Read Escuela de malhechores Online
Authors: Mark Walden
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción
—Oye, ¿le has sonsacado algo a Shelby? —le preguntó Otto a Laura en voz baja.
Laura había estado charlando con Shelby a la hora de comer. Resultaba evidente que, tras su exhibición matinal en la clase de Formación Táctica, había quedado olvidada la irritación que le causaba a Laura la afición de su compañera a acaparar la ducha.
—No, lo único que me ha dicho es que antes de venir aquí era una buena gimnasta en el colegio y que lo de esta mañana le había parecido fácil.
La expresión de Laura decía bien a las claras que no se daba ni mucho menos por satisfecha con esa explicación.
—Ah, claro, porque en una típica clase de gimnasia suelen incluirse ejercicios como ese, ¿no?
Otto estaba tan convencido como Laura de que aquella no era una explicación creíble de su exhibición matinal.
—Bueno, eso es todo lo que le he podido sacar. Se comportó como si fuera la cosa más natural del mundo y luego cambió de tema. A ver si esta noche puedo enterarme de algo más.
Laura echó un vistazo a Shelby, que estaba con otra compañera al otro extremo del aula.
—Hablando de secretos, ¿qué hiciste tú para llamar la atención de HIVE? —le preguntó como si tal cosa Otto, sin levantar la vista del diagrama del circuito.
—La verdad es que no lo sé… Oye, eso de ahí es la resistencia de un oscilador de frecuencia, ¿no?
El torpe intento de Laura para cambiar de tema no sirvió para ocultar que de pronto las mejillas se le habían puesto coloradas.
—No, eso es la resistencia de un alineador de fase —Otto no la iba a dejar escapar tan fácilmente—. Bueno, alguna idea tienes que tener, ¿no?
—Yo podría hacerte la misma pregunta —respondió ella en voz baja.
—Yo te he preguntado primero.
Otto le sonrió y las mejillas de Laura se tiñeron de un encarnado aún más intenso.
—Vale, pero tienes que prometerme que no se lo contarás a nadie y que luego tú me dirás por qué has venido a parar aquí —respondió, poniendo una cara muy seria.
—Trato hecho. Cuenta.
—Bueno, no fue nada especial. Verás, en mi antiguo colegio había una chica, una tal Mandy McTavish, que al parecer me estaba poniendo verde a mis espaldas y yo quería saber qué le estaba contando a la gente. Lo único que hice fue pincharle el móvil para escuchar algunas de sus conversaciones.
Laura parecía sentirse un tanto incómoda y a Otto no le cupo ninguna duda de que tenía que haber algo más.
—Entonces, ¿HIVE te reclutó porque habías espiado a esa chica? ¿Eso es todo?
—Bueno, el problema era que no contaba con el equipo adecuado para espiarla, así que tuve que cogerlo prestado.
—¿Cogerlo prestado?
—Más o menos. Verás, cerca de mi pueblo hay una base de las fuerzas aéreas norteamericanas y lo que hice fue usar una parte de su equipo.
—¿Te colaste en una base de las fuerzas aéreas? —Otto no pudo evitar que su tono de voz dejara traslucir su sorpresa.
—No exactamente. Lo único que hice fue falsificar una contraseña de seguridad y meterme en su red informática —cada vez se la veía más azorada—. Siempre tienen en vuelo un par de AWACS, ya sabes, esos aviones espías para emergencias nucleares, así que bastó con cambiarles las órdenes de vigilancia, eso fue todo.
Otto sonrió de oreja a oreja.
—¿Me estás diciendo que utilizaste parte de un sistema de emergencia nuclear para escuchar lo que esa chica cotilleaba sobre ti?
—Sabía que te iba a parecer una estupidez —respondió apesadumbrada—. ¿Me prometes que no se lo contarás a nadie?
—Por supuesto.
En realidad, lejos de pensar que era una estúpida, Otto estaba francamente impresionado. Los sistemas informáticos que controlaban las misiones de esos aviones debían contar con los programas antiintrusos más sofisticados del mundo. Estaba muy claro por qué HIVE se había interesado por Laura.
—Es alucinante, no debería avergonzarte en absoluto.
Laura esbozó una tímida sonrisa.
—Pensé que había borrado todas las huellas, pero es evidente que alguien se enteró de lo que estaba haciendo y por eso he acabado aquí.
Por la forma en que lo dijo, Otto dedujo que la chica tenía tantas ganas como él de salir de allí. Eso podría resultarle útil: para que el plan de fuga que estaba madurando tuviera éxito no le vendría mal contar con alguien con las habilidades de Laura.
—Me da la impresión de que te gustaría pirarte de esta roca —le susurró—. Sé cómo te sientes.
Y le dirigió una mirada de complicidad.
—¿Tienes algo pensado? —preguntó ella en voz baja mientras fingía echar de nuevo un vistazo al diagrama.
—Puede. Pero sería muy arriesgado.
Otto levantó la vista para mirar al profesor, pero el señor Pike seguía estudiando atentamente los papeles que tenía sobre la mesa.
—Seguro que no es más arriesgado que tratar de sobrevivir en este sitio durante los próximos años —repuso Laura.
—Vale, hablaremos del asunto más adelante, cuando estemos en un lugar un poco más privado.
Había demasiados oídos en aquella sala para seguir hablando del tema. Era posible que ellos dos estuvieran deseando salir de la isla, pero eso no significaba que todos los estudiantes de la clase albergaran los mismos sentimientos. Tenían que andarse con ojo.
—Vale —Laura le sonrió—. Bueno, y ahora cuéntame tu historia, Otto. Un trato es un trato.
En realidad, Otto no tenía intención de hablarle a nadie de aquello —ni siquiera se lo había contado a Wing—, pero tenía la impresión de que podía confiar en que Laura no se iría de la lengua. Además, tenía los ojos verdes más alucinantes que había visto en su vida…
—Bueno, digamos que el inesperado giro que dio la carrera del primer ministro hace un par de días no me cogió precisamente por sorpresa… —sonrió mientras a Laura se le ponían los ojos como platos.
—¿Fue cosa tuya?
La expresión de incredulidad de Laura parecía indicar que le costaba creer que Otro fuera el responsable de la dimisión forzada del primer ministro.
—Es nuestro secreto, ¿vale? —le recordó Otto.
—Claro, ¿pero cómo…?
—Está bien. Se acabó el tiempo. Por favor, traigan el ejercicio a mi mesa —el profesor interrumpió la pregunta de Laura.
Otto cogió el diagrama.
—Puedo resultar muy persuasivo cuando me lo propongo.
Aunque por dentro estaba encantado con la expresión de asombro de Laura, no solía compartir sus planes con nadie. Aumentar las probabilidades de que le pillaran por presumir de sus éxitos no tenía sentido, pero sabía que en este caso concreto ya era un poco tarde para preocuparse de eso.
Otto se dirigió a la mesa del profesor con el diagrama del circuito corregido. Al acercarse, el profesor alzó la vista de sus papeles y una expresión de desconcierto se dibujó en su semblante.
—¿No es usted un poco bajo para ser un alumno del último curso? —preguntó mirando a Otto de arriba abajo.
—Mmm… no somos alumnos del último curso, profesor, somos de primero —respondió Otto, sin entender muy bien a qué venía aquel comentario.
—Pero esta es la clase de Tecnología Avanzada. ¿Qué hacen unos alumnos de primero en mi clase de Tecnología Avanzada? —el profesor se fijó entonces en la insignia del cuello del uniforme de Otto—. Vaya, hombre —y acto seguido sacó un trozo de papel arrugado de uno de los bolsillos de su bata y lo examinó—. Ah, sí, al parecer mis horarios están un poco anticuados. De modo que son de primero, ¿eh? Ya me parecía raro que no me sonaran sus caras.
Saltaba a la vista que el desorden caótico del laboratorio era un reflejo de la personalidad de su ocupante.
Al entregar el diagrama al profesor, Otto fue consciente de que lo más seguro era que supusiera que Laura y él no serían capaces de solucionarlo. Ahora se arrepentía de haber dibujado el diseño mejorado al dorso del ejercicio.
—Me temo que este ejercicio es demasiado avanzado para ustedes. Lo siento —el profesor cogió el diagrama y lo examinó detenidamente—. Aunque parece que lo ha hecho usted bastante bien, señor…
—Malpense, señor. Otto Malpense. Y mi compañera, Laura, me ha ayudado muchísimo con el ejercicio.
—Realmente es magnífico. Jamás se me hubiera ocurrido recurrir a un secuenciador de fase variable, pero puede funcionar, sí.
El profesor parecía más interesado en las modificaciones que habían introducido en el diseño que en interrogarle por su habilidad para resolver un problema tan avanzado.
Mientras el profesor estudiaba el diagrama, Otto aprovechó para echar un vistazo a los papeles que tenía sobre la mesa. Al darse cuenta de lo que era, casi le da un vuelco el corazón. Se trataba de los planos de la escuela. Los miró fijamente y en una fracción de segundo los memorizó. Luego cerró los ojos durante un instante y comprobó que seguía viéndolos mentalmente con la misma claridad que si los hubiera fotografiado. Ahí podía estar el resquicio que andaban buscando. Se fijó después en algunos de los demás papeles que había sobre la mesa. El que más le llamó la atención fue uno titulado
Dispositivo de transferencia de consciencia modelo 2
, pero no pudo ver los detalles de su diseño porque estaban ocultos bajo otra hoja de papel.
De pronto, el profesor levantó la vista y se dio cuenta de que Otto estaba mirando los planos que tenía sobre la mesa. Sin pronunciar palabra, les dio la vuelta y miró fijamente a Otto.
—En fin, vaya un incordio. Al parecer, a primera hora tocaba el curso de Tecnología Básica, aunque a juzgar por el aspecto de este diagrama me parece que a ustedes dos les habría resultado demasiado sencillo, ¿no?
El profesor tenía toda la pinta de ser un cabeza de chorlito, pero Otto sabía que sería una estupidez subestimarle.
—Estoy seguro de que también necesitamos aprender los conocimientos básicos, profesor —respondió con cautela.
—Sin duda, Otto, sin duda —los ojos del profesor se entornaron un poco y Otto tuvo un atisbo de la otra cara que se ocultaba tras la imagen de incompetente que proyectaba el profesor—. Veamos qué tal se les ha dado a los demás, ¿le parece?
Otto empezaba a dudar que les hubieran dado aquel ejercicio avanzado por error. Ahora pensaba que hubiera sido preferible que Laura y él no hubieran resuelto el problema de una forma tan exhaustiva. Lo más probable era que en un sitio como HIVE no fuera una buena idea destacar del resto.
Otros alumnos se acercaron a la mesa del profesor con sus ejercicios y pronto quedó claro que Laura y Otto eran los únicos que habían conseguido superar la prueba. El profesor se deshizo en disculpas por el supuesto malentendido y tranquilizó a la clase asegurando que las próximas lecciones no serían tan difíciles, una afirmación que, como cabía esperar, fue recibida con gran alivio por parte de todos los alumnos.
Cuando Otto regresó a su sitio, Laura le preguntó qué tal habían hecho el ejercicio. Otto se dio cuenta de que el profesor los estaba mirando fijamente.
—Lo hemos hecho bien —respondió—, tal vez demasiado bien.
L
a primera jornada de los nuevos alumnos había sido muy larga, así que no era de extrañar que todos se sintieran bastante aliviados al dirigirse a la última clase del día, Sigilo y Evasión. No se había parecido a ningún día de colegio que hubieran tenido antes y Otto empezaba a preguntarse si todos los días serían así de especiales o si les habían sometido a una especie de bautismo de fuego pedagógico.
Los estudiantes cruzaron en fila las puertas y accedieron a una sala de conferencias provista de varias hileras de bancos. De la profesora, una tal señorita León, no había ni rastro, pero, al menos, Otto sabía ahora a quién pertenecía aquel gato mimado que había visto el día anterior a la hora de comer. Sobre la mesa que presidía la sala se encontraba enroscado el sedoso gato blanco, dormido en apariencia y ajeno a la presencia de los alumnos Alfa.
Al cabo de un par de minutos, toda la clase estaba ya sentada charlando mientras aguardaban la llegada de la profesora. El ruido que metían debió molestar al gato porque de pronto se irguió, se estiró sobre la mesa y luego clavó sobre los alumnos una mirada inquisitiva.
—Buenas tardes, chicos.
Se trataba de una voz de mujer con acento francés que parecía venir de la parte delantera de la sala, pero de la profesora seguía sin haber ni rastro. Todo el mundo se quedó en silencio, picado por la curiosidad de saber de dónde venía esa voz incorpórea.
—Soy la señorita León. Bienvenidos a su primera clase de Sigilo y Evasión.
Otto y Wing se miraron atónitos. ¡La voz venía… del gato!
—Les ruego que disculpen mi actual estado. Bastará con que les diga que los experimentos preliminares del profesor Pike para conferir a los humanos las habilidades propias de ciertos animales no tuvieron tanto éxito como él hubiera deseado. Creo que él lo habría descrito como una transferencia de consciencia semipermanente, pero la explicación más sencilla es que, debido a una tecnología de un carácter bastante más experimental de lo que se me dio a entender, resido ahora en este cuerpo mientras que mi desconcertado gato disfruta por primera vez en su vida de unos pulgares oponibles.
A lo largo de los dos últimos días, Otto había visto un montón de cosas extrañas, pero aquello pertenecía a una dimensión de lo extraño de una naturaleza completamente distinta. La sala se había llenado de bocas abiertas.
—A juzgar por sus expresiones, esta circunstancia les resulta un tanto peculiar, pero puedo asegurarles que su asombro no es nada comparado con el que produce despertarse con una cola por primera vez. Una cosa así es capaz de arruinarle el día a cualquiera. Mi querido colega me asegura que con el tiempo conseguirá revertir el proceso, pero me temo que de momento tendrán que acostumbrarse a mi estado actual, el cual, por raro que parezca, no deja de tener ciertas ventajas.
Dicho aquello, el gato pegó un salto de unos dos metros y aterrizó limpiamente en una banqueta alta que estaba situada delante de los alumnos.
—El propósito de esta asignatura es muy simple: enseñarles a ser invisibles para quienes les busquen, enseñarles a moverse y a actuar en silencio; unas habilidades que, sin duda, les serán de gran utilidad en el futuro. Para cuando hayamos acabado el curso, todos ustedes deberían ser capaces de desplazarse de forma inadvertida incluso en los entornos dotados de mayores medidas de seguridad.