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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Escuela de malhechores (13 page)

Debajo del estrado, la diminuta araña plateada se disolvió hasta quedar reducida a un charco de escoria fundida, eliminando así cualquier rastro de la implicación de Otto. Ya estaba, misión cumplida: Otto dudaba mucho de que el programa del cierre de los orfanatos saliera adelante sin contar con el apoyo del primer ministro. Cosa rara en él, se sentía inmensamente satisfecho de sí mismo y, la verdad sea dicha, tenía sobradas razones para estarlo. De pronto, le llamó la atención el comentario de uno de los periodistas que salía en la televisión.

—El 29 de agosto, una fecha que quedará registrada para siempre en los anales de la infamia política…

¿Era esa la fecha? Desde que empezó a planear todo aquello, Otto había perdido la noción del tiempo. Era su cumpleaños o, para ser más exactos, el aniversario de su llegada al orfanato de San Sebastián, que era lo más parecido que tenía a un cumpleaños. Bueno, qué mejor manera de celebrarlo, pensó, mientras brindaba con su lata de Coca-Cola a la salud del primer ministro.

Miró un rato más el caos político que se estaba desarrollando en la televisión y luego empezó a recoger sus cosas y a meterlas en la mochila. No había ninguna razón para demorarse allí por más tiempo. Además, conociendo a la señora McReedy, seguro que en Londres le aguardaba una enorme tarta de cumpleaños. Solo de pensar en ello le entró un poco de hambre.

Otto echó un vistazo a la habitación para asegurarse de que no quedaba ni rastro de sus actividades de aquella tarde. Una vez que hubo comprobado que no había dejado ninguna huella de su presencia en la habitación, abrió la puerta y al instante lanzó un grito de sorpresa. En el umbral había una mujer de cabello oscuro y corto que vestía completamente de negro y tenía una cicatriz curva en una mejilla. Todos aquellos detalles, sin embargo, eran irrelevantes comparados con el hecho de que tuviera una enorme pistola apuntando directamente al pecho de Otto.

—Ha hecho usted un gran trabajo hoy, señor Malpense —la mujer hablaba con un ligero acento extranjero—. Pero me temo que el juego ha terminado.

Y, dicho aquello, alzó el arma.

—¡Estoy desarmado! —alcanzó a decir Otto—. ¡Usted es policía, no puede dispararle a un niño desarmado! —exclamó alzando los brazos para dar más énfasis a su afirmación.

—¿De dónde te has sacado que soy de la policía?

Los ojos de Otto se dilataron de espanto.

¡ZAP!

Capítulo 7

O
tto se despertó sobresaltado. En la mesilla de noche, su caja negra emitía un pitido incesante. Agarró el aparato y lo abrió.

—Buenos días, señor Malpense —dijo la mente.

—Buenos días. ¿Qué hora es?

Otto se frotó los ojos. Se sentía como si solo llevara cinco minutos durmiendo.

—Son las 7.30, señor Malpense. El desayuno se sirve a las 8 en el comedor y las clases empiezan a las 9. ¿Desea saber alguna otra cosa? —inquirió con cortesía la mente.

—No, ahora no. Gracias —respondió Otto y, acto seguido, el rostro incandescente de la mente se desvaneció y la caja negra se apagó.

En la caja negra de Wing también sonaba la misma alarma incesante, pero no parecía tener ningún efecto sobre él. Seguía durmiendo con semblante sereno, ajeno en apariencia al ruido cada vez más alto que emitía el aparato. Otto meneó a Wing por el hombro para intentar despertarle y se quedó atónito cuando la mano de su compañero salió disparada de debajo de las mantas y le aferró la muñeca. Wing parpadeó un par de veces y luego, al ver que era Otto, aflojó la mano.

—Lo siento, Otto; durante un segundo me olvidé de dónde estaba —Wing se incorporó en la cama—. O, más bien, tenía la esperanza de que todo esto no fuera más que un sueño. Pero, por desgracia, no parece que lo sea —añadió echando un vistazo al estrecho aposento.

—Sí, seguimos aquí, me temo. Voy a darme una ducha rápida. El desayuno se sirve dentro de media hora.

Otto y Wing se ducharon a toda prisa y luego se pusieron los uniformes, que, como les había dicho Tahir, habían aparecido misteriosamente durante la noche en sus taquillas. Antes de quitárselo la noche anterior, Otto le había hecho una pequeña marca con un bolígrafo, pero ahora ya no estaba, lo cual quería decir que el uniforme había sido limpiado a conciencia o incluso que lo habían cambiado por otro nuevo. Otto se hizo mentalmente el propósito de revisar a fondo la taquilla en cuanto regresaran al cuarto.

Poco después salieron de la habitación y se encontraron con que el patio de la zona residencial número siete bullía de actividad. Lo que aparentaban ser varios centenares de estudiantes se dirigían a tomar el desayuno, charlando y riendo. Otto recorrió la multitud con la vista en busca de algún rostro conocido. Al cabo de unos segundos avistó a Laura sentada en un sillón, con pinta de estar un tanto abrumada por el barullo que había a su alrededor.

—Mira, ahí está Laura —Otto se la señaló a Wing—. Anda, vamos a darle los buenos días.

Cuando se acercaron a ella, Laura saludó a los dos chicos con una amplia sonrisa.

—¿Qué tal habéis dormido? —preguntó sin dejar de sonreír.

—Wing como un bendito —respondió Otto—, aunque dudo mucho que pueda decir lo mismo cualquiera que estuviera a menos de cien metros de él. Si las ballenas roncan, deben hacerlo así.

Wing esbozó una sonrisa culpable.

—Ya te lo advertí.

—Eso es señal de que tienes los pulmones muy sanos, al menos eso es lo que solía decirme mi padre —dijo Laura, soltando una risilla—, aunque me parece que algunas noches mi madre estuvo a punto de coger un cuchillo de cocina para comprobar si era verdad que los tenía tan sanos. Ya me entendéis.

Otto asintió con la cabeza.

—Me pregunto si seguirías roncando si te pegara un tiro con una adormidera.

—Ni lo intentes —repuso Wing.

Los tres se quedaron un rato sentados contemplando a los estudiantes que continuaban pululando por el patio. Algunos de ellos se dirigían ya al comedor, sin duda ansiosos de librarse de las inevitables colas.

—Bueno, ¿a quién tienes de compañera de cuarto? —le preguntó Otto a Laura.

—A Shelby —dijo con tono exasperado—. Aún está en la habitación, arreglándose. Apenas si me ha dejado usar el cuarto de baño cinco minutos. Según parece, con media hora no le basta para arreglarse bien. Desde que se despertó me lo ha repetido lo menos veinte veces.

Otto se rio.

—Ya verás cómo se pone cuando se dé cuenta de que HIVE no tiene salón de belleza.

Wing había visto algo por encima del hombro de Otto.

—Mirad, ahí están Nigel y Franz.

Otto sabía que a los dos chicos les habían asignado la misma habitación y se preguntaba qué tal les habría ido su primera noche juntos. Ambos seguían luciendo la misma expresión de desconcertado nerviosismo que no les había abandonado durante todo el día anterior. Finalmente, el alemán miró hacia el lugar donde estaban sentados Otto, Wing y Laura y les saludó con la mano mientras daba un codazo a Nigel y señalaba en su dirección. Otto le devolvió el saludo e hizo una seña a los dos chicos indicándoles que se acercaran.

—¿Qué tal habéis dormido? Espero que bien, ¿no? —se aventuró a decir Franz mientras tanto él como Nigel tomaban asiento.

—Estupendamente, gracias. ¿Y vosotros? —preguntó Laura.

—También. A pesar de que tenía un hambre feroz, he conseguido dormir —Franz los miró con gesto serio, sin duda con la intención de recalcar las terribles privaciones que estaba soportando—. ¿Alguno de vosotros ha visto una máquina de chucherías por alguna parte?

Nigel suspiró.

—Franz, vamos a desayunar dentro de diez minutos, ¿para qué demonios quieres ahora una máquina de chucherías?

—Para incrementar mis reservas de energía antes de comenzar un largo día de clases, para qué si no —Franz propinó a Nigel una palmada en la espalda que, a juzgar por la expresión dolorida del muchacho, debió pecar de un exceso de entusiasmo—. Y, por cierto, a ti tampoco te vendría mal ese incremento, querido amigo. Pero no te preocupes, que Franz hará de ti un verdadero hombre.

Otto advirtió un leve gesto de aprensión en el semblante de Nigel y concluyó que no tenía el más mínimo interés en ser la primera persona en probar la dieta Argentblum.

—De todos modos, ¿para qué queremos una máquina de chucherías si ninguno de nosotros tiene dinero? —preguntó Otto.

En un primer momento, la aparente ausencia de cualquier tipo de moneda en HIVE le había intrigado bastante. Pero, finalmente, había llegado a la conclusión de que si era verdad que el dinero era la fuente de todo mal, su presencia en HIVE sería como echar más leña al fuego.

—Sí. También lo he pensado yo, pero confío en que las máquinas sean gratuitas. Sería lo más sensato, ¿no?

Otto tenía serias dudas sobre si una persona como Franz debería emplear en una misma frase palabras como
máquinas gratuitas
y
sensato
.

—En fin, yo, desde luego, no vi ninguna ayer durante la visita y tampoco parece que las haya por aquí, así que me temo que nos vamos a tener que pasar sin patatas fritas y sin chocolatinas —terció Laura.

—Jo, es verdad que esta es una escuela de perversión —Franz parecía desconsolado.

Otto consultó la hora en su caja negra.

—Venga, ya casi es la hora del desayuno. Será mejor que vayamos para allá.

Los cinco se dirigieron hacia la salida y cuando estaban a punto de salir del patio oyeron un grito a sus espaldas. Era Shelby.

—¡Eh, esperadme, tíos! —les gritó mientras se acercaba corriendo a ellos.

Saltaba a la vista que había sacado el máximo partido al escaso tiempo de que había dispuesto para arreglarse. En cierto modo, parecía la más despierta de todos; no tenía ni un solo pelo fuera de su sitio. A Otto no se le pasó por alto que Laura no parecía precisamente encantada con la aparición de Shelby y se preguntó si no habrían tenido ya alguna bronca.

—Date prisa, Shelby, nos vas a hacer llegar tarde —dijo con impaciencia Laura.

—Yo no tengo la culpa de que no nos den tiempo suficiente para arreglarnos por la mañana. He tenido que renunciar por completo a mi limpieza de cutis —Shelby parecía indignada por aquel estado de cosas.

—Bueno, estoy segura de que podrás pasarte sin ello —repuso bruscamente Laura.

«Sí —pensó Otto, mientras enfilaban hacia la salida—, aquí hay tensión, está claro».

Habían llegado con cinco minutos de antelación a su primera clase, Estudios Criminales, y en aquel momento se encontraban sentados en sus pupitres esperando la llegada del doctor Nero. Otto estaba ansioso por ver cómo era aquella primera clase. Al menos, le ofrecería la oportunidad de estudiar al doctor con mayor detenimiento, algo que, sin duda, resultaría muy útil. Había aprendido en la obra de Sun Tzu que la clave de toda victoria es el conocimiento del enemigo y tenía intención de aprender todo lo que pudiera sobre el enigmático doctor.

Wing estaba sentado a su lado, hojeando el libro de texto que iban a usar para su primera clase,
Fundamentos del mal
.

—¿Le has echado un vistazo? —preguntó Wing con un leve gesto de preocupación.

—No —mintió Otto.

La verdad era que la noche anterior se había leído el libro de cabo a rabo. Solo le había llevado un par de minutos, pero de momento no quería que nadie se enterara de que era capaz de absorber información como una esponja.

—¿Es interesante? —preguntó.

—No estoy seguro de que interesante sea la palabra adecuada —respondió Wing—, le pegaría más alucinante o aterrador. Estoy deseando ver cómo enfoca el doctor Nero la asignatura.

Otto sabía por dónde iba Wing. El libro parecía sugerir que el mal no era un concepto filosófico, sino un trabajo como otro cualquiera. Página tras página, ofrecía toda una serie de consejos y ejemplos prácticos que servirían al lector para perfeccionar su aptitud para el mal, ayudándole así a ascender más rápidamente en la escala de la perversidad. Otto sospechaba que no debía haber en el mundo muchos libros de texto con capítulos titulados «Cómo eliminar toda resistencia», «Sin dolor no hay poder» y «Análisis de acciones diabólicas».

De pronto, la puerta del aula se abrió y la clase se sumió en el silencio mientras el doctor Nero entraba y se dirigía hacia la mesa del profesor.

—Buenos días. Espero que se hayan instalado en sus alojamientos sin ningún problema —Nero rodeó la mesa y recorrió con la mirada los rostros nerviosos de los alumnos—. Todos ustedes saben mi nombre, pero me temo que yo todavía no me sé los suyos, así que, si cometo algún error, les ruego que me disculpen.

»El nombre de esta asignatura es Estudios Criminales y en estas clases les enseñaremos a descubrir su verdadero potencial, a dar rienda suelta al malhechor que anida en el pecho de todos y cada uno de ustedes. No obstante, quiero dejar algo claro desde un principio. No tengo ningún interés en hacer de ustedes unos delincuentes comunes: para eso basta con pasarse seis meses en cualquier prisión. Aquí se les enseñará a aspirar a fines más ambiciosos y a rendir mucho más de lo que jamás se habrían creído capaces. HIVE no se dedica a formar ladrones de bancos ni cacos ni ladrones de coches ni atracadores. En pocas palabras, no se les enseñará a ser unos rufianes de tres al cuarto. Ni tampoco abogamos por un uso ciego de la violencia, exceptuando, claro está, el caso de los alumnos del nivel de los Esbirros. Un verdadero malhechor no debería ensuciarse nunca las manos con ese tipo de cosas. No chantajearán a individuos, sino a gobiernos. No robarán bancos, se apoderarán de ellos. No secuestrarán personas, robarán portaviones.

»Sé muy bien lo que están pensando algunos de ustedes. Pero ¿eso no está mal? ¿No es incorrecto? Pues bien, permítanme que les dé una respuesta.

Nero hizo una pausa y los miró como si tratara de adivinar quiénes de los presentes albergaban ese tipo de dudas.

—Lamentablemente, se tiene un concepto muy equivocado de lo que es el mal —prosiguió—. La mayoría de la gente normal define el mal en contraposición con lo que está «bien», con lo que es «correcto», pero lo que quisiera demostrarles es que, en realidad, su sentido es mucho más profundo y complejo. Puede que las personas corrientes se conformen con una definición de ese tipo, pero ustedes no son así: ustedes son gente especial y, por tanto, sus vidas no tienen por qué verse constreñidas por esos asfixiantes códigos morales. Todos ustedes poseen la capacidad de hacer el mal (todo el mundo la tiene), pero ahora el verdadero desafío para ustedes consiste en comprender que hacer el mal no es malo. Para hacer el mal hay que tener un propósito, una voluntad de obtener lo que se desea recurriendo a cualquier medio, hay que mostrar fortaleza frente a la adversidad, hay que poseer inteligencia en un mundo regido por la estupidez. Ustedes son los líderes del mañana, los hombres y las mujeres que pueden cambiar, y cambiarán, la faz de este planeta para siempre.

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