—Tiene aspecto de cansado, señor —dijo Tina.
—Sí. Todos estamos cansados.
—Es la atmósfera —explicó Tina—. Por respirar helio.
«Está todo dicho sobre las explicaciones psicológicas», pensó Norman.
—La densidad del aire aquí abajo causa efecto en el organismo. Nos encontramos a treinta atmósferas. Si estuviéramos respirando aire normal a esta presión, sería casi tan denso como un líquido. El helio es más ligero; pero es mucho más denso que lo que estamos habituados a respirar. Uno no se da cuenta, pero nada más que respirar, mover los pulmones, cansa.
—Sin embargo, usted no parece cansada.
—Ah, yo estoy acostumbrada. Ya antes estuve en ambientes saturados.
—¿De veras? ¿Dónde?
—La verdad es que no se lo puedo decir, doctor Johnson.
—¿Operaciones navales?
La mujer sonrió.
—Se sobrentiende que no debo hablar de eso.
—¿Es ésa su sonrisa inescrutable?
—Así lo espero, señor. ¿Pero no cree usted que debería intentar dormir?
—Probablemente —asintió Norman.
Tomó en cuenta la idea de irse a dormir; pero la perspectiva de acostarse en su húmeda litera no le resultaba atractiva. De modo que prefirió bajar al comedor, con la esperanza de encontrar alguno de los postres de Rose Levy. Ella no estaba allí, pero había un poco de tarta de coco debajo de una tapa de plástico. El psicólogo buscó un plato, cortó una porción y se la llevó hacia una de las portillas. Pero afuera todo estaba negro; las luces de la parrilla se hallaban apagadas y los buzos se habían retirado. Norman vio luces en las portillas del DH-7, el habitáculo de los buzos, situado a unos pocos metros de distancia. Aquellos hombres estarían preparándose para regresar a la superficie o tal vez ya se hubieran ido.
En la portilla, el psicólogo vio reflejado su propio rostro: se vio cansado y viejo. «Éste no es un lugar para un hombre de cincuenta y tres años», pensó al contemplar su imagen.
Mientras miraba descubrió unas luces que se movían a lo lejos: después un breve relumbrón amarillo; uno de los minisubmarinos se detuvo debajo de un cilindro, el DH-7. Instantes después llegó un segundo submarino, que atracó junto al primero; las luces de éste se apagaron. Un momento después, el segundo submarino zarpó hacia las negras aguas; el primer submarino se quedó atrás.
«¿Qué está sucediendo?», se preguntó Norman, aunque sabía que aquello era algo que no le importaba realmente. Se sentía demasiado cansado. Estaba más interesado en el sabor de la tarta. Miró el plato: la porción de pastel ya no estaba; sólo quedaban algunas migajas.
«Estoy cansado —pensó—. Muy cansado.» Puso los pies sobre la mesa de café, echó la cabeza hacia atrás y la apoyó sobre el frío acolchado de la pared.
Debió de haberse quedado dormido durante un largo rato, porque se despertó desorientado, en medio de la oscuridad. Se sentó y, de inmediato, las luces se encendieron. Entonces vio que todavía estaba en la cocina.
Barnes le había prevenido respecto al modo en que el habitáculo se adaptaba a la presencia de las personas. Según parecía, los sensores de movimiento dejaban de registrar la presencia de la persona cuando ésta se quedaba dormida, y automáticamente, apagaban las luces de la habitación. Después, cuando esa persona se despertaba y se movía, las luces se volvían a encender. Norman se preguntó si las luces permanecerían encendidas cuando la persona roncaba. ¿Quién había diseñado todo aquello? Los ingenieros y planificadores que trabajaron en el habitáculo de la Armada, ¿habrían tomado en cuenta el ronquido? ¿Habría un sensor de ronquidos?
Comería otra ración dulce.
Se puso de pie y se dirigió hacia la mesa de la cocina: ahora faltaban varias porciones de tarta. ¿Se las había comido él? No estaba seguro: no podía recordar.
—Muchas casetes de vídeo —dijo Beth.
Norman se dio vuelta.
—Sí —dijo Tina—. Estamos grabando todo lo que ocurre en este habitáculo; y también en la nave. Tendremos una gran cantidad de material.
Había un monitor montado justo sobre la cabeza de Norman; mostraba a Beth y Tina arriba, delante de la consola de comunicaciones. Ambas estaban comiendo tarta.
«De modo que es ahí adonde fue a parar la tarta de coco», pensó Norman.
—Cada doce horas las cintas se transfieren al submarino —dijo Tina.
—¿Para qué? —preguntó Beth.
—De ese modo, si algo ocurriera aquí abajo, el submarino ascendería a la superficie de forma automática.
—Ah, grandioso —dijo Beth—. Pero no quiero pensar demasiado en eso. ¿Dónde está el doctor Fielding ahora?
—Desistió de abrir la esfera y fue a la cubierta principal de vuelo. Está con Jane Edmunds —informó Tina.
Norman observó el monitor: la encargada de las comunicaciones había salido del campo visual; y Beth estaba sentada de espaldas al monitor, comiendo dulce de coco. En el monitor que se encontraba detrás de ella, Norman podía ver, con toda claridad, la refulgente esfera. «Monitores que muestran monitores —pensó—. El personal naval que, en última instancia, revise estas grabaciones se va a volver loco.»
—¿Cree que alguna vez lograrán abrir la esfera?
—Quizá. No lo sé —respondió Beth sin dejar de comer su porción de tarta.
Y, en ese instante, en el monitor que estaba detrás de Beth Norman vio, horrorizado, que la puerta de la esfera se estaba deslizando lentamente. La gran bola metálica se estaba abriendo y revelaba la negrura de su interior.
Tenían que haber pensado que estaba loco, al verlo correr a través de la esclusa hacia el Cilindro D, subir a trompicones las estrechas escaleras, y llegar al nivel superior gritando:
—¡Está abierta! ¡Está abierta!
Llegó a la consola de comunicaciones en el preciso momento en que Beth se quitaba de los labios las últimas migajas de coco. La mujer soltó el tenedor.
—¿Qué es lo que está abierto?
—¡La esfera!
Beth giró sobre la silla y Tina corrió desde el grupo de VCR. Ambas miraron el monitor que se encontraba a la espalda de Beth.
Se produjo un silencio embarazoso.
—Me da la impresión de que está cerrada, Norman.
—Estaba abierta. La vi. —Les explicó lo que había observado en el monitor de la cocina—. Fue hace unos pocos minutos, nada más, y estoy seguro de que la esfera se abrió. Se tiene que haber vuelto a cerrar mientras yo venía hacia aquí.
—¿Estás seguro?
—El monitor de la cocina es muy pequeño...
—Lo he visto —insistió Norman—. Repitan la grabación, si no me creen.
—Buena idea —reconoció Tina, y fue hacia las grabadoras para volver a pasar la cinta.
Norman estaba respirando pesadamente, tratando de recuperar el aliento. Era la primera vez que hacía un esfuerzo en esa densa atmósfera, y sentía mucho los efectos. «El DH-8 no es un buen lugar para excitarse», pensó.
Beth lo estaba observando:
—¿Te encuentras bien, Norman?
—Sí, muy bien. Te digo que lo vi. Se abrió. ¿Tina?
—Tardaré un segundo.
Entró Harry bostezando.
—Las camas de este lugar son grandiosas, ¿no? Es como dormir en una bolsa de arroz húmedo, una especie de combinación de cama y ducha fría —suspiró—. Irme de aquí me va a destrozar el corazón.
—Norman cree que la esfera se abrió —dijo Beth.
—¿Cuándo? —preguntó Harry, y volvió a bostezar.
—Hace pocos segundos.
Harry asintió reflexivo.
—Interesante, interesante. Veo que ahora está cerrada.
—Estamos rebobinando las cintas para volver a verlas.
—Ajá. ¿Queda algo de esa tarta?
«Harry parece muy sereno —pensó Norman—. Éste es un hecho importantísimo, y él no se muestra excitado ni lo más mínimo.» ¿Por qué? ¿Tampoco Harry le creía? ¿Era que aún estaba soñoliento, no del todo despierto... o había algo más?
—Aquí es —dijo Tina.
El monitor mostró líneas distorsionadas y, después, la imagen adquirió nitidez. En la pantalla volvieron a aparecer Tina y Beth, y se oyó el diálogo que habían sostenido:
—
...horas. Las cintas se transfieren al submarino.
Beth:
—
¿Para qué?
Tina:
—
De ese modo, si algo ocurriera aquí abajo, el submarino ascendería a la superficie de forma automática.
Beth:
—
Ah, grandioso. Pero no quiero pensar demasiado en eso. ¿Dónde está el doctor Fielding ahora?
Tina:
—
Desistió de abrir la esfera y fue a la cubierta principal de vuelo. Está con Jane Edmunds.
En la pantalla, Tina salía del campo visual, y Beth se quedaba sola en la silla, comiendo tarta, con la espalda vuelta hacia el monitor. Se oyó la voz de Tina, preguntaba:
—
¿Cree que alguna vez lograrán abrir la esfera?
Y Beth, sin dejar de comer, respondía:
—
Quizá. No lo sé.
Se produjo una breve pausa y entonces, en el monitor que estaba detrás de Beth, se vio que la puerta de la esfera se abría deslizándose hacia un lado.
—¡Eh! ¡Sí, se abrió!
—¡Sigan adelante con la grabación!
En pantalla, Beth no miraba el monitor. Tina, todavía en algún sitio fuera de la pantalla, decía:
—
Esto me asusta.
Beth:
—
No creo que haya motivos para tener miedo.
Tina:
—
Es lo desconocido.
—
Por supuesto
—decía Beth—
, pero no es probable que algo desconocido sea peligroso y aterrador. Lo más probable es que sea inexplicable, nada más.
—
No sé cómo puede decir eso.
—
¿Le tiene miedo a las serpientes?
—preguntaba Beth en pantalla.
Durante todo el transcurso de esta conversación la esfera permaneció abierta.
Mientras observaba, Harry dijo:
—¡Qué lástima que no podamos ver su interior!
—A lo mejor puedo ayudar en ese aspecto —dijo Tina—. Por mediación del ordenador haré que la imagen se intensifique un poco.
—Casi parece como si hubiera lucecitas —dijo Harry—. Lucecitas móviles dentro de la esfera...
En la pantalla, Tina volvió a entrar en el campo visual:
—
Las serpientes no me molestan.
—
Bueno, pues yo no las puedo soportar. Son viscosas, frías, repugnantes.
—Ah, Beth —dijo Harry, observando el monitor—. ¿Tienes envidia de la serpiente?
En la pantalla, Beth seguía diciendo:
—
Si yo fuese un marciano que llega a la Tierra y me tropezara con una serpiente, una forma de vida extraña y fría, que repta y tiene forma de tubo, no sabría qué pensar de ella. Pero la probabilidad de que tropiece con una víbora venenosa es muy pequeña, pues menos del uno por ciento de las serpientes son venenosas. Así que, en mi calidad de marciano, no me encontraría en peligro como consecuencia de mi descubrimiento de las serpientes: estaría perplejo. Y eso es lo más probable que nos ocurriera con nosotros: estaríamos perplejos. De todos modos no creo que alguna vez lleguemos a conseguir que la esfera se abra, no lo creo.
—
Confío en que no
—decía Tina.
Detrás de ella, en el monitor, la esfera se cerró.
—¡Uh! —exclamó Harry—. En total, ¿cuánto tiempo estuvo abierta?
—Treinta y tres segundos coma cuatro —respondió Tina.
Detuvo la cinta y preguntó:
—¿Alguien la quiere ver de nuevo?
Se la veía pálida.
—En este preciso momento, no —dijo Harry. Tamborileó con los dedos sobre el apoyabrazos de su asiento, con la mirada fija, pensativo.
Nadie pronunció una palabra. Todos aguardaban pacientemente a que Harry hablara. Norman percibió de qué modo el grupo se subordinaba al matemático. «Harry es la persona que nos resuelve siempre las cosas —pensó—. Lo necesitamos, dependemos de él.»
—Muy bien —dijo Harry por fin—. Aún no es posible sacar conclusiones. Carecemos de datos suficientes. La cuestión es si la esfera estaba respondiendo a algo de su ambiente inmediato, o si simplemente se abrió obedeciendo a razones propias. ¿Dónde está Ted?
—Ted abandonó la esfera y fue a la cubierta de vuelo.
—Ya estoy de regreso —dijo el aludido, con una amplia sonrisa—. Y tengo algunas novedades sensacionales.
—También nosotros —le comunicó Beth.
—Eso puede esperar —arguyó Ted.
—Pero...
—
Sé adónde fue esta nave
—dijo Ted, excitado—. Estuve en cubierta, analizando los resúmenes de los datos de vuelo, y observando los campos siderales, y sé dónde está situado el agujero negro.
—Ted —le atajó Beth—, la esfera se abrió.
—¿Se abrió? ¿Cuándo?
—Hace unos minutos. Después, se volvió a cerrar.
—¿Qué indicaron los monitores?
—No hay peligro biológico. Parece ser segura.
Ted miró la pantalla.
—¿Y qué demonios estamos haciendo aquí?
En ese momento entró Barnes.
—El período de descanso de dos horas terminó. ¿Todo el mundo listo para retornar a la nave y echar un último vistazo?
—Decir solamente que estamos listos para exponer las cosas con suma delicadeza —dijo Harry.
Llegaron hasta donde estaba la esfera, bruñida, silenciosa, cerrada. Los investigadores la rodearon y contemplaron sus distorsionadas imágenes reflejadas en el metal. Nadie hablaba. Se limitaron a caminar alrededor de la esfera.
Al final, Ted dijo:
—Tengo la impresión de que éste es un test para medir el coeficiente intelectual, y que no lo estoy aprobando.
—¿Quieres decir algo así como el Mensaje Davies? —preguntó Harry.
—Ah, eso —corroboró Ted.
Norman sabía a qué se referían. El Mensaje Davies era uno de los episodios que los promotores del SETI deseaban olvidar. En 1979 había tenido lugar en Roma una importante reunión de los científicos que integraban el SETI (Búsqueda de Inteligencia Extra-terrestre)
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. Básicamente, dicho organismo solicitaba que se efectuara una investigación radioastronómica del cosmos. Durante la reunión los científicos trataron de decidir qué clase de mensaje se debía usar.
Emerson Davies, un físico de Cambridge, Gran Bretaña, ideó un mensaje basado en constantes físicas fijas, como la longitud de onda que emite el hidrógeno y que cabía suponer que eran las mismas en todo el Universo. Davies dispuso estas constantes en forma de ilustración binaria.