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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Escuela de malhechores (14 page)

«Las armas termonucleares también pueden cambiar la faz del planeta para siempre —pensó Otto— y no por eso habría que tomarlas como una especie de modelo para el comportamiento de una persona ambiciosa».

Nero prosiguió con su discurso.

—Estoy seguro de que alguna vez al leer un libro o ver una película han deseado en secreto que ganara el malo. ¿Por qué? ¿Acaso no es algo que va en contra de las reglas por las que se rige nuestra sociedad? ¿Cómo se explica que sintieran eso? En realidad, es muy sencillo: el verdadero héroe de todas esas historias es el malo y no ese tarado bienintencionado que al final se las ingenia para frustrar sus diabólicos planes. Es el malo quien tiene los mejores diálogos, quien viste las mejores ropas, quien goza de un poder y una riqueza sin límites, ¿a cuento de qué iba a querer alguien NO ser el malo? Pero saben, es ahí donde reside el verdadero problema. ¿Qué pasaría si las masas se dieran cuenta de que es mucho más divertido ser el que viste de negro? ¿Qué sería de nuestras sociedades si la gente comprendiera que en el mundo real el héroe, enfrentado a dificultades insalvables, rara vez triunfa y que siempre es el malo el que ríe el último? Con toda probabilidad, el mundo caería en un estado de anarquía perpetua. Por eso es importante que este tipo de educación solo se imparta a quienes realmente se la merezcan, a aquellos que posean la inteligencia y la fuerza de carácter para comprender el alcance de su poder. Que las masas se queden con sus héroes imaginarios. Mientras tanto, lo mejor que el mundo puede ofrecerles quedará a su disposición.

Otto no albergaba ninguna duda de que Nero había dado ese mismo discurso multitud de veces. Sonaba a una cantinela muy ensayada que trataba de venderse de forma agresiva. Aunque eso no significaba que no fuera eficaz. La clase permanecía en silencio, sin perder palabra de lo que decía Nero. Incluso había un par de estudiantes que, para gran diversión de Otto, estaban tomando apuntes. Tal y como lo ponía Nero, abrazar una carrera criminal era una oportunidad que no se debía dejar escapar.

—Como es natural, no hay mejor manera de aprender algo que estudiar las obras de los grandes maestros de la profesión que uno ha elegido y, por eso, en estas clases estudiaremos las carreras de los grandes delincuentes de la historia para así poder comprender mejor en qué se diferencia un verdadero genio del mal de un simple inadaptado social dotado de cierto talento. A lo largo de toda la historia ha habido hombres y mujeres que han demostrado que el crimen no es un simple trabajo, sino un arte y son esas personas quienes han de ser sus modelos, sus héroes, los ejemplos que deben seguir.

Nero volvió a recorrer la sala con la vista. Todos los años se cuidaba de ser él quien impartiera aquella asignatura a los alumnos Alfa. Había que mantener un delicado equilibrio para asegurarse de que lo que la escuela producía eran líderes y no monstruos. Potencialmente, todos y cada uno de los chicos presentes en el aula podían llegar a ser cualquiera de las dos cosas y, como director del colegio, su trabajo consistía en asegurarse de que HIVE no arrojara al mundo a ningún alumno que inclinara la balanza del poder mundial hacia la anarquía. Sembrar el caos, por muy atractivo que pudiera parecer, era algo que tenía muy poco que ver con el tipo de cosas que Nero esperaba de sus alumnos, que debían aprender la importancia que tenían la discreción y el estilo en su nueva profesión.

—A tal fin, hoy me propongo hacer un repaso de la carrera de uno de nuestros antiguos alumnos, el hoy tristemente fallecido Diabolus Darkdoom.

Nero cogió un pequeño mando a distancia que había sobre la mesa y apretó uno de sus botones. Una pantalla que tenía a sus espaldas descendió lentamente del techo, mostrando la imagen de un hombre increíblemente apuesto. Vestía una especie de sayo negro muy largo y en una mano sostenía una espada de duelista, cuya punta estaba apoyada en el suelo. Era completamente calvo y su expresión serena hablaba de un hombre capaz y muy seguro de sí mismo.

Otto miró a Nigel, que no parecía demasiado contento de que su padre fuera a ser el tema de la clase. Nero tenía que estar al tanto de que Nigel era el hijo de Diabolus, pero, por la razón que fuera, parecía haberlo elegido a posta para ponerle en una situación embarazosa.

—Como tal vez sepan ya algunos de ustedes —Nero avanzó unos pasos y posó una mano en el hombro de Nigel—■ se encuentra entre nosotros un miembro de la familia Darkdoom y, antes de nada, Nigel, estoy seguro de hablar en nombre de todos al hacerle llegar nuestras más sinceras condolencias por la reciente pérdida de su padre.

Al verse convertido en el centro de la atención de toda la clase, Nigel pareció encogerse un poco en su asiento.

—Gracias —musitó, mientras la palidez de su rostro iba adquiriendo un tono carmesí.

—Para aquellos que no lo sepan, el padre de Nigel fue uno de los genios del mal más grandes que ha conocido el mundo. Las hazañas que realizó tras graduarse en HIVE han adquirido ya un carácter legendario y no se me ocurre nadie mejor que él para que lo tomen como modelo en los años venideros.

Otto confió en que aquello no incluiría la parte referente a su muerte prematura.

—Para comprender qué fue lo que hizo de Diabolus un caso tan ejemplar, convendrá que analicemos en profundidad su trayectoria, así como los detalles de algunos de sus planes más famosos. Uno de los mejores ejemplos tuvo lugar hace unos cuantos años, cuando logró secuestrar al presidente de los Estados Unidos y sustituirlo por una réplica androide. Pasaron tres semanas antes de que alguien se diera cuenta…

Durante la siguiente hora, Nero prosiguió con su relato de la vida de Darkdoom padre, detallando un nefando plan tras otro. Cada uno de ellos parecía aún más diabólicamente astuto que el precedente. Aquello no se parecía en nada a las clases de Historia que Otto había recibido con anterioridad: Nero les estaba ofreciendo un atisbo de un mundo cuya existencia era ignorada por la mayoría de los habitantes del planeta. Era un mundo en el que las nutridas legiones de los malhechores y las fuerzas de la justicia se enfrentaban en un combate interminable que se mantenía en secreto para el resto de la población. Otto no pudo menos que sentirse asombrado ante algunos de los acontecimientos que habían tenido lugar bajo las mismísimas narices de un público que no parecía sospechar nada de lo que estaba sucediendo. Pero, gracias a la sospechosa indiferencia de los medios de comunicación y al encubrimiento de los distintos gobiernos nacionales, la gran mayoría de la población no se daba ni cuenta de aquella guerra clandestina que se libraba a su alrededor.

Otto estuvo estudiando detenidamente a Nigel mientras el doctor Nero proseguía el análisis de la vida de su padre. La expresión de asombro que asomaba de vez en cuando a su rostro al mencionar Nero algún complot o acontecimiento que había sido obra de su padre parecía indicar que había cosas que ni siquiera su propio hijo sabía de él.

Cuando se acercaba ya la hora de finalizar la clase, Nero les invitó a que hicieran preguntas sobre lo que habían visto. Al instante, la sala se llenó de manos alzadas y Nero señaló a un chico de pelo rubio que había al fondo del aula.

—Diga, señor Langstrom. ¿Cuál es su pregunta?

—¿Qué fue lo que le pasó a Darkdoom? —preguntó el chico.

—Bueno, como comprenderá, por respeto a los sentimientos de Nigel prefiero no entrar en detalles. No debe olvidar que estos hechos, que para usted tienen un interés histórico, siguen siendo unos recuerdos dolorosamente cercanos para él —respondió Nero.

Otto se alegró de que el doctor ahorrara a Nigel los detalles sobre la muerte de su padre, aunque no pudo evitar que le picara la curiosidad. Si la descripción que Nero les había hecho de Diabolus se ajustaba a la realidad, resultaba difícil imaginar una situación que hubiera desembocado en su fallecimiento. En cualquier caso, a juzgar por la expresión de dolor de Nigel, parecía claro que él sí que sabía lo que le había ocurrido a su padre y que ese recuerdo no le resultaba en absoluto grato.

El chico asintió con la cabeza.

—Sí, claro. Lo siento, no lo había pensado.

Nigel parecía aliviado de que no se fuera a entrar más en el asunto.

Nero eligió otra de las manos alzadas e invitó a hablar a una chica con rastas.

—La verdad, da la impresión de que algunos de los detalles de sus planes eran un tanto absurdos. ¿Por qué construir una estación espacial tripulada para montar en ella un cañón láser orbital cuando hubiera resultado mucho más sencillo limitarse a poner el láser en órbita y controlarlo desde tierra, o incluso destruir los objetivos con armas convencionales? ¿Por qué complicarse la vida de esa manera y arriesgarse a ser detenido? No parece que todo ese esfuerzo extra contribuyera precisamente a hacer sus planes más eficaces.

Nero sonrió.

—Muy buena pregunta. Su respuesta, de hecho, incide en el núcleo de lo que queremos enseñar en HIVE. Lo que Diabolus comprendía, y espero que todos ustedes acaben comprendiendo también, es que toda maquinación ha de hacerse con estilo. Un buen complot, por así decirlo, debe tener un buen argumento. En todas partes hay personas dotadas del talento y la capacidad necesarios para elaborar un plan criminal sencillo, pero nosotros debemos intentar siempre elevarnos por encima de la media. ¿Es necesario fabricar un robot con forma de calamar gigante para destruir un barco? ¿Por qué no recurrir simplemente a unos torpedos o al sabotaje? Muy sencillo, porque eso ya se ha hecho antes. Cuando obtengan su graduación, serán ustedes los pioneros, la vanguardia del mal, unos líderes que jamás se conformarán con lo meramente convencional. Por ello, sus maquinaciones no deberán basarse nunca en algo que ya se haya hecho: habrán de ser originales, ingeniosas y, por encima de todo, elegantes. Dejen que los delincuentes comunes sigan admirados sus pasos mientras ustedes abren nuevos caminos, buscando siempre un nuevo reto, innovando constantemente, no quedándose jamás estancados.

Otto se dio cuenta de que muchos de sus compañeros parecían un tanto confundidos por aquellas palabras, pero para él tenían mucho sentido. En cierto modo, Nero estaba describiendo algo de lo que él siempre había sido consciente: no bastaba con ganar, había que hacerlo además de un modo elegante. No podía negar que sonaba atractivo y por primera vez desde que llegó a la isla se descubrió a sí mismo preguntándose si después de todo no podría sacarle algún provecho a su estancia en HIVE.

¡¡¡UAAA, UAAA, UAAA!!!

El estruendo de la sirena que anunciaba el final de la clase hizo que Otto pegara un bote en su asiento. Nero alzó la voz mientras los chicos empezaban a recoger sus libros y sus apuntes.

—Para la clase de la próxima semana quiero que se aprendan los tres primeros capítulos de
Fundamentos del mal
. Habrá una pequeña prueba escrita y espero que todos saquen unas notas excelentes. La clase ha terminado.

Capítulo 8

O
tto y Wing se abrieron paso por los abarrotados pasillos para dirigirse al departamento de Formación Táctica, donde iba a tener lugar su primera clase con el coronel Francisco. Franz y Nigel caminaban justo delante de ellos. Franz no paraba de hablar a un Nigel que, a juzgar por su aspecto, parecía profundamente abatido.

—¿Crees que Nigel está bien? —preguntó Wing, mirando con un gesto de preocupación al pequeño chico calvo.

—La verdad es que no creo que estuviera preparado para que la primera clase tratara sobre la historia de su padre, si es a eso a lo que te refieres —respondió Otto.

—Diabolus no puede ser la única persona digna de estudio —señaló Wing—. Me pregunto por qué razón habrá elegido el doctor Nero un tema tan delicado.

—Te puedes volver loco si tratas de desentrañar los motivos de ese hombre. Cualquiera que hayan sido sus razones, lo que está claro es que para Nigel ha sido un mal trago —Otto volvió a mirar al chico, que parecía absorto en sus pensamientos a pesar del constante parloteo de Franz. Acto seguido, avivó el paso—. Venga, vamos a rescatarle de Franz.

—Hola, tíos —les saludó Otto—. ¿Habéis oído algo que valga la pena saber sobre el tal coronel Francisco?

—Sí. Un chico me ha dicho que es uno de los profesores más duros del colegio —respondió Franz no sin cierto nerviosismo.

Otto supuso que los nervios de Franz debían tener más que ver con la inminente perspectiva de tener que realizar ejercicio físico que con cualquier otra cosa.

—Me alegro de oírlo, sobre todo teniendo en cuenta que todos los profesores que hemos conocido hasta ahora son unos pedazos de pan —respondió Otto con sarcasmo—. ¿Y tú qué sabes, Nigel? ¿Has oído algo interesante sobre ese tipo?

—No, la verdad es que no —la voz de Nigel sonaba francamente apagada. Ni siquiera parecía capaz de mirar a los otros a los ojos—. Pero seguro que él sí que ha oído hablar de mi padre —su tono dejaba traslucir una honda amargura.

—Sí. Parece que tu padre era un pez gordo aquí —repuso con jovialidad Franz, como si no se diera cuenta de cuál era el estado de ánimo de Nigel.

—Bueno, pues lo que yo quiero es que dejen de hablar de él de una maldita vez —Nigel parecía estar enfadado de verdad, pero al instante volvió a hundirse en su abatimiento—. Estoy harto de oír lo maravilloso que era. Vosotros no tuvisteis que vivir con él.

Sentado frente a la mesa de su despacho, Nero esperaba con impaciencia que se encendiera una pantalla de vídeo que había en la pared de enfrente. Aguardaba una llamada del Número Uno, el único hombre que le intimidaba, el jefe del Sindicato Internacional del Crimen Organizado, más conocido por las siglas SICO. Apenas se sabía nada de aquel hombre, aparte de que a lo largo de los últimos cuarenta años había levantado el SICO partiendo de un modesto cartel delictivo hasta convertirlo en el sindicato del crimen más poderoso y extendido de la historia. Su verdadera identidad era un misterio —tenía por norma no reunirse con nadie en persona— y circulaban miles de teorías sobre quién era realmente. Lo que sí se sabía era que a las pocas personas que habían tratado de usurpar su puesto se las había quitado de en medio de una forma tan brutal como expeditiva, con el propósito, sin duda, de enviar un mensaje a cualquiera que abrigara parecidas intenciones.

Como de costumbre, la llamada había sido concertada de antemano por los subalternos del Número Uno y se daba por sentado que Nero estaría en su puesto a la hora prevista. ¡Ay de aquel que no esperara obedientemente la llamada del Número Uno, pues la paciencia no se contaba entre sus virtudes! De modo que Nero permanecía sentado observando cómo la manecilla del reloj que tenía en su escritorio avanzaba lentamente hacia la hora acordada. Que él recordara, las llamadas del Número Uno no se retrasaban ni un solo segundo y no creía que esta vez fuera a ser distinto.

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