pensar que somos buenos tipos, y que nunca experimentamos el deseo de matar, mutilar, violar o saquear.

—Sí...

—Según Jung, si no admites la existencia de tu «lado sombra», ese lado te dominará.

—¿Y lo que estamos viendo es el «lado sombra» de Harry?

—En cierto sentido, sí. Harry necesita presentarse como el Señor Negro Arrogante Sabelotodo —dijo Norman.

—Y por cierto que lo hace.

—Por eso, si tiene miedo de estar aquí abajo, encerrado (¿y quién no lo tiene?), él no puede admitir sus miedos. Aunque los experimenta de todos modos, lo admita o no. Y, de esa manera, su lado de sombra justifica esos miedos... creando cosas que prueban que los miedos de Harry son explicables.

—¿El calamar existe para justificar sus miedos?

—Algo así.

—No sé.

Beth se tendió hacia atrás en su asiento y alzó la cabeza: la luz le iluminó de lleno en los altos pómulos. Casi parecía una modelo, elegante, atractiva y fuerte.

—Soy zoóloga, Norman —dijo—. Quiero tocar las cosas y tenerlas en la mano, y ver que son reales. Todas estas teorías sobre manifestaciones son nada más que..., son sólo...
psicológicas
.

—El mundo de la mente es tan real, y obedece a reglas tan rigurosas, como el mundo de la realidad externa —defendió Norman.

—Sí, estoy segura de que tienes razón, pero... —se encogió de hombros— no me satisface mucho.

—Conoces todo lo que ha ocurrido desde que llegamos aquí abajo. Dame otra explicación de ello.

—No puedo —admitió Beth—. Lo estuve intentando durante todo el tiempo que estuviste hablando. No puedo. —Dobló el papel que tenía en las manos y meditó un momento—. ¿Sabes, Norman? Creo que hiciste una brillante serie de deducciones. Brillantísima. Ahora te veo desde una perspectiva diferente.

Norman sonrió con placer, ya que durante la mayor parte del tiempo que había estado en el habitáculo se había sentido como la quinta rueda del carro, como una persona innecesaria para el grupo. Ahora, alguien le estaba reconociendo su contribución, y él se sentía complacido.

—Gracias, Beth.

Ella lo miró con sus grandes ojos límpidos y dulces, y le dijo:

—Eres un hombre muy atractivo, Norman. No me había dado cuenta hasta ahora.

Con aire distraído Beth se tocó el pecho, cubierto por el ajustado mono. Sus manos apretaron la tela, que contorneó los duros pezones.

De repente se puso de pie y abrazó con fuerza a Norman; sus cuerpos quedaron muy Juntos.

—Tenemos que mantenernos unidos en este asunto —murmuró—. Tenemos que mantenernos juntos, tú y yo.

—Sí, lo estamos.

—Porque si lo que estás diciendo es cierto, entonces Harry es un hombre muy peligroso.

—Sí.

—El mero hecho de que vaya andando por ahí, totalmente consciente, lo hace peligroso.

—Sí.

—¿Qué haremos respecto a él?

—Eh, vosotros —dijo Harry, que estaba subiendo la escalera y se acercaba a ellos—. ¿Es una fiesta privada, o se puede unir el que quiera?

—Por supuesto que puedes unirte. Sube, Harry —invitó Norman, y se alejó de Beth.

—¿Os he interrumpido? —preguntó Harry.

—No, no.

—No quiero interferirme en la vida sexual de nadie.

—¡Oh, Harry! —exclamó Beth.

Se alejó de Norman y se sentó ante la mesa del laboratorio.

—Bueno, pues la verdad es que parece que estáis alterados por alguna causa.

—¿De veras? —inquirió Norman.

—Sí, en especial Beth. Creo que se vuelve más hermosa cada día que pasa aquí abajo.

—Yo también me he fijado en eso —reconoció Norman, sonriendo.

—No me cabe duda de que te has fijado. Una mujer enamorada... Eres un tipo de suerte. —Harry se volvió hacia Beth—. ¿Por qué me estás mirando así, tan fija?

—No te estoy mirando fija —replicó Beth.

—Y tú también lo estás haciendo.

—Harry, tampoco yo te estoy mirando con fijeza.

—Me doy cuenta de cuándo alguien me mira fijamente, ¡por amor de Dios!

—Harry... —dijo Norman.

—Sólo quiero saber por qué me miráis de esa manera. Como si fuera un delincuente, o algo por el estilo.

—No te vuelvas paranoico, Harry.

—Acurrucados aquí arriba, secreteando...

—No estábamos secreteando.

—Sí lo estabais. —Harry recorrió la habitación con la mirada—. Así que ahora se trata de dos personas blancas y una negra ¿no es así?

—¡Oh, Harry...!

—No soy estúpido, ¿sabéis? Algo pasa entre vosotros dos. Me doy cuenta.

—Harry —dijo Norman—, no está pasando nada...

Y en ese momento oyeron un zumbido intermitente, en tono bajo, insistente, que prevenía de la consola de comunicaciones que estaba en el piso de abajo. Los tres científicos intercambiaron una mirada y bajaron para ver qué ocurría.

Con lentitud, en la pantalla de la consola estaban apareciendo grupos de letras.

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—¿Es Jerry? —preguntó Norman.

—No lo creo —respondió Harry—. No creo que vuelva a la comunicación en código.

—¿Eso es un código?

—Yo diría que sí, sin lugar a duda.

—¿Por qué es tan lento? —inquirió Beth.

Cada nueva letra aparecía con un intervalo de varios segundos.

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