—En cierto modo, lo entiendo. Pero ¿qué tiene que ver esto con el viaje por el tiempo? —preguntó Norman.
—Bueno, pensamos que el campo de gravedad de la Tierra es poderoso porque cuando nos caemos, por ejemplo, sentimos dolor, pero, en realidad, ese campo es muy débil; casi inexistente. Así, el espacio-tiempo que hay en torno a la Tierra no es demasiado curvo; lo es mucho más alrededor del Sol. Y en otras partes del Universo es muy curvo, lo que produce una especie de trayectoria de montaña rusa, y puede ocasionar toda clase de distorsiones en el tiempo. De hecho, si tomas en cuenta un agujero negro...
Ted se interrumpió de pronto.
—¿Qué, Ted? ¿Un agujero negro?
—¡Oh, Dios mío! —murmuró Ted en voz baja.
Harry se subió las gafas sobre el puente de la nariz, y dijo:
—Ted, por única vez en tu vida, podría ser que tuvieras razón.
Los dos hombres empezaron a escribir con entusiasmo.
—No podría ser un agujero Schwartzchild...
—... No, no: tiene que estar rotando...
—... el momento angular aseguraría que...
—... y no te podrías aproximar a la singularidad...
—... No, las fuerzas de la marea...
—... te despedazan...
—Pero si acabas de hundirte por debajo del horizonte de los sucesos...
—¿Es posible? ¿Tuvieron el coraje de hacerlo?
Los dos científicos se concentraron, sin dejar de hacer cálculos y de mascullar.
—¿Qué es eso del agujero negro? —preguntó Norman; pero ya no le escuchaban.
En ese momento se oyó la voz de Barnes por el intercomunicador.
—Atención. Habla el capitán Barnes. Quiero que todo el personal esté en la sala de conferencias, ya mismo.
—Estamos en la sala de conferencias —dijo Norman.
—Ya mismo. Ahora.
—Ya estamos, Hal.
—Eso es todo —dijo Barnes, y el intercomunicador emitió el sonido de cierre de transmisión.
—Acabo de hablar, por el cifrador de comunicaciones, con el almirante Spaulding, del CinComPac de Honolulú —dijo Barnes—. Al parecer, Spaulding se enteró de que yo había llevado a civiles a profundidades de saturación para la realización de un proyecto del que él nada sabía... y eso le disgustó mucho.
Hubo un silencio. Todos miraron a Barnes.
—Ha exigido que todos los civiles sean enviados a cubierta de superficie.
«Bien», pensó Norman. Estaba decepcionado por lo que habían encontrado hasta el momento, y no le atraía la perspectiva de pasar otras setenta y dos horas en ese ambiente húmedo que le causaba claustrofobia, mientras investigaban una nave espacial vacía.
—Creí que teníamos autorización expresa del Presidente —dijo Ted.
—La tenemos —confirmó Barnes—; pero está la cuestión de la tormenta.
—¿Qué tormenta? —preguntó Harry.
—Informan que en la superficie hay vientos de quince nudos y marejadas que vienen del sudeste. Parece un ciclón del Pacífico y se desplaza en dirección a nosotros y nos alcanzará dentro de veinticuatro horas.
—¿Va a haber tormenta aquí? —preguntó Beth.
—No aquí —puntualizó Barnes—. Aquí abajo no sentiremos nada, pero se va a poner difícil en la superficie. Es posible que todos nuestros buques de apoyo tengan que retirarse y poner proa hacia puertos de Tonga que les den abrigo.
—¿Así que quedaríamos solos aquí abajo?
—Durante un tiempo entre veinticuatro y cuarenta y ocho horas, sí; aunque eso no sería problema porque somos autosuficientes por completo, pero a Spaulding le pone nervioso la idea de retirar el apoyo de superficie habiendo civiles abajo. Quiero saber qué opinan ustedes. ¿Prefieren irse o permanecer aquí y seguir explorando la nave?
—Permanecer, sin ninguna duda —dijo Ted.
—¿Beth? —preguntó Norman.
—Vine aquí para investigar una forma desconocida de vida —repuso—. Pero no hay vida en esa nave. No es lo que pensé que sería... lo que tuve la esperanza de que iba a ser. Yo digo que nos vayamos.
—¿Norman?
—Admitamos las cosas como son: no nos hallamos entrenados para un ambiente saturado, y aquí abajo no estamos lo que se dice cómodos. Yo no lo estoy, al menos. Y tampoco somos los más aptos para evaluar esta nave espacial. En estos momentos la Armada se encontraría en mejores condiciones de hacerlo, con un equipo de ingenieros de la NASA. Mejor que nos vayamos.
—¿Harry?
—Larguémonos de aquí cuanto antes.
—¿Por algún motivo en particular? —preguntó Barnes.
—Llamémosle intuición.
—No puedo creer que hayas dicho tal cosa, Harry, justo cuando tenemos esa fabulosa idea nueva respecto a la nave... —protestó Ted.
—Eso no viene al caso ahora —dijo Barnes con tono cortante—. Haré los arreglos con la superficie para que nos saquen al cabo de otras doce horas.
—¡Maldición! —exclamó Ted.
Pero Norman estaba mirando a Barnes, quien no parecía estar perturbado. «Quiere irse —pensó Norman—. Está buscando una excusa para irse, y nosotros se la estamos proporcionando.»
—Mientras tanto —dijo Barnes— podemos hacer otro viaje, y quizá un par de ellos, a la nave. Descansaremos las próximas dos horas y después volveremos. Esto es todo, por ahora.
—Hay algunas cosas que me gustaría decir...
—Esto es todo, Ted. Ya se hizo la votación. Descansen un poco.
Mientras se dirigían hacia sus literas, Barnes dijo:
—Beth, me gustaría hablar unas palabras con usted, por favor.
—¿Sobre qué?
—Beth, cuando volvamos a la nave no quiero que a usted se le ocurra apretar cada botón que encuentre.
—Todo lo que hice fue encender las luces, Hal.
—Sí, pero eso no lo sabía cuando...
—Por supuesto que lo sabía. El botón decía «Luces sala». Estaba bien claro.
Mientras se alejaban, se oyó que Beth decía:
—No soy uno de sus marineritos de la Armada a quienes puede tener de un lado para otro dándoles órdenes, Hal...
Después, Barnes dijo algo más, y las voces se desvanecieron.
—¡Maldición! —volvió a exclamar Ted; y dio patadas contra una de las paredes de hierro, que retumbó con sonido a hueco. Camino de las literas, entraron en el Cilindro C.
—No puedo creer que vosotros queráis iros —dijo Ted—. Éste es un descubrimiento emocionante. ¿Cómo podéis abandonarlo? En especial tú, Harry. ¡Piensa tan sólo en las posibilidades matemáticas! La teoría del agujero negro...
—Te diré por qué: quiero irme porque Barnes se quiere ir.
—Barnes no se quiere ir —arguyó Ted—. Pero vamos, si fue él quien lo sometió a votación...
—Sé lo que hizo. Pero Barnes no quiere aparecer ante los ojos de sus superiores como que tomó una decisión equivocada, o como que se está echando atrás. Por eso nos dejó decidir a nosotros. Pero yo te lo aseguro: Barnes se quiere ir.
Norman estaba sorprendido, pues la manida imagen que se poseía de los matemáticos era la de que tenían la cabeza en las nubes, eran distraídos, no prestaban atención... Pero Harry era astuto: nada se le escapaba.
—¿Por qué quiere irse Barnes? —preguntó Ted.
—Creo que está claro: debido a la tormenta de la superficie —respondió Harry.
—La tormenta todavía no ha llegado hasta aquí —dijo Ted.
—No —admitió Harry—. Pero cuando llegue no sabemos cuánto tiempo va a durar.
—Barnes dijo que de veinticuatro a cuarenta y ocho horas...
—Ni Barnes ni nadie puede predecir cuánto va a durar la tormenta —afirmó Harry—. ¿Qué pasará si dura cinco días?
—Podemos soportar todo ese tiempo. Tenemos aire y suministros para cinco días. ¿Qué es lo que te preocupa tanto?
—No estoy preocupado —respondió Harry—. Pero creo que Barnes sí lo está.
—¡En nombre de Cristo! Nada va a salir mal —dijo Ted—. Creo que deberíamos quedarnos.
En ese momento hubo un sonido de chapoteo. Miraron la alfombra que tenían debajo de los pies y vieron que estaba oscura, empapada.
—¿Qué es esto?
—Diría que es agua —observó Harry.
—¿Agua
salada
? —inquirió Ted; se agachó, tocó la mancha mojada y luego se lamió el dedo—. No tiene gusto salado.
Por encima de ellos, una voz dijo:
—Eso se debe a que es orina.
Al mirar hacia lo alto vieron a Alice Fletcher, que estaba de pie en una plataforma, entre una red de tuberías, cerca de la parte curva que constituía la zona superior del cilindro.
—Todo se halla controlado, caballeros. Fue nada más que una pequeña pérdida en el caño para eliminación de desechos líquidos, que va hacia el recirculador de H2O.
—¿
Desechos líquidos
? —preguntó Ted meneando la cabeza.
—Fue sólo una pequeña pérdida —insistió Alice—. No hay problema, señor.
La mujer roció uno de los tubos con espuma blanca procedente de un cartucho aspersor; la espuma se endureció sobre la tubería.
—Cuando descubrimos una pérdida la rociamos con uretano, que constituye un cierre hermético perfecto.
—¿Con cuánta frecuencia se producen estas pérdidas? —preguntó Harry.
—¿
Desechos líquidos
? —volvió a preguntar Ted.
—Es difícil decirlo, doctor Adams. Pero no se preocupe. En serio.
—Me encuentro mal —manifestó Ted.
Harry le palmeó la espalda.
—Vamos, vamos, no te va a matar. Vayamos a dormir un poco.
—Creo que voy a vomitar.
Apenas entraron en el dormitorio, Ted corrió al retrete; lo oyeron toser y vomitar.
—Pobre Ted —comentó Harry, moviendo la cabeza.
—¿Qué es todo este asunto de un agujero negro? —preguntó Norman.
—Un agujero negro —explicó Harry— es una estrella muerta y comprimida. En síntesis, una estrella se puede comparar a una pelota grande de playa. Las explosiones atómicas que se producen en su interior inflan la estrella; pero cuando ésta envejece y se le agota el combustible termonuclear se va aplastando hasta adquirir un tamaño mucho menor. Si se aplasta mucho, se vuelve tan densa y tiene tanta gravedad que sigue comprimiéndose sobre sí misma, hasta que llega a ser muy densa y muy pequeña, con apenas unos pocos kilómetros de diámetro. Entonces, es un agujero negro. No existe en el Universo ninguna otra cosa que sea tan densa como un agujero negro.
—¿Así que son negros porque están muertos?
—No. Son negros porque atrapan toda la luz. Los agujeros negros tienen tanta gravedad que arrastran todo hacia ellos, como si fueran aspiradoras. Atraen todo el gas y el polvo interestelar y hasta la luz misma. Sencillamente, la absorben.
—¿Absorben luz? —preguntó Norman, para quien era difícil concebir aquello.
—Sí.
—¿Sobre qué estabais vosotros haciendo cálculos, tan excitados?
—Ah, es una larga historia, y no son más que conjeturas. —Harry bostezó—. Es probable que no signifique nada, de todos modos. ¿Hablamos luego acerca de eso?
—Bueno —aceptó Norman.
Harry se dio vuelta y se durmió. Ted todavía estaba en el retrete, tosiendo y escupiendo. Norman volvió al Cilindro D, a la consola de Tina.
—¿Harry logró encontrarla? —le preguntó—. Sé que quería verla.
—Sí señor. Y ahora tengo la información que él me solicitó. ¿Por qué? ¿Usted también quiere hacer su testamento?
Norman frunció el entrecejo.
—El doctor Adams dijo que no había dejado testamento y que deseaba redactar uno. Parecía creer que era bastante urgente. De todos modos lo consulté con la superficie y me dijeron que no se puede hacer debido a cierto problema jurídico relacionado con el hecho de que el testamento debe estar redactado de puño y letra del testador. No se puede transmitir la última voluntad a través de líneas electrónicas.
—Entiendo.
—Lo siento, doctor Johnson. ¿Se lo debo comunicar a los demás?
—No —dijo Norman—. No moleste a los demás. Pronto iremos a la superficie. En cuanto le echemos un último vistazo a la nave.
Esta vez, dentro de la nave espacial se dividieron en grupos: Barnes, Ted y Jane Edmunds pasaron ante los amplios pañoles y siguieron hacia adelante para investigar las partes de la nave que aún permanecían inexploradas. Norman, Beth y Harry permanecieron en lo que ahora llamaban cubierta de vuelo, para buscar la grabadora de vuelo.
Las palabras de despedida de Ted fueron:
—Esto es lo más extraordinario que he hecho en mi vida.
Después se alejó.
Jane Edmunds les dejó un pequeño monitor de vídeo a los que formaban el segundo grupo, para que conocieran el progreso del otro equipo en la sección anterior de la nave. Podían oír a Ted, que hablaba sin cesar a Barnes, para darle sus puntos de vista respecto a las características estructurales del ingenio sumergido. A Ted le parecía que el diseño de los grandes pañoles tenía reminiscencias de las construcciones en piedra de los antiguos habitantes de Micenas en Grecia; en particular, la rampa de la Puerta de los Leones, que estaba en aquella antigua ciudad...
—Ted siempre tiene al alcance de la mano más datos sin relación con lo que se habla que cualquier hombre de los que yo conozco. ¿Podemos bajar el volumen? —propuso Harry.
Al tiempo que bostezaba, Norman apagó el monitor. Estaba cansado, pues las literas del DH-8 eran húmedas; y las mantas eléctricas, pesadas e incómodas. Casi no había podido dormir. Y, por añadidura, Beth había irrumpido en el dormitorio después de su conversación con Barnes.
Ahora seguía estando enojada.
—Maldito Barnes —comentó—. ¿Por qué no dirá las cosas sin rodeos?
—Está haciéndolo lo mejor que puede, como todos los demás —lo defendió Norman.
Beth se dio vuelta con rapidez:
—A veces eres tan psicológico que resultas demasiado comprensivo... Ese hombre es un idiota. Un verdadero idiota.
—Dediquémonos a buscar la grabadora de vuelo. ¿Os parece bien? —sugirió Harry—. Eso es lo que importa ahora.
Harry estaba siguiendo el cable de alimentación que salía de la parte posterior del maniquí y se hundía en el suelo. Levantaba los paneles del pavimento, siguiendo los alambres en dirección a popa.
—Lo siento —dijo Beth—, pero él no le hablaría así a un hombre. Por cierto que no le hablaría así a Ted. Como habréis notado, Ted está acaparando todo el protagonismo del espectáculo, y no veo razón alguna para que se le permita hacerlo...
—¿Qué tiene que ver Ted con...? —empezó a decir Norman.