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Authors: Michael Crichton

Tags: #ciencia ficción

Esfera (40 page)

—No sé —repuso el matemático.

—¿De dónde viene?

Harry frunció el entrecejo:

—No sé, pero la velocidad de transmisión es la característica más interesante. La lentitud. Interesante.

Norman y Beth aguardaron a que Harry lo resolviera. Norman pensó: «¿Cómo podríamos lograr algo sin Harry? Lo necesitamos. Es, al mismo tiempo, la inteligencia más importante con que contamos aquí abajo. También la más peligrosa. Pero lo necesitamos.»

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—Interesante —comentó Harry—, Las letras están llegando cada cinco segundos, más o menos. Por eso opino que, con cierta seguridad, podemos saber de dónde viene este código: de Wisconsin.

Norman quedó atónito.

—¿Wisconsin?

—Sí. Ésta es una transmisión de la Armada. Puede estar dirigida a nosotros, o no, pero viene de Wisconsin.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque es el único sitio del mundo desde el que podría venir. ¿Conoces algo del ELF? ¿No? Bueno, es más o menos así: se pueden enviar ondas de radio por el aire, las cuales, como tú sabes, se desplazan muy bien. Pero a través del agua no se pueden enviar esas ondas muy lejos, porque el agua es un medio malo, por lo que, incluso para recorrer una distancia corta, se necesita una señal poderosísima.

—Sí...

—Pero la capacidad de penetración es función de la longitud de onda. Una onda normal de radio es corta, radio de onda corta, todo eso que ya sabes. La longitud de las ondas es diminuta, miles o millones de pequeñas zonas; pero también se pueden hacer ELF
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, ondas de frecuencia extremadamente baja, que son largas; cada onda puede tener, a lo mejor, seis metros de largo. Y una vez generadas, esas ondas recorren una gran distancia, miles de kilómetros, a través del agua, sin problemas. El único inconveniente es que, puesto que esas ondas son largas, también son lentas. Ésa es la causa de que nos llegue un carácter cada cinco segundos. La Armada necesitaba una manera de comunicarse con los submarinos que tenía sumergidos, por lo que construyeron una gran antena ELF en Wisconsin para que envíe estas ondas largas. Y eso es lo que estamos recibiendo.

—¿Y el código?

—Tiene que ser un código de compresión: agrupamientos de tres letras, representativos de una sección larga de mensaje predefinido. De ese modo, mandar un mensaje no requiere tanto tiempo. Porque si se enviara expresado en texto normal, necesitaría horas para llegar.

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Dejaron de aparecer letras.

—Parece que eso es todo —comentó Harry.

—¿Cómo lo desciframos? —preguntó Beth.

—Si suponemos que es una transmisión de la Armada —dijo Harry—, no lo descifraremos.

—Quizá haya por aquí, en alguna parte, un manual de claves —sugirió Beth.

—Limítate a esperar —le aconsejó Harry.

La pantalla se desplazó y fue transcribiendo los grupos de uno en uno.

2340 HORAS 7-07 JEFE CINCCOMPAC A BARNES HAB-8 PROF.

—Es un mensaje para Barnes —dijo Harry. Los tres científicos miraban mientras iba apareciendo la traducción de los demás grupos de letras.

NAVES SUPERFICIE DE APOYO ZARPARON NANDI Y VIPATI HACIA SU SITIO TEA 1600 7-08 RETIRADA PROFUNDIDAD PUESTA AUTOMÁTICA A CERO CONFIRME BUENA SUERTE SPAULDING FIN.

—¿Significa eso lo que yo creo? —preguntó Beth.

—Sí —respondió Harry—. Ya viene la caballería.

—¡Vamos, adelante! —exclamó la bióloga, y aplaudió.

—La tormenta tiene que estar amainando. Han enviado las naves de superficie y estarán aquí en poco más de dieciséis horas.

—¿Y «puesta automática a cero»?

Enseguida tuvieron la respuesta. Todas las pantallas del habitáculo parpadearon, y en la esquina superior derecha de cada una de ellas apareció un pequeño recuadro con números: 16:20:00. Los dígitos corrían hacia atrás.

—Están contando por nosotros.

—¿Hay alguna clase de proceso regresivo que se espera que sigamos para abandonar el habitáculo? —preguntó la mujer.

Norman observaba los números: estaban corriendo hacia atrás exactamente igual a como lo habían hecho en el submarino. Entonces, el psicólogo planteó:

—¿Qué pasará con el submarino?

—¿Y a quién le importa el submarino? —replicó Harry.

—Creo que debemos conservarlo —opinó, y miró su reloj—. Nos quedan otras cuatro horas, antes de tener que volver a ponerlo a cero.

—Hay tiempo de sobra.

—Sí.

En su fuero interno, Norman estaba tratando de determinar si podrían sobrevivir dieciséis horas más.

—¡Bueno, ésta es una gran noticia! ¿Por qué estáis tan alicaídos vosotros dos? —les reprochó Harry.

—Me preguntaba, nada más, si lo lograríamos —dijo Norman.

—¿Y por qué no habríamos de lograrlo? —preguntó Harry.

—Antes, Jerry podría hacer algo —comentó Beth.

Norman sintió un súbito acceso de indignación contra Beth. ¿No se daba cuenta de que, al decir eso, estaba poniendo la idea en la mente de Harry?

—No podremos sobrevivir a otro ataque al habitáculo —prosiguió Beth.

«¡Cállate, Beth! ¡Estás haciendo sugerencias!», pensó Norman.

—¿Un ataque al habitáculo? —dijo el matemático.

—Harry, creo que tú y yo deberíamos volver a conversar con Jerry —terció Norman con presteza.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Quiero ver si puedo razonar con él.

—No sé si podrás razonar con él —dijo Harry.

—Intentémoslo, de todos modos —propuso Norman, y hubo un rápido intercambio de miradas entre él y Beth—. Vale la pena probar.

Norman sabía que, en realidad, no le estaría hablando a Jerry: le estaría hablando a una parte de Harry. A una parte subconsciente, una parte en sombras. ¿Cómo debería desarrollar el diálogo? ¿Qué palabras tendría que emplear?

Se sentó frente a la pantalla del monitor y pensó que era muy poco lo que conocía de Harry. Sabía que había crecido en Filadelfia, como un muchacho delgado, introvertido, dolorosamente tímido; que fue un prodigio para las matemáticas, y que sus dones fueron denigrados por su familia y sus amigos. En una ocasión, Harry había dicho que, cuando él se interesaba por las matemáticas, sus conocidos solamente se interesaban por jugar al baloncesto. Aun ahora, Harry odiaba todos los juegos, todos los deportes. Cuando joven fue humillado y despreciado, y a pesar de haber tenido al fin el merecido reconocimiento a su capacidad, Norman sospechaba que ese reconocimiento había llegado demasiado tarde: el daño estaba ya hecho. No llegó a tiempo de evitar que se forjara una personalidad arrogante y jactanciosa.

ESTOY AQUÍ. NO TENGAS MIEDO.

—Jerry.

SÍ, NORMAN.

—Tengo que pedirte una cosa.

PUEDES HACERLO.

—Jerry, muchas de nuestras entidades se han ido y nuestro habitáculo está debilitado.

SÉ ESO. HAZ TU PETICIÓN.

—Por favor, ¿podrías dejar de producir manifestaciones?

NO.

—¿Por qué no?

NO ES MI DESEO DETENERME.

«Bueno —pensó Norman—, por lo menos fuimos directamente al grano. No hubo pérdida de tiempo.»

—Jerry, sé que estuviste aislado largo tiempo, durante muchos siglos, y que durante todo ese tiempo te sentiste solo, que sufrías porque a nadie le importabas. Te faltaba alguien que quisiera jugar contigo y compartir lo que te interesaba.

SÍ, ESO ES VERDAD.

—Y ahora, por fin, puedes manifestar, y disfrutas con ello. Te gusta demostrarnos lo que eres capaz de hacer, para impresionarnos.

ESO ES VERDAD.

—Pretendes que te prestemos atención.

SÍ, ME GUSTA.

—Y da resultado: te prestamos atención.

SÍ, LO SÉ.

—Pero estas manifestaciones nos hacen daño, Jerry.

NO ME IMPORTA.

—Y nos sorprenden, también.

ME ALEGRA.

—Nos sorprenden, Jerry, porque tú sólo estás practicando un juego con nosotros.

NO ME GUSTAN LOS JUEGOS. NO PRACTICO JUEGOS.

—Sí. Esto es un juego para ti, Jerry. Es un deporte.

NO, NO LO ES.

—Sí, lo es —insistió Norman—. Es un deporte estúpido.

Harry, que estaba detrás de Norman, dijo:

—¿Por qué lo contradices de esa manera? Podría enfurecerse. No creo que a Jerry le guste que le contradigan.

«Estoy seguro de que no te gusta», pensó Norman, pero continuó:

—Bueno, tengo que decirle a Jerry la verdad sobre su propia conducta, pues no está haciendo nada que resulte interesante.

¿OH? ¿NO RESULTA INTERESANTE?

—No. Eres malcriado y petulante, Jerry.

¿TE ATREVES A HABLARME DE ESA MANERA?

—Sí. Porque estás actuando de un modo estúpido.

—¡Caramba! —dijo Harry—. Abstente de enojarlo.

ME SERÁ MUY FÁCIL HACER QUE LAMENTES TUS PALABRAS.

Norman se daba cuenta de que el vocabulario y la sintaxis de Jerry eran ahora impecables: había abandonado todo el fingimiento de ingenuidad, de dificultad expresiva propia de un ser humano. A medida que se desarrollaba la conversación, Norman se sentía más fuerte, más confiado. Ya sabía a quién le hablaba. No se hallaba conversando con ningún extra-terrestre; no había nada desconocido: le estaba hablando a la parte infantil de otro ser humano.

TENGO MÁS PODER DEL QUE PUEDES IMAGINAR.

—Sé que tienes poder, Jerry —admitió Norman—, pero eso carece de importancia.

De pronto, Harry se excitó:

—¡Norman, por el amor de Dios, vas a conseguir que nos mate a todos!

ESCUCHA A HARRY. ÉL ES INTELIGENTE.

—No, Jerry —dijo Norman—. Harry no es inteligente. Sólo está asustado.

HARRY NO ESTÁ ASUSTADO. NO LO ESTÁ EN ABSOLUTO.

Norman decidió dejar pasar esa respuesta de Jerry.

—Te estoy hablando a ti, Jerry. Nada más que a ti. Tú eres quien está realizando juegos.

LOS JUEGOS SON ESTÚPIDOS.

—Sí, lo son, Jerry. No son dignos de ti.

LOS JUEGOS NO REVISTEN INTERÉS PARA NINGUNA PERSONA INTELIGENTE.

—Entonces, detente, Jerry. Detén las manifestaciones.

PUEDO DETENERME CUANDO YO LO QUIERA.

—No estoy seguro de que puedas.

SÍ. YO PUEDO.

—Entonces, demuéstramelo. Detén este deporte de las manifestaciones.

Se produjo una larga pausa. Aguardaron la reacción.

NORMAN, TUS ARTIMAÑAS DE MANIPULACIÓN SON PUERILES Y OBVIAS HASTA EL GRADO DEL TEDIO. NO ESTOY INTERESADO EN HABLAR MÁS CONTIGO. HARÉ LO QUE ME PLAZCA Y MANIFESTARÉ CUANTO DESEE.

—Nuestro habitáculo no puede soportar más manifestaciones.

NO ME INTERESA.

—Si vuelves a dañar nuestro habitáculo, Harry morirá.

—Yo y todos los demás, ¡por el amor de Dios! —replicó Harry.

NO ME IMPORTA, NORMAN.

—¿Por qué quieres matarnos, Jerry?

VOSOTROS NO DEBERÍAIS ESTAR AQUÍ, EN PRIMER LUGAR. VOSOTROS NO PERTENECÉIS A ESTE SITIO. SOIS SERES ARROGANTES QUE OS ENTROMETÉIS EN CUALQUIER PARTE DEL MUNDO. HABÉIS ASUMIDO UN GRAN RIESGO ESTÚPIDO Y AHORA TENÉIS QUE PAGAR EL PRECIO. SOIS UNA ESPECIE SIN SENTIMIENTOS, INDIFERENTE ANTE EL SUFRIMIENTO AJENO, NO SENTÍS AMOR POR VUESTROS SEMEJANTES.

—Eso no es cierto, Jerry.

NO ME VUELVAS A CONTRADECIR, NORMAN.

—Lo siento, pero el ser sin sentimiento e indiferente ante el sufrimiento ajeno eres tú, Jerry. No te importa hacernos daño. No te importa la situación en que estamos. Tú eres el indiferente ante el sufrimiento ajeno, Jerry. No nosotros. Tú.

SUFICIENTE.

—No te va a hablar más —advirtió Harry—. Está furiosísimo.

Y en ese momento, en la pantalla leyeron:

OS VOY A MATAR A TODOS VOSOTROS.

Norman estaba sudando; se secó la frente, se dio vuelta y se alejó de las palabras escritas en la pantalla.

—No creo que puedas hablar con este tipo —dijo Beth—. No me parece que puedas razonar con él.

—No debiste hacer que se enfadase —le recriminó Harry con tono suplicante—. ¿Por qué lo has irritado de ese modo?

—Tuve que decirle la verdad.

—Pero fuiste muy duro con él, y ahora se halla enojadísimo.

—No importa, Harry, ya nos atacó antes, y no estaba enojado —dijo Beth.

—Quieres decir
Jerry
—le corrigió Norman—. Jerry nos atacó.

—Sí, es cierto, Jerry.

—Cometiste un terrible error, Beth —dijo Harry.

—Tienes razón, Harry. Lo siento.

El matemático la estaba mirando de manera extraña. Norman pensó: «Harry no deja pasar una, y no va a permitir que se escape ésta.»

—No sé cómo has podido confundirte así —comentó Harry.

—Lo sé. Fue un
lapsus
. Una estupidez.

—Lo siento —se disculpó Beth—. De verdad lo siento.

—No te preocupes —la tranquilizó Harry—. No tiene importancia.

Hubo una repentina lasitud en el modo de actuar de Harry, una total indiferencia en el tono de su voz.

«Bueno, bueno», pensó Norman. Harry bostezó y se desperezó.

—De pronto me siento muy cansado. Creo que dormiré una siesta —dijo, y se dirigió a la cabina de las literas.

1.600 HORAS

—Hemos de hacer algo —planteó Beth—. Es evidente que no podemos disuadirlo.

—Tienes razón —reconoció Norman—. No podemos.

Beth golpeó suavemente la pantalla con la yema de los dedos.

Las palabras seguían refulgiendo:
OS VOY A MATAR A TODOS VOSOTROS.

—¿Crees que habla en serio?

—Sí.

Beth se puso de pie y apretó los puños.

—Lo que equivale a decir que es él o nosotros.

La insinuación flotaba en el aire, implícita.

—Con respecto a este proceso de manifestación de Harry —dijo Beth—, ¿crees que él tiene que estar completamente inconsciente para evitar que se produzca?

—Sí.

—O muerto.

—Sí.

Él ya había pensado en eso. Le parecía algo tan inverosímil, un giro de los acontecimientos tan improbable en su vida... Sin embargo, se encontraba allí, a trescientos metros bajo el agua, meditando sobre la posibilidad de asesinar a un ser humano. Porque eso era lo que estaba haciendo.

—Odiaría tener que matarlo —declaró Beth.

—Yo también.

—Lo que quiero decir es que ni siquiera sabría cómo empezar a hacerlo.

—Tal vez no tengamos que matarlo —dijo Norman.

—Claro. Tal vez no nos veamos obligados a hacerlo, si él no inicia una nueva agresión. —Sacudió la cabeza como para alejar un mal pensamiento—. Oh, demonios, Norman, ¿a quién estamos engañando? Este habitáculo no puede soportar otro ataque. Tenemos que matar a Harry. Lo que sucede es que no quiero aceptar esa evidencia.

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